El escritor norteamericano Thomas Lanier «Tennessee» Williams tuvo una vida plagada de paradojas, dramas, debilidades y fortalezas. Casi como las de cualquier hijo de vecino. Pero con algunas particularidades.

Por caso, el suyo, debió librar una batalla interior para asumir su homosexualidad, sobre todo por el lugar y la época en que vivió: Estados Unidos, primeras décadas del siglo pasado.

Se dice que de joven intentó mantener relaciones con mujeres. Pero no hubo caso. Y una vez que decidió aceptar su esencia, lo hizo como hay que hacerlo: sin tapujos. A tal punto, que la sociedad de entonces lo defenestró por su "exhibicionismo". Le gustaban los hombres jóvenes y atractivos. Y no lo escondía ni los escondía.

Sin embargo, ese carácter desafiante y valeroso para enfrentar cierto ensañamiento del sector social más conservador, se tornaba vulnerable al extremo a la hora de exponer lo que era, también, la esencia misma de su ser: su obra.

Aguardaba con impaciencia, ansiedad, angustia la crítica de sus libros. Los días que sucedían a la publicación se convertían en una verdadera tortura. Dependía de la aceptación de su público -sobre todo, el especializado, el crítico- de una manera casi tortuosa.

Y por cierto, no fue fueron pocas las críticas despiadadas. Contra eso no podía. O lo hacía a su manera, buscando en el alcohol y las pastillas una forma de sobrellevar tanto dolor.

El escritor sagaz, irónico, inteligente, hipnótico desaparecía en esos momentos. Y le daba lugar a un ser de una indefensión extrema: temeroso de vivir, de morir, de quedarse solo, de volverse loco.

Ahí estaba su flanco débil.

Cuando lograba recuperarse volvía a lo único que lo hacía sentirse vivo y libre: escribir.

Se ha escrito sobre él que "su manera de comenzar cada día era ponerse manos a la obra frente a la máquina de escribir y dejar que fluyeran poemas, cuentos, novelas y textos teatrales que tanta gloria, fama y reconocimiento le dieron".

Pero esa mente capaz de llegar a pensamientos profundos y de crear universos impensables como en “Un tranvía llamado deseo”, era incapaz de soportar una palabra en contra o la media hora de espera en que tardaban en conocerse la opinión de los críticos que habían asistido a la representación la noche del estreno de una de sus obras.

Ahí pues, la paradoja de la ida de Tennessee Williams

Y su muerte -de la que hoy se cumplen 39 años- le fue acorde, como debe ser para quien vivió preocupado por los finales impactantes.

Tras la muerte de Fran Merlo, su única pareja estable, entró en una depresión de la que no podía salir.

Decidió quitarse la vida con un método conocido: mezclando alcohol y pastillas. Se encerró en su habitación del hotel Elysee de Manhattan a pasar su última noche.

Al otro día, efectivamente, fue hallado si vida: se asfixió con el pequeño tapón del frasco de pastillas, que se había quedado atascado en su tráquea al abrirlo con la boca.

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Flancos débiles