El mundo actual es una locura. Todo es vértigo, velocidad, cada suceso importante pasa instantáneamente a segundo plano, reemplazado por otro que puede ser tan importante o una mera estupidez. Y así.

Pienso en mi abuelo, por ejemplo. Al tipo le tocó vivir dos grandes acontecimientos en toda su vida: la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Y seguramente la Segunda lo sorprendió cuando todavía no había terminado de entender bien qué había pasado con la Primera.

-¡Qué mundo vertiginoso! -debe haber dicho y al toque le pidió a mi abuela que se preparase unos mates- Otra vez los alemanes…

El otro día, por ejemplo, apareció un pez abisal cerca de las islas Canarias. Salvo para la comunidad científica marina muy especializada, el caso sólo mereció un ´uh, mirá vos, che…´.

Es decir, un pescado que vive a miles de metros de profundidad, donde el océano se convierte en algo denso y oscuro, en el que habitan seres que aún no han sido descubiertos, apareció barrenando a metros de la orilla y nosotros como si nada (ahora que lo pienso, el animalito se podría haber adaptado tranquilamente a las aguas de nuestro Lago). La primera vez en la historia del mundo que este bicho se hace ver. Y nosotros preocupándonos por si Paredes vuelve a Boca o si Wanda o la China o los memecoin.

¡Un monstruo se hizo ver! ¿Entendés? El pez diablo, temido por toda la humanidad no solo se hizo ver sino también filmar. ¡Paren las rotativas! Hagan sonar las sirenas de Nueva Era, vamos a juntarnos en las plazas, en los bares, en los clubes a reflexionar sobre este asunto. Qué habrá querido decirnos este feo pescadito, qué secreto inconfesable nos trae desde las profundidades oceánicas… ¿Se viene el Armagedón, se viene?

Yo, por caso, no sabía que medía seis centímetros (era una hembra; el macho es más chiquito aún). Con lo cual el mote de “monstruo” o “pez diablo” suena un tanto exagerado. Nada que mida menos de diez centímetros puede darnos miedo, salvo el traicionero camoatí.

Otra cosa que no sabía: a la hora del apareamiento, el macho como que se queda pegado a la hembra, que de ahí en adelante lo utiliza como un banco de esperma, de manera de tener cría cuando a ella se le cante. El varón, en tanto, va y viene pegado a la esposa, sin necesidad de andar buscando comida ni esquivando predadores. Hay casos similares en la especie humana, pero no sé si tan extremos.

A lo que voy, nada de esto sabíamos. Ni muchas otras cosas que ya definitivamente hemos de dejar pasar por alto, entretenidos con Icardi, Cositorto y las novelas de Nené Cascallar.

Si esto hubiese ocurrido en los años de mi abuelo, seguramente la hubiera convocado a Filomena con sus mates:

-Decime, mujer, ¿qué te parece que va a pasar con esto del avistamiento del pez abisal?

-No sé, Aquilino, qué me voy a andar preocupando por esas cosas. Ni vos tampoco. Mejor arreglame la hornalla de atrás de la cocina que no anda hace rato.

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El vértigo del pez abisal