Lo demás, taciturno, hipocondríaco,
prisionero en la Arcadia del presente,
le aburre; sólo el humo del tabaco
simula algunas sombras en su frente.

Este hombre no es de ayer ni es de mañana,
sino de nunca; de la cepa hispana
no es el fruto maduro ni podrido,
es una fruta vana…

Cuando tenía 8 años escuché por primera vez el disco de Joan Manuel Serrat en homenaje a Antonio Machado. Recuerdo que quedé fascinado con esos temas. Con todos o casi todos.

Fue un verano de inicio de los setenta, en casa de mi abuela Juana. Su hijo menor, mi tío Hugo, había comprado aquel disco y cuando regresaba del trabajo lo ponía fuerte, a todo volumen en el Winco. Cuando él no estaba, yo lo volvía a escuchar. Una y otra vez. Y también lo hacía cuando iba a la casa de mi viejo, también en el verano marplatense. Serrat, por entonces, comenzaba a pegar fuerte en el gusto argentino.

Me pasaba horas frente al tocadiscos o al combinado, escuchando el lado A y el B, volviendo el brazo con la púa hasta aprenderme una canción de memoria. Y me las aprendí. Y no conforme con ello, un buen día -como haría algunos años más adelante con Miguel Hernández, de cual hoy se cumple un nuevo aniversario de su muerte en la prisión franquista- me compré un libro de poesía de Machado.

Con el disco sonando, el libro abierto y un diccionario al lado, para saber qué significaban esas palabras que no entendía, me pasé mis buenas tardes.

Viéndome desde hoy, se me hace que era muy chico para someterme a tales angustias deliciosas.

De todas esas canciones, hay una, hay un poema, que me ha venido siguiendo como la sombra de ciertas tardes. Se llama "De un pasado efímero" y tiene una melodía apagada, pero a su vez dulzona, con refinamientos de simpleza.

Suelo descubrirme de tanto en tanto, tarareándola, o repitiendo de memoria aquellos versos, deteniéndome en esas palabras que aprendí a cantar casi por fonética, de un español que me costaba entender incluso después del diccionario.

La canto también ciertas mañanas, mientras preparo los primeros mates o salgo para el trabajo. Algunas siestas. En anocheceres.

Básicamente, el poema describe a un hombre, por fuera en parte, por dentro, en otra. Cuenta de dónde viene, se sabe hacia dónde va.

Nunca, en todos estos años, se me dio por preguntarme por qué esa canción me ha venido siguiendo como un perro no del todo ajeno, que sin embargo no se anima a traspasar el umbral de mi puerta.

Casi cincuenta años más tarde, alcanzo a vislumbrar que ese hombre que describía Machado, que entonaba Serrat, soy yo. Esos versos que cantaba a mis nueve años, en mi adolescencia, en primera juventud y en las siguientes, me estaban nombrando. O anticipando.

O forjando. Según se mire.

Recomiendo leer esa poesía, escuchar ese tema y el disco entero. No como una carta de presentación propia.

Quizás con la idea de que alguien también se encuentre allí. En "De un pasado…", en "Cantares…", en "Llantos y coplas", en "Retratos".

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