A la hora estipulada estábamos los tres sentados en la mesa del bar, pidiendo un café. Hacía unos cuantos años que no nos encontrábamos.

A lo largo del tiempo la palabra amistad fue perdiendo el encanto que supo tener para mí. Pero ellos, mi amigo y mi amiga con los que nos encontramos el sábado provienen de aquella época. Cuando la amistad todavía era casi una cuestión sagrada. Por eso las ganas genuinas, honestas, sinceras de compartir un momento; aunque solo fuese la fugacidad de un café en una tarde verano.

Él se fue de Tandil a los pocos años de terminar el secundario; ella, también, pero volvió tiempo más tarde. Esta ciudad tiene sus particularidades: me enteré que está viviendo a pocas cuadras de mi casa, pero nunca nos hemos cruzado. Él no volvió nunca más y tampoco son asiduos sus viajes “al pueblo”. Por eso cuando me mandó un mensaje para encontrarnos los tres, “a charlar”, me pareció un programón.

Ella se separó hace bastante y mantiene una buena relación con su ex. Él, enviudó hace un par de años y cuando consideró que había pasado el tiempo adecuado, intentó lanzarse a ese mundo prácticamente desconocido para él: el de la búsqueda de una compañía. Estuvo casi cuarenta años casados con la misma mujer. Las “artes de la conquista” le resultaron totalmente ajenas. Una de sus compañeras de trabajo, más joven, buena amiga, se hizo cargo de su Tinder:

-Dejame que yo te lo manejo –le dijo-. Vos tirame requisitos, características, gustos, intenciones, etc. y yo te voy contando qué surge.

Por supuesto, le preguntamos cómo venía el asunto de la búsqueda virtual; hasta ahora “nada”. Su situación es de una incertidumbre profunda.

-A ustedes qué les parece, ¿busco a alguien más joven?, ¿alguien de mi edad?, ¿una relación a largo plazo? ¿para pasar el momento? ¿si todo sale bien, qué opinan de la convivencia?

Por supuesto, a grandes rasgos conoce algunos aspectos de mi vida, lo cual me eximió de confesarle que soy el peor tipo que podría encontrar para darle consejos sentimentales. No obstante, me animé a darle algunos tips: “de una edad semejante, convivencia no te conviene, y en cuanto a los planes, andá viendo, disfrutá lo que se va dando…”.

-¿Y vos?-, preguntamos los dos, al unísono, apuntándole a ella.

-A mí también me gustaría encontrar un compañero. Más chico ni loca; me daría la sensación de estar con mi hijo. Un tipo grande, que no esté hecho pedazos, con la vida medianamente resuelta y que sepa que yo también la tengo: no necesito ni un padre ni un hijo ni nadie que me mantenga ni mucho menos que me joda por las decisiones que tomo. Sí… ya sé, estoy poniendo la vara muy alta.

Y… sí. Tengo la sensación de que los de mi generación o bien estamos en falsa escuadra, la vida nunca termina de resolverse y las mujeres independientes y empoderadas nos meten miedo.

No se lo dijimos.

Al fin me animé yo con una de las preguntas que no puede hacerle a cualquiera.

-¿No les pasó alguna vez de estar distraídos y de preguntarse qué edad tienen y lo primero que se les viene a la cabeza es un número mucho menor del que tenemos?

Hubo coincidencia. Pero no tanto. Porque ambos me respondieron que “no somos viejos” y eso lo sé bien. Pero tampoco somos jóvenes, o no poseemos esa juventud inequívoca, que no admite agregados del estilo “seguimos siendo jóvenes” o “todavía somos jóvenes” o “la juventud es como un estado de ánimo” o ´los sesenta de ahora no son los sesenta de antes”. No, yo no creo en esas cosas. Sí sé que la vida no nos preparó para tener sesenta y pico. Andamos a tientas, como ensayando, como tratando de acomodarnos a las vicisitudes, entre las ganas de corretear y la rodilla que se traba, entre la predisposición a vivir pausadamente y el vértigo que impone el laburo, la tecnología, la vida social, la vida misma; entre la operación de vesícula y las entradas para el recital de Oasis.

-Che, bueno, me tengo que ir –dije en un momento-. Voy al show de homenaje a René Lavand, en el Teatro Estada.

-Sí, si, dale. Yo también me tengo que preparar porque voy con mi hija a la Fiesta de la Frambuesa. Ella quiere ver a El Plan de la Mariposa o algo así.

-Yo quedé con unas amigas en ir al Festival de la Sierra.

Nos dimos unos abrazos y prometimos sin mucho énfasis volver a encontrarnos a comer un asado y tomar unos vinos.

No sé si habrá una nueva reunión. Quizás dentro de varios años. Y ojalá los asuntos sentimentales estén medianamente resueltos para entonces. De lo que sí estoy seguro es de que ya sea que tengamos setenta y pico, ochenta o más, tampoco habremos de estar preparados para vivir esa etapa de la vida. Seremos de cuarenta o cincuenta en cuerpos castigados y en tiempos difíciles.

Es preferible eso y no la inversa. Pienso ahora, que lo veo escrito.

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