Una experta en agrocombustibles puso en debate el costo real de la generación de esta energía alternativa
Una tandilense especialista en estudios sociales agrarios, se dedicó a analizar las transformaciones en el territorio para la generación de combustible. Su análisis no es alentador y advirtió que no todo lo “bio” es bueno. Por eso prefiere llamar agro y no biocombustibles. “¿Para qué necesitamos tanta energía?”, planteó Virginia Toledo López.
No extraña el frío tandilense ni sufre las altas temperaturas de Santiago del Estero. Virginia Toledo López se mudó hace dos años a esa provincia norteña para poder profundizar sus estudios relacionados a los conflictos ambientales, desarrollo rural y sustentabilidad.
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Nació y se crió en Tandil, luego se recibió de licenciada en Relaciones Internacionales de la facultad de Ciencias Humanas de la Universidad del Centro de la Provincia. A partir de ahí su vocación de investigación y aprendizaje la llevó a seguir la maestría en Estudios Sociales Agrarios por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO Argentina) y el doctorado en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA).
Además, es investigadora del Centro de Investigaciones Geográficas (FCH-UNCPBA) y colaboradora del Instituto de Geografía, Historia y Ciencias Sociales (IGEHCS) – Conicet.
En su tesis de licenciatura analizó la inserción internacional de Argentina en el mercado de los agrocombustibles analizando, por un lado, el patrón de especialización histórica y cómo este nuevo producto competitivo y dinámico generaba una nueva orientación agroindustrial y de las exportaciones.
Virginia contó que en 2010 Argentina se convirtió en el principal exportador de biodiesel del mundo, pero debido a las fluctuaciones del mercado ahora Indonesia ha avanzado en esas ventas. Mientras que el puesto de mayor productor siempre lo ocupó Estados Unidos, aunque destina la mayoría a su consumo interno.
Desde el 2012 esas comercializaciones fuera del país han empezado a tener complicaciones por el conflicto con la Unión Europea (UE), que era el importador más significativo. Entonces, mucho del biodisel era enviado a Norteamérica, que lo vendía como propio.
Ya en 2018 la Organización Mundial del Comercio (OMC) presentó un fallo que favoreció a Argentina, porque las barreras impuestas por la UE eran inviables. Aquel continente acusaba al país de “dumping”, una práctica comercial que consiste en vender un producto por debajo de su precio normal, o incluso por debajo de su coste de producción, con el fin inmediato de ir eliminando las empresas competidoras y apoderarse finalmente del mercado.
Para la experta esta acusación “no era directamente así”, y fue en este punto que buscó profundizar y “problematizar”. Así fue que para su tesis de grado y el doctorado en Ciencias Sociales con especialidad en estudios sociales agrarios, se dedicó a analizar las transformaciones en el territorio.
La alternativa de combustible en el país
El biodiesel en Argentina se produce a partir de soja, aunque desde 2012 también se ha empezado a usar maíz que genera etanol. Actualmente se generan dos millones y medio de toneladas por año, de las cuales el 60 por ciento se vende al exterior, aunque la capacidad de productividad es mayor.
Los primeros proyectos comenzaron por el 2006 de la mano de aceiteras principalmente, que se convierten a este producto, pero también hay algunas empresas vinculadas al sector del agro que no tienen relación con la fabricación de aceite y también se han inclinado al combustible. Además reveló que se han creado alianzas estratégicas entre trasnacionales y firmas locales, incluso la única corporación que se instaló en el norte no se dedicaba al cultivo de soja anteriormente.
Ese mismo año se sancionó la Ley Nacional de Biocombustibles que establece que a partir del 2010 todo el combustible que se consuma en el país tiene que comprender un cinco, ahora aumentado al diez por ciento, de biodiesel o etanol.
Cabe destacar que en el transporte público de algunas localidades se está probando la utilización de un 100 por ciento de este diesel.
“Agro” y no “bio”
Claro que la generación de combustibles fósiles es sumamente contaminante desde el momento de la extracción hasta la propagación de gases de efecto invernadero, y es justamente por eso que en las negociaciones por el cambio climático han empezado a alentar por una alternativa proveniente de materia orgánica.
Sin embargo desde la ecología política, más allá de los valores, lo que López Toledo busca es interpelar qué tipo de costos se incorporan para este producto, considerando la producción primaria, el uso de agroquímicos y los impactos que eso tiene sobre el suelo, sobre el agua y sobre la salud de las personas todas.
“Son vistos como una alternativa rentable porque no hay que hacer grandes transformaciones en los autos”, explicó, dejando en claro que más allá de las empresas agropecuarias, el interés es también de las automotrices.
Finalmente, son las petroleras las que empiezan a refinar este producto, que además están vinculadas al sector del agro porque muchos de los agroquímicos que se consumen son derivados del petróleo. “Son los mismos actores los que se quedan con los beneficios y se reparten los costos”, advirtió.
“Es cierto que se trata de un procedimiento más ecológico donde se recicla, pero no podemos perder la capacidad crítica”, planteó.
Entonces, ella prefiere anteponer el prefijo agro y no bio para llamar a este combustible, ya que cree que es necesario discernir que están producidos en el campo a partir de cereales u oleaginosas que podrían tener otro uso, al igual que la tierra utilizada, como por ejemplo la producción de alimentos.
Un modelo energívoro
Para poder interiorizarse en las transformaciones territoriales la experta eligió instalarse hace ya dos años en Santiago del Estero. “Allí hay una inversión que fue impulsada para generar empleo, para insertarse en el mundo y un montón más de promesas para el desarrollo, que después de 10 años cierra dejando a la gente en la calle, con el saldo de un pasivo ambiental producido por el avance de la frontera de la soja con el desmonte y la deforestación”, detalló.
De acuerdo a su conocimiento, todo esto sucedió precisamente para lograr ampliar el cultivo de soja para ese diesel, a la vez que se suma la problemática de los efluentes que no fueron tratados. “La empresa nunca fue sancionada por esos pasivos ambientales, más las pérdidas de trabajo y las vidas que se perdieron en el camino”, denunció, asegurando que muchos trabajadores fallecieron por no contar con las normativas de seguridad correspondientes.
La discusión de fondo que plantea ante este panorama es: “¿para qué necesitamos tanta energía?”.
Como respuesta, aseveró que los agrocombustibles no son la solución para una transformación del modelo productivo o “energívoro”, sino que consideró que funcionan como una especie de “parche”.
Hoy en el país se cosechan alrededor de 50 millones de toneladas, destinándose un cuarto de eso a la producción de combustible. Entonces, el problema es la expansión de tierras para estos “cultivos flexibles” que tienen distintos usos, porque además planteó que hay todo un negocio financiero alrededor que fomenta estas producciones.
De la mano con esta extensión, ubicó la dramática situación que atraviesan los pueblos Wichis en Salta. “Históricamente allí las comunidades convivieron con un ecosistema de montes sin degradarlos, ahora el agronegocio, que se pretende exitoso, las pone ante grandes problemas territoriales y con escasez alimenticia”, determinó.