Historias
Pasaron 41 años de Malvinas, se cierra una puerta y los veteranos vuelven a recordar
Carlos Ferraro y Diego Bartis, 41 años después, narraron vivencias personales en la Guerra de Malvinas. Además, rememoraron el momento del regreso a casa y compartieron lo que el conflicto les dejó grabado a fuego.
Por Luna Aylén Uez (*)
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Dos amigos, que después de tanto tiempo transcurrido del final del conflicto, siguen reuniéndose y dando charlas en distintos establecimientos educativos sobre su experiencia. Esta vez, abren las puertas para compartir anécdotas inéditas sobre las experiencias vividas en la guerra.
-¿Cómo empiezan sus historias con la Fuerza Aérea?
Diego Bartis: -Yo venía del norte de Córdoba y estaba en un pueblo donde, o eras maestro o entrabas a trabajar en el campo, no había otra cosa. Yo estaba en una banda de música, de ahí algunos se iban a la Escuela Militar para tocar, y yo veía que venían esos muchachos, que algunos ya eran cabos, cabos primeros y hablaban con los profesores nuestros, entonces me interesó el tema de la fuerza. Ahí entré. Mis comienzos en la Fuerza Aérea fueron en el 71.
Carlos Ferraro: -Diego es militar de carrera y yo entré como personal civil en la Fuerza Aérea cuando, en 1978, se compra el sistema de armas de aviones Dagger. Su primer asiento fue en Río Cuarto, se designó lo que fue la Sexta Brigada Aérea como base y asiento natural de los Dagger. Al venir estos aviones, hubo que incorporar muchísima gente, tanto militares que venían de otras bases, como personal civil, y ahí entré.
-¿Cómo fue cuando los reclutaron para la Guerra de Malvinas?
C.F.: -En mi caso, no estaba en Tandil, sino junto a un grupo de técnicos mecánicos de la Sexta Brigada Aérea trabajando en Río Cuarto. Nos enteramos cuando veníamos hasta la base de Río Cuarto, por el chofer del colectivo y el diariero que nos mostraba: ‘Se recuperaron Las Malvinas’. El viernes 2 de abril, cuando llegamos, a la hora del almuerzo, vino quien fue nuestro primer caído en Malvinas, el Teniente Primero Ardiles y me dijo: ‘Usted en media hora tiene un avión que lo lleva a Tandil porque usted despega al sur’. El avión vino a las 5 de la tarde y nos volvimos todos los que estábamos trabajando en la base a Tandil. El sábado fuimos a preparar todas las cosas a la brigada, el domingo volvimos para los últimos detalles, retirar la ropa y todas las cuestiones para una gran comisión que se iba a hacer, sin saber cuál era el tiempo que íbamos a estar disponibles fuera de la unidad. El lunes 5, a las 10 de la noche, partimos hacia el sur. El avión hizo escala en Comodoro Rivadavia, ahí bajó a la mitad de la gente, que después se desplazó a San Julián. Nosotros seguimos hacia Río Gallegos y al día siguiente pasamos a Río Grande hasta el final del conflicto.
D.B.: -Yo estaba destinado en la Base Aérea militar de Río Gallegos, me fui a trabajar como todos los días, llegué al hangar, preparamos el mate, como de costumbre, y cayó un compañero que me dijo: ‘Necesito tres hombres para ir a Malvinas’, así me enteré.
D.B.: -Un compañero dice ‘yo voy’; ‘yo también’, le digo. El 2 de abril a las 10 de la mañana me dicen: ‘Buscanos cinco hombres’, yo agarro cinco soldados y les comento: ‘Yo los elegí a ustedes, los que van a ir a Malvinas, si alguno de ustedes no quiere ir, me avisa, los reemplazamos y acá no pasó nada’. Sólo uno no quiso ir. El 3 de abril a las 5 de la mañana despegó un Hércules de Río Gallegos hacia las islas, llegando a las 10. Íbamos un oficial, tres suboficiales y cinco soldados, con tres cañones, y un tractor.
En acción
-¿Cuáles fueron sus tareas?
D.B.: -Normalmente defendemos la pista con nueve cañones, en un principio sólo hubo tres, pero a la semana llegaron los demás, formamos las nueve piezas alrededor de la pista y, de esa manera, la defendíamos.
Nosotros fuimos artilleros antiaéreos, de la Fuerza Aérea Argentina, teníamos un cañón Rheinmetall que tira una gran rosa de fuego en el aire. La ventaja que tiene el cañón es que no tiene radar, por lo que el enemigo no te puede detectar y la desventaja, también es no tener radar. Entonces, vos no lo podés ver al enemigo, te tiene que avisar un radar auxiliar. Entonces, mirás para la dirección que ellos te indican y vas buscando, hasta que detectás el blanco.
C.F.: -Lo que nos tocaba hacer desde el continente, para que ellos en Malvinas pudieran cumplir con su tarea, era el gran trabajo de preparar los aviones para que salieran al combate. En mi caso específico, yo estaba en la parte de paracaídas, tenía a mi cargo todo lo que era paracaídas de frenado en Río Grande, donde la pista era corta, con el metro justo: con un metro menos no despegaba ni aterrizaba. En cuanto a los paracaídas de los asientos eyectables, nosotros tuvimos cinco derribos de aviones con cuatro fallecidos, de los cuales dos se eyectaron, uno se salvó porque cayó en tierra, mientras que el otro cayó en el mar.
Sobre la línea de fuego
-¿Cómo fue la primera incursión?
D.B.: -A las 5 de la mañana estábamos con el soldado Orozco, yo siento una luz que se prende, nos miramos y después al horizonte, veo una cosa que se prende, se apaga y empieza un reguero de bombas. Caían y se veía todo celeste y unos bloques de tierra inmensos, como si hubiese sido un lavarropas en el aire y entonces, le digo a un soldado ‘agarrá y tirá la ráfaga’, porque había unos soldados durmiendo al lado de la pista. Pasa el Vulcan y después nos enteramos que había tirado 21 bombas y ninguna pegó encima de la pista. Por eso digo que Dios era argentino, porque los soldados dormían a un costado de la pista y el bombardeo pasó delante de ellos, si no hubiera sido una masacre. Agarró un puesto de comando nuestro y lo destruyó.
-¿Qué pasó luego?
D.B.: -Como a las 8 de la mañana llaman del radar que estaba en la ciudad y dicen ‘incursores del este’, que significa que el enemigo viene por el este, lo primero que uno hace es girar y mirar, por ahí Fierro 6, que es como llamamos a los cañones, dice ‘del lado del faro’. Cuando miro, veo un montón de puntitos en el aire, eran como pájaros, llevo el cañón ahí, pongo la cabeza en la mira y conté diez aviones, yo decía ‘a mar abierto, dejalos que se vengan’, pero a mar abierto era fácil, y allá el suelo malvinense es muy parecido al de Tandil, se empezaron a meter atrás de las sierras y nosotros empezamos a buscar. Los aviones venían por un lado y atacaron por el otro. Le tiro una ráfaga y veo que otro se descuelga, ahí nomás, me le voy a ese y le tiro una ráfaga y otra más, se me pierde atrás de unas piedras y espero a que vaya a salir.
-¿Cómo se resolvió?
D.B.: -El soldado Viano, que venía del otro lado de la calle, me grita ‘atrás del hangar vienen dos’, yo le pego el palancazo al cañón, gira, y veía en la mira la punta del techo del hangar. Cuando veo al avión, no usé la mira ni nada, lo único que me quedó fue apretar el pedal de disparo y como sabía que eran dos, le largué una ráfaga a ese y levanté la cabeza para seguir el segundo avión. Al segundo avión le tiré a ojo, vi que le salía una luz, era que venía ametrallando y la ráfaga habrá pasado de donde estaba yo a unos 50 ó 30 centímetros, pero no sentí nada. Una de las esquirlas pegó en el alimentador. Si yo hubiera pegado en otro ángulo, hoy no estaría acá. El avión pasó sobre el mar y yo no lo vi caer, pero sí vi que en el mar andaban dos helicópteros dando vueltas, pienso que buscaban al piloto.
-¿Cómo sobrellevaban esos momentos?
D.B.: -Pasó por la calle un hombre, vestido de verde, con casco, que levantó el brazo izquierdo y dijo ‘cuándo sientan miedo, recen’. Nosotros nos quedamos mirando, el hombre se perdió en una curva y seguimos.
Una noche iba a venir el bombardeo naval. Desde puesto de comando dicen ‘atentos los Fierros, alerta gris’, que eran los barcos. A las 9 iban a empezar a tirar los barcos. Se hicieron las 9, las 10 y les digo a los soldados ‘acuéstense, yo me quedo’, y me quedé con el soldado Orozco. Se hicieron las 10.30. Yo tenía un hijo de 13 días, y me puse a pensar en él; en mi hija que tenía 5, y me agarró una desesperación. Si yo hubiese podido correr arriba del mar, me hubiera ido, y me acordé de lo que había dicho este hombre que pasó caminando y me puse a rezar. Cada vez que me agarraba eso, me ponía a rezar y me calmaba.
C.F.: -Hay cosas que no contaste del 1 de mayo.
D.B.: -A los cañoneos navales, nunca los había visto. Yo me entrené con un enemigo ficticio, íbamos a Mar del Plata a hacer tiro, el avión venía, arrastraba una manga y nosotros le tirábamos. El Dagger o lo que fuera, venía a tirar una bomba y nosotros estábamos tomando mate, alguien decía ‘viene el avión’ y tiraba la bomba, pero lejos. A la tarde viene un mayor, va hasta mi posición y el soldado Viano le dice ‘señor, veo los barcos’, ‘tranquilo pibe, esos barcos son nuestros’, le grita al soldado y a mí me dice ‘si supiera que son de los ingleses’, se toma un trago de ginebra y se va. Le digo a los soldados que se metan en el pozo, y empezó el cañoneo naval.
-¿Cómo sería eso?
D.B.: -Suponete que nosotros estamos sentados acá, vos sentís la murga y los tambores que se escuchan cada vez más cerca. Acá el cañoneo era cada vez más cerca, se sacudía todo y los barcos hacían un recorrido de más o menos trece cuadras, iban y volvían, pasaban e iban desde ahí hasta catorce o quince cuadras más y de ahí volvían otra vez. Yo dije ‘Dios, que vengan los aviones’. Después de diez pasajes o más del barco, dejan de tirar; me empiezo a asomar y veo dos helicópteros, un poco más atrás venían tres Dagger. Cuando los vi, pensé ‘estamos salvados’ porque iban a los barcos, vi que se levantó un humo blanco, y ahí nomás, los barcos salieron. Desde ese día los barcos no atacaron más de día, era siempre de noche, gracias a los pilotos hoy la estamos contando.
-¿Qué información les llegaba a ustedes de lo que estaban viviendo?
C.F.: -Nosotros tuvimos la suerte de tener un gran jefe, fallecido hace poco tiempo, que era el comodoro Carlos Corino, que venía a ser el padre de cada uno de todos los que estábamos en Río Grande, por eso se denominó Sector Defensa Río Grande y nuestro escuadrón se llamaba Avutardas Salvajes, porque estaba artillería, los aviones Fénix, los radaristas, sanidad, todo un conjunto de secciones y especialidades, todas en Río Grande, y teníamos la suerte de que este hombre, todos los días a las 6 de la tarde, reunía al personal y daba la noticia de lo que había sucedido ese día y de lo que se preveía para el día siguiente. Nosotros estábamos al tanto de todo.
D.B.: -En el caso nuestro, no nos enterábamos de nada, teníamos una radio que no sé quién la había conseguido y escuchábamos, pero la honda venía y se iba y escuchabas cómo iba la guerra y decían ‘vamos ganando’, eso era lo único, pero después nada más, era muy poca la información que teníamos.
Historia personal
-¿Qué es lo que más los marcó de participar en la guerra?
D.B.: -El bombardeo naval. Pasaron 40 años, se cierra una puerta y me hace pensar. El bombardeo naval es una cosa que te destruye anímicamente. A raíz de esto, tengo una anécdota: me caen dos cajas de chocolate, las dos iguales. Abro una, los cuento y les doy seis chocolates a cada Fierro. Se termina esa caja y abro la otra, era chocolate con maní y reparto seis a cada Fierro que faltaba, se van todos. Entonces un soldado se va a Fierro 6 y dice ‘no sé por qué el cabo principal les dio chocolate con maní a los otros y a nosotros chocolate solo’.
C.F.: -¡En la guerra!
D.B.: -Entonces Fierro 6 hace una carta, la cierra y manda al soldado a dármela. Cuando yo abro la carta, me había mandado al frente por los chocolates.
C.F.: -A mí me marcó haber perdido a los cuatro pilotos, nos dolió eternamente. Hubo gran unión entre la gente postconflicto, de los pilotos con sus mecánicos. Cuarenta y un años después seguimos haciendo reuniones para encontrarnos entre las Avutardas y el recuerdo eterno a los que quedaron, no sólo los cuatro nuestros, sino 649 en total y, en especial los 55 caídos de nuestra querida Fuerza Aérea.
-¿Tienen alguna anécdota en especial que quieran compartir?
D.B.: -A mí una vez se me pinchó la rueda de un tractor. Paró un jeep y me preguntó ‘¿qué pasó?’. Entonces yo me acerco y le digo ‘se pinchó la rueda del tractor’. Me responde ‘sáquela que yo voy al aeropuerto, hago unas cosas, vengo y la busco’. Él se va, sacamos la rueda y la dejamos al lado del tractor, cuando este hombre vuelve, toca la bocina, le cargan la rueda, se va y regresa al día siguiente con la rueda. Van dos soldados, la bajan y la ponen. A este hombre no lo vi más.
En el 2000 yo estaba en mi oficina de Tandil, levanté la cabeza y vi por el pasillo pasar a un hombre y dije ‘ese hombre que entró a ver al jefe de grupo, en la guerra me llevó a parchear una goma de tractor’. Cuando salió, en lugar de ir por donde entró, salió por la otra puerta de la oficina, entonces viene, empieza a saludar, y yo le pregunté ‘¿usted se acuerda de mí? Yo me acuerdo de usted’. Él me mira y me dice: ‘Yo en la guerra te llevé a parchear una goma de tractor’. No hace mucho venía caminando por Tandil, él me cruzó y me dijo ‘las ruedas del tractor, ¿están infladas todavía?’.
C.F.: -La peor jornada que pasamos fue del 17 al 18 de mayo, esa noche fue drástica porque hubo que hacer abandono de unidad y nos fuimos todos. A la hora de la cena, hubo una operación frustrada que se llamó Mikado. Ahí falló el helicóptero, erró las coordenadas y cayó en Chile, lo prendieron fuego y se entregaron a las autoridades chilenas. Éramos veinte personas durmiendo en un piso de 5 por 5 y encima, sin comer. Por suerte el ataque no se dio, pero se la pasaba mal por la incertidumbre.
-¿Cómo fue volver a casa?
C.F.: -Yo volví el sábado 19 de junio de 1982, cuatro o cinco días después de la culminación del conflicto. Tenía a mi hija mayor, con cuatro años y no me reconoció, no sé si ella se acordará de ese momento, se asustó. A los minutos se dio cuenta de que yo era su padre y volvió todo a la normalidad.
Al regreso me molestaba mucho la luz, porque nosotros llegamos a Río Grande y la noche era oscura, no había luz en ningún lado, por setenta días uno acostumbra la vista a oscuras y después te molesta. Es el día de hoy que yo no uso mucho la luz para caminar a oscuras.
D.B.: -Un día en mayo mi señora se vino con mi familia a Coronel Dorrego. Yo llegué de Malvinas, al otro día me levanté y me fui a trabajar como un día normal y ahí estuve una semana o más haciendo alertas, hasta que me salió venirme, así que me trajeron hasta Buenos Aires y luego hasta Bahía en avión, de ahí me tomé un colectivo y fui hasta Dorrego. Cuando llegué, me acuerdo que iba caminando y mi hija venía corriendo hasta que nos juntamos, lo que te puedo decir de eso es que comía morcilla con dulce de leche, tenía una desesperación. Después vi a mi hijo que hoy ya tiene 41 años, y ese fue el regreso.
(*) Esta nota forma parte de la serie de entrevistas realizadas bajo la tutela de la profesora Carolina Cordi por diferentes alumnos de Práctica Profesional I en la carrera de Comunicación Social Para el Desarrollo Local para ISFDyT 10, cada uno de los cuales eligió un entrevistado.