Hace poco más de un lustro, Norma Celasco le puso punto final a una trayectoria de 35 años como enfermera.

En principio, se desempeñó en el sector de pediatría del Hospital Ramón Santamarina y cerró su periplo en el Debilio Blanco Villegas.

Naturalmente, a través de tan largo trayecto vivió experiencias de distinta índole y recorrió diversas realidades institucionales del establecimiento como vaivenes de la ciudad misma.

Sobre su desembarco en el Hospital Ramón Santamarina, Norma cuenta que “en esa época se hacían unas prácticas de auxiliar de enfermería que duraban nueve meses, era poco tiempo pero intensivo. Teníamos alguien cerca respaldándonos, de eso se encargaban los enfermeros jefe, a quienes se llamaba cabos. En el primer tramo, nos enseñaban lo teórico y después teníamos que hacer las prácticas, durante los últimos seis meses. Practicábamos con muñecos, en esa época había uno que se llamaba René. Después, pasábamos a las salas. En ese momento, se usaba la enfermería empírica, por ejemplo, eras mucama y, si te veían que tenías condiciones para dar inyecciones u otras tareas, ya ingresabas de enfermera sin tener un título. También tenías que conformar a los jefes, que en ese entonces eran bravísimos. Los jefes respondían a una supervisora, quien fue la que me ofreció el trabajo”.

Pese a que rápidamente obtuvo su puesto, Norma admite que “no era una vocación para mí, sino que en la enfermería veía una salida laboral y terminó siendo el trabajo de toda mi vida. Por eso, siempre digo que, más allá de lo que estudies, tenés que aprender otras cosas, aunque en principio ni siquiera sepas de qué se trata, es necesario tener otra alternativa. Era mi caso al principio, yo veía sangre y me descomponía, no entendía cómo había gente que lo tolerara. Lo que sí me gustaba era la parte social, la idea de ayudar al prójimo”.

Acerca de sus primeras funciones, recuerda que “en esa época hacíamos de todo, aquello que estuviera a nuestro alcance lo hacíamos. No había aparatología y todo se hacía razonando. Hoy, vas al médico y enseguida te hacen muchos estudios, antes se sacaban conclusiones de manera más intuitiva. En esos años, el Hospital era mucho más chico, había menos médicos y eran muy estrictos con nosotros”.

En torno a los cambios, “trabajamos con muchos médicos y jefes, se iban cambiando de acuerdo con el gobierno de turno. También el avance de la tecnología marcó la llegada de nuevos aparatos y medicaciones. Fue muy distinto el trabajo que hacía cuando recién entré comparado con el que tuve al momento de mi retiro”.

A poco de su ingreso al Hospital, “fui derivada a la parte de atención a los niños. Me preguntaron si me gustaban los chicos y yo no tenía problemas. De mis 35 años, en más de 34 estuve en pediatría. No fue un trabajo que me haya agobiado en cuanto a la rutina. En esa época, los chicos permanecían internados durante mucho tiempo y me encariñaba. Ellos también, porque la visita de los familiares estaba restringida, era en un horario acotado. Además, cuando terminaba mi horario yo me desconectaba completamente de mi trabajo y me enfocaba en otras cosas de mi vida”.

Dentro de las facetas de su trabajo, los nacimientos: “Años atrás, el médico solía no estar en los partos y las enfermeras quedábamos a cargo. Ha pasado que había complicaciones y debíamos reanimar a los recién nacidos. En esa situación, teníamos que administrar el tiempo entre llamar al médico que estaba de guardia y atender a la madre y el bebé”.

En cuanto a lo económico, Norma recuerda que “siempre se decía que en el Hospital se ganaba mejor, pero cuando me tocó entrar a mí quedamos atrás de lo que se ganaba en la Clínica y el Sanatorio. Pero no me gustó trabajar en el sector privado, lo he hecho, en una oportunidad me llevaron porque inauguraban la sala de neonatología de la Clínica Chacabuco, Lunghi era el director y Alvarado el jefe del sector”.

Sobre su despedida, repasa Norma que “me guardé unos días de vacaciones, con lo cual me retiré alrededor de un mes antes de la fecha de jubilación. Cuando dejé de ir no extrañé porque cada vez que cruzaba la puerta hacia afuera me abstraía de mis funciones allí”.

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Norma y sus 35 años al servicio de la salud