La plegaria de los chicos que bregan por una oportunidad
Una decena de chicos que va entre los 10 a 12 años aguardan en Tandil en el registro de adopción en los juzgados locales. Algunas historias truculentas y otras –la mayoría- sencillamente y cruelmente atravesadas por el descuidado o el desamor. Han mostrado voluntad y deseo de formar una familia, pero los prejuicios, temores y la desinformación atentan contra sus posibilidades. La mirada de la Justicia de Familia. La experiencia de una mamá que adoptó un adolescente y su vida cambió para siempre.
Clarita se aleja del resto. Se sienta frente al ventanal y su mirada con sus pensamientos a cuestas viajan más allá de la perspectiva de los que conviven con ella en la casa de contención. Tal vez aguarda por la llegada de alguien. Más bien su deseo es que vengan por ella.
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Ya no tiene demasiados interrogantes por su pasado y con aquellos que por sus razones hicieron que esté donde está, institucionalizada, en la lista de adopción. Con once años, tiene ganas de otra vida. Más bien de una vida como las chicas de su edad. Quiere una oportunidad.
No es la única. Como ella, hay otras niñas, adolescentes, que están en la misma lista de espera que desespera. Pasan las horas, los días, los años, y lo saben, cuando más años tenés se hace más cuesta arriba que alguien te elija, logren congeniar para formar parte de nuevos y mejores días, con una familia.
Juan la supera en apenas un par de años y una historia no tan truculenta pero igual de dolorosa. No sufrió violencia, padeció desinterés. Sufrió desamor.
En el camino dentro de la institución vio como sus hermanitas corrieron ya con mejor suerte. Encontraron refugio fuera del Hogar de niños y no tan niños, como su caso. Supo que sus hermanitas ya forman parte de una familia. Tuvieron una oportunidad. Él no pierde la capacidad de esperanzarse en que llegará su turno también.
Nombres ficticios para historias reales. Chicos y chicas que han pasado los diez años de edad y que buena parte de ellos los han transitado en instituciones porque fueron salvados del entorno tóxico, nocivo, en algunos casos violento, que marcó sus días con la familia biológica.
Sobre ellos, los actores que integran el sistema de adopción (Servicio Zonal, Juzgados de Familia, Hogares de Contención, etcétera) los observan y contienen con especial atención. Saben que las chances de que tengan una oportunidad de rehacer sus vidas cada vez se acota más a partir de prejuicios, mitos y desinformación.
La mirada judicial
Hay una complejidad en el régimen de adopción en el que se podría circunscribirla en tres situaciones. Adopción de niños de 10 a 11 años, adopción múltiple (dos hermanos o más) y de niños con capacidades diferentes.
Así lo señala el doctor Ramiro Saralegui, magistrado a cargo del Juzgado de Familia 2 de la ciudad. “Vemos que hay una gran cantidad de postulantes para niños de uno o dos años, un poco menos para chicos de seis u ocho, y prácticamente nula a partir de los 12. Menos del uno por ciento de los postulantes está dispuesto a adoptar a un niño de 12 años o más”, describió con preocupación. A tal punto su inquietud, que lo llevó a conceder una entrevista con este Diario y salir del bajo perfil que suelen ostentar los operadores judiciales. La situación, sin dudas, lo merece.
Con despertar a la concientización y, en especial, el interés de aquellos con voluntad de adoptar y salir del prejuicio, se respirará con alivio. Se le estaría dando la posibilidad de cambiar el rumbo a esos chicos, chicas, que tienen sueños de familia. De vivir una mejor vida y escaparle a un futuro que, de no virar, podría terminar en oscuridad.
El juez señaló que en los Juzgados de Familia en la actualidad hay alrededor de 10 niños, niñas, por quienes han pedido al registro de postulantes y no hay en Tandil, ni en la provincia ni en el país. Luego se realiza una convocatoria pública.
“Por experiencias que ya hemos tenido con otras familias, creemos que hay un mito, un prejuicio, un miedo, quizás injustificado, que una familia encastre con aquel adolescente institucionalizado”, consideró Saralegui.
“Lo primero que hay que subrayar –agregó- es que se trata de chicos que tienen voluntad, ellos quieren una familia. No es que iríamos contra la voluntad de ellos. Entonces resulta muy frustrante para ellos una espera en el hogar de contención teniendo voluntad de conocer una familia y poder acoplarse a esa vida familiar, y que no haya postulantes”.
La invitación
La invitación es que aquellos que quieren dar en sus vidas un lugar a un hijo, puedan superar ese miedo y al menos acercarse al Juzgado, hablar con el equipo técnico y tomar conocimiento de esa historia de vida. Y aún más, conocer a ese adolescente.
“Yo hago ese llamado: que aquel que se anima a ahijar que pueda escuchar y después ver, analizar si puede o no con esa historia que le cuentan y ve. La realidad es que una vez que uno pone rostro, nombre a la historia, muchos miedos, prejuicios, muchos estigmas se evaporan. La intención, entonces, es que se animen”.
El magistrado reconoce que está la idea de que los chicos vienen con una historia cargada de violencia, de abuso, pero no siempre así. Más bien los casos que cuentan habla del desamor. Del no cuidado.
“Muchas veces no se trata de historias truculentas sino de tristeza por lo que no se le dio, pero que son jóvenes con una capacidad de resiliencia y con voluntad. Cuando tienen voluntad de conocer una familia es porque quieren una nueva oportunidad”, sentenció.
Existe un imaginario que con el chico institucionalizado es imposible generar un nuevo vínculo y es todo lo contrario, explicó. “Obviamente que estamos hablando de un proceso mutuo de elección. Es como un encastre, un rompecabezas que se tiene que dar para que funcione”.
Saralegui confió en que han tenido muchas historias muy positivas en ese sentido. “Como cualquier situación de crianza de un hijo, tiene conflictividades, pero como sucede en cualquier familia, y más con un adolescente. Es un desafío para cualquier progenitor”.
Aquellos interesados pueden ir al Servicio Zonal, al juzgado. Se mantiene una entrevista con el grupo técnico, respetándose la privacidad de los datos.
El juez insistió con lo de “ponerle rostro y nombre a las historias”, considerando que eso es permitirse conocer a ese chico, chica. “En esa instancia, la cabeza y el corazón ya cambian porque enfrente tenés una persona, no lo que yo me imaginaba”.
El juez cree que lo que está faltando muchas veces tiene que ver con dar ese paso que habla del conocimiento. “Es muy difícil generar ese espacio si no se da ese primer paso, que es conocer, escuchar esa historia, y con eso ver qué me genera. Después es un proceso de encastre, no automático. No es ‘yo quiero hacer el bien’. No. Es otra cosa”, aclaró.
Sobre los prejuicios, también sobrevuela el temor a que la institución se meta en la vida de ese mayor que se ofrece como adoptante. Hasta dónde indagará sobre su vida y su entorno.
El juez fue claro. No se trata de averiguar la cuestión material. “Dar el lugar a un hijo no necesariamente tiene que ver con lo material. Lo que uno indaga es sobre un deseo genuino que pueda respetar la historia del adolescente”.
Añadió al respecto que “si alguien pretende adoptar a un menor y se dé vuelta la página, que su historia quede guardada con cuatro candados, es no entender lo que estamos buscando. Lo que queremos es potenciar su historia y para potenciarla tiene que respetar la identidad de lo que vivió, así sea doloroso. Pero no lo podemos negar. A tu historia yo le quiero sumar mi historia, pero no negar el pasado. Se trata de una identidad continuada. Seguimos el mismo camino, ahora sumamos afecto”, definió el magistrado.
Otro de los temores también versa sobre la posibilidad de que aquel menor luego de un tiempo quiera revincularse con su familia biológica, con aquellos lazos frustrados.
“A todos nos pasa como padres que después de criar deja que vuelen, confiando en que del amor que se brindó durante todos aquellos años hará que regresen voluntariamente. Ha ocurrido que un adolescente regresó a sus primeros vínculos. Van, ven y se encuentran con lo mismo de antes y entonces ya está. Por eso a veces negar el pasado es generar un mito mayor o una fantasía”.
Saralegui contó que “ellos –los chicos- tienen expectativa de familia y a la vez tristeza por lo vivido, pero en nuestra función hay frustración e impotencia cuando vemos que alguien quiere una nueva vida y no se la podemos conceder. Y no es un problema estatal o de infraestructura, es un problema de familias que quizás tienen la inquietud, pero algo las frena. Insisto con esto de vencer el miedo. Acá nadie impone nada. Es la posibilidad de acercarse, conocer, escuchar, ver, y después decidir. Es darse la oportunidad”.
El juez reconoció que a medida que se prolonga el tiempo, a esos adolescentes le pesa esa imposibilidad de tener una oportunidad, de tener una familia. Entonces su futuro se condiciona, se torna sin proyección, con un estado de ánimo difícil de revertir para lo que le vendrá para sus futuros días.
Entonces se trata de eso. De aquellos dispuestos a dar amor. Hay casi una docena de menores esperanzados en recibir ese afecto. Sólo se trata de intentarlo. De animarse. La institución, el juzgado en ese caso, se coloca como puente para unir esos lazos, esa necesidad de dar y recibir amor.
La adopción, en primera persona
Una madre adoptiva relató a este Diario su experiencia, en pos de alentar a aquellos que, como ella, tienen ganas de ser madres, padres, y los estanca el temor, las dudas, a la hora de recurrir a la adopción, aún más cuando se trata de chicos más grandes.
“La adopción fue maravillosa. Lo más lindo que nos pasó en la vida. D. (la identidad del menor se preserva al igual que la de sus progenitores) es lo mejor que nos pasó”, contó sin titubear.
D. hoy tiene 16. Vive con el matrimonio desde que tenía 13. “Es un nene excepcional. Hermoso. Obviamente que la relación se fue construyendo de a poco. Al principio con cierta formalidad, ya que D. era un chico con capacidad de entendimiento, sabiendo de la vida, entonces con mi marido lo que buscamos fue crear una relación desde la naturalidad. De ser uno mismo y no tratar de forzar nada. Respetándonos unos a otros, respetar su historia, esperar que él se integre a nuestras vidas y nosotros a la suya”, subrayó.
Contó que se trata de un proceso de día a día. “Siempre vas descubriendo cosas nuevas. Tenemos días espectaculares y otros no tanto, pero como es la relación con un chico de 16 años. Pero sin dudas que se trata de una experiencia maravillosa”.
La mamá contó que estuvo muchos años tratando de ser mama de forma natural, después buscó por tratamientos de fertilidad hasta que resolvieron intentar con adoptar, lo que resultó algo totalmente gratificante para ellos luego del camino recorrido.
“Hicimos un largo camino con mi marido para llegar a este punto de la adopción. Muchos años de tratamientos, anotados en juzgados hasta que llegó el día que conocimos a D. No me imaginaba que iba a ser tan rápido. Me anoté en el mes de junio y en septiembre me llamaron para conocerlo, y en diciembre estaba ya viviendo con nosotros”.
Sobre el proceso, reseñó que primero “tuve una charla con la psicóloga, con la asistente social, quienes me contaron la historia de D., de qué se trataba el proceso de adopción, que, en el caso de un chico más grande, no se trata sólo de uno, si no también que el chico quiera vincularse. Tiene que haber una manifestación de parte del chico de su voluntad de tener una familia”.
D. viene de una historia compleja. Con muchos hermanos y con una madre que estaba vinculada a la delincuencia y consumo de drogas.
“El primer encuentro con él fue todo muy tenso -ahora recuerda entre risas-, pero de a poco nos fuimos soltando y fortaleciendo el vínculo”.
“Hoy, a tres años de esta experiencia, digo que el vínculo de padre e hijo se crea desde las ganas”, no dudó en definirlo.
Recordó que su marido fue quien tenía más reparos a la hora de adoptar un chico más grande, “porque está esa fantasía de que resulta complicado, la rebeldía de los propios años que tiene, el pasado con la familia de origen. Está claro que existen esas cosas, pero también están esos problemas cuando tenés hijos biológicos. Podés tener algún costado más complejo, pero no deja de ser un chico y por eso uno tiene que estar preparado para conocer, reconocer lo que le pasa”.
Ella reconoció que “una de las cuestiones que me costaba manejar con él era el tema de la frustración, por ejemplo cuando le iba mal en el colegio. Le iba mal en una materia y no se quería presentar. Yo me sentaba y conversaba mucho con él. ‘Bueno, tenés que ir igual a afrontar la situación’, le aconsejaba y finalmente salía del callejón”.
Sobre los miedos, reconoció que los tuvieron. El papá, sobre aquello de que pudiera ser un pibe rebelde, que le costara zafar de aquel pasado que vivió. Ella, como mamá, también algo de eso, acerca de su relación con las drogas a partir de lo vivido en aquel entorno pasado.
Asumirlo con naturalidad
“La postura que elegimos fue ser totalmente francos con él. Hablar mucho del tema. No es fácil. A veces se niegan, otras no quieren hablar”, reconoció.
Confió que “hace un tiempo la mamá biológica se puso en contacto con él a través de las redes sociales. Y no fue buena la situación que se dio. Ella lo amenazó con que iba a poner un abogado para que vuelva. Me di cuenta porque observamos que él empezó a tener una conducta poco común, empezó a andar mal en el colegio, hasta que hablamos y como tiene mucha confianza conmigo me contó lo que le pasaba. Estaba desestabilizado emocionalmente. Hablamos mucho y yo intervine, aclarándole que nunca le iba a prohibir el contacto con la familia de origen, siempre que la relación sea sana. Y bueno, el encuentro se dio y quedó ahí”.
La mamá sostuvo que “si uno ama tiene que estar confiado en ese amor y en lo que vuelve. Obviamente que uno tiene su costado egoísta y preferiría que ese pasado no regresara, pero se trata de una necesidad de él. De sanar su historia. Otra vez, la necesidad de transitarlo, de enfrentar esa situación para poder cerrarlo, curarlo y a partir de allí seguir adelante. Nosotros allí estamos para acompañarlo en ese proceso”.
No dejó de subrayar que en esto de la adopción “hay que tener mucho amor, mucha paciencia y muchas ganas”.
Sobre su vida, sus días, dijo que “es un caos ahora que está él, pero es un caos lindo (risas). Él es la energía que yo hoy necesito para seguir. Yo era una persona supe estructurada. Tenía todo bien diagramado. Mis días muy rutinarios con actividades estrictas y ordenadas y con la llegada de D. todo se revolucionó para bien. Empecé a relajarme y a que todo fluya, apostando también a la intuición”.
Como consejo, la madre soltó que a aquellos que lo estén pensando “les digo que experimenten la adopción. Hay muchos chicos que esperan por un hogar. No es fácil. Pero qué es fácil en la vida. La clave para mí fue la comunicación y ser honesto con uno mismo. Que uno no exija lo que uno no es. A veces uno le pone tanto peso a los hijos y los pibes tienen que hacer su propio camino”.
Sobre el proceso, reconoció que “la institución indaga mucho sobre vos. Pero si uno entiende lo que está pasando lo acepta. El sistema te está entregando un menor a una persona que no conocés. Entonces obviamente que tienen que indagar para saber a quiénes confían ese chico. Te hacen muchas preguntas. De índole económica, íntimas, pero creo que es lógico frente a lo que está en juego. Uno tiene que intentarlo. Si no lo hacés nunca vas a saber si era posible o no vivir lo que hoy para nosotros es la mayor alegría de nuestras vidas”.
Estadísticas
Las estadísticas ventiladas en la Suprema Corte de Justicia son claras como contundentes. A la hora del registro de voluntarios para adoptar según la edad, apenas el 0.36 por ciento de los postulantes acepta la posibilidad de un niño que supere los 10 años.
A más precisiones, la última publicación señala sobre el registro en el territorio provincial, según la edad, que para niños hasta un año se postularon 1.594 personas. A partir de dos años, 1.623. Ya con seis años, 811 familias. Con 10 años, los postulantes llegan al centenar. Ya con 12 años y más, apenas 15 ofrecimientos.
Respecto a la voluntad adoptiva según la cantidad de chicos. Por un niño/ña, 1.778, hasta dos niños, 1.041. Más de dos niños, 103.
Ya sobre el padrón para adoptar con un niño con discapacidades o patologías, el margen se acorta mucho más. No aceptan discapacidades, 970 postulantes. Física o sensorial, 70. Mental o intelectual, 20.
Según pasan los años
La estadística del Poder Judicial reseña sobre las guardas con fines adoptivos anotadas y comunicadas de 2013 al 2018.
En 2013, las guardas alcanzaron 393, de las cuales se dictaron 160 adopciones. En 2014, 456 guardas, con 231 adopciones comunicadas. En 2015, 489 guardas con 217 adopciones. En el 2016, 482 de los cuales fueron adoptados 286. En 2017, 657 de los cuales 340 formaron una familia. En 2018 de los 619 que se tuvo en guarda, 443 fueron adoptados.
A la hora de especificarse sobre el proceso de adopción, se detalla que cuando un niño/a o adolescente se encuentra en situación de adoptabilidad, desde el Registro Central se buscan postulantes aptos que tengan domicilio en la jurisdicción donde el expediente se tramita (en pos de mantener su centro de vida). Si no se encontraran postulantes cercanos, se buscarán en otras regiones de la provincia, para finalmente indagar entre todos los postulantes de la provincia de Buenos Aires. Si aún no se hubiere detectado un postulante interesado, se dará intervención al registro nacional que buscará en las distintas jurisdicciones de la Red Federal.
Si aun así no se hallan inscriptos dentro del sistema dispuesto a incluirse en un proyecto adoptivo, se formalizará una Convocatoria Pública de Postulantes con difusión en distintos medios. La actualización de ellas figura en la siguiente dirección: www.scba.gov.ar/informacion/novedadesvarias.asp?id=18&cat=46.
El número de convocatorias públicas vigentes tiende a la acumulación, pudiendo consignar que a junio de 2018 se publicitaron 135, en agosto del mismo año se divulgaron 144, a octubre de 2018 156 y en abril del año pasado se publican 170 convocatorias públicas de postulantes a guarda con fines de adopción, algunas de ellas también dirigidas a la búsqueda de tutores, referentes afectivos y figuras alternativas de cuidado. Abarcan a 210 niños, niñas y adolescentes, siendo de ellos 34 los proyectos que engloban a grupos de hermanos.