Día de la Madre
La maternidad adoptiva, la forma de maternar que atravesó la vida y el trabajo de la jueza Monserrat
Silvia Monserrat, titular del Juzgado de Familia 1 de Tandil, trabaja desde hace más de 12 años restituyendo derechos a niños en estado de adoptabilidad. Pero hace más de 30 años, ella y su marido adoptaron tres hijos de distintas edades y en diferentes circunstancias. Una historia de amor, construcción e identidad que, lejos de ser un jardín de rosas, es real y auténtica, como las múltiples maternidades que existen.
¿Qué significa ser madre? Hay tantas definiciones como experiencias. No se puede hablar de la maternidad en un sentido único. Cada vivencia depende del contexto social, las capacidades económicas, la mochila personal. No es lo mismo la maternidad biológica que la adoptiva, criar en solitario que contar con un entorno que apoye, tener un hijo que criar a dos o tres, o volver al trabajo pocas semanas después del parto, cuando finaliza la licencia por maternidad, que pedir una prórroga para estar con el bebé. Incluso una misma mujer puede tener experiencias distintas en función del momento vital por el que pase. Hay tantas madres como hijos y no hay modelos universales.
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Por fuera del ideal romantizado de madres perfectas están las madres reales, que maternan con el cuerpo y el corazón aún sabiendo que nada será fácil y que ese compromiso es para toda la vida.
La trayectoria vital de la doctora Silvia Monserrat está, de alguna manera, atravesada por su trabajo en más de un sentido. Se hizo cargo del Juzgado de Familia 1 de Tandil hace 12 años y desde ese lugar debe resolver día a día situaciones que, las más de las veces, son adversas o están interceptadas por contextos de violencia. Pero también es una de las responsables de resolver las adopciones en el distrito, una tarea que depara tristezas, gratitudes y alegrías en partes iguales.
Pero mucho antes de ocupar el puesto en el juzgado, Silvia y su marido habían adoptado a tres niños, en diferentes momentos de su historia y con distintas edades. Ella es la madre de Juan, Jorge y Máximo, de 33, 45 y 49 años respectivamente, Cuando llegaron a su vida Máximo y Jorge, que son hermanos biológicos, tenían 12 y 5 años. Después llegó Juan, cuando era un bebé.
De una familia tradicional ligada desde siempre el derecho, en ese entonces el trabajo de Silvia estaba lejos de los juzgados y los expedientes, se canalizaba en la actividad privada y transitando los pasillos de la Facultad de Ciencias Económicas de la Unicen como docente e investigadora, cargo que desempeñó durante muchos años y espacio en el que pensó que se jubilaría.
Pero la vida da muchas vueltas y quiso que en 2008, alentada por la secretaria de quien entonces era decano de Económicas –y quien hasta hace poco fue rector de la universidad-, Roberto Tassara, concursara para la magistratura, aunque al principio se resistió a esa idea.
Y así empezó a empaparse de las diferentes historias que llegan al juzgado de la calle Yrigoyen y se entregó por completo a la tarea para la que siempre sintió que estuvo predispuesta.
La vida misma
En diálogo con El Eco de Tandil, en su sobrio despacho, que además de los objetos de rigor tiene muchos portarretratos con fotos familiares y académicas, y algunas sacadas por su hijo menor en colgadas en la pared, Silvia empieza a hablar como quien deshilvana con cuidado una costura para exponer todos los costados de la maternidad que la atraviesan y atravesaron en todos estos años.
“Mi hijo menor no entendía porque yo había dejado de ejercer el derecho y un poco para estimularlo -en ese momento él estudiaba abogacía- y para reconectarme con una de mis pasiones decidí concursar, porque si había un cargo que me interesaba era el de jueza de familia, se necesita una vocación social para esto. Yo había trabajado mucho en adopciones, como abogada y como madre adoptiva, cuando eran diferentes a las de ahora y la ley permitía que la madre eligiera sus adoptantes”, recordó.
Antes bastaba con confeccionar un acta ante escribano público para iniciar el proceso de adopción directa, pero esta práctica está prohibida a partir de la sanción del nuevo Código Civil en 2015, para evitar la manipulación de los niños y que algunos adoptantes se aprovecharan de madres en situación de vulnerabilidad.
Desandando un poco estos caminos, a partir de la intersección de la profesión y su propia maternidad, a la jueza siempre le preocuparon dos cosas: la adopción como una forma alternativa de materna o paternar, ni mejor ni peor, pero distinta a la biológica; y el hecho de que los hijos adoptivos deben conocer su historia y acompañarlos en ese proceso.
“Creo que nunca hay que juzgar a las madres que dan a sus hijos en adopción porque nadie está en los zapatos de esa madre”, señaló.
Al respecto, compartió que los padres de sus hijos mayores fallecieron y por eso los cinco hermanos varones fueron dados en adopción, porque además Milagros, la progenitora de los niños, tras el fallecimiento del padre de ellos de forma inesperada en un accidente y ella misma víctima de una enfermedad terminal, quiso que sus hijos estuvieran bien cuidados y tuvieran nuevas familias.
“En el caso de mi hijo menor se trató de la decisión de una madre que no me corresponde a mí juzgar, pero sí me encargué de estar segura de que era una decisión firme de esa mujer y no impulsada por el entorno u otros intereses. Mi hijo menor conoce su historia y sabe quién es su mama, pero fue una decisión de él no conocerla aunque siempre supo que íbamos a acompañarlo en eso porque en casa se habló libremente del tema siempre, de manera muy natural. A los adoptantes les digo que esto siempre se habla, igual a los bebés aunque no entiendan –o tal vez sí en un punto-, pero es importante decirlo en voz alta”, graficó.
Maternidades y paternidades adoptivas
Desde que el Juzgado 1 empezó a funcionar, en marzo de 2009, se vivió una gran evolución no sólo en torno a los procesos de adopción sino también en la manera en que las adopciones son concebidas y tratadas en la sociedad.
“En trece años vimos una evolución y hace 35 años, cuando yo adopté, no era la mejor de las opciones, había gente que no quería reconocer que sus hijos eran adoptados, como si eso fuera un estigma. Ahora la adopción está insertada en la sociedad como una forma de maternar y paternar más, y de hecho hay personas con hijos biológicos que también optan por una adopción”, reseñó.
Y agregó que “la adopción es para el niño una forma de restaurar sus derechos y la verdad es que no buscamos niños para los adoptantes, buscamos adoptantes para esos niños, qué perfil de adoptantes ese niño necesita. Si bien se declara la idoneidad para ser adoptante, esa persona o pareja puede no ser idónea para un niño en particular o para el requerimiento de ese niño, niña o adolescente”.
Asimismo, Monserrat remarcó que es evidente que el padre o madre adoptiva no comparte genes con esos hijos y que incluso pueden ser muy diferentes todos entre sí, pero que eso no significa que una vinculación no vaya a funcionar y que de todos modos también hay miles de diferencias en las familias biológicas.
No obstante, sostuvo que se aprende en la convivencia, se pueden compartir gustos o gestos y reparó en que “vas a tener como hijo a alguien que no se va a parecer en absoluto a vos, algo que puede pasar con los hijos biológicos pero acá tenés la garantía de que no te va a pasar, entonces tenés que aprender a convivir con un hijo que es diferente, con niños que han pasado por situaciones de dolor y hay que vivir con eso, ayudarlos y acompañarlos para que entiendan que no todas las familias lastiman y que hay familias que sí protegen”.
Por otra parte, la magistrada ponderó que la adopción siempre fue vista como una elección mientras que el tener descendencia antes no era cuestionado, porque se vivía como el orden “natural” de la vida.
“Lo biológico era más cultural; te ponías de novio, te casabas y después tenías hijos, como una secuencia. Pero se puede elegir no tener hijos, a nadie debería sorprenderle que una mujer decida no ser madre, por ejemplo. Tenemos adoptantes que son chicas jóvenes sin ningún problema para ser madres biológicas que deciden ser madres adoptivas y no les interesa utilizar un sistema de fertilización asistida. Siempre hemos tenido familias monoparentales o monomarentales, pero son personas más grandes, en general. Y sin embargo, en este último tiempo han llegado al juzgado mujeres más jóvenes que tal vez después tengan una pareja o hijos biológicos, pero eligen hoy la adopción. Tener la posibilidad de elegir si queremos o no maternar y qué tipo de maternidad queremos es fundamental”, expresó.
El amor y los vínculos no entienden de edades
Además, Silvia se encargó de derribar un mito que sigue firme en el imaginario colectivo: que es más fácil adoptar niños pequeños. Esto aún se ve reflejado en los registros de adoptantes, porque el gran porcentaje de gente que se anota para iniciar un proceso de adopción, coloca entre sus preferencias que sean pequeños menores de 3 años.
“Hay adopciones de niños pequeños que han sido difíciles y con chicos grandes que han sido muy fáciles. La edad no garantiza absolutamente nada. Hay adopciones de niños que no han funcionado y de adolescentes que han sido maravillosas. Se pueden encontrar algunas espinas, pero también pasa con los hijos biológicos. Los hijos van a ser como ellos quieran ser y en la adopción esto uno lo entiende más rápidamente, por eso creo que es importante afirmar que la edad de un niño no es ninguna garantía de que ese proceso vaya a ser más fácil”, valoró.
En tanto, indicó también que “nadie se tiene que sentir un héroe porque adopta” y subrayó que “lo valioso fue que mis hijos me enseñaron a mí a ser madre, ellos hicieron cosas conmigo. Y a eso nos arriesgamos. No tengo ninguna duda de que lo mejor que hicimos mi marido y yo en esta vida es haber adoptado los chicos que adoptamos”.
Nadie dice que es fácil, pero cuando la decisión de maternar se hace desde un lugar genuino, con todos los dobleces que implica y angustias que implica, sin dudas es gratificante y hermoso.
Un poco como dice la canción del uruguayo Jorge Drexler: “Supe que de algún lejano rincón, de otra galaxia, el amor que me darías, transformado volvería un día a darte las gracias”.
Cómo inscribirse para adoptar
Para poder adoptar un niño, lo que primero que debe hacer una pareja o una persona interesada en ello es inscribirse en el registro de adoptantes. Para esto debe acudir a uno de los dos juzgados de familia de la ciudad. La primera quincena de cada la inscripción debe realizarse en el Juzgado de Familia 2 y la segunda quincena se encarga el Juzgado 1 que preside Monserrat.
“Les pido a los interesados que se acerquen al juzgado, acá se les van a dar todas las explicaciones y se inicia el proceso de evaluación. Este proceso determina si las personas son idóneas para adoptar porque no todo el mundo lo es. Pueden ser idóneos para tener hijos biológicos pero no adoptivos, no es un estigma pero es una necesidad sin la cual no podemos avanzar”, detalló.
Concurrida la etapa de evaluación, se les da el alta en el registro de adoptantes que rige para toda la Provincia. “Se los puede llamar según el perfil que tengan de cualquier juzgado provincial. Cuando tenemos un niño en estado de adoptabilidad pedimos el listado de adoptantes a la Corte Suprema y te mandan hasta 20 postulantes, donde están primeros los de la ciudad, después los del departamento judicial y luego familias de los lugares más cercanos. Niños grandes o con problemas de salud es probable que no haya en la ciudad y tengas que acudir a otras localidades”, desglosó.
En estos casos, cuando son adolescentes suelen tener mucho éxito las convocatorias públicas. Es que cuando no se consiguió familia para estos chicos en el territorio y más allá, se apela a la modalidad de convocatoria pública, que salen en general impresas en un diario de alcance nacional como La Nación, con los perfiles de los menores.
De esta manera, han logrado aumentar 4 veces las posibilidades de adopción de estos chicos. Por otro lado, también la Justicia debe respetar la voluntad de los niños y hay casos de menores que no quieren ser puestos en adopción o que se niegan a entablar vínculos con otras familias que no sean las de origen. Después de los 10 años, se respeta a rajatabla la voluntad del menor de no ser adoptado, sean cuales sean sus circunstancias.
“Cada adopción es diferente, se necesita de tiempo, trabajo y una construcción, hay procesos. En la actualidad el juzgado acompaña mucho más y hay profesionales que orientan, necesitamos adoptantes que no crean que vienen a un proceso que no es fácil, pero que puede ser hermoso.
“Difundir es muy importante porque cuanto más se conoce el tema, más impacta en la sociedad y más gente se decide por la adopción”, cerró.