Erich Mauro engalanó con su presencia la ceremonia por el sexagésimo aniversario del <a href="http://eleco.com.ar/etiqueta/museo-historico-fuerte-independencia">Museo Histórico Fuerte Independencia de Tandil (Mufhit)</a>, como integrante de la comisión fundadora de esta institución tan querida por la comunidad. A los 93 años, con una memoria prodigiosa y un sentimiento más que especial por el Museo, compartió con El Eco de Tandil los pasos iniciales de la casa que guarda las reliquias de esta ciudad de 200 años.&nbsp;Para Mauro, todo comenzó en el Museo de Bellas Artes, donde solía ver al escultor Carlos Allende durante sus exposiciones. En uno de esos vernissage, los presentó Guillermo Teruelo, un tío muy cercano al artista.&nbsp;“Yo ya había empezado a hacer alguna colección. Tenía tres fonógrafos que había comprado en Cerro Leones, de esos con corneta, y unas pistolas de dos caños, las Lefaucheux. Empezamos a conversar y yo no le dije nada de eso, pero me mostré interesado en el museo de él. Entonces, nos invitó”, contó entusiasmado durante la entrevista.&nbsp;El artista Allende había reunido valiosas piezas en su domicilio, ubicado en Chacabuco entre Sarmiento y Mitre, donde también funcionaba su taller. “Tenía la casa llena, con cosas importantísimas. Una colección privada. Yo vivía a una cuadra y media, pero no me animaba a tocarle el timbre. Era mucho mayor que yo, era un hombre grande ya, y yo tenía menos de 30 años”, prosiguió.&nbsp;Tras la primera presentación entre ambos, la oportunidad para acercarse le llegó de la mano de Guillermo Teruelo, con quien fue hasta la casa de Allende. “Ahí le comenté lo que tenía, pero no le dije que iba a ir a enseñárselo. Un día agarré el fonógrafo y lo llevé. Toqué el timbre y me atendió Alicia, la señora, que me hizo pasar. Cuando él viene del taller, al verme, me dijo: ‘Le picó el bichito’, y ahí empezó la relación”, graficó sobre aquella escena vívida en su memoria.Avanzada la amistad y compartiendo el gusto por coleccionar objetos antiguos, “hacíamos cambalache: yo le daba una pieza y él me daba otra que tenía repetida. Él decía ‘vamos a hacer un cambalache’”, refirió imitando la voz grave y solemne del escultor.&nbsp;Describió a Carlos Allende como una sencilla y buena persona. “Le gustaba trabajar de noche, porque su casa era una romería siempre. Primero que tenía familiares, sus dos hermanos, y su señora Alicia también tenía, pero aparte iba mucha gente a conocer el museo, muchos coleccionistas y estaba relacionado en Buenos Aires. Así que de día siempre había gente, y él trabajaba de noche”, puntualizó.&nbsp;Formales y organizados“Un día lo mandó a Carlitos, el hijo (de Allende), a casa, y me invitó a integrar la comisión del Museo del Fuerte”, contó Erich Mauro y agregó que “en la primera reunión me presentó. Yo ya conocía a Ricardo Ballent. Ahí él formó la Subcomisión de Museo. Él era el director, estaba Pedro Staneck y yo. Fijó tres veces por semana, y lunes, miércoles y viernes teníamos que ir a trabajar”.Los primeros pasos los dieron en 1959, mientras que la inauguración formal del Museo del Fuerte se produjo el 7 de septiembre de 1963. En los años previos, “a las 6 ó 7 de la tarde, inexorablemente lunes, miércoles y viernes, sonaba el teléfono: ‘Mauro, esta noche tenemos museo’”, sonaba del otro lado del tubo Allende, siempre en su característico tono grave.&nbsp;“Qué organizados que estábamos”, reflejó Erich, al comentar que “lo primero que hacíamos, bajo la dirección de Carlos Allende, era el recibo de las piezas donadas, él lo firmaba como director del Museo y se lo entregábamos al que había donado. Y las piezas que estaban en custodia, que el dueño entregaba como préstamo, también se les hacía un recibo y él lo firmaba. Después, todos los recibos yo los pasaba a un registro, un libro”.&nbsp;En aquellos inicios, la única dependencia de la casona de 4 de Abril en la que había objetos históricos era la sala pequeña ubicada a la derecha de la entrada, que es la bautizada “Carlos Allende”.&nbsp;Casa propiaDespués de 1963, Erich Mauro quedó ligado a las diversas comisiones directivas. Por aquel entonces, era secretario don José Prota, jubilado ferroviario que había sido jefe de la Estación de Trenes. Al poco tiempo, Prota dejó el cargo y la comisión directiva “me nombró a mí”. Así, muchos domingos por la mañana, el presidente Ricardo Ballent lo designaba para presidir actos y recibir a visitantes en su reemplazo.&nbsp;En cuanto a la sede actual del Museo, contó que su amigo Antonio Rizzo -con quien en 1947 se recibieron de profesores de dibujo y pintura- le contó que cuando vino de Italia junto a su familia habían alquilado esa casa. Enfrente, donde hoy está la Escuela Normal, había una cancha de fútbol y desde el balcón, Rizzo miraba los partidos. Luego, funcionó allí la pensión El Gaucho y posteriormente, la casona fue rentada por el Museo, hasta su adquisición.&nbsp;Corría 1965, cuando Erich Mauro, como secretario, y el presidente Ricardo Ballent, tuvieron el honor de firmar la escritura del inmueble de 4 de Abril 845.&nbsp;-¿Cómo fueron llegando las piezas al Museo?-En ese entonces, Ricardo Ballent tenía la casa de remate y era un habitué de los diarios de la ciudad. Así que llegaba una pieza importante y se le hacía publicidad. La familia Figueroa donó la sala íntegra y se le hizo una publicidad bárbara. Don Juan Adolfo Figueroa era coleccionista y fue comisionado de Tandil. Era descendiente de una de las primeras familias que vinieron a Tandil, los Gómez. Fueron de los primitivos habitantes.&nbsp;En otro pasaje de la charla, también destacó los aportes de Antonio Santamarina. “Mucho de lo que lo que hay en Tandil, la ciudad se lo debe a los Santamarina”, dijo y se mostró disgustado por el cambio de nombre de la Plaza de las Carretas por plaza Martín Rodríguez.&nbsp;“Esos eran terrenos de Ramón Santamarina, ahí paraban las carretas y las diligencias, y trasbordaban a la gente a vehículos más livianos para que no rompieran las calles. Siempre se llamó Plaza de las Carretas, que era la verdadera plaza, después Ramón Santamarina donó el terreno. Algún funcionario de esos que vienen, le cambió el nombre a Martín Rodríguez. Yo lo lamento”, expuso y subrayó que “la plaza es histórica”.Fogones de la PatriaComo partícipe de la fundación rememoró que desde el inicio, el Museo del Fuerte tuvo mucha publicidad y sus tertulias eran muy concurridas. En elegantes veladas, recibían a artistas consagrados, como mostró en algunas de las fotos que atesora junto al folklorista Eduardo Falú y el músico litoraleño Linares Cardozo. Actuaban en el Salón Parroquial -situado donde hoy funciona el Teatro del Fuerte- y luego eran agasajados en la sede de 4 de Abril.&nbsp;Además, organizaban Los Fogones de la Patria, en los feriados por fechas importantes para la Argentina y para celebrar cada aniversario del Museo. Ofrecían “una carne riquísima, se llenaba de gente”, contó Mauro y agregó que debían rechazar comensales por falta de espacio.&nbsp;“Se comían unos asados riquísimos y después, siempre había folkloristas y como último número, Ricardo Ballent zapateaba el malambo y tocaba el acordeón y bailaba. Tocaba tangos, rancheras, chamamé”, recordó y confió que con su esposa Catalina salían a la pista.&nbsp;En esas tertulias, la institución recaudaba dinero para los gastos de funcionamiento y esos encuentros sociales se publicaban en los diarios locales. “La gente entraba e iba mirando las salas, y en cada fogón se hacían muchos socios, y así empezó todo. Iban siempre el intendente, los jefes de las Fuerzas Armadas, el padre Actis y algunos otros invitados”, precisó.&nbsp;“Al principio no teníamos plata. Entonces, después de los fogones, al otro día, el domingo a la mañana, iban todas las señoras a limpiar”, mencionó. Además, esas mismas mujeres que integraban la familia del Museo hacían las tortas y las ensaladas.&nbsp;Erich señaló que ya en la década del 70, la tesorera era Sofía de Jayo y cuando dejó su cargo, la comisión lo nombró en el cargo. En distintos roles, estuvo en la comisión hasta enero de 1991, cuando se mudó a Mar del Plata, junto a su esposa Catalina y su hija Victoria.Nuevamente radicado en Tandil, lo envolvía la nostalgia cada vez que ingresaba a la casona. “Éramos todos amigos”, explicó y mencionó especialmente a Ismael Alonso, con quien forjó un vínculo muy cercano en la institución.&nbsp;“En la comisión no había diferencias, nos llevábamos todos muy bien, así que tengo muy buenos recuerdos de ellos. He ido algunas veces, pero los recuerdos me tapan”, compartió sobre sus visitas más recientes.&nbsp;“La cohesión y el buen entendimiento de las comisiones directivas lleva a que las instituciones se agranden. En el Fuerte no hay ningún milagro. Cuando fui secretario, hicimos trámites por entidad de bien público y hacía cartas para la Provincia y la Municipalidad, para los impuestos; para la Usina Popular; para la Nación. Cuando se obtuvo la personería jurídica, empezaron las exenciones”, repasó sobre la tarea administrativa.&nbsp;En tanto, valoró que “siempre la Municipalidad nos apoyó, incluso cuando hubo gobiernos militares, todos colaboraron”, y añadió que Ricardo Ballent era una persona muy apreciada en la comunidad, conocido por su profesión de rematador junto a su hermano Héctor, ambos muy honestos. Además, estaban Héctor Della Maggiora, que era dueño de la estación de servicio de España y Rodríguez; Sofía de Jayo, parte de una familia muy conocida; Domingo Polpadre, del rubro de los seguros y su esposa que era maestra. “Era toda gente conocida”, señaló.&nbsp;También mencionó como integrantes a Sarita Martínez Goya, a Lita Lissarrague y a su madre, y a Graciela Grasso. “Todas esas chicas estaban en la comisión cuando yo llegué. Eran nombres tradicionales, la gente les tenía confianza y tenían muchas amistades”, expuso.&nbsp;En familiaDurante muchos años, Erich Mauro trabajó en las oficinas de la fábrica Kafka y además, llevaba la contabilidad de algunas firmas, como la veterinaria Azcue y Elissondo. En paralelo a sus actividades para sustentar a la familia, siempre le gustó y disfrutó de la historia.&nbsp;“En Kafka entraba a las 7.30. Desde casa me quedaba a 6 kilómetros. Primero iba en colectivo, después en moto y luego en auto. En el Fuerte nos agarraban las 12.30 de la noche y nosotros bum, bum, bum, golpeando las paredes, hasta que los vecinos golpeaban y se sentían voces. Y don Carlos (Allende) era de la charla, le encantaba cuando se hablaba de historia. A veces le preguntaba cosas, y él iba en auto, me llevaba hasta la casa, me hacía bajar y agarraba los libros para mirar lo que yo le había preguntado que no se acordaba. Así que me agarraba la 1 de la mañana y a Kafka entraba temprano, iba con poco dormir”, describió sobre sus años de juventud.&nbsp;Por ese entonces, ya estaba casado -desde el 5 de octubre de 1957- con Catalina Luisa Vulcano, quien lo acompañaba a todos los actos y tertulias en el Museo del Fuerte. “Ricardo Ballent la elegía para servir la cabecera, donde estaba el intendente, los jefes de las Fuerzas Armadas y algunos invitados especiales. Era muy desenvuelta”, dijo sobre su compañera que partió en 2016 y a la que aún extraña.&nbsp;Catalina y Erich tuvieron dos hijas, Virginia y Victoria Eugenia. La primera le dio dos nietos, David y Natalia, y dos bisnietos. La segunda, radicada con su familia en Alemania, le dio otros dos nietos, Pilar y Manuel, a los que disfruta gracias al avance de la tecnología.&nbsp;Su hija Virginia recordó que le encantaba ir al Museo del Fuerte y que también sirvió las mesas en los fogones, colaborando con la institución, actividad que disfrutaba. “Es una historia de familia”, concluyó.&nbsp;////////////secundaria//////////Las anécdotas de la trastiendaDurante la amena e interesante entrevista con El Eco de Tandil, Erich Mauro compartió algunas de las tantas vivencias ligadas al Museo del Fuerte. Hoy se replican en estas páginas, donde quedarán plasmadas para la posteridad.&nbsp;Un gaucho “xeneize”Cuando se puso fecha para inaugurar el Monumento al Gaucho, habían cubierto la obra de Carlos Allende. La mañana del día del acto, el escultor se dirigió a la avenida Espora para ver cómo estaba todo y se le ocurrió quitar la tela para observar la escultura. “Le habían puesto la camiseta de Boca al gaucho”, dijo Erich Mauro entre risas.&nbsp;“Carlos le sacó la camiseta y volvió a poner la tela. A la tarde, cuando se inauguró, empezaron a tirar y no salía la tela, estaba enganchada arriba. Entonces, Pedro Staneck, que andaba a caballo, la agarró a Victoria, mi hija, y la subió para que desenganchara y dejara a la vista la obra”, remató.&nbsp;Vestigios de un beodo&nbsp;La Pulpería, uno de los espacios que más deslumbra a los visitantes, está armada en el Museo desde sus comienzos. “Cuando yo entré, las rejas ya las habían donado. Se dijo siempre que eran de una pulpería de La Numancia. Un día vinieron unos visitantes del paraje, gente muy mayor, y uno de ellos dijo ‘yo voy a corroborar si estas rejas son de La Numancia’. Empezó a tocar los fierros, uno por uno, hasta que encontró un barrote que tenía como un hachazo”, develó.&nbsp;“Entonces, el hombre dijo ‘estas son las rejas de la pulpería de La Numancia, porque mi papá era el que atendía. Pero estas rejas están al revés’. Es que la varilla tenía el tajo del lado de adentro y debía estar para afuera. Había sido un tipo que andaba borracho, que quería que le vendieran más bebida, entonces, enojado, sacó el cuchillo, dio un golpe y quedó el hachazo”, concluyó.&nbsp;El poncho de Tata DiosUna de las piezas más importantes del Museo es el poncho que perteneció al Tata Dios, a quien se le atribuye la famosa masacre ocurrida el 1 de enero de 1872 en esta ciudad. La valiosa reliquia fue donada por Antonio Santamarina.&nbsp;Recordó Erich Mauro que cuando estaban armando la sala Santamarina y fueron a colocarlo en la vitrina, abrieron el poncho y observaron que tenía un gran agujero rodeado de vestigios de fuego. Era la marca del trabucazo de cuando lo mataron, manos todavía hoy anónimas, mientras el preso dormía en su calabozo de la Municipalidad.&nbsp;Según contó, Gerónimo G. Solané –tal su nombre verdadero- había sostenido durante todo el juicio que sólo declararía ante el juez. Pues, según parece, alguien se encargó de callarlo para que no sacara a la luz su versión de aquella inquietante historia.&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;

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La fundación del Museo del Fuerte, en primera persona