La Fiesta Popular del Picapedrero hizo latir el corazón de Cerro Leones con sus propuestas
La segunda edición de la festividad tuvo lugar ayer en el histórico barrio. El buen tiempo acompañó la concurrida jornada que contó con diferentes espectáculos, conversatorios, muestras, charlas, recorridos guiados y feria. En el monumento al picapedrero se rindió un emotivo homenaje a uno de sus autores, el artista Eduardo Rodríguez del Pino.
Las piedras del paisaje fueron la materia prima que activó en Tandil una próspera cadena productiva que llega hasta nuestros días. Al son del pico y el cincel, durante décadas los picapedreros fueron capaces de doblegar la forma severa de las piedras para darles utilidad.
Recibí las noticias en tu email
En honor a esos hombres es que la ciudad cuenta desde el año pasado con la Fiesta Popular del Picapedrero en Cerro Leones, un barrio con fuerte identidad que reivindica parte de la historia tandilense. El sol de primavera acompañó la jornada de ayer en la que se desarrollaron numerosas propuestas artísticas y recreativas para celebrar la segunda festividad que busca revalorizar la impronta del lugar y del oficio que a principios del siglo XX revitalizó el pulso de un Tandil pujante.
Conociendo el barrio
La actividad comenzó después de las 10 con una bicicleteada y el cronograma concentró gran cantidad de alternativas para el buen marco de público que se acercó a disfrutar del evento. Con la Plaza de la Democracia como epicentro, la templada temperatura permitió que muchas familias acudieran con sus reposeras y el mate al espacio verde para presenciar los diferentes números musicales y artísticos que se sucedieron en el escenario principal. Además, los visitantes pudieron recorrer la feria copada por productores y artesanos locales, las muestras estáticas y los conversatorios, que aportaron su color al encuentro. También se homenajeó al artista Eduardo Rodriguez del Pino y al historiador Hugo Nario, vinculados a Cerro Leones a través de sus obras.
A media tarde se inició una guía turística comunitaria realizada por estudiantes de la Escuela Secundaria 16 y de la Escuela Técnica 5, y la colaboración de Analía Ríos, gestora cultural y turística. El recorrido tuvo como punto de partida la plaza y posteriormente la columna de gente se desplazó hacia el Circuito Juan Basso Aguirre, habilitado en 1954 y que dejó de funcionar hacia finales de los años 80. Ríos recordó que el público iba con sus sillas, mesas y parrillas para hacer asados, y contó que los organizadores de las carreras “tenían que pedir que los asados se armaran después porque el humo tapaba la visión y hacía chocar a los autos”.
La visita guiada desembarcó, luego, en una casa histórica que se conserva en su estado original, ubicada en Basso Aguirre y Pascuzzi. Según refirieron las alumnas guías, ese tipo de construcciones eran típicas de la principios del siglo XX y constituían la vivienda de los peones golondrinas que trabajaban en las canteras. Salvo excepciones se construían en chapa y madera con techo a dos aguas, y eran fáciles de desarmar y trasladar de acuerdo a las necesidades de los trabajadores.
Aquí se respira lucha
El relato de las estudiantes atravesó los diferentes periodos históricos. En medio del discurso, las jóvenes detallaron que la cantera atrajo a numerosos inmigrantes ávidos de “hacer la América” en estas tierras y forjar un destino. La llegada del tren en 1883 reconfiguró el sistema canteril y permitió que prosperara. Así fue como las explotaciones se transformaron en pequeñas comunidades con sus propias reglas. Al principio, los patrones daban comida por trabajo hasta que se estableció una moneda interna de cambio, denominada ficha o vale, que tenía grabado el nombre de la cantera
De las entrañas de la tierra se extraían diferentes tipos de roca y cercos de alambre separaban los predios del resto del poblado. Los límites físicos devinieron en símbolo del sometimiento que motivó la huelga grande de 1906.
Las retamillas tan características de la zona, introducidas a principios del siglo XX, cubren por aquí de amarillo la tierra. En ese marco, el grupo siguió avanzando hasta un pequeño claro del camino, por la calle Basso Aguirre, donde aparece la laguna.
“La laguna tiene ese aura mística, es una pequeña laguna muy contaminada, las algas que se ven denotan la presencia de dióxido de carbono y la escasez de oxígeno”, ilustró Ríos. El público quedó del otro lado del alambrado. Las cavas, el espejo de agua, el manto de flores amarillas, están en tierras que son de dominio privado.
Corazones de piedra
La guía turística se detuvo en el monumento levantado en 2006 en ocasión de cumplirse el centenario de la creación del primer sindicato local de la piedra, obra encargada por AOMA (Asociación Obrera Minera Argentina) y ejecutada por Jesús Duarte y Eduardo Rodríguez del Pino en honor a los “hombres de la piedra”. Las alumnas de las escuelas involucradas en el trabajo, recordaron que el monumento es un homenaje al proceso de lucha de los trabajadores que se organizaron para conquistar sus derechos laborales.
A continuación, Anabela Tvihaug, de la Secretaría de Extensión de la Unicen, expresó la alegría por contar con la presencia de Rodríguez del Pino “Pinito”, uno de los maestros del oficio de la piedra y reconocido artista plástico tandilense.
“Maestro y artífice de revitalizar siempre a los picapedreros y su historia. Todos nosotros necesitamos abrazarlo, no es un homenaje protocolar, somos de los que se miran a los ojos, se abrazan y agradecen”, expuso. El público estalló en un sentido aplauso hacia el hombre que, de pie y con humildad, recibía la gratitud de ese abrazo colectivo.
Por su lado, Analía Ríos contó que conoció de su mano “un proyecto hermoso”, que era la creación del primer taller de rescate de oficios del picapedrero. “Los pocos que sabían el oficio a fines de los 90 transmitieron a otros el saber, y después se formó la escuela que tiene réplicas en otros sitios, para recuperar el carácter fundante de la cultura trabajadora. Por la cantidad de alumnos que formaste, por todo lo que me enseñaste, por el amor con el que vas a elegir los bloques en los que tallás tus obras maravillosas, gracias”, se emocionó.
Siembra de amor
Tras compartir un breve poema, los organizadores entregaron al artista un pergamino firmado por el intendente Miguel Lunghi, el rector de la Universidad Nacional del Centro Roberto Tassara y todos los concurrentes con la leyenda: “A Eduardo Rodríguez del Pino, artista plástico, continuador de la artesanía milenaria de los entrañables picapedreros”.
Como cierre de esta parte, Mariana Hoffmann y Cecilia Pagliaro le ofrecieron al hombre un presente y obsequiaron a la multitud semillas para hacer “una siembra de amor al voleo” y que la tierra le dé vida a lo que decida.
El recorrido siguió por el histórico bar “El cerro” y el Club Figueroa, y retornó al punto de partida. Los festejos concluyeron a la noche con alegría y espectáculos musicales que coronaron la festividad con la promesa de volver el año que viene.