Antes de aquel lejano 30 de julio de 1882 ya había habido varios intentos de hacer periodismo en este valle. Tandil nos asombra siempre, en cada tema. A partir de la segunda mitad del siglo XIX, cuando la gran mayoría de las ciudades de la región todavía no existían, en este bendito suelo teníamos de todo. Escuelas, comercios, herrerías, boticas, fondas. Y periódicos también.

Don Narciso Domínguez era un criollo inquieto, hacedor, amigo de Juan Fugl. Por 1854 no había mucha gente. Poco más de tres mil personas en todo el partido, pero en el área “urbana” no llegábamos al millar todavía. De ellos, no más de un centenar estaba en condiciones de leer. Aunque supieran deletrear, no había nada. Ni libros ni bibliotecas. Para el lanzamiento del “Martín Fierro” todavía faltaban 18 años. Y sabemos que la obra de Hernández, por mucho tiempo fue el libro único existente en cada rancho del país.

Pero don Narciso tenía ganas de difundir lo poquito que daba vueltas por aquella vieja aldea serrana. Dicen que las plumas de pavo eran las mejores para garabatear letras, por la época. Y el hombre se puso a escribir el periódico -manuscrito- al que denominó “El Pueblo”. Vieja prensa mediante, lo multiplicó por una treintena. Mucho más no hacía falta. Pero los interesados en “saber de qué se trata” se dieron el gusto. Narciso Domínguez, pues, pionero en la gráfica lugareña. ¡Salud!

SPIKA, LA LEYENDA DEL MANANTIAL Y UNA PINTURA DE AQUELLA ALDEA

Después del manuscrito El Pueblo, Pedro Ugalde fundó “El Correo del Sud” en 1872.

No hay referencias de “La Tribuna” (1875) pero sí de “El Porvenir”, de ese mismo año, que surgió de la mano de Rafael Pites.

Por 1879, Enrique Spika dio lugar al periódico que denominó “La Voz del Pueblo”. Al año siguiente nacía “El Presente”, a cargo de Francisco García y Norberto Casco.

Pero nos vamos a detener en la obra periodística y literaria del amigo Spika, porque en 1882, en coincidencia -días más, días menos- con el surgimiento de EL ECO, publicaba en dicho periódico su versión respecto de la famosa leyenda del Manantial de los Amores, una especie de cuento que este colega de un siglo y medio atrás redactó -y muy bien- sobre la base de hechos reales, según asegura. Es interesante destacar que el autor se remonta al año 1859, lo que da la pauta de la antigüedad de estos sucesos.

Por razones de espacio, no publicamos su texto completo. Pero creemos que lo que más nos importa en este caso, es la descripción que realiza de aquel viejísimo Tandil de 1859, trece años antes de EL ECO.

-“Como a unos 1.500 metros del Tandil, al pie de uno de los cerros que lo circundan hacia el sudeste, hay un manantial de riquísima agua potable, que desliza su pequeño caudal por entre una vegetación siempre verde y lozana, sombreada por las hojas y ramaje humilde de grandes sauzales, en cuyas copas lanza al aire sus cánticos amorosos la melancólica tórtola, aumentando, con la armonía del sonido, la poesía y belleza del paisaje.

Ese manantial es conocido con el nombre que sirve de epígrafe a esta leyenda.

¿Por qué se llama así?

¿Quién le bautizó con ese nombre?

Si el amable lector quiere continuar leyendo, se enterará del asunto.

Retrocedamos veinte años atrás.

Contemplemos por breves momentos, con el poder de la imaginación, al Tandil del año 1859.

¿Queréis verlo?

Helo aquí.

Unas cuantas calles y callejuelas tortuosas.

Un hueco en cada bocacalle.

La vegetación cubriendo casi todas las veredas.

Las manzanas a medio poblar, con uno que otro rancho de barro y paja y una media docena, en todo el pueblo, de edificios de material.

En donde ahora está situado el edificio de la sucursal del Banco, se ve una mole grotesca. Es un rancho largo y espacioso, con tres maderos a la puerta, en forma de horca. Ese rancho es la iglesia. Los maderos, el campanario”.

“LA AVISPA” APOSTABA A “COMBATIR LA IGNORANCIA”

El número uno de “La avispa” apareció el 18 de enero de 1880. En uno de los párrafos de la presentación, reflejaba (con la gramática de la época):

“Combatir la ignorancia, la maldad y las preocupaciones y vicios sociales es la misión de esta leve hoja, lanzada hoy al viento de la publicidad.

Si llega á tener acogida en el público, se verán colmadas las aspiraciones de sus fundadores.

Si sucediera lo opuesto?

Que la tierra le sea leve! Hasta los cadáveres fecundan á esta madre común y algo siempre queda de la simiente arrojada.

Salud a todos los que compren un número!”

EL CORREO DE LAS NIÑAS

El miércoles 2 de julio de 1879 los muchachos de EL CORREO DE LAS NIÑAS publicaban el número 9 del periódico, al que definían de la siguiente manera:

“Periódico literario joco-serio. Órgano de los intereses sociales del Tandil, Ayacucho y Juárez”.

Mencionaban también que la redacción era “anónima”. “Suscripción mensual 15 pesos. Número suelto 5 pesos”.

Anunciaban un “interesante regalo”, con la siguiente redacción textual:

“Aviso importante: se participa á los señores suscritores de El Correo de las Niñas que en la presente semana se empezará á cobrar la suscrición á los meses de Mayo y Junio últimos.

Junto con el recibo se entregará á cada suscritor un número con el que habrá acceso a una de las siguientes suertes que regala la Dirección de El Correo de las Niñas á sus favorecedores.

El regalo es el siguiente, repartido en tres suertes:

Para el primer número premiado:

Un reloj de oro, para señora.

Para el segundo número: Un álbum de retratos.

Para el tercer número: Una caja con una docena de pañuelos finos de hule.

Cada regalo irá acompañado de un retrato e fotografía del redactor en Gefe de El Correo de las Niñas.

Debemos advertir que este ofrecimiento no es una farsa y que lo hace la Dirección como una prueba de gratitud por la generosa y espléndida acogida que ha merecido y sigue mereciendo El Correo de las Niñas.

Como prueba inequívoca de verdad publicaremos en el próximo número el nombre de las personas á quienes toquen los regalos puestos en suerte.

Se suplica a los suscritores conservar el número que se les entregue con cada recibo para que no haya confusiones”.

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