Lesa Humanidad
Con ásperos testimonios de sobrevivientes, el juicio de La Huerta tuvo su segunda audiencia local
El TOF 1 de Mar del Plata se constituyó en la ciudad para llevar adelante la jornada judicial en la que declararon cuatro testigos, secuestrados y torturados en la Comisaría Primera y la Quinta de los Méndez. Aportaron nombres y reconocieron lugares de cautiverio, en medio de conmovedores testimonios.
Como se había anunciado, ayer se desarrolló, en el Aula Magna de la Universidad Nacional del Centro, la segunda jornada local del juicio por delitos de Lesa Humanidad conocido como La Huerta, por los crímenes perpetrados en los circuitos represivos de Tandil y Azul durante la última dictadura cívico militar. Aunque el proceso se lleva a cabo en Mar del Plata, existe el compromiso de que algunas audiencias, que se hacen cada 15 días, tengan lugar en Tandil, como sucedió en esta ocasión y el pasado 6 de mayo, ante un recinto colmado de público.
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Para ello, arribó a Tandil el Tribunal Oral Federal 1 de Mar del Plata, conformado por los jueces Nicolás Tosseli, Luis Imaz y Fernando Machado Pelloni, y la magistrada suplente Sabrina Namer, quienes escucharon los testimonios de Jorge Guillermo Andreasen, Rubén Luis Alegro, Mario Isidoro Bastianelli y Walter Raúl Fernández, exdetenidos desaparecidos del circuito terrorista local.
En tanto, por el Ministerio Público Fiscal Federal estuvieron presentes los doctores Santiago Eyherabide, Julio Darmandrail y María Eugenia Montero. También hizo lo propio la querella de las víctimas, la Subsecretaría de Derechos Humanos bonaerense y la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, en la figura de los abogados Guillermo Torremare, César Sivo, Manuel Marañón y Ariel Pellegrino. También estuvieron los defensores oficiales Manuel Baillieau y María Isabel Labattaglia.
En simultáneo, de manera virtual estaban conectados los acusados y sus defensores. En la mega causa, hay 26 imputados, entre ellos exmilitares, expolicías y civiles, como los hermanos tandilenses Emilio y Julio Méndez, condenados previamente –y luego absueltos- por el secuestro, tortura y asesinato del abogado laborista Carlos Moreno.
En el debate -que se prolongará por dos años- se exponen los hechos cometidos en perjuicio de 109 víctimas en el marco de dos procesos judiciales: la causa denominada La Huerta en la que se investigan crímenes cometidos en el campo General Mariano Necochea -conocido con ese nombre- ubicado sobre el acceso a la Base Aérea; en la “Quinta de los Méndez”; en el exInstituto Superior de Educación Rural (ISER); en las comisarías Primera y Segunda de Tandil; y casos acumulados en otra investigación instruida en Azul por delitos concretados en esa ciudad y en Cacharí, Saladillo y Las Flores.
La larga noche de Andreasen
El mismo día en el que se cumplía un nuevo aniversario de La Noche de los Lápices y 37 años después de que el fiscal federal Julio César Strassera cerrara su monumental alegato en el Juicio a las Juntas con la histórica frase “Nunca más”, cuatro hombres se sentaron en el banco de los testigos para traer al presente, tantas décadas después, los tormentos sufridos en manos de los militares y policías acusados. Los nombres de algunos acusados y de otras personas ya fallecidas resonaron en el Aula: Vapore, Sánchez, Tolosa, Méndez, Piñeiro, Mangudo y Carlucho fueron mencionados por los declarantes.
El primero fue Jorge Andreasen, citado por la Fiscalía, que contó que fue secuestrado el 13 de abril de 1976 en el bar del club Santamarina por Héctor Alberto Mangudo, miembro de la Policía bonaerense, quien se lo llevó a plena luz del día tras amenazarlo con un arma.
De ahí se dirigieron al Correo Central, ubicado en ese entonces sobre Rodríguez, y le exhibieron una caja con una encomienda que nunca le había llegado porque estaba mal anotada su dirección. En la caja había municiones, granadas y una carta, en la que supuestamente él admitía liderar una agrupación extremista que planeaba matar al Intendente de turno.
El fallecido comisario Piñeiro le mostró las granadas y las guardó en su bolsillo. Por este extraño episodio, el hombre fue exonerado de la fuerza. Ahí se supo que Piñeiro, disfrazado de gaucho, las había despachado en el mismo correo y había sustraído las granadas desactivadas del Ejército.
Después del correo, a Andreasen lo llevaron a la Comisaría Primera donde estuvo cerca de 10 días detenido, antes de ser trasladado al Penal de Azul, donde fue blanqueado como preso político.
La identificación de la quinta
Si bien permaneció ilegalmente en cautiverio en la sede policial, lo llevaron de noche a un lugar que, a posteriori, pudo identificar como la Quinta de los Méndez, donde fue sometido a interrogatorio bajo tortura.
“Viajé encapuchado boca abajo, tirado en el piso de los asientos de atrás, con policías que me pisaban, la verdad es que yo estaba en otro mundo, no tenía idea de nada”, describió.
La casa en cuestión se encuentra ubicada en las actuales calles Juan Manuel de Rosas y Scavini, y es un sitio señalizado como excentro clandestino de detención. En sintonía, el testigo relató que un par de año después junto a Jean Pierre Louis Tailmitte, alias “el Francés”, quien fue su compañero en el cautiverio, se abocaron a reconstruir el camino que habían hecho en ese entonces para tratar de dilucidar a dónde los habían llevado, y notaron que habían atravesado dos vías.
Al ir en auto, revivió la sensación de pasar por las vías del tren. En tal sentido, sostuvo que descartaron primero los cuarteles, el lugar más obvio, y recorrieron la zona del club Uncas. Su compañero se percató de que habían transitado por curvas sinuosas, que habían pasado las vías que estaban camino al Cementerio Municipal y a una cantera. Ese trazado ferroviario ya no existe, pero era fácilmente identificable en esa época y les dio la pista necesaria para poder identificar el lugar.
Intimidaciones
Asimismo, el hombre compartió ante la sala que antes y después de su secuestro había sido intimidado y perseguido, que el subcomisario Néstor Vapore lo violentaba y golpeaba sistemáticamente, y que después de su liberación, cuando se lo encontraba en la calle lo provocaba e intimidaba, diciéndole que era su “preso favorito”.
De hecho, en una oportunidad, más cercana en el tiempo, Andreasen propinó una golpiza a Vapore y cayó una restricción de acercamiento sobre el policía retirado. Vale reseñar que Néstor “Coco” Vapore era un muy conocido policía de Tandil, comisario jubilado de la Seccional Primera en los años de plomo y condenado en la causa Monte Peloni juzgada en Olavarría.
Además, la víctima recordó que muchos años después también se encontró con uno de los hermanos Méndez (no pudo especificar cuál de ellos) en una florería céntrica y cuando éste se acercó a saludarlo, Andreasen le espetó que no lo iba a saludar porque había prestado la quinta para torturar. Seguidamente, refirió que Méndez le dijo “yo no la tenía (la quinta), la tenía Pico Mónaco”.
En paralelo, mencionó que en otra ocasión llevó a una de las hijas de Méndez a una casa cerca de la quinta y que la joven le dijo “no te pongas nervioso, mi papá dice que no tenés nada que ver” y que nunca más la vio. En tanto, consultado por la querella, Andreasen respondió que las torturas le dejaron secuelas físicas, emocionales y psicológicas.
En contrapartida, en el medio de su declaración testimonial, eximió de culpa al expolicía Jorge Aníbal Tolosa, uno de los acusados, y aseveró que es una “excelente persona”. En esta línea, afirmó que Mangudo, el policía que lo fue a buscar al club Santamarina, tampoco estuvo implicado en las torturas.
Sin embargo, expuso que “yo sabía que estaba Vapore, lo vi con mis ojos, me pegaba, y me obligó a hacer un ‘trencito’ con Jean Pierre y Alegro cuando estábamos detenidos”.
El interrogatorio de la defensa
A su turno, el defensor Baillieau preguntó por algunas ubicaciones y si había estado en la estancia La Blanqueada. También inquirió si fue “para el norte en ese viaje que describió, donde hay otras vías como las que mencionó antes”, algo que el testigo negó.
El defensor cuestionó cuántas veces había sido detenido antes de 1976, pero el testimonio de Andreasen por momento tenía digresiones y hasta se disculpó por su fuerte temperamento. Esto obligó durante toda la declaración, tanto al fiscal como a los abogados, a tratar de ordenar su locución a través de preguntas.
“Fui detenido varias veces por la policía local, me pedían el DNI y me levaban adentro. Es cosa de la policía, no mía, tenían problemas conmigo los milicos porque era mal llevado y contestaba, antes de abril del 76 me habrán llevado cinco o seis veces. Vapore siempre me pegaba en la Comisaría Primera y a Piñeiro lo conocía de la confitería La Ideal, era un tipo raro que me miraba y yo me reía”, se explayó.
A continuación, el defensor José Galán, quien patrocinó a otros represores en el juicio de Monte Peloni, desde la plataforma ZOOM interrogó al testigo y protagonizó un cruce tanto con Andreasen como con el presidente del Tribunal, Nicolás Toselli.
En este contexto, preguntó si se le formó una causa penal por el tema de las granadas y Andreasen remarcó que no lo sabía. “Sé que estuve preso, pero nunca supe de qué me acusaron, preso político fui y cuando me largaron me dijeron que me olvidara. No tengo antecedentes por eso de las granadas, que sepa”, relató.
Utilizando la evidencia recogida en el legajo de prueba presentado por la Fiscalía Federal, Galán empezó a indagar en su vida personal y en su matrimonio con la hija de un militar, María Luján Márquez, además de citar una declaración del testigo realizada en otro marco y otra causa, con la intención de ver si decía lo mismo o no.
En este punto, el juez objetó a la defensa y desestimó la pregunta. Asimismo, al escuchar el tenor de las siguientes preguntas sobre la vida privada de Andreasen, Toselli pidió que aclarara entonces la vinculación con el objeto procesal porque no le parecía pertinente.
Así, la estrategia legal de Galán se centró en la vida íntima del testigo y su temperamento, para intentar descalificar sus palabras y desviar la atención hacia otras características de la historia.
“Necesito definir ciertos aspectos para que el tribunal pueda tener una visión de las condiciones personales del testigo. La mera aserción de acusaciones gravísimas, se nombra gente y ahí se termina todo. Necesito ver si los elementos son ratificados o no por el testigo”, puntualizó el defensor.
En tal sentido, interrogó sobre una amenaza de muerte a otras personas, acerca de la venta de objetos personales de su exesposa y preguntó por un automóvil coupé, que habría ocasionado la pelea del testigo con su familia política.
Finalmente, estas y las preguntas siguientes –que generaron el encono del testigo- fueron denegadas por el Tribunal por improcedentes. “No voy a admitir más preguntas en esa línea”, dictaminó Toselli.
El testimonio de Alegro
Luego fue el turno de Rubén Luis Alegro, quien en el año 1976 manejaba la confitería Bonanza junto a su hermano, que luego tuvo que dejarla para asumir como gerente en el Banco Comercial. Además, Alegro había iniciado una carrera militar, pero solicitó la baja mucho antes del Golpe de Estado para dedicarse a otras actividades.
La víctima narró ante el Tribunal que lo secuestraron a mediados del 76 de su casa de Vélez Sarsfield y Brandsen, donde vivía con su esposa y su suegra. “Golpearon la puerta, me pusieron una Itaca en la garganta y me llevaron contra la pared. Rompieron todo, hasta sacaron los sanitarios, cosa que me llamó la atención”, graficó. Y reflexionó que “sabía que los militares andaban en cosas raras, pero yo estaba en otra cosa hasta que me tocó a mí”.
En su relato pormenorizado, que emitió de una forma pausada, concisa y clara, detalló que lo llevaron encapuchado en un patrullero hasta la Comisaría Primera. La modalidad era la misma que con Andreasen; detenido en la Seccional Primera y trasladado a la quinta para ser torturado.
Precisó que lo estaquearon a una cama y que lo mojaron para picanearlo. Aportó que el piso era de madera y que al principio, creyó que estaba en los galpones de los cuarteles, lugar que conocía bien por su pasado en las Fuerzas Armadas.
Su relato se volvió muy denso cuando contó que, además de aplicarle corriente eléctrica, lo vejaron con ferocidad. "No me violaron directamente pero lo hicieron de otras formas. Me hicieron cosas que me da vergüenza contar”, expresó conmovido.
Como lo picanearon en los genitales y lo violentaron atrozmente, pensó que no iba a poder tener más hijos (su mujer estaba embarazada en ese entonces), pero contó que después tuvo un hijo más. También señaló que le pisaron los dedos y se los quebraron. Además, describió que no fue alimentado en todo ese tiempo –no le daban agua tampoco porque estaba contraindicado con la picana- y recibió asistencia médica un par de días antes de ser liberado.
La vida después
Alegro estuvo encapuchado casi todo el tiempo que duró su cautiverio y sólo alcanzó a ver un lugar grande y las insignias militares de dos hombres, a las que pudo identificar como coronel y mayor, pero nunca vio rostros. Al que pudo reconocer por la voz y colocar en el lugar de los hechos fue a Vapore. También mencionó a Fernando Antolín Sánchez -personal policial de la Comisaría Primera-, fallecido en 2018.
Cuando Vapore le informó que lo iban a soltar, le pidió que pusiera la mente “en blanco” acerca de lo acontecido durante esos días. Lo soltaron una medianoche de llovizna y volvió a su casa por sus propios medios, donde al llegar no lo reconocieron. Estaban en ese momento en el domicilio su hermano, su esposa y su cuñada. Llegó derecho a higienizarse y dormir. Tardó 15 días en recuperarse y regresó a hacerse cargo de la confitería, que fue allanada luego de que lo “chuparan” y le robaron mercadería, aunque no pudo precisar exactamente qué pasó ahí ni cuándo. También describió que su vida declinó después de eso, que hasta su gente cercana lo miraba con desconfianza por lo sucedido y que en 1980 se separó de mujer, además de otras decepciones.
Asimismo, reconoció que compartió sitio de tortura con Tailmitte y Andreasen, y definió un buen concepto de ellos, a quienes conocía del bar que regenteaba. En simultáneo, aseguró que nunca supo exactamente por qué se lo llevaron, pero sostuvo que, dentro de varias hipótesis, piensa que a raíz del problema que Andreasen tuvo con Piñeiro (el episodio de las granadas en el Correo) alguien lo mencionó y cayó en la pesquisa represiva, que tristemente torció el rumbo de su vida para siempre.