Semana de concientización
Se recuperó de un cáncer de mama y aseguró que “no sé cuándo me voy a morir, pero sí sé cómo voy a vivir"
Graciela Doñate fue diagnosticada con un tumor en el seno izquierdo en 2015, y atravesó cirugías y quimioterapia. Con su habitual sentido del humor, compartió cómo siguió adelante y cómo la enfermedad le sirvió para cambiar su perspectiva de la vida. "Te hacés consciente de tu mortalidad, de que algún día esto se termina y no hay chances de andar pidiendo más tiempo. Todos sabemos que nos vamos a morir, pero ser conscientes de morirse es muy fuerte”, relató.
Graciela Doñate es muy conocida en Tandil por su incansable trabajo en el Servicio de Hemoterapia del Hospital Santamarina y su presencia en los medios es habitual cuando se organiza alguna colecta de sangre. Pero además de su rol como trabajadora de la salud, Graciela tiene –como todos- una historia para contar. En su caso, un relato atravesado por la enfermedad que en ningún momento es autocomplaciente.
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En 2015 le diagnosticaron cáncer de mama en el seno izquierdo y su vida dio un vuelco. Pero en vez de cuestionar por qué le tocó a ella, invirtió la pregunta y empezó a preguntarse "¿por qué no a mí?”.
Para enfermarse, en este caso, basta con tener pechos, sólo eso se precisa, por ello prefirió pensar que la enfermedad también era una de las posibilidades de la vida.
Dueña de un sentido del humor a toda prueba, Graciela compartió su historia con El Eco de Tandil para recordar que la detección temprana es fundamental para un tratamiento exitoso y hacer circular la palabra para que le llegue a quien le tenga que llegar. Nunca se sabe a quién le puede servir.
“Fui a un control normal anual, un año y medio antes en una mamografía me habían salido dos fibroadenomas y había que controlar a los seis meses, deje pasar ese tiempo, y tardé un año y medio en hacerme los controles. Hago la mamografía, paso a la ecografía y ahí me pidieron si podía esperar un segundito”, compartió.
Como trabaja en salud enseguida se dio cuenta de que algo no andaba bien: “Era un tumor de libro, indudablemente era maligno. Por suerte fue un hallazgo, una detección temprana, que es a lo que todos apuntamos”.
Que el mundo se detenga
En ese momento, el mundo se paralizó para ella. Todos los planes que tenía para el resto del día se esfumaron y sólo se dedicó a esperar que su marido saliera de trabajar. Mientras tanto, se fue a tomar un café al desaparecido Liverpool, en pleno centro de la ciudad.
"Salís con ese diagnóstico y es una sensación de parálisis; el mundo sigue y quedás estancado. Pensé en mi hija Maia, que ahí tenía 10 años. Te hacés consciente de tu mortalidad, de que algún día esto se termina y no hay chances de andar pidiendo más tiempo. Todos sabemos que nos vamos a morir, pero ser conscientes de que vamos a morir es muy fuerte”, relató.
Así, a sus 47 años, se enfrentó al derrotero médico para poder recuperarse. Le practicaron dos cirugías e hizo quimioterapia. Se le cayó el peo y empezó a usar pelucas. Tras la quimio, realizó un tratamiento con pastillas y como todo marchó bien, se tiene que hacer controles cada seis meses. Resumido así, el camino parece breve y sencillo, pero claro que no lo fue.
“Me puse a pensar qué sacaba de bueno, qué rescataba de esto y es lo que digo; pocas veces nos damos cuenta de nuestro libre albedrío, de que hacemos lo que queremos, de que podemos barajar y dar de nuevo, se me acomodó el mundo a partir de eso. Entendí que hay que dar las prioridades justas a cada cosa”, reflexionó en medio de la conversación.
Asimismo, detalló que el conocido médico cirujano Oscar García Allende, titular del Servicio de Mastología del Hospital Santamarina, “fue muy claro con todo lo que iba a pasar y me explicó que si el tumor es pequeño, lo que se hace es retirarlo y también algo de tejido de la zona aledaña. Además, se estudia un ganglio específico de la mama”.
Así fue que le extrajeron el tumor sin mastectomía, es decir, no le extirparon la glándula mamaria completa. El estudio del ganglio daba un pequeño lugar a la proliferación de células tumorales y a los diez días volvió al quirófano para que los profesionales lo removieran de su cuerpo, para eliminar cualquier vestigio tumoral.
“La palabra era ‘metástasis’ y ahí me rebelé con el mundo, me enojé, llore como nunca en mi vida, era tal la bronca”, prosiguió.
El tratamiento
No hubo metástasis y el tratamiento continúo con varias sesiones de quimioterapia, que le insumieron casi siete meses. Pasó por cuatro sesiones de 21 días y luego hizo doce más semanales.
Como la medicación que se utiliza para este tipo de terapia ataca las células que se reproducen a mayor velocidad, como las tumorales, pero también otras como las del pelo y de algunas otras partes del cuerpo, es habitual que los pacientes oncológicos pierdan su cabello durante el tratamiento. Un signo distintivo que expone el estado de situación ante el mundo, ante la mirada de los otros.
“Sabía que la quimio tenía feas consecuencias, reacciones adversas, pero engordé tres kilos que no es lo común, porque no me descomponía. Sí se me cayó el pelo, pero también pensé que si se me caía el pelo era porque el remedio funcionaba, le busqué esa vuelta, aunque claro que no es grato, no es para nada lindo. Después me salieron unos rulos divinos”, señaló.
Cuando la pérdida capilar era ya insostenible, viajó con Cristina, su compañero, y su hija Maia, a Mar del Plata, para raparse con la tía de una amiga que se especializa en esa tarea.
“Yo puedo recordar el día que te estás peinando y el peine sale lleno de pelos, o la sensación de despertar y mirar la almohada para ver si se había quedado algún mechón. Fui a raparme con la tía de mi amiga, que tiene un lugar muy agradable separado del resto de la peluquería y que, además, invita a una paciente que haya superado el tratamiento para mostrar que todo pasa. Me compré la peluca rubia y salí con la peluca puesta. Tuve el acompañamiento de mi familia, que siempre fuimos de desdramatizar y hablar”, reseñó.
Lo cotidiano se vuelve mágico
Aunque estuvo un año de licencia de su puesto en el Hospital Santamarina hasta recuperarse, ayudaba en lo que podía, sobre todo en torno a la promoción y organización de las colectas externas de sangre. A medida que avanzaba el tratamiento, también su percepción de la vida y el tiempo iba mutando.
De esta manera, graficó: “Mi mamá era viejita y yo corría ante lo que ello me pedía y no le daba calidad. Empecé a decirle que no si estaba haciendo algo, iba más tarde a verla, con tiempo y tranquilidad, no corriendo para todos lados. En ese entonces también me ofrecieron un puesto de trabajo muy importante y demandante, pero no había dinero que pagara mi tiempo, mi calidad de vida. Adquirís conciencia de esto el darte cuenta de que la vida se termina en cualquier momento y hay que pensar cómo uno la quiere vivir”.
Por otro lado, surgió el tema de lo que ella llama “el egoísmo de la existencia”. En medio de todo el proceso, mucha gente le decía que tenía que vivir por su hija. Pero Graciela tiene su propia visión del asunto.
“Tengo que vivir por mí, pensaba, yo quería verla crecer con mis ojos. Obviamente feliz de la familia que había formado y del papá que le di a mi hija, sabía que si yo no estaba Maia iba a tener una vida bárbara, pero quería vivir por mí también”, valoró.
Como se hace camino al andar y todo es un aprendizaje, en esos meses desarrolló una especie de despedida “constante” y vivía cada momento como el último. Fue su hija, que para entonces había cumplido 11 años, quien se lo hizo notar, y ahí cayó en la cuenta de que no podía perpetuar esa actitud.
“Mi hija le dijo a mi hermana que yo le hablaba y todo era una despedida. Ahí me dije ¿qué estoy haciendo?”, expresó.
“Por suerte pasaron 7 años y no perdí eso de valorar, pero sí el extremo. Evalúo cada momento y decido cómo quiero pasarlo. Ser feliz es muy difícil, pero laburo todos los días para estar bien, porque fuera de broma que es corto todo esto. Capaz que salgo de acá y me pisa un auto, que es muy probable”, dice, y estalla en risas.
El miedo y pedir ayuda
Para ella es importante remarcar que en el caso del cáncer de mama cada una tiene el tumor que tiene y no es igual a otro, por lo tanto el tratamiento tampoco, y enfatizó que la detección precoz salva vidas “y no es chiste, porque si me dejaba estar llegaba con un tumor más avanzado”.
En las sesiones de quimioterpaia se hizo amiga de Patricia y también armó una especie de clan con otras pacientes, intentando amenizar las horas que pasaban conectadas a las máquinas que les administraban las drogas.
“Nos ayudábamos entre todas; hay cosas que sólo el que las vive las puede transmitir. El miedo, que está presente. Entre en diagnóstico y la operación fui a hablar con un psicólogo porque sentí que lo que me pasaba era inmanejable, estaba el miedo extremo, el reacomodar todo y ver qué hacer con todo lo que me pasaba. Está bueno pedir ayuda, hay grupos en el Hospital y en otros lugares”, sostuvo.
Aunque ahora está muy bien, aseguró que “enfermo oncológico sos siempre, no se sabe qué puede pasar, a veces hay remisión, pero nunca sabes cómo sigue todo. Cada control es un tema, 10 días antes ya pienso que estoy metastásica (se ríe para alivianar el peso de la palabra) porque me duele todo y todo es raro. También aprendo del miedo y me lo permito”.
“Todo pasa”
El humor con el que se posiciona frente a la vida desde siempre, desde niña, sin dudas fue un recurso valioso para habitar la enfermedad y el proceso de recuperación, porque ofrece una mirada más liviana sobre cada circunstancia y posibilita otras formas de encuentro.
Desde su lugar, Graciela no permitió que la enfermedad la frenara y trató de seguir con su vida. “Siempre hablo de cómo lo encaré yo a ese cáncer y si va a volver otro no sé cómo va a ser, creo en el estar atento y permitirme pensar que todo lo que me estaba pasando era para estar mejor”, refirió.
En tanto, comenzó a generar intercambios con personas que pasaron por lo mismo que ella. Redes amorosas y de cuidado que sostienen ante la adversidad, ante el vacío existencial. Y al respecto contó que “el pañuelo es un sello, hay gente que no sabe como enfrentarlo y hay gente que se acerca en el supermercado, empecé a entender la mirada del otro, está el amigo que te esquiva porque no sabe como abordar la situación y el que se acerca sin conocerte”.
En este sentido, recuperó una pequeña anécdota de una oportunidad en la que estaba en el mercado haciendo las compras, con el pañuelo en la cabeza que de alguna manera la “delataba” y una mujer se le acercó y le dijo: “todo pasa”.
“Me contó que hacía dos años había atravesado lo mismo y que hasta tenía bien el pelo. Eso lo hago mucho, me acerco a la persona y le pido permiso para preguntarle”, completó.
Por último, con una enorme sonrisa y la convicción del que cree con todas sus fuerzas en lo que dice, Graciela eligió terminar la charla con estas palabras: “No sé cuándo me voy a morir, pero sí sé cómo voy a vivir, qué quiero hacer y cómo. Cada minuto trato de hacer lo que me hace bien, me permito llorar y enojarme, pero aprovecho que todavía estoy acá”.
En números
El próximo 19 de octubre se conmemora el Día internacional de la Lucha contra el Cáncer de Mama y en Argentina, octubre es el mes elegido para concientizar sobre la problemática.
De acuerdo a datos oficiales del Ministerio de Salud de la Nación, la distribución de los casos según los principales sitios tumorales muestra que el cáncer de mama, con 22.024 casos, fue el de mayor magnitud en el año 2020, y representa el 16,8 por ciento de todos los casos nuevos y es el primero en mujeres.
La detección temprana del cáncer de mama aumenta las posibilidades de cura, para ello el método recomendado es la mamografía. Todas las mujeres entre los 50 y los 69 años de edad, sin antecedentes personales ni familiares de cáncer de mama, deben realizarse una mamografía anualmente. Quienes registren antecedentes, deben realizarse los estudios diez años antes de lo recomendado, es decir, a partir de los 40.
Según el reporte compartido por el Sistema Integrado de Salud Pública de Tandil a este Diario, en 2020 ingresaron al servicio municipal 30 nuevas pacientes con cáncer de mama; la cifra ascendió a 37 en 2021 y en lo que va de este año, hay 27 pacientes bajo tratamiento por esta afección. Vale recordar que estos números no representan la totalidad de los casos del distrito, porque hay pacientes en el sector privado y quienes deciden atenderse en otras ciudades.