Alertaron sobre el riesgo que provoca en la salud la exposición a los contaminantes de los plaguicidas
Especialistas de diversas áreas demostraron que los agroquímicos influyen directamente en el buen vivir de las personas. En la charla “La salud en riesgo” alertaron sobre el incumplimiento de las normativas y el engaño detrás del discurso de las buenas prácticas agrícolas. El caso de un ex aplicador, que decidió pasarse a la agroecología al conocer los efectos nocivos.
Se llevó a cabo en el Centro Cultural La Compañía una charla informativa sobre las consecuencias en la salud por el uso y exposición a los agroquímicos. El encuentro se dio bajo el título “La salud en riesgo” y surgió a raíz de las preocupaciones y necesidades de los habitantes de La Porteña, que denunciaron el incumplimiento de la ordenanza de aplicaciones en cercanías de la Escuela 33.
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Para nutrir de información a los presentes y a la sociedad en general convocaron a Claudio Lowy, ingeniero Forestal; Graciela Canziani, especialista en Ecología Matemática; Cristina Rendoletti, doctora en Nutrición, y Juan Bernardo, trabajador rural y ex aplicador.
Antes de dar paso a las voces expertas, Lucía Mestre, vecina de La Porteña, destacó la importancia que tiene para la sociedad en general poder brindar un debate sobre los riesgos que corre la salud ante la exposición a las fumigaciones. Asimismo, contó que luego de unirse y denunciar lo que ocurría en la escuelita de su barrio quedaron sorprendidos por la cantidad de lugares que padecen lo mismo y que les hicieron llegar su apoyo.
“Estamos en el camino correcto. Para nosotros la salud es un derecho, entonces nos encontramos con profesionales que pueden orientarnos en la infinidad de aristas que tiene la aplicación de agroquímicos, así que seremos el eslabón que tengamos que ser para defender nuestros derechos”, dijo y la sala repleta sonó en aplausos.
Un discurso engañoso
La palabra inicial fue de Lowy, quien se encargó de desenmascarar el discurso de las buenas prácticas agrícolas, que sostienen que los agroquímicos producen daños a la población y el ambiente simplemente porque se “usan mal”, por ende haciendo un buen uso eso ser revertiría. “Le están echando la culpa de que sea nocivo al aplicador o al peón”, se indignó. Para el experto, este mensaje resulta totalmente engañoso ya que sigue promoviendo el uso de plaguicidas.
“Claramente que las malas prácticas son peores que las buenas, como aplicar sin traje protector o con viento a favor, pero de todas maneras eso no impedirá el daño”, aseguró.
Por otro lado, recordó que la reglamentación local advierte que no pueden realizarse aplicaciones a menos de 150 metros de establecimientos educativos, sin embargo eso no se cumple. A modo de prueba mostró fotos de escuelas rurales donde a tan solo dos metros se vislumbran los cultivos, limpios de yuyos y tierra descubierta.
De todas maneras, consideró que si se cumpliera también sería ineficiente para prevenir consecuencias si se tienen en cuenta las derivas, la permanencia del producto en el suelo, en el aire y su posterior evaporación, que puede darse incluso años más tarde.
Fue por este motivo, básicamente, que Graciela Canziani, docente e investigadora de la Facultad de Exactas de la Unicen, presentó un anteproyecto de ordenanza elaborado en conjunto con otros actores. La intención es regular el uso de plaguicidas en el territorio y prohibir su aplicación aérea, a fin de resguardar la salud de la población y el ambiente.
En este encuentro, la especialista leyó lo expuesto en agosto pasado desde la Banca XXl, proponiendo una nueva mirada hacia un cambio de paradigma que se corra del sistema de producción de monocultivo hacia la agroecología, respetando a las personas y el hábitat natural.
“Necesitamos cambiar nuestro sistema productivo agroalimentario, empezando por las restricciones del uso de los agroquímicos plaguicidas cerca de los lugares donde desarrollamos nuestras vidas, iniciando allí la reconversión hacia la agroecología”, sostuvo.
¿Qué pasa con el glisfosato?
Respaldando los conceptos anteriormente mencionados, la experta en nutrición fue breve pero contundente y remarcó los daños irreversibles que produce el uso de este herbicida en la salud.
“Estamos preocupados porque hay vinculaciones contaminantes con el autismo, linfomas y un montón de enfermedades”, advirtió. Para avanzar planteó la necesidad de contar con un registro, poder tener acceso a la información para ver si la percepción que tienen del crecimiento de malformaciones es así. Por eso, reveló que están sumando voluntades y realizar estudios epidemiológicos.
Alertó que los compuestos contaminantes afectan el desarrollo neurológico, aumentan el riesgo de obesidad y diabetes, influyen en la capacidad de reproducción, inducen cáncer de mama y aumenta el riesgo de otros, y producen desórdenes en el sistema inmune.
Según reflexionó Cristina Rendoletti, en el caso de los compuestos del glisfosato, que afectan al ambiente y la salud, se contradice el principio que dice: “la dosis hace al veneno”, ya que incluso en bajas proporciones puede ser mucho más nocivo que en altas. Sin embargo, la consecuencia de varios contaminantes juntos es mayor que cada uno por separado porque provoca “efecto cóctel”.
“Entre los agentes genotóxicos se encuentran los plaguicidas”, informó y dijo que los más expuestos son embarazadas, bebés y púberes, alertando que no se descartan los efectos transgeneracionales. O sea que aquellos individuos con mayor exposición en el curso de su vida, aunque sea a bajas dosis, pueden aumentar la manifestación de enfermedades genéticas, aún a generaciones posteriores. “Si se detecta es posible tomar medidas para reducir la exposición”, alentó.
Cabe destacar que el glisfosato particularmente cuenta con un nivel de toxicidad aguda, por lo que simple contacto con la piel puede generar edema o enrojecimiento y prurito. En tanto que al inhalarlo provoca irritación vía aérea, congestión pulmonar, nauseas, vómitos, diarrea, daño renal, efectos cardiovasculares y arritmias.
Vivir para contarlo y elegir cambiar
Juan Bernardo trabajó más de 10 años como aplicador en la zona de Rauch, pero un día abrió los ojos. “Me enteré de lo que estaba pasando leyendo a (Eduardo) Galeano. Me horroricé, me espanté”, reveló.
Fue a partir de ahí que empezó a interiorizarse en las cuestiones medioambientales y los daños de los plaguicidas, tanto para la tierra como para la salud. A pesar de saberlo y alarmarse, le llevó dos años poder desvincularse de su actividad.
“¿Cómo le vamos a poner venenos al agua?”, cuestionó. “En el momento no me daba cuenta, pero es una locura que la forma de producción siga siendo así, esto tiene que cambiar”, reflexionó.
Entre los recuerdos que compartió, aseguró que los ingenieros agrónomos le decían que el glisfosato era inocuo, destacando que a veces la gente que está en el campo ni siquiera conoce el significado de esta palabra. “Lo hacíamos sin pensar”, confesó quien hoy sigue ligado a la producción, pero desde la agroecología.
“Seguir echándole venenos al agua, al aire, es una locura, pero en los campos no hay conciencia, hay desinformación”, lamentó. Pero él se interesó y se informó, por eso decidió trabajar “para el lado de la tierra donde hay futuro”.