A un año del aislamiento obligatorio que cambió todo, la pandemia persiste pese al sesgo de “normalidad” actual
En la víspera del 20 de marzo de 2020, el presidente Alberto Fernández anunció que todo los ciudadanos debían quedarse en sus casas a partir de la medianoche y se restringieron todas las actividades no consideradas esenciales. Un año después, se anuncia la llegada de una segunda ola de contagios que, se espera, resulte lo menos dañina posible si prevalecen los cuidados. La ciudad recuperó su ritmo normal y el relajamiento es evidente. Todas las expectativas están puestas en la campaña de vacunación más grande de la historia, que comenzó el 30 de diciembre, pero el problema de abastecimiento obtura el ritmo del proceso.
En la noche del 19 de marzo de 2020, el presidente Alberto Fernández dio una conferencia en cadena nacional para comunicar oficialmente lo que ya todo el país preveía: el decreto de “aislamiento social, preventivo y obligatorio” en toda la Argentina, desde la medianoche del 20 de marzo y hasta el 31 de marzo -en ese entonces-, en una medida destinada mitigar la expansión del coronavirus. Se pudo ganar tiempo, pero el Covid-19, aquel virus que empezó a causar estragos en China a fines de 2019, necesitó muy pocas semanas para traspasar las fronteras e infectar todos los rincones del planeta.
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En Tandil, el intendente Miguel Lunghi ya se había adelantado y ante el estado de emergencia sanitaria, el 18 de marzo anunció la inhabilitación de comercios no esenciales y otras medidas para frenar la circulación de personas. Los negocios declarados como de primera necesidad debían bajar sus persianas a las 18. Las noches se convirtieron en cajas negras vacías y silentes, apenas rasgadas por el ruido de algún auto o de algún ocasional transeúnte que debía desplazarse con alguna justificación.
El sentimiento de extrañeza e incertidumbre que se apoderó del mundo sumió a la población en una especie de “dimensión desconocida” cuyas reglas no estaban claras. Todo se detuvo. Las calles desiertas parecían salidas de una pesadilla que, aún se pensaba, tenía fecha de caducidad. La idea de comunidad se cohesionó sobremanera por aquellos días, pero luego demostró tener bases lábiles y las grietas emergieron nuevamente en todos los aspectos.
Con el diario del lunes, ahora es mucho más fácil manejarse en el escenario pandémico. Se hizo carne lo que se pregonaba por esos días: “Hay que aprender a convivir con el virus”.
Un año después, lejos de haberse atenuado, la potencia viral sigue intacta y todas las esperanzas están puestas en las vacunas desarrolladas en diferentes países que ya se empezaron a aplicar. No obstante, aunque se concibieron en tiempo récord, constituyen un bien muy escaso ante la imposibilidad de aumentar las escalas de producción para abastecer la demanda.
El día que la tierra se detuvo
Ese 20 de marzo, recién por la tarde los tandilenses comprendieron el mensaje. En un viernes atípico para la ciudad, en la primera jornada de aislamiento social obligatorio, la mayoría permaneció a resguardo, entre sus paredes, en casa, como pedían enfáticamente las autoridades, los comunicadores y muchas personas a través de las redes sociales.
En las primeras horas de la mañana, con la noticia del confinamiento obligatorio aún fresca, hubo más movimiento en las calles, sobre todo en el centro y en las arterias más comerciales. Allí, el trabajo de la policía fue intenso para dar respuesta ante las denuncias telefónicas e interceptar a las personas que caminaban por las calles. En principio, la tarea fue concientizar e informar, ya que muchos argumentaban no estar al tanto de la orden del Presidente. Otros tantos iban a comprar víveres o a sus puestos de empleo en rubros de excepción.
La tarde trajo su contraste. La ciudad se mostró prácticamente vacía, con locales cerrados y pocas personas en los supermercados, despensas, fruterías, kioscos y algún otro rubro, como casas de limpieza y ferreterías.
En aquellos aciagos días, no todos pudieron acatar la cuarentena y cumplir con la tan mentada premisa “yo me quedo en casa”, porque debieron salir a trabajar para garantizar la provisión de servicios esenciales, excepciones contempladas en la normativa.
En la ciudad se pudo apreciar cómo, a diario, algunas personas irrumpían en la vía pública con el objeto de llegar a sus lugares de desempeño, desafiando el miedo y dejando a sus familias para cumplir con sus responsabilidades. Comerciantes, cajeros de supermercados, personal de sanidad, policías, bomberos, prensa, farmacia, transporte, estaciones de servicio, recolectores de residuos, canillitas, entre otros, salieron todos los días para hacer que el engranaje del mundo siguiera funcionando.
Los accesos a la ciudad quedaron cerrados y los puestos de control en las rutas se mantuvieron hasta el 1 de diciembre, día en el que se inició la temporada estival y se terminaron las limitaciones para circular entre ciudades.
Desigualdad y crisis
Como la cara de una misma moneda, la desigualdad social y estructural quedó en evidencia más que nunca. En algunos barrios, la precaria dotación de infraestructura y servicios básicos complicó aún más el cumplimiento de la cuarentena y mostró la cara más cruda de la desprotección y el desamparo. Los casos de violencia familiar y de género también aumentaron. Se debieron implementar dispositivos de emergencia para asistir las situaciones que proliferaban por todas partes.
Las actividades económicas que tuvieron lucro cesante entraron en crisis y debieron ser asistidas por el Estado ante la imposibilidad de generar ingresos. Hubo comercios, emprendimientos y empresas que cerraron sus puertas, otros tantos nacieron en pandemia, otros se potenciaron, algunos se reconvirtieron y otros subsistieron como pudieron. Los pedidos de apertura, con el correr del tiempo se fueron reiterando y cada rubro hizo lo suyo para retornar a la actividad.
Asimismo, la vida se trasladó a ZOOM y las pantallas sustituyeron el contacto humano durante mucho más tiempo del que cualquiera hubiese querido. Las clases presenciales se transformaron en un recuerdo lejano, y docentes y estudiantes debieron hacer malabares para adaptarse velozmente a la virtualidad para poder sostener el ciclo lectivo.
Las caras se cubrieron con tapabocas que persisten hasta hoy y el alcohol en gel se volvió el mejor aliado para todos. La palabra protocolo abandonó su acepción más ligada a lo ceremonial y solemne, y pasó a formar parte del vocabulario diario, ya que para cualquier actividad se necesitó pensar en un protocolo acorde para garantizar las pautas de distanciamiento y cuidado que minimizara el riesgo de contagio.
La vida después
365 días después del inicio del confinamiento, las autoridades alertan sobre el advenimiento de una segunda ola de contagios, al igual que ha sucedido en otros países de la región y de Europa. De hecho, en el viejo continente, algunas naciones han tenido que volver a aplicar restricciones en reiteradas oportunidades ante el continuo avance del coronavirus. El temor, siempre, aquí y en todos lados, es que colapsen los sistemas sanitarios y que haya gente que muera por no poder recibir la asistencia precisa.
En esa línea, esta semana, el presidente de la Nación llamó a “extremar” los cuidados contra el coronavirus, advirtió que la pandemia “no terminó” y dijo que si la sociedad cumple con las prevenciones sanitarias se logrará que el “impacto de la segunda ola sea lo menos dañino”.
“Necesitamos mucha prevención y mucha responsabilidad individual y colectiva. La pandemia no terminó. Debemos extremar los recaudos para que el Covid 19 no nos vuelva a aislar”, planteó el mandatario en un mensaje emitido por cadena nacional.
El Presidente informó además que “sólo 18 países han recibido el 88% de las vacunas que se han distribuido hasta ahora”, y remarcó que “la gran mayoría de los países está en un gran desierto, con pocas vacunas o sin ningún acceso a ellas”.
Además indicó que “hay un retraso global en la entrega de vacunas y hay problemas de producción, logísticos, de insumos, ante una complejidad absolutamente excepcional. Hemos firmado contratos para adquirir más de 65 millones de dosis y seguiremos firmando nuevos contratos”.
“Conversé con los 24 gobernadores, analizamos la situación y consensuamos medidas”, explicó, y refirió que para afrontar el otoño y el invierno el plan incluye “vacunación y cuidados”.
Seguir con los cuidados
En Tandil, al 20 de marzo, las cifras marcan que hay 166 casos activos, 10 pacientes internados en terapia y un total de 180 fallecidos. Desde que el 29 de marzo se confirmó el primer caso de Covid-19 en la ciudad hasta la fecha, 10.233 personas cursaron la enfermedad. Y cerca de 10 mil vecinos han recibido al menos una dosis de algunas de las tres vacunas que han llegado al país. el cuadro epidemiológico, por el momento, es alentador pero no admite relajamientos.
A nivel local, el intendente Lunghi no descarta adoptar medidas restrictivas si es necesario para achatar la curva de contagios y no comprometer al sistema de salud, y enfatizó, como hizo siempre, la importancia de los cuidados colectivos para surfear esta nueva ola de la manera menos lesiva posible.
Por ahora, no hay mucho más que hacer que mantener los cuidados y la distancia, evitar las aglomeraciones y esperar a que llegue el stock de vacunas para lograr inmunizar al menos a la población objetivo de mayores de 60 años y personas con factores de riesgo. Hasta que la pandemia sea apenas un mal recuerdo y un suceso extraordinario en el imaginario colectivo.