Temas y lectores
El último abrazo
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Señor Director:
Hace unos días circuló una foto de una padre y su hija muertos en la orilla del río Bravo, en México. Deseaban llegar para pedir asilo político a los Estados Unidos. Pero nunca llegaron. Lo primero que hace un padre cuando nace un hijo es regalarle un abrazo bajo la promesa de protección eterna. El cuerpo tibio del recién nacido recibe sus primeras palabras y conoce el primer amor de su vida. Paras las nenas, papá en invencible.
Es quien pelea contra monstruos enormes y nos hace sentir princesas. Es el primer hombre con quien bailamos, el primer beso en la mejilla. Papá nunca va a rompernos el corazón. Papá nos cuida de los males del mundo, de la maldad personificada, del odio, el hambre, el abandono. Papá, ¡el fuerte! Papá nos protege del frío, del calor, de los bichos, de los raspones, de la desolación. Papá ¡el número uno! Papá nos recibe con brazos abiertos, con sonrisas infinitas y cálidas. Papá, ¡el increíble! Papá nos promete que nos va a cuidar siempre.
Y eso hizo Oscar. Cuidó a Valeria hasta el final, hasta su último aliento que resultó ser también el de ella. No puedo terminar este texto sin llorar. Oscar hizo todo para que su hija tuviese otro futuro, donde los males no existiesen y la indiferencia sea solo una pesadilla. Me lo imagino diciéndole a su hija que todo va a estar bien. Seguramente, llegaron al cielo abrazados. Papá…el héroe.
Bernarda Camino
DNI 30.215.480
¿Domiciliaria a represores?
Señor Director:
Lo que se aprende de chico nunca se olvida. “Es como andar en bicicleta, una habilidad adquirida que no ha de abandonarte”, le escuché decir a alguien una tarde de lluvia, casi como esta. Y un “¿recuerda lo que le enseñaron de niña?” titilando en un renglón imaginario de la pantalla en algún foro de lector me devolvió décadas atrás a la misma sensación, ese incomprensible miedo a lo desconocido forjado entre “no hables con la gente”, “no te acerques”, “no aceptes”, “no mires”, sin saber el por qué.
Quienes fuimos chicos en los ‘70 en Argentina y no tuvimos la fortuna de pertenecer a las familias más emblemáticas y posicionadas de entonces, recordamos esa sensación, la que algunos nos propusimos nunca más hacer nuestra. Pero no podemos negar que nos hubiere gustado otra infancia, una más alegre y menos cruel, una que aunque pudimos imaginar perdimos para siempre.
Puede que en los ojos de algún adulto el “perdón” sea reparador, pero no en los míos. Las aberraciones cometidas entre 1976-1983 en Argentina con el silencioso aval de toda una sociedad no han de tener mi disculpa porque no sólo mataron vidas, arrasaron sueños y futuros de quienes seguimos viviendo.
No parece ser “venganza” el hacer valer la duración y carácter de las sentencias dictadas por la Justicia ante crímenes de lesa humanidad, en algunos casos varias perpetuas, pero sí sería muy hipócrita el pretender y aceptar algún olvido.
Karina Zerillo Cazzaro
DNI 21.653.863