Habitante Ilustre (mi cerezo)
Textos de un Taller Literario que compartimos en El Eco de Tandil

Siempre admire la belleza del Cerezo…numerosas fotos lo muestran en los jardines japoneses.
Mi jardín también lo deseaba mucho. Fue un día feliz cuando llegaron mis hijas con el valioso regalo, primer visitante de importancia que puso sus raíces en la fértil tierra. Ahí comienza un intercambio de amor donde salgo beneficiada; es poco lo que lo cuido y mucho lo que me da.
Lo recibí muy flaquito y aun pequeño, pero fue muy noble desde el comienzo.
Los primeros años su pequeña copa apenas florecía y eran escasos sus frutos, pero ya se mostraba bello y generoso (conocía su potencial). Con el paso del tiempo sus dones se multiplicaron.
Después del verde aparecen sus flores, son blancas y perfectas, parecen copitos de nieve. Lentamente cambian su tono por tostado marrón y el pequeño fruto comienza a crecer tomando su color rojo intenso. El árbol esta pleno, festejo la vida.
Me da sus hijos, me regala una postal fantástica quedando mis ojos agradecidos. El fruto es sabroso, exquisito, abundante y listo para ser compartido. A veces una parte transformándose en mermelada y otras en licor, obteniendo una mágica alquimia.
No termina acá su belleza, el otoño lo viste de dorado rojizo, siendo muy difícil elegir su ropaje más vistoso. Pasa el otoño y el frío lo contempla desnudo, pero con gran altivez, extendiendo sus brazos hacia el cielo.
Su contorno es amplio, su tronco grueso y fuerte, una perfecta conexión entre el cielo y la tierra.
¡Gracias madre naturaleza!
¡Gracias amado Cerezo!
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailÚrsula Cristina Kief