Cultura y espectáculos
De Tandil a París, Josefina Stellato baila y enseña tango para "abrazar" este ritmo bien argentino
La bailarina tandilense de 35 años recorrió escenarios de todo el mundo y también descubrió una gran pasión por enseñar la danza porteña en otras culturas. Viajera incansable, sigue tomando clases y ejerciendo la docencia, además de incursionar en la puesta en escena y la dirección coreográfica. "Al bailar tango se caen todas las barreras", graficó.
Josefina Stellato nació en Tandil hace 35 años y si bien de pequeña estudió danza clásica, pasada la adolescencia los talleres de tango de la Unicen -dictados por Rosana Romano- la acercaron a un mundo que nunca más abandonó.
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Tras terminar el colegio secundario estudió un año de Teatro en la Facultad de Arte local y después se fue a Buenos Aires “en busca de tango”. Hoy se desempeña como docente y bailarina e incursionó también en la puesta en escena, la dirección coreográfica de espectáculos y la producción de moda, para seguir alimentando su alma y sus pies al ritmo del dos por cuatro.
En una charla con El Eco de Tandil, contó detalles de su carrera nómade, que tiene como base Buenos aires pero que la ha llevado a bailar y a enseñar en París, Polonia y Canadá, entre otros destinos.
-¿Cómo te conectaste con el mundo del tango luego de irte de Tandil?
-Se baila tango en todo el mundo, pero Buenos Aires es LA ciudad y yo quería seguir bailando y aprendiendo. Descubrí que en la que ahora es la Universidad Nacional del Arte (en 2006 se llama Instituto Universitario Nacional del Arte) se dictaba una carrera que era Licenciatura en Folclore mención Tango. Me anoté y estuve bastante años, fue una puerta para el ambiente tanguero porteño y pude estudiar no sólo el tango de pista, sino el tango de escenario.
Tuve la suerte de trabajar con Leonardo Cuello, un gran coreógrafo, director del Ballet de Tango de la UNA y ahí bailé casi tres años. Conocí gente, bailarines, y fueron surgiendo oportunidades a medida que yo seguía estudiando. Las oportunidades laborales llegaron a la par y en el 2011 tuve la posibilidad de irme a dar clases a París.
-¿Cómo resultó esa experiencia?
-Me iba a ir por un verano argentino, de enero a marzo, y no volví a terminar la carrera –quizás algún día lo haga-. También me gusta estudiar idiomas, nunca dejás de aprender. Así se me abrieron las puertas en otras partes con la enseñanza y con el baile, empecé a viajar mucho
En 2012 estuve en Cracovia, Polonia, en una escuela de tango y fue una experiencia hermosa; instalarte en un lugar para conocer a la gente y enseñar.
-¿Qué pasa con ese choque cultural al momento de bailar? ¿Hay barreras que se caen?
-Sí, hay una barrera que se cae, con el tango pasa mucho en el abrazarse y bailar con otros, eso cruza todas las barreras culturales y me sigue sorprendiendo cómo se baila, cómo a la gente le gusta. Somos personas abrazándonos entre extraños por unos minutos. Quizás la diferencia se siente más en los países nórdicos, que en general la gente es más distante y fría, no está acostumbrada a la cercanía. Bailar tango es relacionarse con otros, es ese vínculo cercano que se crea por poquito tiempo, hay algo que se afloja.
Después de esa experiencia europea regresó a Buenos Aires y se sumó al show Social Tango, una compañía que aún existe pero que no hace funciones todo el tiempo, y siguió haciendo giras, sola o con compañero de baile. En este derrotero, también se instaló un tiempo en Canadá y hasta llegó a un festival en Rusia, de la mano DNI tango, una escuela que cerró en 2020 por la pandemia pero que caló hondo en su formación.
-¿De qué manera continuo tu vida en Argentina tras las experiencias en el exterior?
-Estuve cinco años con DNI Tango, una escuela maravillosa y empecé a hacer de todo: puestas en escena, programación, gestión de eventos, ser parte de la compañía. Filmamos una película, fuimos a festivales. Estuve siempre en movimiento ya sea viajando, enseñando o bailando. En DNI Tango comencé a usar un técnica especial para enseñar, creada por Dana Frígoli, que era la directora y se convirtió en mi maestra.
-Te gusta mucho la docencia…
-Me encanta en enseñar, ahora estoy más enseñando que bailando por una lesión que sufrí y tuve que parar. Cuando esté al 100 por ciento recuperada voy a volver a subir a un escenario o a bailar en exhibiciones de milongas. También me interesa abrirme camino como coreógrafa y directora, que esto se vincula al teatro, que fue de las primeras cosas que hice.
-¿Qué proyectos tenés a futuro?
-Quiero dedicarme a enseñar tango sola o con colegas, estoy contenta con eso, con cómo enseñar sola los dos roles. Por otro lado, me interesa mucho todo lo que tiene que ver con la investigación escénica y la creación de un espectáculo. Quiero volver a bailar, quizás en las exhibiciones, que son performances de 15 minutos en las milongas. Además, en tres semanas me voy a estudiar coreografía con un coreógrafo israelí que es maravilloso, voy a andar por Italia e Israel. En el verano regreso a Buenos Aires para dar clases, porque tengo alumnos de todo el mundo para aprender, y quiero estar y recibirlos, continuar con esos procesos. Y en abril quiero partir a Estados Unidos para seguir trabajando y estudiando, veremos que pasa, hay que decirle tiempo y esfuerzo, pero es hermoso vivir de esto.
Como esa famosa escena de la película Tango Feroz, en la que Fernán Mirás y Cecilia Dopazo se entregan al abrazo tanguero al pulso del monumental “Malevaje”, en esas barreras que caen, en esos dos cuerpos que se unen por tres minutos y coordinan sus movimientos, Josefina supo construir un mundo que lleva a todas partes.