Por Fernando Pedersen.

El dato impreciso y frío con un comentario al pasar de algún integrante de la redacción. Parecía a simple vista uno de esos hechos que no alcanzan relevancia para ser publicados, pero alguna de las vagas precisiones seguramente despertó el interés en saber algo más. Un juvenil de Uncas había sido agredido con un fuerte golpe en la cabeza durante uno de los partidos de la Unión de Mar del Plata en la tarde del domingo 19 de mayo de 2019.

No había más precisiones, pero las primeras averiguaciones con gente allegada al club de Los Manantiales comenzaron a dar señales de que se trataba de algo grave. Y conforme se sumaban precisiones del estado de salud del chico, quedaba claro que corría serio peligro su vida.

La primera crónica del duro momento que debió pasar la familia Ortubia apenas dio ese mismo lunes las precisiones más básicas: “Un jugador de la categoría Menores de 17 de Uncas sufrió una grave lesión en la cabeza durante un encuentro disputado ayer por la tarde en cancha de los aurinegros, frente a Biguá, por el torneo de la Unión de Rugby de Mar del Plata".

Luciano Ortubia, debió ser trasladado al Hospital Ramón Santamarina y fue operado por un coágulo en la cabeza, y se deberá esperar 72 horas para determinar su evolución.

Ortubia, que actúa como wing, sufrió un golpe en una jugada, aunque no se determinó si fue intencional, y pareció recuperarse sin problemas. Sin embargo, en la habitual ronda que realizan los jugadores al terminar el partido, comenzó a sentirse mal, presentó un ojo dilatado y confusión al hablar. La ambulancia que debe estar presente por reglamento ya se había retirado, por lo que debieron llamarla nuevamente y trasladarlo al hospital. Allí se determinó que tenía un coágulo por una fuerte hemorragia y debió ser operado de urgencia.

El parte médico emitido por el hospital Ramón Santamarina señaló que hubo una fractura de cráneo que produjo un hematoma extradural. Tras la operación, Ortubia permanecía internado en terapia intensiva y su estado era reservado.

La sospecha de una patada intencional fue cobrando fuerza, más allá de que al día siguiente el árbitro del partido dio su testimonio y afirmó no haber visto la agresión de la que hablaban su familia y los compañeros de Luciano.

Pero el grave estado de salud del joven dejaba en un segundo plano por el momento las causas y los responsables. Aunque desde el club, con las mejores intenciones y el deseo de su mejoría, hablaban de una rápida mejoría, la verdad era que Luciano luchaba por su vida en la terapia intensiva del Hospital Santamarina.

El único consuelo para su familia en esas horas dramáticas era el apoyo que recibía de toda la comunidad, que se había conmovido a medida que el hecho tomaba trascendencia. Y en ese respaldo emocional aparecían en primera fila los compañeros de equipo de Luciano, que se turnaban para acompañar a la familia y dormían en los pasillos del hospital esperando buenas noticias.

Mientras tanto, la justicia tomaba intervención a partir de la denuncia de la familia Ortubia, con una causa caratulada “averiguación de delito”.

Las primeras 72 horas eran clave en la recuperación o el agravamiento del estado de Luciano. Durante esos primeros días permanecía estable, y respondía a algunos estímulos, por lo que había un optimismo moderado.

Sebastián Ortubia, padre de Luciano, habló por primera vez y mostró su bronca contenida: “A él le pegaron una patada en la cabeza criminal, fue así. No fue en una jugada porque nunca entran los pies en el rugby, nunca. Solo para patear la pelota, no una cabeza. Esto no puede quedar así. Ese chico no puede jugar en ningún club, no tiene fundamento una patada en la cabeza”.

Transcurrido el período crítico, comenzaron a llegar buenas noticias desde el Hospital. Una evolución lenta pero sostenida, que se fue prolongando. Diez días después, abandonaba la terapia intensiva. Se había despertado, respiraba por sus propios medios y mostró una sorprendente evolución que hizo que fuera trasladado a una sala común.

Para Luciano, más allá de estar a salvo, empezaba otra dura etapa, la de la rehabilitación.

El contacto con Sebastián, su padre, se hizo casi diario, como la mejor fuente para conocer los pasos que iba dando Luciano. Tres semanas después de haber ingresado peleando por su vida al hospital, regresó a su casa, todavía tratando de entender la razón de semejante pesadilla.

Hubo tiempo entonces de hablar de los hechos y los comportamientos que tuvieron las partes involucradas. “Más allá de la actitud del chico, hay mayores detrás de él que quieren tapar lo que pasó, tanto entrenadores como dirigentes de Biguá. Nunca respondieron a los pedidos de la Fiscalía, ni ellos ni desde la Unión de Mar del Plata. Nunca hubo un llamado a nosotros para darnos apoyo, para preguntarnos si necesitábamos algo. Siempre tuvimos el respaldo de Uncas, que se portó de maravillas. Hubo gente de Los 50, de Los Cardos, hasta de Pueyrredón de Mar del Plata que estuvo ahí todo el tiempo, sin ninguna obligación, solo para demostrarnos que podíamos contar con ellos, y Biguá nunca fue capaz de dar la cara”, contaba Sebastián, que también daba detalles de la cadena de acciones que le salvaron la vida a su hijo: “Lo ayudó lo rápido que se movieron todos, empezando con la ambulancia que volvió muy rápido al club. El mismo chofer que lo trasladó en la ambulancia a Lucho el día del partido fue el que lo llevó veinte días después a casa cuando recibió el alta y no podía creer que estuviera tan bien después de lo grave que lo había visto. Cuando lo llamaron de nuevo desde el club, estaba por entregar el vehículo en Villa Aguirre. Él mismo lo llamó al médico para que lo esperara en la puerta de la casa porque era una urgencia, y así ganaron mucho tiempo. Al mismo tiempo llamaron al hospital para que estuvieran preparados. Todas esas pequeñas cosas terminaron salvando a Lucho. Y lo que hicieron los cirujanos Martín Cechetto y Manuel Perazzi, fue espectacular”.

Un par de meses después del dramático día, con la recuperación de Luciano avanzada, su familia creyó que estaba listo física y emocionalmente para dar su versión de lo que le tocó vivir. Acompañado por su padre, Luciano llegó a la misma redacción en la que se habían escuchado las primeras versiones de su grave lesión, y con total tranquilidad y seguridad relató todo lo vivido.

“Cuando me desperté, no tuve que preguntarle a nadie lo que me había pasado, ya sabía todo, me acordaba de todos los detalles. Lo que sí me contaron fue todo lo que se había generado con lo que me pasó. El apoyo de mis amigos, del club, de la gente en general de Tandil. Todavía tengo que agradecer a muchos por cómo se movilizaron. Me llegaron videos y saludos de todas partes, de gente que no me conocía y pasaba por el hospital a darme fuerzas. Dejaban cartas, saludos, hasta comida para los que estaban esperando afuera. Gente que se sumaba a las cadenas de oración sin saber quién era yo. Fue impresionante”, contó Luciano.

La buena recuperación, la ausencia de secuelas neurológicas y la proyección de retomar una vida normal no alcanzaban para que Luciano se olvidara de la agresión. Le costaba procesar que un chico de su edad le hubiera dado un golpe intencional y no le encontraba explicación: “Todavía no entiendo mucho por qué lo hizo. No sé si fue a propósito, si tuvo la intención de lastimarme. Mi sentimiento es de bronca. No esperaba que me pidiera disculpas o me llamara, y ya no creo que lo haga”.

Y en el final de una extensa nota, Luciano dejaba el mensaje más importante: “Me falta un poco de motricidad fina con las manos, pero lo estoy trabajando con una terapista que me ayuda mucho. Cuando fui al primer control, el médico se sorprendió de que estuviera caminando con normalidad. Me dijo que estaba vivo de milagro. Que la vida me había dado una segunda oportunidad y que la tenía que aprovechar al máximo. Voy a poder llevar una vida normal”. Esa última frase resumía el mejor final posible para un hecho que sin dudas marcaría un antes y un después en su joven vida.