“Tato” Medina, un emblema del arco tandilense
Un repaso por la vida y la carrera de este santiagueño que fue adoptado como propio por la ciudad, después de una extensa trayectoria en diferentes equipos
En esas clásicas charlas futboleras en las que aparece el desafío de nombrar a los mejores o los más emblemáticos de cada puesto en el ámbito local, Oscar “Tato” Medina suele subirse al podio de los grandes arqueros. Sin importar el orden, siempre está presente. Poco importa que haya nacido en un pequeño pueblo santiagueño llamado Los Juríes, ni que pasara buena parte de su niñez en Añatuya, ni que llegara a la ciudad después de muchos años vistiendo la roja de Independiente de Avellaneda. Para los futboleros, “Tato” es parte del patrimonio tandilense, y se lo ganó con su presencia en varios de los mejores equipos de las décadas del 70 y el 80, y con esa figura imposible de disociar del puesto de diarios en la plaza Independencia, que lo arrimó definitivamente al afecto de cada habitante de estas sierras.
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Apasionado, luchador, domador de mil adversidades, Medina está de regreso en la ciudad después de unos años en los que volvió para trabajar con los arqueros en el club de su primer amor, al lado del legendario “Pepe” Santoro. Y en la tranquilidad de la ciudad que lo sedujo para siempre allá por 1978, atraviesa hoy la pandemia, buscando de qué reír entre tantas malas noticias: “Para mí es muy triste, porque esta pandemia viene un poco a atarnos de pies y manos. Lo más duro es acostumbrase a no ver a los hijos, a los nietos, darles un abrazo. Pero bueno, saber que ellos están bien nos hace mirar las cosas con optimismo. Trato de hacer coas útiles en la casa, me gusta mucho cocinar y eso lo hace todo un poco más llevadero”.
El regreso a las fuentes
Como le pasó a otro arquero ligado al fútbol tandilense, José Luis Burtovoy, “Tato” tuvo que ganarse un lugar a la sombra de un ícono del arco de Independiente, Santoro. Esa enorme figura que respaldó con sus manos tantas conquistas del club de Avellaneda, fue un escollo en la carrera del santiagueño, pero al mismo tiempo resultó una forma de regresar a las fuentes. Porque “Pepe” lo sumó a su staff de formadores de arqueros: “Estuve casi ocho años en Independiente. Fue un aprendizaje muy grande para mí, conocer a los chicos, buscar que le den importancia al trabajo y saber lo que significa estar en un club como Independiente. Después, por problemas de salud, tuve que dejar de trabajar, y tomé la decisión de volver a Tandil. Todos achaques que me dejó el fútbol”.
– Lesiones mal curadas.
– Los huesos son así. Las consecuencias las pagás con el correr del tiempo, te pasan factura. Me hice un par de operaciones en Buenos Aires para arreglar un poco las rodillas. Todavía tengo que ponerme una prótesis, pero esto de la pandemia frenó todo. Son secuelas del fútbol. En la década del 70 no estaba desarrollada la medicina deportiva. Llevaba más tiempo la recuperación, los trabajos de kinesiología no tenían nada que ver con los de ahora. Uno tenía rotura de meniscos, y a lo mejor también se rompía los ligamentos y no se detectaba, porque en los estudios solo se veía la parte ósea. Y entonces te decían que la operación estaba bien, que no tenías problemas, pero en realidad seguías teniendo una lesión que no te dejaba recuperarte del todo.
– Pero hubo una lesión que marcó tu carrera para siempre.
– Si, fue en el 72. Jugábamos con River en cancha de Independiente. Yo iba al banco como suplente de Santoro, pero entre “Pipo” Ferreiro, que dirigía la Tercera y Pedro Dellacha, el técnico de Primera, me convencieron de que atajara el primer tiempo en la Reserva. Yo no estaba muy entusiasmado, pero me dijeron que me hacía bien moverme, que jugara un rato y que después me preparara para el partido de Primera. A los 15 minutos la defensa se adelanta, ponen una pelota profunda y yo salgo a cortar, barro a los pies del delantero, que era Néstor Scotta, y así como venía me metió una plancha tremenda. No sentí el dolor en el primer momento, pero me pareció como que perdí el conocimiento por unos segundos. Y después, un dolor insoportable. Es un dolor que no tiene límites. Todo el trayecto en la camilla y bajar por la tribuna fue algo impresionante. Ni siquiera me desmayaba, como para no sufrir tanto.
– ¿Qué tipo de lesión fue?
Tuve una fractura de tibia y peroné fragmentada y expuesta. Estallaron los huesos. Había cosas que no podía entender. Me veía tirado en una camilla cuando un rato antes estaba en mi mejor momento. Quedé internado en un sanatorio y a la semana me operaron. Tenía 80 % de posibilidades de no volver a jugar, y me dijeron que dependía de la actitud y las ganas que yo le pusiera. Tuve complicaciones graves, que hasta pusieron en riesgo la pierna. Nunca me curé del todo.
– ¿Llevó mucho tiempo la recuperación?
Casi dos años. Muchas operaciones, complicaciones. Pero yo no podía permitir que mi carrera terminara en ese momento. Me metí en un gimnasio mañana y tarde a darle duro. La recuperación es lo más doloroso que hay, porque llegas a llorar del dolor y también por la frustración. Porque mejorás, pero a la semana siguiente volvés para atrás, otra vez tenés dolor y todo parece derrumbarse. Fueron años duros, pero pude salir adelante y aprendí un montón de cosas.
– ¿Scotta se acercó en algún momento?
– Nunca más lo vi, nunca se acercó para disculparse. Pero bueno, cada uno actúa como le sale. Yo no le guardé rencor, porque es mi forma de ser, miro para adelante. Un día, estando en Tandil, me enteré de que había fallecido en Santa Fe, en un accidente. Se me vinieron muchos recuerdos de ese día. Son cosas que pasan y si te quedás en eso te perjudicás. Yo no soy de esos que dicen: “¿por qué me tocó a mí?”. Si me tocó, le hago frente, no puedo desearle a otro lo que era para mí.
– Estabas en tu mejor momento.
– Si, estaba afianzado en el plantel. El año anterior habíamos salido campeones del Metropolitano y me tocó jugar los últimos 20 partidos, cuando Santoro se lesionó. Querían buscar otro arquero, pero les dije que si hacían eso yo me iba. Así que tuvieron que confiar en mí y lo hice muy bien. Terminamos con la valla menos vencida y de local no me hicieron ningún gol. Fue una gran sensación, porque yo llegué a los 15 años al club y me había formado ahí adentro.
Tandil en el horizonte
Como le pasó algunos años después a otro arquero tandilense, Roberto Rigante, la partida de Medina de Independiente se precipitó después de una pelea con el entonces presidente, Julio Grondona. No había lugar para disidencias con el que sería mandamás del fútbol argentino durante más de tres décadas: “Tuve una pelea muy grande con él. Hice algunas cosas que no pensé demasiado, pero no aflojé y le pedí el pase. Grondona era un tipo muy especial, sin sentimientos. Quería trepar, y no le importaba a quien usaba de peldaño en la escalera. El fútbol es lo más lindo que hay, pero lo desquician lo que lo rodean. Dirigentes, empresarios, que a veces son importantes, pero en muchos casos se terminan llevando lo que es del jugador. Estos tipos cuando tienen demasiado poder, arruinan todo.
– ¿Te costó dejar el club?
– Fue muy triste haberme ido así. Yo le di todo, estuve 10 años en las divisiones menores. Empecé a los 17 como suplente de Tercera y no paré más. Todos los domingos jugaba, fuera en la división que fuese. La gente me apreciaba mucho, y fue triste irme como me fui. Nadie se acercó a decirme unas palabras, esperaba una despedida más digna. De los 15 a los 28 años mi vida estuvo ahí, y de repente me tenía que ir.
– Y terminaste en Ferro.
– Si, y en eso fue muy importante el “Gordo” García Blanco, que era un gran periodista de boxeo y fútbol. Tenía mucha relación con él Se enteró de que había quedado libre y me dijo que me necesitaban en Ferro. Me citaron y en media hora había arreglado mi contrato. Un club excelente, de mucho respeto.
– ¿En qué momento aparece Tandil en tu camino?
– En Agremiados había una especie de bolsa de trabajo, donde iban los técnicos y los dirigentes para ver si les interesaba algún jugador. Un día estábamos ahí, esperando alguna novedad y apareció un tipo de Tandil buscando un arquero para Santamarina. Era Arturo Petrillo. Estuvimos hablando mucho del proyecto que tenía y al poco tiempo ya estaba en la ciudad. Me alojé en un hotel que había en Rodríguez y Sarmiento, y al otro día jugué el primer amistoso en Laprida. Fue una prueba entre comillas, porque ya Petrillo estaba entusiasmado conmigo y yo también tenía ganas de quedarme.
– Era un proyecto más allá del fútbol.
– Si, porque estábamos viviendo un momento feo con mi familia. Una situación de stress, no la estábamos pasando bien. Y encontramos un lugar tranquilo. Me gustó el arreglo que hice con el club, a los pocos días vino mi señora con Laura y Mariela, mis dos hijas mayores, y ya encaminamos nuestra vida en Tandil. Venía medio castigado y acá encontré gente de primera. Pensamos en quedarnos un año, pero al tercero ya habíamos vendido todo en Buenos Aires y compramos la casa acá. Fue una gran decisión, porque era lo que necesitábamos, la paz, la tranquilidad, el respeto de la gente, hacer las cosas bien y trabajar.
Equipos y campeonatos
“Tato” llegó a un equipo de Santamarina que pretendía terminar con el gran momento de su clásico rival. Ferro se había consagrado en el 77 y repetiría en el 78, en un torneo local que también tenía como protagonistas permanentes al aurinegro y a Independiente. “Se armó un muy buen equipo, con jugadores importantes. Trabajábamos mucho en la parte física y a los arqueros nos entrenaba ‘Yiyo’ Conte. En el 78 no pudimos estar en la definición, pero al año siguiente se nos dio, después de varias finales con Independiente. En el partido decisivo me tocó atajarle un penal al ‘Beto’ Alonso. Ellos tenían muy buenos equipos”
– Las definiciones siempre se daban entre los mismos equipos.
– Si, Ferro tenía a Aldo Villar, Independiente al “Conejo” Tarabini, y Santamarina a Petrillo, y los tres le apuntaban al título. Pero el torneo era muy duro en general, los otros equipos se mataban para ganarnos y te hacían perder puntos importantes. Ibas a Gardey, contra Racing y se complicaba, con Gimnasia también.
– ¿Cómo siguió tu carrera en Tandil?
– En el 80 me fui a La Movediza, que armó un lindo equipo, pero no nos alcanzó para salir campeón. Estuve un año en Huracán de Tres Arroyos, hicimos una gran campaña en el Regional, pero quedamos atrás de Loma Negra, que era demasiado poderoso en esos años.
– Y llegó el título con Independiente.
Salimos campeones en el 82, después de muchos años y varias finales perdidas. Estaba el “Gallego” Menchón de técnico, un profe de mucha categoría. Nos exigía mucho físicamente, pero yo, a pesar de que ya estaba grande, no aflojaba, no me lo podía permitir porque necesitaba estar de la mejor forma.
-Al año siguiente, otro campeonato.
-Si, con Racing de Gardey. Fue muy especial. El “Conejo” juntó varios buenos jugadores y ganamos muy bien el Local. Era un equipo que no tenía una gran infraestructura y todo le costaba. Había pocos dirigentes que le ponían mucho empeño y con un plantel muy corto encaramos el Regional. Se hizo un gran torneo y quedamos muy cerca de llegar al Nacional. Le sacamos un invicto como de 30 y pico de partidos a Olimpo. Nunca había visto el estadio San Martín como en ese partido. Nos habíamos estado preparando 15 días antes y salió todo perfecto, jugamos un partidazo y lo ganamos con un gol de Tarabini cerca del final.
Una esquina especial
Unos años después de llegar a la ciudad, “Tato” compró el puesto de diarios de la esquina de Rodríguez y Pinto, sobre la plaza Independencia. Ese sería un lugar que lo identificaría por muchos años en la vida cotidiana de los tandilenses: “Ese domingo a la mañana, antes de jugar con Olimpo, yo abrí el kiosco a las 7 y pico de la mañana. Un rato después se empezó a acercar gente de Bahía Blanca y me preguntaba por el equipo, por cómo jugaba, por el “Conejo” Tarabini. Les decía que estábamos bien, que estábamos para ganar, pero no tenían ni idea quién era yo. Y por ahí les digo: ‘Imaginate si será bueno el equipo, que el arquero soy yo’. Se mataban de risa, no lo podían creer. Al año siguiente tuve una oferta para ir a jugar a Bahía Blanca, pero estaba muy bien acá, tenía todo, mi familia bien, mi trabajo, así que no me moví”.
Después de recalar el Grupo Universitario y de lograr el ascenso y el torneo Local en años sucesivos, fue el tiempo del retiro para Medina, y el momento de dedicarse totalmente a su kiosco.
“Arrancamos en el año 80. Fue lo mejor que me pasó en la vida. Un trabajo que no lo consideraba sacrificado porque era lo que a mí me gustaba. Estar siempre en contacto con la gente. Era algo que yo quería y en Tandil se me cumplió el deseo. Yo siempre decía que las chicas tenían un fondo bárbaro para jugar, toda la plaza Independencia. Era un lugar de reuniones de todos a los que les gustaba el fútbol. La gente se pasaba horas charlando, leyendo los diarios ahí mismo. A fin de año, el 24 a la tarde, abríamos una sidra y algo para picar y hacíamos la previa ahí. Los habitués ya sabían. La gente te contaba sus problemas, y si había forma de ayudarlos, lo hacíamos. Se mezclaba gente de todas clases sociales en el kiosco. Pasaban desde los chicos que cuidaban la plaza hasta algún Intendente. Y se armaban conversaciones entre todos.
El arco, su pasión
Más allá de haber desarrollado toda una vida como custodio de los tres palos, “Tato” lleva en la sangre eso de enseñar los secretos del puesto. Y se apasiona al hablar de lo que significa. Uno de sus yernos es Esteban Dreer, exarquero de Santamarina y actualmente en Liga de Portoviejo, en Ecuador, país al que representó con su seleccionado: “A veces charlamos con Esteban de cosas del puesto. Hubo una época en la que la daba algunos consejos, pero a esta altura es un arquero de mucha experiencia, ya está hecho y no me parece bien meterme en eso. Si viene y me pide una opinión, con gusto se la doy, pero de otra manera no, soy muy respetuoso. Charlamos mucho de fútbol en general, pero nada más”
– ¿Eras muy exigente como arquero?
– Era muy vehemente para entrenar. No podría entrenarme a medias, me obligaba tanto que a veces no era bueno. Hacía autocrítica, y si me parecía que había alguna cosa que hacía mal, en la semana lo trabajaba hasta el hartazgo. Nunca estaba conforme con mi actuación, siempre había una pelota en la que había calculado mal o en la que había tomado malas decisiones y me torturaba con eso, me ponía loco. Me costaba entender que los arqueros somos humanos y estamos expuestos a los errores.
-¿Cómo ves a los arqueros actuales?
– Para mí el tema del arquero es muy especial. Hoy llegan a primera en un 50 o 60 por ciento de sus posibilidades. Porque no están bien formados, bien trabajados. No cualquiera puede ser entrenador de arqueros, eso te lo discuto muerte. No basta con haber sido un gran arquero, debe ser un maestro y un formador. Tenés que haber pasado muchas cosas en el fútbol para definir lo que está bien y lo que está mal. Tener un gran poder convencimiento, dar indicaciones y explicar por qué es así. Hay que probarlo, ensayarlo. Hay que intentar y errar, porque de esa forma vas aprendiendo cosas. Yo entiendo el trabajo del arquero de esa manera.
– ¿Se está descuidando esa forma de trabajar?
– Hoy en día hay mucha mentira en la preparación del arquero, muchos intereses en el medio, todo es la plata. El arquero debe entrenar, debe trabajar. Mientas el equipo está haciendo futbol, no puede ser que los arqueros que no están en el partido se queden mirando al borde de la cancha en lugar de estar trabajando. Con Santoro tuvimos casi 10 años de compañeros y después otros ocho como entrenadores. Teníamos nuestras discusiones, nuestros cambios de opinión, pero en la mayoría de las cosas coincidíamos porque nos conocemos mucho. Es muy exigente, como yo. Me gustaba mucho trabajar en la cancha, durante los partidos me metía adentro del arco, entre las redes y le daba indicaciones al arquero. Yo sé que a muchos no les gustaba, pero se la tenían que bancar. Hoy en Independiente hay una dejadez total con el tema de los arqueros, cuando por muchos años hubo una escuela. Qué vos hayas sido un excelente jugador no te garantiza que seas un buen entrenador. La enseñanza es algo natural, algo que te gusta, que lo llevás en el alma. No es para cualquiera. Nosotros laburábamos todo el día. Entrábamos a las 8 de la mañana y nos íbamos a las 6 de la tarde, después de estar con todas las divisiones del club. Ahora no hay quien se interese en todas esas cosas.
– ¿Hoy es más difícil ser arquero?
– No creo. Es cierto que las pelotas son más livianas, van más rápido, pero los arqueros se entrenan todo el tiempo con esos elementos, entonces están acostumbrados. Creo que la diferencia es que antes las pelotas tenían costuras y entonces iban más firmes en el aire. Las de ahora tienen otro diseño y por ahí viborea un poco y por eso se les complica. Es como si fueran de plástico. Es un lío para el arquero cuando viene de frente. A veces dicen que son muy reboteros, pero es porque se mueve tanto y tan rápido la pelota, que la única reacción es evitar que entre y desviarla de la mejor manera. Que no le quede cómoda al delantero. Pero te repito, el gran problema de los arqueros es que no tienen buena base. Los ves en Primera y tienen unos errores enormes.