Rifourcat, el guerrero incansable que pasó por Grupo
Con una tenacidad y un despliegue notables, dejó su huella en apenas cuatro meses de actuación en el Regional 87. Dueño de una personalidad muy especial, tuvo su mejor momento en los recordados “Camboyanos” de San Lorenzo
“Sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas”, aquella recordada frase de Winston Churchill llamando a los ingleses a resistir durante la Segunda Guerra Mundial, puede aplicarse para describir la vida, la carrera y la forma de jugar de Alfredo Rifourcat, el batallador incansable que en solo cuatro meses de actuación en Grupo Universitario marcó la memoria futbolística de los tandilenses.
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Dueño de una larga zancada y de una intensidad fuera de lo común, tenía la costumbre de ir a cada pelota como si de conseguirla dependiera su vida, y seguramente aplicó esa tenacidad para ir superando etapas en su carrera profesional, y para levantarse después de golpes que parecían de nocaut. El último, hace pocos meses, con el fallecimiento de su esposa Silvia, por un cuadro grave de pancreatitis.
Vive en La Plata, el lugar que lo vio nacer hace 59 años, y entre una trayectoria que incluyó muchos equipos y países, el “Pollo”, como lo conocen en la ciudad de las Diagonales, guarda en un lugar especial esos cuatro meses que pasó con Grupo a comienzos de 1987. Entusiasmado con la propuesta de revivir aquellos días, Rifourcat pide un tiempo para poner en orden sus recuerdos y revisar esa carpeta con recortes que le fue armado su padre con noticias de cada destino futbolístico.
Grupo se había adjudicado el torneo de 1986, con un equipo que contaba con varias figuras del ámbito local, y encaró el Regional con todo. Con Aníbal Tarabini de técnico y Roberto Zapata de ayudante de campo, la lista de jugadores de calidad era interminable: Julio Crespo, un 10 distinguido que venía de Deportivo Español, Daniel Dupuy (exTemperley) el necochense Mario Márquez, el marplatense Oscar Delarroca, el mercedino Marcelo Bomaggio, más el aporte local con Juan Gauna, los hermanos Armendáriz, José Solimanto, Juan Macaya, Raúl Sommi, Walter Oudoukian, José Callejo, Aldo Varales y el talento incipiente de Marcos Lorenzo. Un equipo para pensar en grande.
La llegada a la ciudad de ese flaco alto, fibroso y combativo se dio en circunstancias poco comunes. No se trataba de uno de esos jugadores que habiendo tenido una trayectoria en el fútbol grande venían al Interior para jugar más con la chapa que con su actualidad. Se puede decir que Rifourcat estaba en su mejor momento. “En el 86, el pase mío de Nueva Chicago a Platense fue el más caro de un jugador de un equipo de la B a uno de Primera A. Al mismo nivel que el de Ortega Sánchez, que había pasado de Tigre a San Lorenzo”, cuenta el “Flaco”, como preludio de una historia que pinta claramente su personalidad, muy diferente a la del futbolista promedio. Una forma de ser que privilegiaba su bienestar por sobre el dinero. “En Platense estuve solo tres meses. Basile siempre me quiso llevar cuando estuvo en Racing y en Vélez, pero nunca se pusieron de acuerdo los clubes con Chicago. Cuando Babington se abre del cuerpo técnico del “Coco”, el primer equipo que agarra es Platense, y entonces me pide a mí. Había gente de la hinchada que era muy amiga de uno de los referentes del plantel, y como yo le saqué un poco de protagonismo, por decirlo de alguna manera, empecé a tener problemas. Hablé con el presidente y le dije que no quería tener conflictos con la barra brava, que no iba a estar peleándome con esa gente. Le dije que me iba y ahí es cuando aparece Grupo”.
– ¿Quién te contactó para venir?
– Con Zapata nos conocíamos de La Plata y junto con Tarabini me habían querido llevar a Colón el año anterior. Cuando se enteraron de mi situación, me fueron a buscar. Lo único que podía jugar era un torneo Regional, porque no podía firmar en ningún club de Primera, ni siquiera de la B. Así que la propuesta me gustó de entrada, arreglamos enseguida con Richard (Zarini), y me fui a préstamo. Fue una gran decisión, porque me marcó ese paso por Tandil. Con Zapata y con el “Conejo” hicimos una relación espectacular, casi de familia. Cuando me llamaste me puse a buscar todos los recortes de diario de esa época y me emocioné mucho porque tengo hermosos recuerdos.
– ¿Qué sabías de Tandil?
– No conocía nada. Me querían llevar en avión para allá, pero yo me tenía que ir hasta Buenos Aires y era un despelote, así que al principio me mandaban un remis a buscarme a La Plata todas las semanas. Iba los miércoles y me volvía el domingo a la noche a mi casa.
– ¿Y con qué nivel futbolístico te encontraste?
– Había un nivel muy bueno. Jugadores de primera. Yo conocía a los hermanos Armendariz, a Crespo, que jugaba en Español. Y también a Dellarroca, el goleador de Mar del Plata, que era un jugadorazo. Había un plantel de gran nivel y el grupo ayudaba mucho, porque era muy unido y la pasábamos genial. El cuerpo técnico era bárbaro, los dirigentes también, así que fue una gran experiencia.
-Muchos recuerdan tu partido mano a mano con el Conejo.
– Eso era increíble. El “Conejo” cuando estaba en Colón, jugaba partidos mano a mano en toda la cancha y siempre ganaba. Un día en Tandil jugó con Crespo o con Oudoukian, no recuerdo bien, y también ganó. Entonces, en uno de los asados que hacíamos, “Purri” (Armendáriz) le dijo que tenía un pollo para que le jugara. Era yo. El “Conejo” jugaba a muerte, pero le gané bien. Me acuerdo que en una jugada en la mitad de cancha me tiró una patada voladora en la cintura que casi me rompe todo. ¡Y jugábamos al otro día! Se armó un despelote bárbaro, pero bien, con buena onda, porque nos divertíamos mucho. Esos partidos eran una cosa espectacular.
Rumbo a Colombia
Grupo avanzó firme en ese Regional, y alcanzó el Octogonal por el ascenso al Nacional B. Esa fase decisiva era con cruces eliminatorios, y el equipo sintió la ausencia de Rifourcat, que fue vendido por Platense a Independiente Santa Fe, de Bogotá. Tras eliminar a Racing de Trelew, el conjunto universitario cayó en el cruce de ida y vuelta frente al subcampeón de la Primera B Metropolitana, Almirante Brown, que luego lograría el ascenso. “Los últimos partidos no pude jugar, pero volví para ver ese ida y vuelta con Almirante Brown, que nos eliminó. Me acuerdo que todos decían que si hubiera estado yo, el resultado hubiese sido otro. Y eso me llenaba de orgullo”.
– ¿Por qué fue tan repentino el viaje a Colombia?
– Ellos ya se habían puesto en contacto unos meses antes con Platense para comprarme el pase. Y ahí se portó bárbaro Richard, porque todavía el préstamo estaba vigente, y él podría haber hecho valer eso. Sin embargo, me liberó. Estuve nada más que cuatro meses en Tandil, pero fue como si hubiera estado toda la vida, porque viví cosas muy lindas.
– ¿Cómo se interesaron en vos?
– Yo no tenía representante, pero llamó Carlos Quieto para comentarme la chance de ir a Colombia. Efraín Pachón, que era presidente de Independiente Santa Fe y que siempre viene a visitarme cuando está en Argentina, había querido llevarse a Vanemerak, el de Vélez, pero lo terminó fichando Millonarios. Entonces Quieto le mostró varios videos de jugadores en ese puesto, y Pachón le dijo que quería “al flaco ese de Chicago”.
– ¿Te costó adaptarte a la altura?
– Llegué a Bogotá un jueves. Son 2900 metros. Ese fin de semana se jugaba el clásico con Millonarios, que era como un Boca-River, con el Campín lleno. Entrenamos el sábado y el técnico no me puso en el equipo. Me volví al hotel como loco. Mi esposa me decía que era lógico, porque tenía que hacer la aclimatación de 20 días. No quería saber nada. Me fui a verlo al presidente y le dije que yo había ido para jugar, que no quería estar tantos días de prueba en la altura. Así que me acompañó a hablar con Jorge Luis Pintos, que era el técnico. Le dije que quería jugar, que no había ido hasta ahí de vacaciones y lo convencí. Me terminó poniendo. Al otro día jugué un partidazo, me dieron el premio a mejor jugador y la prensa decía que el extranjero que había llegado hacía dos días, había terminado con el mito de la altura.
– También tuviste un paso por Bucaramanga, en una época complicada de Colombia por el narcotráfico.
– Si, me llamaron Tojo y Telch, que eran los técnicos y me fui a jugar allá. Era un momento difícil en Colombia, pero gracias a Dios no tuve ningún problema. Mi esposa estaba embarazada cuando llegamos, yo andaba en la calle como si nada. Muchos años después me enteré de que me habían puesto custodia sin que yo supiera.
Un equipo a su medida
Tras poco menos de dos años en Colombia, se abrieron las puertas para su regreso al país, y nada menos que a un grande, San Lorenzo. Claro que el club de Boedo no estaba en su mejor momento, acuciado por dificultades económicas y deambulando para ser local por diferentes estadios.
“Cuando Quieto le comentó que me tenía a mí, el Bambino Veira le dijo: ‘si es el Flaco que yo me acuerdo, lo quiero ya’. Ahí Tojo y Telch ayudaron, porque también me recomendaron y llegué a San Lorenzo”, recuerda Rifourcat, que hizo su debut ingresando desde el banco en el empate sin goles frente a Newell’s, por la Copa Libertadores.
– Era un equipo muy combativo, con tu estilo.
– Era un equipo a mi medida. Había otros jugadores que metían como locos, Giunta, Malvárez, Siviski. Pero también algunos que jugaban muy bien, como “Pipo” Gorosito, el “Beto” Acosta, Madelón, Ortega Sánchez. El Bambino me puso como carrilero, porque yo antes jugaba más adelantado. Jugaba por la izquierda y por la derecha. Iba y venía y llegaba para tirar los centros con las dos piernas. Después decían que yo había sido el primer carrilero del fútbol argentino.
– Afuera de la cancha la situación era distinta.
– San Lorenzo estaba muy mal. Junto con Marchi, Castagneto y Malvárez nos íbamos a entrenar desde La Plata. No teníamos ni agua en el vestuario, así que nos veníamos todos transpirados, y tardábamos mucho, porque todavía no estaba la autopista. Cada uno se tenía que bañar en su casa. Encima no teníamos cancha, jugábamos de local en Huracán, en Vélez. Por eso la gente nos bancaba a muerte, porque sabía la situación en la que estábamos. Miele ponía la cara y nosotros poníamos la garra en la cancha. No había ropa, no había plata, no había cancha, pero en el partido éramos 11 contra 11 y nos matábamos.
Pero ese buen momento futbolístico, que alcanzó sus puntos más altos llegando a la semifinal de la Libertadores 1988, y goleando a Boca 4-0 en la final de la Liguilla 1989, tuvo para Rifourcat un momento amargo, que marcó el resto de su estadía en San Lorenzo. Dos días antes de enfrentar a Argentinos Juniors por el torneo local, falleció uno de sus hijos mellizos, que habían nacido 15 días antes. El dolor profundo no impidió que se presentara a jugar y que terminara ovacionado por la hinchada azulgrana. “En realidad, el Bambino no quería que jugara. Cuando me fui de la concentración, era para no volver. Me había ido el viernes a la noche, y, sin decir nada, volví a la tarde siguiente. Me preguntaron si estaba en condiciones y dije que sí…”
– ¿Te costó superar ese mal momento?
– No lo superé. En mi mejor momento, cuando le ganamos la final de la Liguilla a Boca, le dije al Bambino que me iba. No aguantaba más. Iba a Buenos Aires y en el camino pensaba todo el tiempo en mi hijo. Andaba sin dormir, porque iba a entrenar y de ahí a la clínica para ver al otro bebé. A ese ritmo en cualquier momento me mataba en la ruta. Estaba totalmente desconcentrado. Y cuando ganamos la final supe que era el momento para irme. En el mismo vestuario se arregló todo para que fuera a Cobras de Ciudad Juárez. El Bambino me decía que Miele me daba más plata que los mexicanos, pero a mí nunca me importó la plata. Yo eso lo hacía de corazón, porque me gustaba el fútbol y le dije que irme era lo mejor en ese momento.
– ¿Siempre pusiste lo personal adelante en tu carrera?
– Nunca me importó la plata, nunca le di trascendencia. Me acuerdo que cuando fui a Grupo, Richard me había pagado con un BMW que era impresionante. A mí me gustaba andar rápido en la ruta. La llevé a mi esposa a Tandil, y ella, que estaba embarazada de mi hija Stephy, que después nació en Colombia, me dijo que ni loco me quedaba con ese auto, que era un peligro. Y se lo tuve que devolver a Richard, no me lo dejó usar más.
– ¿Te sirvió irte a México para cambiar de aire?
– No. En México tuvimos otra desgracia, mi esposa perdió un embarazo de seis meses. Llegué de un entrenamiento y estaba ella en la cama, destruida. Era fines de 1989. Nos fuimos a pasear a Estados Unidos, estuvimos en Disney para distraernos un poco. Pero no aguantábamos más. De ahí nos fuimos al consulado argentino en Texas y me puse a hacer todos los trámites para volverme a Argentina. El tipo que me hizo los papeles me decía que no me podía ir, que era jugador de Cobras de Ciudad Juárez, pero yo no quería saber más nada. Así que sacamos los pasajes y pasamos el año nuevo arriba del avión.
Gimnasia y Estudiantes
De regreso al país, Rifourcat empezó a madurar la idea del retiro. Se dedicó a la gastronomía, pero el fútbol apareció otra vez como tentación: “Tenía la cafetería del Jockey Club en La Plata y estaba decidido a no jugar nunca más. Pero un día me vino a buscar el Flaco Zuccarelli para llevarme a Estudiantes. Era una locura, si aceptaba tenía quilombo con todo el mundo, porque toda mi familia es fanática de Gimnasia. Me dijo que él se encargaba de todo y yo ya estaba decidido a aceptar, no me importaba. Pero después Zucarelli habló con Nelson Oltolina, que era Presidente de Estudiantes, y le dijo que si me llevaban a mí, perdían las elecciones. Así que terminé yendo a Gimnasia. No me importaban mucho esas cosas. Era profesional y tenía claro que me ponía la camiseta y defendía los colores como cualquiera. Yo soy así, no pienso demasiado en esas cosas. Si se hubiera dado, jugaba en Estudiantes.
-A pesar de tu vínculo afectivo, nunca pudiste afianzarte en Gimnasia.
– En el 81 llegaron Della Savia y Touriño y trajeron como 15 jugadores. Me dijeron que habían escuchado de mí en el club, pero no me iban a tener mucho en cuenta. Me fui a hablar con el presidente y le dije que no iba a firmar el primer contrato. Que si el DT le decía que me necesitaba yo firmaba gratis, pero en esas condiciones, no. Era la primera vez que un pibe se negaba a firmar un primer contrato. Apareció la chance de ir a Rangers de Talca y agarré viaje. Pero al poco tiempo empezó la guerra de Malvinas, las cosas se pusieron medio tensas y nos tuvimos que volver. Después, cuando volví en el 90, no jugué mucho. El ambiente no era el mejor y no tuve continuidad.
-¿Habías hecho todas las inferiores en el Lobo?
– Cuando tenía 8 años, jugaba en el Sagrado Corazón y siempre llegábamos a la final contra Gimnasia. Mariscal, que era el coordinador de todas las inferiores, pidió que me llevaran junto con otros compañeros. Hice todas las divisiones juveniles y debuté en el 81, después de salir campeón con la Tercera.
-¿Tu familia era futbolera?
– Nada que ver. Mi viejo era doctor en ciencias económicas, profesor de la universidad, presidente del tribunal de ética. Una vez, un tipo fue a rendir examen y le preguntó a mi viejo si era algo del “Flaco” Ricourcat. Se puso como loco. De más está decir que lo bochó. Después le hicieron una nota en el diario y le preguntaron qué era lo peor que le había pasado en la vida, y contestó: “Tener un hijo futbolista”. Pero bueno, a pesar de eso, siempre me acompañó, siempre me apoyó en mi carrera. Me llevaba a todos lados. Tenía que ir a Rosario, agarraba el auto, cargaba a mis hermanos y me llevaba.
– Chicago fue diferente a Gimnasia. Eras ídolo. ¿Cómo llegaste?
– Por el “Muerto” Pedraza. Nos conocíamos de Gimnasia. Él estaba en Independiente de Neuquén y yo en Alianza de Cutral Co, donde había llegado después de estar en Chile. Jugamos una final y se puso en contacto con los dirigentes de Chicago, donde él había jugado. Les dijo que yo era un jugador ideal para ese club. Jugué un partido en tercera, el siguiente al banco de Primera y después no salí más. Me gané el puesto enseguida. Fue muy linda esa etapa. Los mejores recuerdos, la gente me amaba.
– Los hinchas valoran mucho la entrega.
– En la mayoría de los equipos en los que jugué me recuerdan por como corría y metía. Era algo que yo no negociaba, y no importaba qué camiseta tenía puesta. Cada vez que entraba a la cancha entraba a la guerra, no me importaba con quien estaba, ni contra quién jugaba, para mí la entrega era total. Me mataba en los entrenamientos, para mí eran sagrados. Era lo máximo que tenía para defenderme en la cancha, así que me entrenaba al máximo, aunque tal vez no me cuidaba tanto afuera de la cancha.
Otro paso por Tandil
Después de ese regreso sin luces a su querido Gimnasia, Rifourcat encaminó una vez más su retiro. Pero de nuevo apareció la tentación de volver a ponerse los cortos: “En el 91 me llamó Osvaldo Piazza, que había sido técnico mío en Chicago, para llevarme a Almirante Brown. Le dije que hacía seis meses que no hacía nada, que me dedicaba a atender la confitería. Pero me embaló, me dijo que en una semana me ponía bien físicamente, porque sabía cómo me entrenaba yo. Y bueno, firmé contrato con Almirante, jugué bastante en la B, pero era mucho desgaste viajar todos los días desde La Plata a Isidro Casanova. Así que cuando terminó el contrato no quise saber más nada. Abandoné todo.
Pero Almirante Brown no fue la última aventura futbolística del “Flaco”. Porque en 1994 tuvo su segunda capitulo en Tandil y en Grupo Universitario. Integró el equipo que dirigía Horacio Rodríguez y que se adjudicó el torneo Apertura tras derrotar en la final a Ferro. “Me iba en micro los fines de semana y paraba en el Plaza Hotel. Jugué varios partidos, pero ya era un exjugador. Me gustó la experiencia de volver a Tandil, y nos fue bastante bien”, recuerda Rifourcat, que compartió el equipo con jugadores como Ducca, Macaya, Fava, Rebollo, Borja, Coppola y Río.
Esa sí fue su última vinculación con el fútbol como jugador. Hizo el curso de técnico, pero no tuvo muchas chances ni ganas de ejercer: “Me recibí de técnico, pero nunca le di mucha importancia. Estaba muy ocupado con la confitería, y después compré La Playita, que era un parador en Punta Lara que funcionaba muy bien. Ahí me vino a buscar el “Profe” Córdoba para que sea su ayudante de campo en Chacarita y nos fue bien, porque safamos del descenso en 2001. Después de eso, nunca más”.
Desde hace 13 años desarrolla su trabajo en Deportes de la Provincia: “Arranqué con clubes de barrio, recorriendo toda la provincia, pero ahora con el tema de la pandemia esta todo parado. De a poco vamos a ver si salimos adelante para volver a trabajar normalmente. En 2007 arranqué con esto. Estás con los chicos, les hablás sobre entrenamiento, el estudio, y se hace un relevamiento de la infraestructura de cada club. Que materiales tienen, que comodidades edilicias. Y el año pasado arranqué a trabajar con los Juegos Bonaerenses”, explica Rifourcat, que promete una pronta visita a Tandil junto a su amigo Néstor Armendariz, cuando se pueda. “Cuando pase esta cuarentena nos vamos a ir con “Purri” a tomarnos unas cervezas y a recordar esas lindas épocas”, promete.