Cuando se apagan las luces
El circo y el lado desconocido de esa pequeña comunidad nómade que alegremente revoluciona todo a su paso
¿Cómo es la vida de un artista circense? ¿De qué manera llevan el día a día y tanto viaje? ¿Todo es alegría? ¿Qué sigue cuando se apagan las luces? Con el Cirque XXI en Tandil fue la ocasión perfecta para ahondar en los recovecos que poco se conocen. “El circo es como un Gran Hermano, hay cosas buenas y cosas malas, y hay que aprender a convivir con todo”.
Es raro entrar a la carpa de un circo, con el olor a aserrín tan característico, y sin la expectativas de ver un show, o si quiera un payaso. Sin embargo pasó, y podría decirse que ese mundo que hay detrás de los telones resulta tan atractivo como el mismísimo espectáculo.
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¿Cómo es la vida de un artista circense? ¿De qué manera llevan el día a día y tanto viaje? ¿Todo es alegría? ¿Qué sigue cuando se apagan las luces? Esas y un montón de otras preguntas se le despiertan a muchos espectadores cada vez que concurren a una función.
Aprovechando la fortuna de tener en Tandil por estos días al Cirque XXI, de los circos más importantes del país, El Eco de Tandil fue en busca de revelar al menos un poco de aquellos misterios que rondan en torno a esa comunidad nómada que llena de alegría los pueblos y ciudades.
Facundo “Chulo” López es uno de los hijos de los dueños, Richard Illanes es su cuñado y Michel Cárdenas uno de los integrantes destacados, todos llevan una vida circense, es por eso que no son de ningún lado, pero a la vez son de todos aquellos sitios por los que han pasado.
Con pochoclos en manos y sin rodeos, abrieron sus corazones para sumergirse en una charla de revelaciones, anécdotas y experiencias que, más allá de ellos, también refleja la que vivencian las más de 40 personas que forman parte de este proyecto artístico.
Tomar el camino de la evolución
Damos por sentado que el recuerdo construido en un niño tras asistir por primera vez a un circo no se borra nunca más, y si la memoria no lo acredita, esa experiencia queda grabada a través de los sentidos.
Se alza sobre avenida Balbín una carpa enorme, y detrás ella todo un complejo logístico que oficia de “ciudad”. Hacia el salón principal, un buffete de bienvenida y vía libre para el disfrute. Todo se ve impecable. Sin ingenuidad, esa cortina roja de terciopelo es la portada hacia el vuelo de la imaginación, impidiendo el paso de las preocupaciones, los ceños fruncidos y los berrinches, tanto de niños como de adultos.
Ese goce es la gran recompensa de quienes lo dan todo sobre las tablas, pero a la vez es el mayor desafío que enfrentan, no solo en su vida, sino en cada función. Cada uno tiene sus formas e incluso cábalas, algunos prefieren no mirar al público y otros ponen el ojo en quien todavía atina mirar el celular, o tarda en compenetrarse. Todos sienten la energía, que a su vez los alimenta y la replican.
Imposible no deslumbrarse ante las maravillas que son capaces de hacer los artistas con sus cuerpos y elementos. Las habilidades, los payasos y el don de hacer reír, el vértigo de los que danzan por el aire, los nervios por la rutina del malabarista y siempre la entrega de dejarse sorprender.
Mucho ha cambiado con el tiempo este tipo de espectáculos, por fortuna los animales que supieron ser el centro dejaron de ser parte y se libraron de las jaulas. Ya se sabe que el éxito es de quienes saben adaptarse a los cambios, porque nada permanece y la transformación se convierte en ley natural, transversal a todos los procesos de la vida.
Entonces, atentos a los tiempos de cambios, a veces despiadadamente vertiginosos, desde Cirque XXI han sabido montarse a ellos y evolucionar y, en este sentido, Chulo parece ser una pieza clave, tal como aseguró su cuñado.
Siguiendo el ejemplo de sus padres, siempre se preocupó por los detalles y advirtió el momento en que fue imprescindible dar una vuelta de rosca. Sus pedidos, de visión fresca y perspicaz, fueron tomados en cuenta y dieron en la tecla.
Puso énfasis en otras cosas, como por ejemplo saber que las luces jugaban un rol importante, que la escenografía sí sumaba a un espectáculo y, como nativo digital, sumergirse en las aguas de las redes y todas las posibilidades que ofrece la virtualidad.
El tesón que han puesto en ser progresivos con los avances es lo que les ha permitido destacarse por sobre otros en el país y ser distinguidos también a nivel internacional. Así, dejaron notar, que en esa vida circense hay tantas cuestiones a estar pendientes que van más allá del show en sí mismo y, claro, no se ven.
La modernidad, han dicho, llegó de manos del mundialmente conocido Cirque du Soleil y desde ahí encendieron el entusiasmo de transformarse, convertirse para cuidar la imagen del circo como para seguir cumpliendo su objetivo de “llegar al niño”.
“El mundo va evolucionando y el circo tiene que hacerlo también, porque si nos quedamos en los años 80 la gente ya no va a venir a ver esto”, sostuvo Chulo, quien aggiornándose justamente a las demandas, está perfeccionando con estudios sus conocimientos en iluminación.
Ser de ningún lado, y de todos a la vez
Célebremente, el escritor uruguayo Eduardo Galeano afirmó que no estamos hechos de átomos, sino de historias, y aquí eso queda a las claras.
Michel nació en Venezuela, se nacionalizó Chileno y está radicado en Argentina, desde que tiene recuerdo en sus manos hay pelotitas, clavas, aros o cualquier elemento para hacer malabares. Ha viajado con su arte por todo el mundo y el año pasado se sumó a esta comunidad con su familia. Luego de haber conversado bastante y observado su show, se puede dilucidar que es autoexigente, meticuloso y preciso.
A Richard su mamá lo tuvo en Entre Ríos, hoy es el payaso, personaje imprescindible de cualquier circo, el admirado y esperado por todos. Así como reparte humor sobre las tablas, pareciera mentira que luego del show los chistes y bromas no sean parte de su esencia. A Richard le gusta improvisar, le gusta jugar, disfruta del escenario como pocas cosas y no lo cambiaría por nada.
Cirque XXI, aunque carga con cinco generaciones circenses, tiene 22 años y así también Chulo, hijo de los dueños. Nacido en San Juan, hoy es director, acróbata, gestor de las redes sociales, diseñador de la iluminación, escenografía y marquesinas, entre otra lista de cosas. Es meticuloso, exacto, perfeccionista y está atento a cada detalle del espectáculo, antes y durante la función. En sus ojos hay futuro, el brillo de una madurez distinta, que lo diferencia.
“Nosotros nacemos, pero estamos unos pocos días en ese lugar y después seguimos”, explicaron como para que se entienda la magnitud del concepto de no pertenecer a una localidad en particular. De hecho, Chulo reveló que recién a los 13 o 14 años conoció su ciudad natal.
Juntos, pero no revueltos
Es imposible notarlo, pero Richard, Michel y Chulo asintieron que a veces el detrás de escena es caótico y revoltoso. Con complicidad, también confesaron de la adrenalina que sienten cada vez que salen a hacer eso que aman, aunque lo repitan hasta dos veces por día. El espectáculo por mucho tiempo es el mismo, más no así la forma en que lo representan. “Siempre hay lugar para la sorpresa, para la innovación, para improvisar dentro de lo posible”, coincidieron.
Al finalizar el show el público estalla en aplausos, algunos días más, otros menos, pero lo que sigue es inevitable e independiente al resultado. La gente se va, el escenario se vacía, el telón se cierra y la vida sigue.
Como seres humanos que son, cada uno tiene “sus días”, pero aseguraron que al bajar de las tablas casi siempre la energía está renovada y comparten una cervecita de galardón. Los cuentos sobre esa función no pueden faltar, hay intercambio, correcciones y autoevaluaciones. Siempre en busca de superarse.
“Acá vivimos todos juntos pero no revueltos”, dejó en claro el malabarista. Es que uno de los mitos que envuelve al circo es que son una gran familia, pero más bien son una pequeña comunidad. Cada uno tiene su casa rodante, maneja sus tiempos, tiene sus propias obligaciones y distracciones, así que no necesariamente están todo el día juntos, ni mucho menos duermen en un mismo lugar.
Sí es cierto que conviven y conjugan el trabajo, la familia y la amistad en un solo predio, como una mini ciudad rodante. “El circo es como un Gran Hermano, hay cosas buenas y cosas malas, y hay que aprender a convivir con todo”, consignaron.
Con esto revelaron que, por ejemplo, el primer día de llegados a un terreno nunca tienen luz ni agua (y eso para ellos es normal), a veces el viento o las lluvias pueden jugar malas pasadas, ni hablar de los ánimos individuales.
Vale decir que el circo no solo está compuesto de artistas, están sus familias, hay técnicos, choferes, electricistas, empleados de carpa quienes se ocupan de dejar todo en orden y que no falte limpieza ni un tornillo, están quienes llevan al frente el buffet y otras tantas tareas imprescindibles.
Superhéroes
Las anécdotas abundaron a lo largo de la extensa charla, vagaron entre risas y asuntos más serios, incluso de preocupación. El del artista circense es como cualquier trabajo, donde cumplen objetivos y hacen lo necesario (ensayos, prácticas, templanza) para sostener la excelencia en lo suyo.
Sin embargo, hay una distinción que provoca felicidad por ellos y casi un poco de celos: payasos, acróbatas, malabaristas, bailarines, entre más, no ven las horas de subirse al escenario porque es allí donde y cuando se desconectan de todo.
Hay una pasión que se puede palpar y así también una vida de rutinas, andantes, pero rutinas al fin. Una normalidad distinta, que conjuga solo seres que son capaces de vivirla, personas que con maquillajes y destreza se convierten en personajes mágicos, que sacan risas y encienden la energía del público. “Somos como superhéroes”, reconoció Michel y tiene razón, su don es el de transformar cualquier emoción en alegría.
Escolaridad y destinos
No cualquiera es capaz de adaptarse a esa vida trashumante, de casas rodantes y destinos pasajeros, pero nada parece extraño cuando en las venas corre sangre circense, ya sea habiendo nacido en el seno de un circo, o eligiendo ese arte como profesión.
Así, desde jardín de infantes se habitúan a asistir a la escuela del destino momentáneo, por el tiempo que se estipule, y luego pasar a otra y a otra, a veces volviendo a encontrarse con viejos compañeros, si la ubicación se repite.
Así fue que cursaron sus años como alumnos estos tres artistas, y hoy lo hacen también los hijos de Richard y Michel. Chulo es quien tiene los recuerdos más frescos de esa época estudiantil y contó que pudo conservar algunas amistades hasta la fecha, sin embargo, confesó que le ha costado hacer sociales.
“Solía quedarme en el banco del fondo, a veces no salía a los recreos”, relató. Es que no es fácil esa tarea de emprender una y otra vez el desafío de conocer gente, acomodarse a un grupo sabiendo que tendrán que dejarlo, y así sucesivamente.
Y aunque esto podría generar inquietud, la verdad es que en sus palabras se distingue lo contrario ya que no hay preconceptos culturales y sociales de la banalidad, que sean capaces de incomodar.
Es importante compartir que para estas familias y comunidades ambulantes existe la Ley Golondrinas que les garantiza la educación escolar, sea donde sea, incluso si no hubiera banco en un aula dispone la obligatoriedad de insertarlo. Se trata de una norma creada en realidad para los Militares, pero que terminó favoreciendo a otra gran parte de la sociedad.
Del malestar de la pandemia, a ser los pioneros del autocirco
La pandemia de coronavirus, como se sabe, azotó con más fuerza y por más tiempo a los sectores artísticos y culturales. A la comunidad del Cirque XXI el aislamiento social, preventivo y obligatorio los encontró de gira por San Luis.
Era mediados de marzo del 2020 cuando llegaron y desplegaron semejante movida para dar sus shows en esa ciudad. Con todo lo que implica armar la enorme carpa, gradas y todos los etcéteras, el día de la primera función tuvieron que desarmar y volver a levantar para finalmente presentarse. Solo dos jornadas pudieron actuar y al tercer día el cierre fue total.
Ni siquiera podrían viajar a otro lado, el mundo entero estaba en la misma situación. Fue donde más tiempo estuvieron viviendo y eso les permitió conocer personas que guardarán por siempre, ya que hubo quienes se destacaron por su calidez y solidaridad.
La buena situación sanitaria que atravesaba la ciudad de Merlo, donde puntualmente quedaron varados, permitió que se convirtieran en el primer circo del país (y tercero en el mundo) en dar su función para “autos”.
El intendente les brindó el anfiteatro local, adaptaron el espectáculo y volvieron a las tablas reversionados, pero felices. Por esos tiempos, novedosamente, en vez de aplausos recibieron bocinazos. Y otra vez, los artistas y el público, tuvieron el alma llena y el corazón contento.
A pesar de haber sido pioneros en una dinámica sin precedente, claro que hubo momentos muy duros en ese lapso y así lo admitieron, pero ya están de vuelta en las rutas repartiendo arte de calidad a su paso.
En Tandil
Ahora, los acuna por unas semanas Tandil, en avenida Balbín y Guatemala, con funciones a sala llena y con expectativas para Semana Santa cuando se presentarán jueves a las 21, en tanto que redoblarán a la apuesta el viernes, sábado y domingo con opciones a las 18 y a las 21. Si todo sale como hasta ahora, podrían quedarse una semana más.
Si bien se compararon con un “reloj suizo” para aludir a que todas las partes conjugan a la perfección, reconocieron que a veces también hay fallas, sin embargo la excelencia del espectáculo está garantizada, no solo por los profesionales que lo protagonizan, sino por la calidad de personas que hay detrás.