Florencia Lauga y sus mil facetas que convergen en la pasión por comunicar de un modo más amable la experiencia humana
Si bien no nació en Tandil, se mudó de pequeña. Aunque es una ciudadana del mundo y vivió en distintos lugares, ahora Tandil es su casa otra vez. Apasionada de la vida, esta actriz y comunicadora -entre muchas otras cosas- trabaja con los discursos internos y tiene la fe y la curiosidad intactas para seguir buceando en sí misma y, fundamentalmente, para ayudar a quienes se sientan convocados a mirarse con amor.

Florencia Lauga tiene 33 años pero ha vivido muchas vidas en una. Comunicadora social, actriz, locutora, project manager, esta tandilense por opción define que hay algo innegable en ella que es el comunicar.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailEn una charla relajada, rodeada de naturaleza, Florencia sonríe y con su voz pausada y calma va hilvanando sus ideas y su manera del mundo, que publica a través de Instagram, donde tiene miles de seguidores con los que comparte todo aquello que le vibra y piensa que le puede servir al otro.
“Me urge comunicar y colaborar en eso. Creo que hay un montón de cuestiones que se podrían suavizar entre las personas si atendiéramos más qué decimos y cómo lo decimos”, reflexionó.
Si bien no nació en las sierras, porque su llegada al mundo se produjo en Buenos Aires, en su temprana infancia su familia decidió venir a vivir a Tandil y aquí estuvo hasta los 18 años, cuando regresó a Capital Federal para estudiar y formarse. Después de haber vivido varios años inclusive en otro país, desde hace un tiempo volvió a elegir este lugar como su espacio para habitar el mundo y seguir expandiéndose.
“Desde los cinco años supe que quería actuar. Sucedía lo típico de ser pequeña, estar en una reunión familiar y querer que nos compren helado, entonces para eso armábamos una obra y yo la dirigía. Ahí ya había una tendencia al liderazgo. Además, un niño puede encontrar muchos caminos para pedir algo y contábamos eso, es un recuerdo muy hermoso que tengo. Y también recuerdo que mi mamá escuchaba mucha radio, sobre todo AM, y en mis momentos de juego solitario jugaba a la radio, había una escucha constante en mí”, rememoró.
De su relato se desprende que a los 9 años actuó por primera vez de manera formal: “Hacía un taller de actuación en el Polivalente y me presenté a un casting para una obra que tenía un personaje de niño. Hice de varón, de Federico, muy contemporáneo a lo que pasa ahora. Hacíamos funciones para todas las escuelas, estudiaba la letra con mi familia, me lo tomé como un trabajo”.
-Así fueron surgiendo tus inquietudes vitales.
-Me fui a Buenos Aires a estudiar Ciencias de la Comunicación y seguí haciendo muchos talleres. Estudié tres años en la UBA, pero quería actuar y ensayar, y entonces me dediqué a formarme como actriz en escuelas de directores como Raúl Serrano, Ricardo Bartís. Después me recibí de locutora. Todo tiene el mismo fin que es decir algo, ¿no? Finalmente volví a la UBA a terminar la carrera.
Ahora, cuando tengo algo para decir y encuentro la manera, y me parece que puede aportar, hago un video en Instagram.
Pero la convocatoria más genuina es comunicar el amor, que para mí en el fondo es lo único que existe, como si todo lo demás fueran invenciones del ego.
-¿En qué momento empezaste a reparar en las cuestiones del diálogo interno y lo que nos decimos a nosotros mismos? ¿Cómo se construyen esos discursos?
-Van a hacer nueve años que en paralelo me dediqué a investigar por mi cuenta lo que significa ser un humano, estudiando a otros profesionales que también se dedican a mirar la vida. Leí y leo sobre filosofía, psicología y demás, incluso la actuación tiene este interés por la condición humana. Siempre que actúo estoy tratando de que el espectador entienda que a mí me pasa lo mismo que a él.
En la investigación filosófica y psicológica, y en una materia que tuve en la facultad que era Análisis del Discurso aprendí un montón de cosas. Ahí supe que todos los discursos están compuestos de los discursos de los demás. Empecé a mirar a través de esa materia y de esa profesora mis propias palabras, ver cuánto tenían de la otredad. Ese fue un clic que me llevó a hacer las sesiones que conduzco y este año pienso hacer algo más masivo dentro de lo que el Covid-19 permita.
¿Lo que yo pienso y siento sobre mí es lo que pienso o lo que me dicen los demás? Estamos tan atravesadas las personas por todos los discursos externos. Antes de poder ofrecer ese servicio hice y hago un gran laburo interno para detectar qué había ahí y se abre una puerta enorme, porque entran los discursos de la infancia, cosas que nos decían sobre el cuerpo, el dinero, sobre qué es ser exitoso, sobre lo que es importante, lo que está bien y lo que está mal.
-¿Qué pensás del “positivismo tóxico”? Porque a veces se les adjudica a las personas toda la responsabilidad de cómo se sienten, cuando en realidad no todos tienen los mismos recursos anímicos ni los mismos contextos. Como si sentirse mal fuera “culpa” de la persona que padece esa tristeza.
-A las personas que, al menos como yo, tenemos el gusto de bucear hacia adentro, y siempre estoy tratando de invitar a que sean ustedes mismos, cuando alguien es al ciento por ciento de alguna manera decepciona a los demás.
Y pienso que hay una parte de responsabilidad y otra que no podemos negar, que las personas estamos interpeladas por el contexto que a cada quien le toca. Estoy de acuerdo con que no todas las personas tenemos las mismas herramientas ni tampoco el mismo gusto, somos un poco responsables de lo que nos sucede y de cómo lo abordamos. Eso de la cocreación.
Pero creo que también tiene que haber un gusto por mirar hasta dónde la responsabilidad es mía. Es fácil poner etiquetas y estoy agotada de escuchar el término tóxico, que se usa para todo ahora.
Pienso que la responsabilidad es un poco compartida entre lo que vos podés decidir, si tenés una cierta potestad para decidir cuestiones, decidir entre reaccionar y responder. Son dos cuestiones diferentes y se necesita una cierta conciencia. A mayor interés por mirarte entonces la consciencia es más probable que esté más presente. Tenés que querer mirar tus cosas, lo de la comunicación interna es lo mismo, porque hay que hacerle frente a que uno se dice un montón de cosas espantosas y eso por supuesto que no causa gracia.
-¿Cómo se hace para tener tanta fe en la vida? Y no fe en un sentido religioso, sino en esa certeza absoluta de confiar en la propia existencia.
-Hay, claro, una complejidad en existir. La palabra nunca alcanza y eso angustia. Si te quiero expresar que te amo, te puedo decir ‘te amo’ pero cómo te lo digo, es muy extraño. Y una cosa que yo sé de antes es que tu vida te ama, tu experiencia de vida te ama. No quiere que te vaya lo que vos llamas mal ni que sufras. Muchos maestros espirituales antiguos dicen que ‘el sufrimiento es ignorancia’, que si vos sufrís estás ignorando que tu vida está acá para amarte, para pasarla bien.
El asunto es cómo hemos puesto la mirada en que lo que llamamos felicidad es estar bien y entonces ahí sí mi vida me ama, y cuando me va mal mi vida es injusta. ¿Y qué? ¿Entonces me ama a veces?
Por eso digo que es extraño, porque nos cuesta comprender. A mí también me gusta la palabra fe, viene bien mirarla e intentar algo.
Si te podés reconocer como una persona que no tiene tanta fe, intentar hacerle un lugar y preguntar en qué se podría tener fe. A lo mejor puedo tener fe en que mi cuerpo, después de diez años sin moverme, va a responder. No voy a correr una maratón mañana, pero empezar de a poco.
Las palabras más abstractas son difíciles para el mismo pensamiento. Está bueno hacerle lugar a la fe si uno reconoce que no la tiene.
En mi caso es inherente, me lo traje, me tocó. He tenido la fortuna de detectarla a tiempo, porque no solamente me permite a mí encontrar una cierta calma cuando atravieso situaciones que no son tan cómodas y esta fe me acompaña a estar más calmada. Una y otra vez esta certeza de tenerla me anima a decirla, porque entonces puede haber personas a las que les venga bien y el sentido de la vida también te lo dan las demás personas. Siempre necesitamos a los demás.
-¿Qué pensaría la Florencia niña de esta Florencia mujer?
-Pensaría ‘qué grosa’ porque hasta ahora no dejó ningún sueño atrás, porque se valora un montón y no tiene miedo de decir que es espectacular. Y también diría ‘qué valiente’, con todo lo que eso conlleva. He tenido mucha fortuna, tuve abuelas muy presentes de las que puedo recordar sus discursos, mi abuela materna siempre me decía que era valiente. Tengo una mamá presente que me dice ‘vos vas a conseguir todo lo que quieras en tu corazón’. A eso hay que verlo una y otra vez, ver cómo posible que eso a lo vos aspiras no es descabellado, si esa es tu verdad tenés todo el potencial para llegar ahí. Generar conciencia discursiva es importante por eso.
-Y a los que te están leyendo, ¿qué les dirías?
-Pienso que les diría que ‘el amor es lo único que existe’, es una frase que me gusta mucho. También hay otra de un pensador indio, Nisargadatta Maharaj, que dice ‘tu identidad real no tiene pensamiento’. El pensamiento es algo construido, la identidad real es el amor. Todos son el amor.