“Beto” Alonso: “El fútbol estuvo presente en cada paso de mi vida”
Fue uno de los defensores más destacados de Tandil y el líder de un seleccionado serrano que fue protagonista en la década del 70 U Debutó a los 17 años en Loma Negra y terminó jugando a los 37 en Independiente, junto a sus hijos Patricio y Adrián U Una historia donde el juego estuvo siempre presente
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Para Norberto Alonso, el fútbol y la vida son casi la misma cosa. No los concibe separados, porque fue el juego el que lo fue llevando, abriéndole pequeñas puertas, dándole oportunidades, empujándolo a apuestas más o menos arriesgadas. “El fútbol me insertó en la vida. Me dio casi todo lo que tengo, la familia, los amigos, el trabajo”, repite convencido. También le dio el reconocimiento como uno de los mejores defensores que pisaron las canchas tandilenses. Zurdo, aguerrido, con buena técnica y personalidad. Rendidor en todos los puestos de la última línea.
A los 69 años, “Beto” mantiene esa energía y esa vitalidad que lo destacaba dentro de la cancha. Un día cualquiera se lo puede encontrar trotando a buen ritmo por el Cerrito, cerca de su casa de la calle Tacuarí. Esa que fue construyendo ladrillo sobre ladrillo desde que llegó para quedarse definitivamente en Tandil, en 1978.
Fue un símbolo de Independiente, donde se retiró a los 37 años, jugando al lado de sus hijos Patricio y Adrián, pero tiene el reconocimiento de todo el fútbol tandilense, sobre todo por su presencia casi indispensable en aquellos seleccionados que persiguieron hasta el final cada Campeonato Argentino de la década del 70.
Alonso se entusiasma al repasar su historia, y en cada anécdota, en cada dato, hace notar que no está errado en eso de considerar al fútbol el gran motor de su vida. “Trabajo de parquero, pero en esta época del año crece poco el pasto y con la pandemia está todo medio parado. Ahora que se puede, corro tres veces por semana cerca de mi casa, ahí, por el Cerrito, que es una zona espectacular. Vivo en Tacuarí al 300 desde hace 30 años. Deben pensar que tengo mucha plata, pero cuando me hice la casa ahí no había nada. Arranqué con planchones y después la pude hacer de ladrillos. Trabajaba, y los manguitos extra que agarraba con el fútbol eran todos para construir. Ahora quedé rodeado de unas casas impresionantes”.
– En Tandil te instalaste de grande.
– Nací en Buenos Aires, pero nos vinimos con la familia para acá y al poco tiempo mi viejo agarró la cantina del club Velense. Ahí empecé a jugar y tenía a todos mis amigos. Hace poco quise reunir a un equipo del baby con el que salimos campeones, estamos todos vivos por suerte. Uno de ellos estaba en España y justo venía para acá, pero lo agarró la pandemia y no pudo llegar. Ya se nos va a dar el encuentro en algún momento. Esos primeros años en Vela fueron espectaculares.
– ¿Y cuándo fue el primer acercamiento a la ciudad?
– A los 10 años mi viejo se vino a laburar acá. Dejé a todos mis amigos en Vela y mi viejo me llevó a jugar a Ferro. Ellos me veían condiciones y me venían a buscar siempre, pero yo no me sentía parte del equipo. Un poco porque ya estaba armado el grupo de pibes en Ferro y otro poco porque yo no me quería incluir demasiado. Entonces empecé a jugar en el Libre. Mi viejo tenía el restaurante de Las Pircas, y yo me cruzaba la ruta para jugar para Villa Gaucho. Tenía 14 años y jugaba con tipos de 35, 40 años. Se armaban unas peleas tremendas en esos partidos. Se daban con todo.
– ¿Cuándo aparece Loma Negra?
– Jugué en el Libre hasta los 17. Ahí me puse de novio y mi señora quedó embarazada de Patricio. Había que moverse. Me enteré que Loma Negra estaba probando jugadores y daba trabajo. Fui y me agarraron enseguida. Además, mi viejo se hizo cargo de la cantina del club y yo trabajaba como contratista, porque en la fábrica de Loma Negra era muy difícil entrar.
– ¿Pagaban por jugar?
– Yo jugaba en Tercera, pero de ahí sacaban dos o tres suplentes para la Primera y nos matábamos para entrar, porque te pagaban. Terminaba el partido, te bañabas, y estaba un dirigente sentado con una mesita a la salida para entregarte el sobre con la plata, que no era una millonada, pero te ayudaba mucho. Y era por jugar al fútbol, que era lo que me gustaba. Antes de cumplir los 18 ya había debutado, y al poco tiempo se lesionó Pacheco, que era el 3 titular, me pusieron ahí y no salí más.
En la mira de los grandes
En los comienzos de la década del 70 Loma Negra era protagonista de los torneos de la Liga Tandilense, y las actuaciones de Alonso no pasaban desapercibidas para el resto de los equipos. Después de estar cerca varios años, en 1972, los de Villa Cacique se quedaron con el campeonato, con “Beto” como una de las figuras junto a nombres como Carlos Feriozzi, Horacio Tear, Miguel Cayolo, Oscar Perandones y Carlos Lazaga.
En 1977, Aníbal Tarabini lo convocó como refuerzo de aquel Santamaria que estuvo a un solo gol de clasificar al Nacional, en la recordada definición con Cipolletti. “Tuvimos ahí nomás la clasificación y se nos escapó. En la ida, en Cipolletti, nos hicieron de todo. Ese partido casi no lo juego. Nos habían dicho que no tomemos nada en el hotel, que nos cuidemos de cualquier cosa. Yo no hice caso, me tomé el desayuno que nos trajeron, y me descompuse mal. El equipo estaba listo para salir a la cancha y yo estaba en el baño. Empatamos cero a cero y acá nos ganaron por el gol de visitante. No habíamos perdido un solo partido, eliminamos por penales a Olimpo, uno de los candidatos. Fue increíble cómo se nos escapó y una lástima porque hice un esfuerzo muy grande para estar con ese equipo. Trabajaba en la fábrica de Loma Negra, me tomaba el colectivo, volvía y entraba de 8 de la noche a 4 de la mañana. A veces me dormía en el turno, pero no faltaba nunca porque el trabajo era sagrado para mí.
– A Independiente también llegás de la mano de Tarabini.
– Fue en el 78. Llegué junto con “Pisulino” Sommi, que venía de San José. Me querían matar, porque la mayoría de la gente que conocía se quería ir a laburar a Loma Negra y yo dejaba todo para venir a Tandil. Tenía trabajo y recién me habían entregado una casa de tres habitaciones a estrenar en Villa Cacique. Yo la verdad pensé en los chicos, que ya tenían seis o siete años. Si no agarraba esa oportunidad, no me iba más de allá. Me decían que estaba loco. Independiente me alquiló una casa y ahí arranqué en Tandil. Me fui conectando con gente del futbol. Aldo Villar, que me dirigió cuando fue a reforzar a Ferro en el Regional, me dio trabajo en la perfumería, y ahí me acomodé de nuevo. La apuesta me salió bien.
– Se armaban grandes equipos en esos tiempos.
– Venían jugadores que a lo mejor con tenían cabida en los equipos de Buenos Aires, pero que tenían un gran nivel. Había una competencia interna muy buena. Todos los equipos tenían grandes jugadores. Y no sólo los de Tandil, porque estaban Napaleofú, Racing de Gardey, Loma Negra. La gente iba mucho a la cancha y durante la semana estaba todo el tiempo hablando de fútbol. Nosotros teníamos el café El Rey, y era toda la galería San Martín hablando de los partidos, y de lo que iba a pasar el domingo. Había una rivalidad muy linda, la mayoría de los jugadores se identificada con un solo club.
– Independiente tuvo equipos con muchas figuras, pero recién pudo salir campeón en el 82.
– Entre el 78 y el 80 teníamos equipazos, pero no podíamos salir campeones. Y recién lo logramos en el 82, con todos jugadores del club y el Gallego Menchón como técnico, que armó un grupo espectacular. Con ese plantel marcábamos la diferencia físicamente, el “Gallego” nos tenía volando. Como él era preparador físico, le daba mucha importancia a eso. Después, en el 85 se armó un equipo con más nombres y también pudimos salir campeones en aquellas finales con Santamarina. Son cosas que pasan en el fútbol, a veces con figuras solamente no ganás. Lo mismo nos pasó en Loma Negra. Traían jugadores de afuera y nosotros acompañábamos, pero no podíamos lograr el título. En el 72 los limpiaron a todos, quedamos todos jugadores del club y terminamos ganando el título. Fuimos los primeros que jugamos un Regional. Trajeron de refuerzo a Gerardo Villar y a dos chicos de Olavarría, pero no llegamos muy lejos. Era todo muy improvisado.
– Quedaste muy identificado con Independiente.
Es un club que quiero mucho. Independiente me hizo muchos reconocimientos en vida, y eso es muy valorable. Le pusieron mi nombre a la correcaminata de los 97 años, y ahora la corro todos los años. Doné para el club la camiseta del 82, que usé como capitán. Y en la fiesta de los 100 años hicieron un video, que me juntaron con un pibe joven del club para mostrar el pasado y el futuro del fútbol del club. Independiente es una parte muy grande de mi vida, y ahí también se formaron mis hijos, así que siempre le estaré agradecido.
– También tuviste un vínculo muy fuerte con el seleccionado de Tandil.
– Los torneos Argentinos eran muy importantes. Se le daba mucha importancia a la selección de Tandil. Había una gran identificación de la gente con el equipo. Los clubes se peleaban todo el año, pero con la selección se unían, lo mismo que los hinchas, que llenaban la cancha. Estaba la Barra del Bombo y el Muñeco y todos nos seguían, nos apoyaban. Fui tres veces campeón de la Provincia con la selección, pero nos quedó esa espina de no poder ser campeones argentinos. Éramos una cuidad chica, pero siempre estábamos en las definiciones. Pasábamos a Mar del Plata, a Bahía Blanca, a Junín. Tandil era un pueblo, porque nos conocíamos todos, pero cuando se plantaba contra las ciudades grandes, ganaba. Fue una época muy linda, lástima que quedamos tan cerca con Tucumán y San Juan.
– ¿Qué virtudes tenías como jugador?
– Me imponía físicamente. Era difícil pasarme, me recuperaba rápido. Me acuerdo que una vez jugué contra Buyatti, que era un wing de Mar del Plata muy rápido, una bala. Era un jugadorazo, pero no me pudo pasar nunca, lo tuve cortito todo el partido. Los wines en esa época jugaban siempre por la línea, entonces vos los llevabas hasta el banderín y ahí los cruzabas, era muy difícil que te pasaran.
– ¿Lateral o central?
– Siempre me gustó jugar de marcador por la izquierda, pero lógicamente, cuando perdí velocidad me tuve que meter en la cueva. En inferiores en Vela arranqué de wing izquierdo, y después aparecieron esos técnicos que siempre te acomodan al puesto que te queda mejor. Tenía criterio, yo no pegaba, podía ir a trabar fuerte o si me tomaban el pelo, por ahí metía una murra, pero era muy limpio. Mi cualidad era la recuperación, yo sabía que siempre llegaba. Y de cabeza iba bien. En Loma Negra, jugando de lateral, salí goleador con ocho o nueve goles. Ahí pateaba los penales, los tiros libres, todo.
De padres e hijos
En 1987, después de un fugaz paso por Grupo Universitario, Alonso retornó a Independiente y tuvo la chance de compartir el equipo con dos de sus hijos. Patricio, un defensor de similares características a las de su padre, y Adrián, un delantero veloz, incisivo y goleador. “Fue un cierre especial para mi carrera. Yo digo que lo que resume todo lo que hice en el fútbol son dos fotos: la del equipo de baby en Velense y la de Independiente con mis tres hijos, porque Mariano, el menor, aparecía como mascota. A esa altura ya veía que me costaban más los entrenamientos, que el físico no me respondía tanto. Entonces quería jugar un partido con los dos juntos. La primera vez fue en cancha de La Movediza. Adrián estaba muy engripado y estaba dudando si jugar o no. Le dije que tenía que jugar si o si porque podía ser la última oportunidad de estar los tres en una cancha. Entonces jugó media hora y lo sacaron. Pero bueno, después pudimos jugar de vuelta juntos, contra Grupo, en el Estadio. Y fue muy especial porque íbamos perdiendo 1-0. En el segundo tiempo lo empató Adrián y el 2-1 lo hice yo y ganamos. Fue increíble. Me acuerdo que salió una nota en la revista Solo Fútbol, porque era un equipo de Liga y era insólito que jugaran el padre y los hijos en el mismo equipo y que además hicieran los goles.
– ¿Con Patricio también jugaste en contra?
– Si, en el 86, cuando yo me fui a jugar a Grupo Universitario. “Pato” recién arrancaba en la Primera de Independiente. Me acuerdo que tuvimos un encontronazo enfrente a la techada, nos sacamos chispas.
– Te costó dejar el fútbol.
– Para nada. Fueron muchos años y ya estaba un poco cansado de jugar. Empecé en Primera a los 17 y terminé a los 37. Siempre tuve mi trabajo aparte, y el fútbol era algo que me gustaba y me permitía ganarme unos mangos extra. Con Petrillo cambiaron los horarios de entrenamiento, porque antes se entrenaba de noche. Caían las heladas y salíamos del entrenamiento con los gorros blancos por la escarcha. Se empezaron las prácticas al mediodía, y fue algo positivo porque no se sufría tanto. Así que yo salía a las 12 del trabajo y me iba a entrenar hasta las 3 de la tarde, y de ahí a seguir laburando. Era mucho sacrificio en los últimos años.
– ¿Y cuándo dijiste basta?
– Un día llegué al Berroeta con el Rastrojero que usaba para laburar, estacioné afuera, y como no me vio nadie, puse primera y me fui. Ahí me di cuenta de que tenía que tenía que dejar. Me dije “Beto, estás para largar, no da para más”. Porque siempre es sacrificado entrenar, pero si no vas con ganas se complica mucho. Estas todo el día afuera de tu casa, entre trabajo y entrenamiento, y entonces te das cuenta que hay cosas más importantes.
– ¿Y cómo lo reemplazaste?
– Cuando dejé de jugar lo iba a ver a Patricio, pero lo echaban todo el tiempo. Creo que a mí me expulsaron dos veces en mi vida, era más tranquilo. Me hacía mala sangre, así que no fui más. Pero tenía que hacer algo los fines de semana. Jugué en el Senior dos años, pero me puse a analizar. Estuve poco con mi familia, porque si no jugábamos acá, teníamos que viajar, o estábamos con la selección. Y dije no juego más. El domingo es para mí y para mi familia. Y ahí arranqué a correr, fui a todas las carreras de toda la zona y en los últimos tiempos corrí todas las que se hacen en Tandil. Sigo corriendo tres veces por semana y tengo la esperanza que se haga la Tandilia este año. La corro desde que cumplí 51. Empecé a prepararme por las dudas, hago la subida del Parque y la del Fundidor, que es tremenda.
Un golpe inesperado
Un mes antes de cumplir 50 años, “Beto” recibió el golpe más duro de su vida. Un accidente automovilístico le produjo heridas irreversibles a su hijo Adrián, que ya no pudo volver a caminar.
“Fue durísimo. Y se dio todo al revés, como para que pasara esa desgracia. Adrián jugaba en Gimnasia, estaba suspendido, lo habían echado. Era un día de lluvia, muy feo. Los amigos lo pasaron a buscar temprano para ir a ver el partido a Juárez. Cuando llegaron allá, se había suspendido y al regresar tuvieron el accidente. Me llamaron, pero no me dijeron que era tan grave. Me fui al peaje y ahí estaba la ambulancia que lo trasladaba a Mar del Plata. Adrián estaba perfecto, hablamos, me dijo que estaba bien. Llegamos a Mar del Plata, a los cinco minutos viene el médico y así nomás, sin anestesia, me dijo que no iba a caminar más. Pensé que me estaba cargando. Fue terrible”.
– ¿Cómo superaron ese momento?
– La pasamos mal, pero dentro de todo, la ciudad de Tandil y todo el ambiente del fútbol se portaron bárbaro. Se hicieron muchas cosas para darnos una mano, partidos a beneficio y otros eventos. A mí en el trabajo me apoyaron, pero estuve 40 días en Mar del Plata y seis meses en el Italiano en Buenos Aires. No teníamos ingresos, y nos ayudaron mucho. Una vez más apareció el fútbol en mi vida para sacarnos adelante en un mal momento.
– ¿Y cómo reaccionó Adrián?
– Gracias a Dios Adrián se pudo sobreponer. Le puso mucha actitud. Pero fue difícil al principio. Después de la operación pudo cobrar el seguro, pero al tiempo lo agarró el corralito de 2001 y terminó perdiendo mucha plata. Lo ayudó mucho que tenía una hija chiquita. Le dio un motivo para luchar. Ahora con los años se pudo independizar más, aunque no deja de ser una vida es muy complicada. Lo importante es que lo veo muy enchufado, positivo. El programa de radio (Pasión Futbolera, por FM 90.3) le encanta y lo ayuda muchísimo. Es lo que le gusta hacer y le pone toda la energía”.