Ubaldo Peñalba, una historia de Tandil a Madrid
Fue un atleta destacado por casi tres décadas, dueño del récord argentino de lanzamiento de bala bajo techo durante 18 años, y hoy, a los 59 años, desarrolla su carrera como médico cirujano en España
Se puede decir que Ubaldo Peñalba nació con el don de destacarse en los deportes y, aunque no llegó a hacerlo su medio de vida, fue determinante para encontrar su rumbo y llegar a concretar una exitosa carrera en la medicina. Se destacó en lanzamiento de disco y bala en los comienzos de la década del 80, con títulos nacionales que lo llevaron a representar a la Argentina internacionalmente, y hoy, a los 59, reside en Madrid, tras un largo camino repartido entre el deporte y su profesión de médico cirujano especialista en traumatología.
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Viviendo en uno de los países más golpeados por la pandemia, y con la autoridad que le da su profesión, es ineludible la consulta sobre la forma en que está enfrentando este drama en España. Y la respuesta es dura: “La cosa está muy complicada desde muchos puntos de vista. Desde lo personal estoy muy enojado porque creo que nos tratan de tontos. El gobierno español ha manejado muy mal esta pandemia. De hecho, los peores datos por millón de habitante en el mundo los tiene España. Creo que los dirigentes no han dado la talla. No tienen el nivel que necesita un país como este. Cómo médico que soy, sé lo que se debería haber hecho, y nada de eso se hizo. Es una situación muy compleja de digerir. Y lo peor es que no veo que esto vaya a mejorar. Nos han encerrado, y evidentemente, epidemiológicamente se va cortando la transmisión del virus, pero a costa de la pérdida de muchas vidas, de un desastre económico, de puestos de trabajo, y de daño moral y psicológico importantísimo. Y lo profesional también va ligado a lo personal, porque con el confinamiento, como cirujano ortopédico y traumatólogo me prohíben atender a pacientes que no sean de urgencia. Entonces, de golpe, todos los pacientes que tengo que operar, a los que tengo que controlar en su evolución, en su rehabilitación, no los puedo atender. Tuvimos que reinventarnos, hacer consultas por video conferencia, ver a los pacientes haciendo un poco de telemedicina. Y ahora vamos saliendo del confinamiento y vamos haciendo cositas poco a poco. Espero que podamos arrancar”.
-¿Cómo fueron tus comienzos en el deporte?
– Ahora, a la distancia, rememorando y pudiendo comparar con lo que vivo en España, me viene a la mente la magnífica actividad deportiva que había en Tandil en mi época de adolescencia, en la década del 70 y principios del 80. Me había integrado con un grupo de amigos a los que nos venía bien cualquier tipo de deporte. Hacíamos gimnasia deportiva, saltos ornamentales, hockey. Yo jugaba fundamentalmente al rugby. Empecé porque me lo recomendó el médico, porque era asmático. Me dijo que hiciera algún deporte y arranqué en Los Cardos a los 12 años. De ahí me fui con mis amigos a Independiente, hasta que dejó de tener rugby, y terminé a los 17 en Uncas. Así que el único club que no pisé fue Los 50.
– ¿Y en el atletismo?
– En una olimpiada interna que se hizo en la escuela Granja, el gran y queridísimo profesor Aldasoro fue el primero que me puso un disco en la mano. Así empecé a tirar. En esa época uno de mis mejores amigos era Daniel Fiaschetti. El hacía atletismo y nos juntábamos en el club Santamarina. Un día le dije que yo podía lanzar de columna a columna y Daniel me contestó que no podía ser, qué ni el récord de Tandil llegaba a esa distancia. Quedamos en probar, y efectivamente le mostré qué tan lejos podía lanzar. Entonces me presentó a Silvio Battaia que era entrenador, empecé a practicar y a mejorar. Superé la mejor marca local y no paré de progresar.
-¿Y cuando llegaron los primeros resultados?
– En 1980 me tocó hacer la Colimba, y ahí tenía mucho tiempo para practicar. Ya había alcanzado un nivel alto, ya era campeón provincial, y le pedí permiso al teniente coronel para fabricarme una plataforma de cemento. Entrenaba como un animal, hasta cinco horas todos los días, y así me clasifiqué para el Nacional y salí campeón argentino por primera vez.
Después aprobé el examen de ingreso a la facultad de medicina de La Plata, y ahí conocí al profesor Mendoza Pinto, que fue mi último entrenador en Argentina. Con él mejoré mucho, hice mis mejores marcas. Llegué al seleccionado nacional, representé al país en varios torneos internacionales.
– Después llegó la etapa española.
– Sí. Empecé a entrenar en la Escuela Catalana de Lanzamientos, con el profesor Llorenç Cassi (falleció hace pocos días a los 79 años, víctima del Covid-19), aprendí mucho de él, porque era una eminencia. Salí campeón de los Juegos Mundiales de Medicina, hice el récord de España de veteranos, el récord argentino de bala en pista cubierta. Competí profesionalmente en varios clubes, hice el récord nacional de Andorra, y terminé como atleta de alto rendimiento en el club Chapin Jerez, que fue donde ya empecé a tocar mi techo como atleta. Me requería mucho tiempo mantenerme en un buen nivel, ya con familia, con trabajo, y me era muy difícil hacer lo necesario para seguir en competencia. Así que me dediqué a entrenar y nada más.
En febrero 1994, en Zaragoza, el tandilense logró el récord argentino de lanzamiento de bala bajo techo, con 15.97 metros, una marca que recién en 2012 pudo quebrar Germán Lauro, el cuádruple campeón sudamericano y medallista de bronce panamericano, al arrojar el implemento de siete kilos a 19.86 en el encuentro internacional PSD Bank, en Dusseldorf.
“Fue muy curioso, porque yo hice el récord argentino, pero no me enteré hasta muchos años después. No significó mucho para mí, porque no esperaba hacerlo y porque la marca tampoco era tan buena como para enorgullecerse. No había demasiadas competencias de pista cubierta en Argentina, yo no era el mejor atleta de lanzamiento de bala ni mucho menos, entonces no le di tanta importancia. Lo que sí me sorprendió fue que el récord durara casi 20 años. Igualmente, nunca le di mucha importancia a mis marcas, porque todo en el deporte es efímero. Siempre es más lindo el camino recorrido que llegar al objetivo. Te planificas una competencia a dos o tres años, trabajas, te ilusionás, sobre todo un tipo tan estructurado y disciplinado como yo. Cuando llegaba el momento de la competencia, como que no lo disfrutaba tanto. Entonces me buscaba otro objetivo. Para seguir en la lucha, para seguir trabajando, que en realidad era lo que me gustaba. Lo mismo me pasó cuando hice el record de España de veteranos, también me enteré tarde. Porque yo era veterano de edad, pero seguía compitiendo con los jóvenes, y un día un paciente me lo hizo notar, por casualidad.
– ¿Cuándo dejaste de competir?
-Ya no compito en nada. Después de retirarme, empecé a hacer tiro con arco, llegué a estar cuarto en el ranking español en la modalidad tradicional. Ahora entreno para mantenerme en forma, me gusta la caza mayor con arco, pero ya no compito, solo me entreno por placer, para segregar endorfinas nada más.
-¿Y cómo fue tu recorrido con la medicina?
– Terminé la carrera en el 87 y mientras esperaba que me entregaran el título, trabajé en un sistema de ambulancias que había en Tandil, el Cemi. Ni bien me dieron el diploma nos vinimos para España con la que era mi esposa, Silvia Aguiñaga. Fue un poco a la aventura. Teníamos algunos conocidos, sobrevivimos como pudimos el primer año, y a partir de ahí, como yo era conocido como atleta, me ofrecieron un trabajo en Barcelona, en la el club Deportivo L’Hospitalet, donde ejercía como médico y también me pagaban por competir. Mientras tanto me fui preparando para lo que fue la residencia como traumatólogo. Hice la especialidad en el Instituto Catalán de Traumatología y Medicina del Deporte, con el profesor Villarrubia, tal vez el mejor cirujano que ha dado España, muy reconocido internacionalmente. En los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992 fui médico del Palau Sant Jordi, en la competiciones de gimnasia deportiva. Mi primer trabajo fue como traumatólogo en el hospital del Valle del Valle de Aran, en la provincia de Lérida.
– ¿Cuándo llegaste a Madrid?
– Viví 19 años en Extremadura, donde ejercí la medicina pública y privada en una ciudad que se llama Zafra. Y luego un amigo me ofreció ir a levantar un hospital que estaba en quiebra en Cuenca, que está muy cerca de Madrid. Allí surgió la chance de trabajar en la capital, con un médico traumatólogo muy reconocido. Hace casi ocho años que estoy aquí, Madrid es una ciudad maravillosa, abierta, cosmopolita, nadie te pregunta de dónde sos, sólo si sos capaz o no.
Llevamos la traumatología de dos hospitales. Somos un equipo multidisciplinario. Soy el jefe de servicio de Recoletas de Cuenca y también trabajo para la Clínica Santa Elena de Madrid, integrando el equipo de referencia del hospital.
-Por tu especialidad debés estar en contacto con muchos deportistas.
– Por necesidades del hospital tenemos que hacer de todo. Nuestro fuerte es rodilla, cadera y hombro, tanto por vía artroscópica y como con prótesis, es decir cirugía abierta. Hemos operado a muchos deportistas de alta competencia. Hace tres años fui médico de la Federación Española de Rugby y fundamentalmente atendía a los jugadores de la selección. Trabajamos con compañías de seguros que son las que cubren los accidentes deportivos de federados, así que la mayoría proviene de ahí, pero también hemos operado a jugadores profesionales de fútbol. Hacemos entre 800 y 1000 cirugías por año, así que tenemos mucho trabajo y estamos contentos.
-¿Seguís vinculado a Tandil?
-Tengo familia en Tandil, toda la familia Suárez, mis tíos, mis primos, y también tengo un grupo de amigos de la infancia. Nos mantenemos mucho en contacto con Daniel Fiaschetti, con Alfredo Sacchetto, que son como hermanos para mí. A veces escucho a Ramiro Cobo por la radio, porque fuimos compañeros de secundaria. Me gusta mucho Tandil. Además, uno de mis hijos, Adrián, está estudiando medicina en La Plata, así que tengo otra excusa para escaparme a Argentina. En cuanto acabe el confinamiento me voy a hacer un espacio para ir para allá.