Sergio Cabral, otro tandilense con pasado en la Liga
Pocos años después de empezar a jugar se encontró en la capital del básquetbol, reclutado por Pacífico. Pasó por Gimnasia de Comodoro y Regatas de San Nicolás, antes de radicarse en Zárate, donde vive actualmente
En estas páginas se contaron hace poco tiempo las historias de Roberto Leveau y Nelson Espada, dos tandilenses que partieron de la ciudad muy jóvenes para sumarse al primer nivel del básquetbol argentino, además de vivir desde adentro la experiencia de la Liga Nacional. Un camino similar, varios años después, recorrió Sergio Cabral, aunque su boleto de ida no decía Buenos Aires, sino Bahía Blanca, la capital del básquetbol.
Recibí las noticias en tu email
Cabral reside hoy, a los 49 años, en Zárate, a donde llegó hace casi un cuarto de siglo. Formó una familia y desarrolla una actividad empresarial, después de recorrer varios destinos a los que lo fue llevando el básquetbol. Pasó por Bahía Blanca, Comodoro Rivadavia, San Nicolás, Ramallo, unos años en Italia, y el regreso para instalarse en la ciudad del norte bonaerense, que lo tuvo como jugador de Independiente.
Comenzó a jugar a los 11 años, y a los 15 ya compartía plantel con figuras del básquetbol argentino: “Fue todo muy rápido –reconoce-. Arranque en Santamarina. Me llevó mi mamá porque no hacía nada y necesitaba meterme en algún deporte. Vivía cerca del centro, así que Santamarina era el club que me le quedaba más cerca”.
Al año siguiente ya integraba el seleccionado de Pre Infantiles al mando de Carlos Zulberti, un equipo que quedó segundo en el Provincial de Tres Arroyos, después de conseguir el primer triunfo de la historia en competencias oficiales sobre Bahía Blanca.
“Esa selección tenía la base de Independiente, con jugadores como Dardo Zumpano, los hermanos Fredes, una linda banda. Después de ese torneo me cambié de club”, cuenta Cabral.
– ¿Cómo se da tu llegada a Pacífico?
– Fue todo muy rápido. Jugué dos Provinciales con Tandil y me llamaron para la selección de Buenos Aires. Nos juntamos dos días para entrenar en Bahía Blanca y después viajamos a Luján de Cuyo, donde su jugaba el Argentino. Los entrenamientos los hicimos en Pacífico y en Estudiantes, y supongo que ahí me habrán visto. Un tiempo después me ofrecieron ir a jugar a Bahía. Tenía dos opciones, Pacífico y Olimpo. Los dos me querían.
– ¿Y cómo te decidiste?
– Me decidí por Pacifico porque ahí había estado jugando Jorge Zulberti, en el 86. El “Chino” se fue una tarde a casa y estuvimos charlando. Me contó lo que me podía llegar a dar Olimpo y lo que me podía dar Pacífico, más que nada en la parte de contención personal, porque yo tenía 15 años, era un pibe. Entonces me dijo que me convenía Pacífico, porque era un club de barrio, más familiar.
– ¿Y cómo fue la adaptación a Bahía Blanca?
– Bastante dura. Yo tenía edad de cadetes, pero entrenaba con la Primera desde el primer momento. Todavía no había empezado la escuela, así que entrenaba en triple turno. Salíamos a correr a las seis de la mañana, después gimnasio tipo 11, y a la noche volvía a entrenar, con cadetes y con la Primera. En ese sentido fue muy difícil. Pero era un lindo club, con mucha contención humana y yo tenía muchas ganas de jugar.
– ¿Y en cuanto al juego?
– También fue difícil adaptarme, porque yo venía jugando de pivote. Ni bien llegué me pusieron de alero y en menos de un año terminé jugando de base. Eso me costó mucho, fue toda una adaptación a algo nuevo.
– Pacífico llegó a semifinales en tu primera temporada.
– Si, era un buen equipo. Estaba Marcelo Richiotti, que era el líder del equipo y del club, Julio Ariel Rodríguez y una dupla de americanos que jugaban bárbaro. Y de ayuda jugaba el zurdo De Battista. Cuando llegué el entrenador era “Tite” Boismené, que era una leyenda del básquet.
– ¿Se sentía la pasión por el básquetbol que hay en la ciudad?
– Si, todo el tiempo. Estar ahí me hizo darme cuenta de por qué ellos tenían el nivel tan alto en las divisiones formativas. Desde las inferiores tenían un formato de torneo que era igual al de la Liga Nacional. Con descensos, con playoff, con partidos todos los fines de semana, todo el año. Increíble la cantidad de equipos y de jugadores que tenían. Daba gusto estar ahí. Ibas a la escuela y te dabas cuenta que todos jugaban al básquet. En otros lugares casi todos juegan al fútbol, acá juegan al básquet. Unos mejor, otros peor, en diferentes niveles, pero todos juegan en algún club.
– ¿Pudiste jugar algunos minutos?
– El primer partido que jugué fue una de las semifinales con Atenas. Creo que Richiotti salió por cinco faltas y me tocó jugar siete u ocho minutos. Pero la base la agarró De Battista y yo fui de ayuda, sino me hubiera tocado enfrente Milanesio. Empecé a viajar más con el equipo en el segundo año, pero las pocas oportunidades que tenía eran como base. Después se fue Boismené, vino Alejandro Alvarez, y ya no tuve muchas chances. Para jugar de 3 no me daba el físico, de ayuda era un puesto que tenían cubierto, y de base no me daba el nivel. En juveniles me iba mejor. Estaba en la selección de Bahía, llegué a pasar el primer filtro y quedé entre los 22 en un preseleccionado argentino. Pero en primera no me sentía cómodo en el lugar en el que me hacían jugar.
Otros rumbos
La crisis económica pegó fuerte en Pacífico, que tuvo que abandonar la Liga cuando restaban siete partidos de la segunda fase en la temporada 89.
“Yo tenía un contrato. Me daban el departamento, comida y un sueldo aparte. A pesar de los problemas, Pacífico me mantuvo, seguía jugando en juveniles y mientras tanto terminaba la escuela. Un día vino Richiotti y me dijo que Gimnasia de Comodoro, que estaba por ascender, organizaba un cuadrangular amistoso y que lo habían invitado a jugar como refuerzo de uno de los equipos. Y me ofreció ir porque le pedían que llevara un jugador más. Me dijo que nos pagaban el avión para ir y volver el fin de semana, así que acepté enseguida. Jugamos esos partidos y al tiempo me contactaron para sumarme a Gimnasia, que había ascendido a la Liga A”.
-¿Cómo te fue en Comodoro?
– Fue más fácil la adaptación porque ya venía de la experiencia de Bahía, ya sabía cómo se jugaba y de qué se trataba la Liga. Llegué con 18 años. Había arrancado la Liga Nacional Juvenil, y le apuntaban a eso. Empecé a tener un poco más de participación. Estaba afianzado como ayuda base, pero en ese equipo éramos cinco para esa posición. Y la rotación era prioritaria para los jugadores mayores, así que tenía muy pocos minutos.
– Después llegaste a San Nicolás.
Estuve dos temporadas en Comodoro y me contactaron de Regatas, que quería pelear para ascender. Lo estaban llevando a Guillermo Vecchio, y me pareció una linda oportunidad, porque no estaba teniendo continuidad en Gimnasia. Fue un buen año, con participación en todos los partidos, y por suerte pudimos ascender.
Creo que esa fue mi última temporada en serio en el básquetbol profesional.
-¿No pudiste jugar en la Liga A con Regatas?
– Tenía previsto seguir en el equipo, pero hice las cosas mal. Después de ese torneo yo estaba sin representante. Hablé con Vecchio y me dijo que del equipo que había ascendido se quería quedar con tres jugadores y uno de ellos era yo. Así que me pidió que no le afloje en el receso. Pero bueno, me fui a Italia a visitar a mi mamá, no estuve en contacto y me quedé más tiempo del que me tendría que haber quedado. Fue muy amateur lo mío. Cuando volví ya estaba el equipo armado, así que me quedé un año jugando solo el torneo local. Después, el ayudante Vecchio agarró Social Ramallo, que se había armado muy bien, y me ofreció ir con él. Jugamos el regional y ascendimos a la Liga B. De ahí pasé a Independiente de Zárate y fue el último año que jugué más o menos en serio.
Un tal Oscar Schmidt
En Ramallo, Cabral convivió unos años con el que sería uno de los mejores bases de la historia del básquetbol argentino, Pablo Prigioni, que actualmente se desempeña como entrenador asistente en Minnesota Timberwolves, en la NBA. “A Pablo lo conocí en Ramallo, vivimos juntos dos o tres años. Yo les insistía a él y a su padre para que sacaran el pasaporte italiano. Le contaba lo que me había pasado a mí, que hubiera tenido la chance de quedarme a jugar en un club italiano, pero no tenía los papeles. Le decía que no afloje con eso y por suerte me hizo caso”.
Cabral había tenido una experiencia en Italia, donde tuvo la chance de entrenar junto a Oscar Schmidt, el mejor jugador brasileño de la historia, autor de más de 49.000 puntos en su carrera.
– ¿Cómo fue la experiencia en Italia?
– Fue antes de irme a Comodoro. La fui a visitar a mi madre, estaba por cumplir 18 años. Hicimos un viaje a un pueblito de las afueras de Nápoles a ver a unos parientes. Yo aproveché y me fui a un club que había ahí para entrenar. Me agarró un entrenador, me dijo que jugaba bien y que él conocía a la gente del Snaidero Caserta, que era en ese momento el equipo de Nápoles que jugaba en la máxima categoría de Italia, y que me podía conseguir una prueba. Era el equipo de Oscar Schmidt y Vincenzo Esposito, que era el base de la selección italiana. Para mí fue algo increíble entrenarme ahí. Me hicieron jugar un uno contra uno contra con un suplente, en la cancha auxiliar, que era del nivel de un estadio de Liga Nacional en Argentina. Y después me sumaron al entrenamiento con el equipo de primera, con Schmidt y todos los titulares. Fue la mejor experiencia que tuve como deportista. Yo no tenía pasaporte italiano, le buscaron la vuelta para ver si me podía quedar, pero no me podían contratar como extranjero, así que no tuve chances.
– ¿Qué características tenías como jugador?
– Terminé jugando como ayuda base. Era buen tirador de tres puntos. Marcaba bastante bien, empujaba mucho con la defensa, solía ser el eje en los sistemas, sobre todo cuando lo tuve a Vecchio de entrenador. En unos playoff con Independiente de Zárate llegué a meter 13 triples en un partido. En Bahía, en juveniles, tiraba todo, hasta el bidón del agua. Hacía treinta y pico de puntos por partido y en uno llegué a hacer 62 tantos. Pero más que nada era constante y sacrificado, me gustaba entrenar, quedarme hasta el final en las prácticas. No me sobraba nada físicamente, así que no me quedaba otra que entrenarme mucho.