Kobe Bryant, el crack que ya era leyenda y que ahora será eterno
Por Eduardo Aldasoro
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Ya era una leyenda viviente. Su trágico final, tan doloroso como inesperado, inexplicable e injusto, cala en lo hondo de los huesos, mucho más allá del fanatismo o la admiración.
Kobe Bryant murió junto a su hija Gianna, de 13 años, y otras siete personas al estrellarse su helicóptero en una zona de colinas en Calabasas, California.
Quiso el destino que la noche anterior a su partida, LeBron James le arrebate el último lugar del podio de máximos anotadores en la historia de la NBA. Hoy, Bryant es el cuarto. Mañana, será el séptimo, quién sabe. Su legado es mucho más profundo.
Kobe Bryant bien podría haber sido el basquetbolista definitivo. Creció con sangre estadounidense, pero con oxígeno europeo. Con el talento innato de los afroamericanos del gigante del Norte, pero con la riqueza técnica, la destreza y la inteligencia de aquéllos que se crían en las reglas FIBA.
Esa combustión de orígenes terminó por darle forma a un jugador extraordinario. “Mamba Negra” se encargó de derribar mitos. Era de un descaro absoluto pensar en 1996, año de su debut profesional, que dos décadas más tarde una de las franquicias más míticas de la NBA, Los Ángeles Lakers, habría encontrado y disfrutado del, quizá, el mejor jugador de su historia.
Fue Chamberlain la noche que anotó 81 puntos, segundo registro más alto de todos los tiempos para un partido. Fue Michael Jordan al ganar cinco anillos con los Lakers de Phil Jackson, el mismo entrenador con el que Michael Jordan ganó seis. Pero fue un rebelde mucho más difícil de controlar, incluso para Jackson.
Kobe sabía jugar en equipo pero también se sabía el as de espadas, el de bastos y los dos sietes. Entonces, a diferencia de Jordan, no se aguantaba salir reemplazado y se lo hacía saber al entrenador.
No toleraba sentir falta de compromiso en el otro, lo que lo llevó a no relacionarse demasiado con muchos de sus compañeros y a un sinfín de choques con Shaquille O’Neal, el otro gran estandarte de los Lakers multicampeones de la década de ’00. Juntos, fueron lo suficientemente inteligentes como para no dejar que esas diferencias los venzan, y armaron lo que podría haber sido una dinastía absoluta, aunque eventualmente Shaq se marchara.
Bryant fue Bryant porque se reinventó y reinventó a su equipo, tal como lo hizo en la salida del pivote, y se reencontró con el éxito. Porque comandó también la recuperación de la selección estadounidense después de las catástrofes que involucraron a Argentina en 2002 y 2004, en el Mundial de Indianápolis y en los Juegos Olímpicos de Atenas. Se puso el “dream team” al hombro y le devolvió su lugar en la cúspide, demostrando que era amo y señor con reglas FIBA, NBA o las que fueran.
Eligió determinar él su propio retiro, pese a que su físico claramente ya no respondía de la misma manera. y se fue de las canchas a su manera: ¡60 puntos! ante Utah.
Ningún reconocimiento u homenaje se podrá comparar con lo que se vivirá a partir de su deceso. Kobe Bryant vivió intensamente y se fue de forma repentina. Fue el hombre que vino después de Jordan y al que todos quisieron comparar. No pudieron: él escribió su propia historia. Inmensa. Eterna.