Espada, el tandilense que reclutó León Najnudel
Llegó muy joven al Ferro Carril Oeste que marcó una época a principios de los 80. Jugó un Mundial juvenil y vivió desde adentro el nacimiento de la Liga Nacional de Básquetbol
Nelson Espada es un nombre que no suena demasiado en el ambiente del básquetbol tandilense. Es que dejó la ciudad cuando apenas se asomaba a la adolescencia, persiguiendo el sueño de jugar en el mejor nivel del básquetbol argentino, que por esos años se concentraba en Buenos Aires. Y transitó una carrera corta pero intensa en los primeros años de la década del 80, integrando grandes equipos y codeándose con jugadores y entrenadores que marcaron a fuego la historia del juego en Argentina.
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Emprendedor, esa palabra que se puso tan de moda en los últimos tiempos, parece encajar a la perfección con la descripción de este tandilense que desde los 14 años, aún con las objeciones de su madre, salió a buscar su destino. Dejó de jugar con apenas 24 años. Una lesión en la rodilla y su casamiento con Patricia Salas, una diplomática de carrera a la que acompañó por los más diversos destinos, aceleraron esa decisión. Vivió en Nueva York, en donde desarrolló un negocio de importación de vinos. Descubrió su interés por el comercio internacional y de regreso a Buenos Aires completó la licenciatura. En 1990,
el destino diplomático fue París, donde nació su hija Brenda, y se dedicó a servicios de Callback (un método de llamadas internacionales de bajo costo). Después de un corto regreso a la Argentina, la siguiente parada fue Washington, donde pasó casi una década y aprovechó para estudiar cosmetología, un rubro que explotó en Buenos Aires, antes de la designación de su esposa como embajadora en Polonia. Actualmente fabrica y distribuye en Estados Unidos y Europa accesorios de última generación para teléfonos celulares: “En septiembre volvimos a Argentina desde Polonia, pero mis negocios están en una ciudad que se llama Bydgoszcz, en la frontera con Alemania. Mi idea era ir y venir a Europa permanentemente, pero la pandemia me cambió los planes. Tuve que hacer la cuarentena en Buenos Aires y ahora trato de trabajar por Internet y por teléfono”, cuenta el tandilense de 55 años.
“Pasé casi tres semanas en Tandil en diciembre, porque quería acompañar a mi padre, que este año cumple 90. Tenía la ilusión de volver pronto, pero me agarró esta cuarentena y aquí estoy. No voy a poder estar en el Día del Padre, y espero al menos estar para su cumpleaños, el 9 de julio. Si algo aprendí de todos los viajes que hice por el mundo, que fueron muchos, es que adoro Tandil. Cuando más lugares conozco, más me gusta mi ciudad. Es un privilegio haber nacido tandilense y lo llevo muy adentro en mi corazón. Una de las cosas que más odio de esta cuarentena es no poder ir para allá”, agrega.
La marca de León
A la hora de explicar la explosión que vivió el básquetbol argentino en las últimas dos décadas, con una medalla dorada en Atenas como máximo logro y una “Generación Dorada” que dejó su sello en cada competencia alrededor del mundo, con “Manu” Ginóbili como máximo exponente, todos coinciden en un punto de partida: la Liga Nacional, esa competencia federal que imaginó el genio emprendedor de León Najnudel y que no paró de ofrecer resultados desde 1985.
Espada, aún adolescente, fue uno de los que vio crecer ese fuego en primera persona. Najnudel, un incansable apasionado del básquetbol, que recorría miles de kilómetros buscando talento y altura, se fijó en él y lo reclutó para Ferro Carril Oeste, el equipo que hizo escuela en los primeros años de la década del 80: “Fue en un provincial en Olavarría, con la selección de Infantiles de Tandil. León se puso a hablar con un tío mío que vivía en Buenos Aires. Se enteró de que Gimnasia y Esgrima La Plata quería llevarme y mi madre se oponía porque decía que era muy chico. Entonces León insistió, le dijo a mi tío que le había gustado mucho como jugaba y me terminó reclutando para Ferro”
-¿Cómo era Najnudel?
– León era una cosa impresionante. Fue el gran ideólogo de la Liga Nacional. Me acuerdo que la primera vez que me citó para entrenar en Ferro, ya me contó el plan que tenía para nuestra generación. Me dijo que éramos los que íbamos a formar parte de los primeros años de la Liga.
– Fuiste testigo de la gestación de la Liga Nacional.
– Creo que en Ferro nació la Liga. Porque yo veía como se reunía León con todos para impulsar su idea en el buffet del club. Y siempre apuntó a potenciar al interior del país. Te dabas cuenta de que el verdadero ADN del básquetbol argentino estaba ahí. Los mejores jugadores, los más aguerridos, los más concentrados, los que de alguna manera les resultaba más fácil aprender y jugar venían de provincias como Santa Fe, Córdoba, Tucumán, o de ciudades como Bahía Blanca o Junín. Es que en ciudades como Tandil, vos te levantabas, te ibas al colegio, después te ibas solo a entrenar al club. Esa era nuestra vida, nuestra pasión, y tenías facilidad para hacerlo, algo que no pasaba en Capital Federal. Los jugadores del interior tenían un espíritu más inquieto, más esforzado, tal vez por pasar más necesidades. Y eso se manifestaba en la cancha.
– ¿Qué cambios notaste en esos primeros años?
Buenos Aires concentraba todo lo mejor del país y por eso la competencia era de tan buen nivel. Pero te dabas cuenta de que iba a haber un salto de calidad importante con el desarrollo de la Liga. Porque se le dio el protagonismo al interior, que era donde verdaderamente estaba la pasión por el básquet.
-¿Imaginabas que todo iba a desembocar en tantos buenos jugadores y en los logros de los últimos años?
– Era difícil llegar a ver lo que pasó en los últimos 20 años. Era impensable que surgieran jugadores del nivel de Ginóbili, Scola, “Chapu” Nocioni. Que llegaran a la NBA y que lograran lo que lograron con el seleccionado. Creo que lo que hizo la Liga fue dar ese primer paso, subir el primer escalón para acercarse al interior del país con su potencial, y ponerlo al alcance de las mejores ligas.
El que dice que en esa época sabía que íbamos a ver a la generación dorada, te está mintiendo. Fue algo asombroso. Pero es cierto que sin el desarrollo de la Liga no se hubiera logrado nada. Las generaciones intermedias fueron fundamentales. Los Raffaelli, los Cortijo, los Campana hicieron una parte fundamental. Creo que hay momentos cruciales y uno de ellos fue aquel triunfo agónico con el doble de Ginóbili sobre la chicharra contra Yugoslavia. Creo que eso cambió la historia. Fue como la película Match Point de Woody Allen. Tenían las herramientas, la determinación, el talento. Pero también se dieron esos pequeños detalles que hacen la diferencia y que permitieron que se llegara al nivel superlativo que hoy tenemos en nuestro básquetbol.
– ¿Cómo fueron los primeros tiempos en ese Ferro que era el mejor equipo del país?
– Yo tenía pocos minutos, alternaba como juvenil en el banco. Era muy joven y había unos jugadores tremendos. Estaban Miguel Cortijo, Maretto, Oroño, Luis González, Pellegrino y los americanos Terry y Berry, que eran impresionantes. Pero nosotros teníamos un equipo de juveniles con el nivel de cualquier equipo de primera. Estaban Darrás, Uranga, Belli, Diego Maggi. Éramos siempre campeones en nuestra categoría. Ferro fue uno de los mejores equipos de la historia. Tenía grandes jugadores, pero también estaba asociado a una coordinación y a un trabajo que era un salto de calidad impresionante para mí. Eran notables los niveles de entrenamiento, de organización, El club nos trataba a la perfección, nos alimentaba, nos formaba y nos obligaba a estudiar.
El Mundial Juvenil
El incipiente talento de Espada se hizo notar rápido, y lo llevó a integrar el seleccionado argentino juvenil en el Mundial de España 1983, en Palma de Mallorca. Más allá del séptimo puesto, ese equipo dejó como punto destacado la victoria sobre la Unión Soviética (91-87), un equipo integrado por varios futuros campeones olímpicos en Seúl 1988, como el legendario Arvydas Sabonis, Sarunas Marciulionis, Alexander Volkov y Valeri Tikhonenko. En ese partido, la actuación de Héctor “Pichi” Campana fue descomunal, convirtiendo 39 puntos (sería el máximo goleador de la competencia con 31,7 de promedio). Héctor Haile, Marcelo Richotti, Hugo Belli, Sebastián Uranga, Gerardo Secrestat, Claudio Severini, Sergio Aispurúa, Ariel Medina, Gabriel Parizzia y Hernán Montenegro, dando ventaja de edad, completaban ese plantel.
“Yo ya había estado en algunos preselecciones juveniles y Alberto Trama me llevó a jugar ese Mundial. Había muchos jugadores que después se iban a destacar mucho en el básquetbol argentino. Terminamos séptimos, pero tuvimos grandes actuaciones, como contra la Unión Soviética. Fue un partido en el que Campana estuvo totalmente encendido. Era un jugador que ya en esa época desnivelaba cualquier defensa. Cada pelota que tiraba para arriba entraba. La URSS era uno de los candidatos a ser campeón y fue un hermoso recuerdo, porque Argentina todavía no era en esa época la potencia que es hoy”, explica Espada.
-¿Qué características tenías como jugador?
– Terminé jugando como un alero alto, aunque cuando arranqué era más pivote o ala pivote. Cómo tenía desplazamientos y buen dribling, jugaba en la media cancha, cómo ala o ayuda base. Mis lanzamientos eran de cuatro o cinco metros, y mis mejores tiros eran parelelos a la línea de fondo. De ahí casi no fallaba. Era buen defensor, y muy buen pasador, algo que se empezó a valorar mucho más en los últimos tiempos. Siempre encontraba un pase para potenciar la jugada y hacer que el que recibía tuviera un tiro limpio. Era rápido para mi tamaño y me gustaba defender a los mejores jugadores rivales. Me gustaba aportar por ese lado a mi equipo. Lo hacía a conciencia.
– ¿Por qué se dio un retiro tan rápido?
– Yo era muy aguerrido y eso me asustó en su momento y me llevó a hacer una carrera corta. Por mi personalidad, exigía mi cuerpo de una manera desproporcionada. Siempre buscaba el límite, ir a la pelota como si fuera la última. Las lesiones eran frustrantes para mí.
Me di cuenta de que si hacía una carrera medianamente larga iba a tener problemas con mis articulaciones, con mi cuerpo. Para mí no era lo mismo ganar que perder una pelota dividida. Decidí que no era muy inteligente seguir arriesgando mi cuerpo, sabiendo que no iba a poder jugar de otra manera. Siempre buscaba el límite y el que pagaba el precio era mi cuerpo. A la edad que dejé, era un momento para lanzarme a terminar una carrera con seis o siete años muy importantes, o hacer el quiebre y arrancar otra cosa.
-¿Después de Ferro, como siguió tu carrera?
– Me retiré en 1987, en Boca. En el medio jugué la Liga B con Argentino de Junín y también un año en Ciudad de Buenos Aires.
Los comienzos en Tandil
“Me crié en 14 de julio y Uriburu. Fui los primeros años al colegio San José, y terminé la primaria en la Escuela 11. Los dos primeros años del secundario los hice en Comercio y después ya me mudé a Buenos Aires, con 14 años, para empezar mi carrera deportiva”, cuenta Nelson.
-¿Cómo te iniciaste en el básquetbol?,
– En quinto grado, cuando iba al colegio San José, me propusieron ir a jugar porque ya tenía una contextura bastante grande. Empecé en Ferro, en el 75, y después de unos años pasé a jugar en Boca. Una cosa que te das cuenta cuando haces un deporte es si te llega o no. El primer entrenamiento de básquet fue revelador para mí, porque ni bien agarré una pelota ya sabía lo que tenía que hacer. En el colegio, un personaje divino como el Flaco Alsadoro, me motivaba y me transmitía buena onda. Siempre me insistía para llevarme a Independiente, pero a mí me gustaba tener el desafío más grande enfrente. Siempre decidí estar en contra, porque sabía que cuando mayor el desafío, mejor es tu perfomance. Por eso nunca quise ir a Independiente, que es el club con más capacidad, con más formación y con más historia en el basquetbol de Tandil.
-¿Siempre tuviste esa altura?
-Cuando tenía 12 años empecé a crecer mucho. Era una locura. Me dolían las muñecas, las rodillas y no sabía por qué. Mi madre, que era muy de cuidarnos, nos llevaba al médico, pero le decían que no había ningún problema, era solo crecimiento. Había crecido 12 centímetros de golpe y ya estaba en 1.90 con 13 años. Después llegué a los dos metros que me permitieron poder jugar en el alto nivel. Cuando empecé a jugar miraba a todo el mundo desde abajo, y en pocos meses no entendía lo que había pasado, porque pasé a mirarlos a todos desde arriba. Era alto, pero bastante coordinado para ese tamaño. También era muy flaco, por lo que tuve que trabajar mucho en el gimnasio para fortalecerme y llenar todo eso de músculos.
– ¿Y casi no regresaste para jugar en Tandil?
– En esa época, una vez que te ibas de Tandil, la vida te absorbía y no era tan fácil volver a jugar. Estuve en un par de amistosos que se organizaron, pero no tuve chance de regresar formalmente, sobre todo porque me retiré muy joven.
– ¿Seguís conectado con el básquetbol?
– Mi vida hoy pasa por mi empresa y mis productos. Pero me llama la atención que me contacten para recordar mi carrera y transportarme a mi etapa de joven. Una etapa extremadamente formativa como es el deporte para un chico. Cuando te formas en el deporte, todo lo que viene después tiene que ver con eso, desde el respeto, la tolerancia, el vestuario, la pasión, la convivencia. El deporte tiene algo y es que te acostumbra a perder y a ganar. Y aprendés que las dos cosas sirven para optimizarte, para no frustrarte, para usar todo eso para relanzarte y lograr mejores resultados. Parece algo simple para un deportista, pero para el que no lo experimenta es difícil de entender. Ninguna de las dos cosas es el fin de nada y entender eso, para la vida de la empresa y los negocios, es determinante.