Hábiles delincuentes dedicados a sorprender la buena fe de los incautos que nunca faltan, hubo casi siempre; también en Tandil. Allá por junio del año 1925, adquirieron por espacio de algún tiempo una característica muy original, ya que se trataba de la venta de una “máquina de hacer plata” que ofrecía una pareja de cuenteros, aprovechándose de la credulidad de algunos vecinos.

“Mire amigo, el aparato funciona así” –le decían a poco de presentarse, exhibiendo para el caso relucientes billetes nuevos. “Usted pone un papel en blanco de este tamaño, que puede comprar en cualquier negocio del ramo, en este receptáculo… ¿ve?”

¿Y después? – preguntaba entusiasmado el crédulo mientras imaginaba la fortuna que podía amasar fabricando billetes.
Después, Usted hace girar esta manivela… ¿ve? Y por la parte inferior, sale la plata impresa… ¿qué le parece?.. ¿quiere probar Usted mismo y hacerse ya de algunos pesos?

Sorprendido, maravillado por lo que estaba viendo y no podía creer, el hombre fácil de engañar repetía los movimientos que realizaba el embaucador y… pronto mandaba a sus bolsillos el producto de la máquina milagrosa.

Se mencionaban por aquella época nombres muy conocidos y cantidades muy apreciables que habían logrado los cuenteros de esta manera. Se decía que a un tal Oddone, con negocio de almacén en Colón y Las Heras, le habían sustraído así 25.000 pesos y a otro vecino, administrador de una cantera, $ 5.000, en tanto que a otro muy conocido y apreciado también, lo habían despojado de 10.500 pesos.

El rumor en torno a estos hechos había tomado, por aquel entonces, forma verosímil y concreta, despertando en todos la mayor curiosidad, aunque por tratarse de una fabricación ilícita de dinero, algunos no denunciaban a los estafadores porque en ello iba su propia culpa.

Las comisarías y los bancos, por su parte, guardaban reserva de los hechos que se iban conociendo. Algunos vecinos que habían creído hacer negocio con la compra del artefacto, que era similar a un molinillo de café, se apresuraban a publicar solicitadas negando la operación. Otros, preferían callar. La población estaba debidamente alertada de las andanzas de los estafadores, pero cada tanto la oferta se repetía y algún candidato caía. “Es sencillo… ¿sabe? Usted mismo puede manejarla. Mire, aquí pone el papel en blanco y por aquí, por la parte de abajo, aparece la plata nueva como si fuera recién salida del banco”.

Hábiles embaucadores que se benefician en perjuicio de otros, hubo siempre y los sigue habiendo. Aquí se sabe de muchos cuentos del tío con la historia del billete premiado, por ejemplo, con diferente característica; entre ellos, uno de la época que fueron más frecuentes -fines de los años treinta- cuando grupos mafiosos, organizaciones tenebrosas de accionar impío, matizado en algunos casos con crímenes alevosos, secuestros, muertes misteriosas, asesinatos fríamente preparados y ejecutados, azotaban a la sociedad argentina en diversos puntos del pis.

”Chicho grande”, “Chicho chico”, los Vinti, los Capuani, un tal Pendino y Malatesa eran, entre otros, temibles sujetos que cometían hechos tan deleznables como espeluznantes. Y al amparo de esa acción delictiva surgieron burdos imitadores que, utilizando el procedimiento de la intimidación mafiosa, mediante amenazas, mantuvieron en vilo a gente ( en la época, a fines de los años treinta) que procuraba hacerse de algunos pesos para salir de la impecunia, con mensajes a personas más o menos flojas, capaces de temblar ante la primera carta anónima que recibían. Este fue el caso, entre otros, del vecino José Suarez Nelson, empleado del Banco Comercial del Tandil, quien recibió un anónimo pidiéndole que colocara mil pesos en un sobre y los llevara a La Movediza con amenaza de secuestrar a su hijita.

Esto no inquietó mucho al destinatario, pero tomó algunas precauciones, como la de acompañar a la chica a la escuela y ejercer sobre ella una vigilancia permanente. Y como no llevó el dinero que se le pedía y al extorsionador le pareció que se había quedado corto en la suma fijada, envió un segundo mensaje requiriendo que llevara 10.000 pesos a la portada de Parque Independencia. Suarez Nelson hizo esta vez la denuncia a la policía. Fue entonces que el comisario Cambaceres lo instruyó para que fuera con el sobre al lugar indicado y a la hora establecida… “Cuando Ud. entregue el sobre -le dijo- hágalo caer, así nosotros, que estaremos escondidos por ahí cerca, podremos echarnos encima del tipo”.

Así fue como apenas llegó el amenazado a la cita-exactamente a las tres de la tarde- se le aproximó un individuo diciéndole en voz baja:”¡Deme los diez mil!...” Alargó la mano con el sobre y tal como habían convenido, lo hizo caer deliberadamente.

“¡Así queríamos agarrarte!... atorrante”, gritó el propio Comisario mientras le echaban el guante.

Cuando poco después en la Comisaria fue identificado, resultó ser Claro Rojas, fotógrafo, quien antes había estado en La Movediza y ahora se desempeñaba en el Parque.

Hombre morocho, pelo largo, más bien gordo y no muy alto, “cantó” enseguida que tenía en preparación otras tentativas de extorsión, entre ellas la que había realizado ya despojando al vecino Spignardi de 30.000 pesos. Y sus anónimos eran tan audaces, que había conseguido de esa manera amenazar al mismo Comisario Cambaceres.

Llamaba la atención que el hombre fuera tan ingenuo, capaz de pensar que todo iba a salir bien sin tomar las precauciones del caso, y continuaba en su quehacer delictivo imitando a los grandes maestros de la mafia. Estaba claro por ello, que Claro Rojas tenía que terminar así.

Últimas Noticias

La "máquina de hacer plata" y los que querían hacerla sin trabajar