Esta vez el camino estuvo más amable con nosotros. Finalmente, tras varios intentos truncados por distintos motivos, salimos desde las puertas de El Eco pasadas las 17.30 del martes 12 de noviembre, para llegar una hora después al Castillo San Francisco, metido en la ruralidad de Rauch.Nos propusimos llegar a Egaña cuando comenzamos a diagramar ciertos contenidos para esta cuarta temporada de <a href="https://www.instagram.com/alto_dia/">Alto Día</a>, la primera incursionando en el formato de <a href="https://www.youtube.com/@elecostreaming">streaming</a>. Teníamos expectativas, ilusión y también un poco de miedo por conocer qué había en aquel lugar imponente y lleno de historia.&nbsp;<section class="noteSuggested" data-id="130904,130769,129590" data-title="Puede interesarte"></section>Los contratiempos para concretar esta visita fueron de distinta índole, hasta nos pusimos a pensar que había alguna energía superior impidiendo que lográramos nuestro cometido, pero no nos dimos por vencidos tan fácilmente.&nbsp;Debido al deterioro edilicio, pudimos recorrer solo algunos de los pasillos, habitaciones y salones del edificio diseñado por el arquitecto Eugenio Díaz Vélez, quien planeaba instalarse a vivir allí junto a su esposa y sus dos hijas. Pero no llegó. Desde el día de su inauguración, el castillo estuvo marcado por la tragedia y otro listado de eventos que muchos llaman “maldiciones”.&nbsp;<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2024/12/egana_2.jpeg" alt="egaña - 3"></figure><h3 style="text-align:justify;">El primer intento</h3>Era 25 de abril cuando pusimos en marcha el plan de salir para el castillo San Francisco. Primer intento concreto. Había llovido un poco el día anterior y esa mañana cayeron otras gotas, sin embargo nos aventuramos igual hacia el destino.Era de tarde y las horas apremiaban, porque el sol caería temprano y queríamos llegar con luz. Elegimos bajar por el camino alternativo a De la Canal y seguir desde allí por adentro. Más que tierra, lo que nos esperaba era barro y arcilla.&nbsp;La primera patinada sobre ese chocolate espeso fue una advertencia que no supimos escuchar. Seguimos adelante hasta que finalmente nos encajamos. Empujamos, seguimos un poco más, nos volvimos a encajar y así se repitieron los minutos, que se hicieron horas.&nbsp;Tentados de risa por momentos y preocupados por otros, teníamos barro en la ropa, en la cara y en las manos. La noche empezaba a sentirse y el frío también. El escenario ofrecía cierto misticismo, porque la luna asomaba enorme a lo lejos y, en el medio de los campos, los sonidos de animales acompañaban nuestros intentos por salir del pantano.&nbsp;<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2024/12/egana.jpeg" alt="egaña - 1"></figure>Alrededor de las 20 empezamos a ver a lo lejos las luces de una camioneta que se acercaba hacia nosotros. Realmente sentimos alegría. Un buen vecino nos levantó y llevó el móvil de tiro hasta la ruta, que no estaba tan lejos.&nbsp;No dejamos de pensar en llegar a Egaña, pero ahí entendimos que para hacer esa visita había que planificar muy bien. Otras veces pusimos fecha, pero entre el clima y otras razones, o quién sabe qué, no pudimos avanzar en nuestro objetivo. Hasta que al fin llegó noviembre.<h3 style="text-align:justify;">Objetivo cumplido</h3>A esta altura del año, con más cantidad de horas de luz, todavía era de día cuando estacionamos en la portada del predio. Bajamos de la Ruta 30 a un camino de tierra, que tras curvas y contracurvas, charcos y piedras, al fin nos puso de frente a la angosta huella rodeada de altos pastizales que daba paso a esa abandonada y solemne arquitectura erigida entre 1918 y 1930.&nbsp;Bajamos los cuatro del auto, Lucio, Franco, Gonzalo e Ivonne. Agarramos las cámaras, los micrófonos, el mate, el dron y empezamos a caminar de a poco hacia el castillo. Increíble, majestuoso, pero tan desamparado.&nbsp;Justo frente a la fachada delantera hay un mástil que hace décadas no siente izarse bandera alguna. Ahí nos paramos para observarlo de frente, aunque en realidad dicen que la intención de su dueño era que desde cada perspectiva pudiera sugerirse una “entrada principal”. Para nosotros, era esa.&nbsp;<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2024/12/egana_12.jpeg" alt="egaña - 13"></figure>Vimos sus paredes grafiteadas, lo vidrios rotos, muchas de sus tejas ausentes y el alrededor haciendo juego con esa desidia. Enseguida nos dispusimos a entrar. Recorrimos los espacios intentando adivinar qué uso pensaban darle a cada uno. Imaginamos lujosas lámparas colgantes en las salas, llenas de caireles y cristales. E incluso idealizamos bailes que nunca llegaron a suceder, en salones que resultaban más chicos de lo que esperábamos.&nbsp;El olor por partes denotaba que aquella construcción había pasado a ser refugio de murciélagos, palomas y quién sabe qué otros animales. Por supuesto, la mano del hombre terminó siendo la más notable, ya que en estos casi 100 años se han llevado hasta las cañerías, además de dejar las paredes talladas con nombres y mensajes.&nbsp;De los tres pisos, apenas y con mucho ingenio pudimos llegar al segundo. Pusimos absoluto cuidado en transitar por cada centímetro del espacio, ya que las condiciones verdaderamente lo requerían. Pero estábamos ahí, después de tanto y queríamos explorar cada rincón.&nbsp;<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2024/12/egana_9.jpeg" alt="egaña - 10"></figure><h3 style="text-align:justify;">El castillo por dentro</h3>Entonces, desde el mástil, encaramos en fila hacia el interior. Tres escalones hacia el andén por el cuál arribarían aquellos antiguos autos, con una estructura ya sin techo que suponemos hubiera impedido que sus pasajeros se mojaran al descender.Una vez adentro, se abren a ambos lados salas “de estar”, con ventanales al jardín. Siguiendo está el salón principal, con hogar y una escalera clausurada. También una puerta que da a un cuarto totalmente oscuro, desde el cual pudimos advertir algún movimiento, o un simple juego de sombras. Nos acercamos con un poco de aprensión, sin descartar ni confirmar nada.&nbsp;Seguimos el rumbo recto del ingreso y salimos a la parte trasera. Como patio, solo monte y pastizales. Rodeamos el edificio, nos asomamos por más ventanas y puertas hacia distintas habitaciones, algunas con los pisos totalmente deteriorados. Llegamos a lo que pudimos identificar como área de servicios. Desde uno de esos recovecos es que logramos idear una manera de subir al segundo piso.&nbsp;<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2024/12/egana_15.jpeg" alt="egaña"></figure>Otro salón, quizás de fiestas, con mirador hacia el atardecer. Partes de techo derrumbados y balcones no muy prominentes hacia cada uno de los frentes. A pesar del averío, es indiscutible la fortaleza de las estructuras principales y sus cimientos.&nbsp;Nos quedamos con ganas de llegar al tercer piso, donde un mirador sobre una de las esquinas prometía la mejor de las vistas. Al descender recorrimos el afuera. Algunos juegos infantiles contextualizaban la tarde que se iba volviendo noche. Quisimos llegar al tanque, que está a unos cuantos metros de allí, pero árboles caídos por el monte nos lo impidieron.&nbsp;Quedamos contemplando desde afuera aquel sitio que permanecerá por algunos años más recopilando historias y visitas. Ya era solo la luna la que iluminaba el cielo y la energía se sentía diferente, como si nos invitara a emprender la retirada.Nos fuimos con el objetivo cumplido y pensando en repasar las imágenes, porque, ya saben, las leyendas dicen que lo que los ojos no pudieron ver podría haber sido captado por las cámaras.&nbsp;<h3 style="text-align:justify;">Un poco de historia</h3>El “inventario oficial”, dispuesto en el cartel de entrada al Castillo habla de 77 habitaciones, 14 baños, 2 cocinas, galerías, patios, taller de carpintería, terraza, mirador y balcones. Todo ello regado con pinturas de un valor incalculable, adornos de lujo, grifería de oro, mármol de Carrara y muebles traídos de Europa.Se dice que Eugenio Díaz Vélez hizo construir una vía exclusiva desde la estación de ferrocarril de Egaña hasta la mansión para facilitar el transporte final de los materiales, mayormente traídos de Europa.La primera gran leyenda del castillo empieza en la noche del 20 de mayo de 1930, fecha en que se inauguraba finalmente la mansión. Había entre 40 y 50 personas invitadas que esperaban, con lujosas vestimentas y mesas servidas con las mejores delicias, por la llegada del artífice de esa obra faraónica.&nbsp;<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2024/12/egana_7.jpeg" alt="egaña - 8"></figure>El dato real es que Díaz Vélez nunca llegó, aunque las versiones del porqué son dos. Una, es que falleció en su casa de Barracas, en Buenos Aires; otra es que el auto que lo transportaba sufrió un accidente y allí mismo perdió la vida.&nbsp;Ante semejante noticia, los invitados dejaron el lugar, al igual que su mujer y su hija María Eugenia. Ninguna quiso saber más nada con ese Castillo, lo relacionaron con la desgracia y le dieron la espalda para nunca más volver.&nbsp;La historia dice que, así tal cual estaba, con mesa servida y todo, el lugar permaneció cerrado hasta 1960. Algunos relatos cuentan que un hombre ingresó luego de ese año y se encontró con el fantasma de Eugenio Díaz Vélez vestido de frac, huyó despavorido y murió de un infarto. También dicen que desde allí comenzó el saqueo paulatino de todo lo que había en su interior.&nbsp;El predio intentó en vano ser recuperado por algunos gobiernos bonaerenses. A partir de 1969 el lugar se transformó en un clásico reformatorio u orfanato de menores, hasta que a mediados de los ‘70 un exinterno ingresó y asesinó de varios balazos a Eduardo Burg, encargado del sitio. Una más de las partes verídicas. Desde entonces, el Castillo Egaña se cerró con siete candados.La estancia, que antes de ser San Francisco se llamaba Del Carmen, pasó a manos de Asuntos Agrarios de la Provincia. Desde 2010, un grupo de vecinos se volcó a la difícil pero loable tarea de mantenerlo y evitar su debacle total, en aquel enorme jardín se realizaban ferias y picnics los fines de semana. Aunque la voluntad no siempre es suficiente para sostener algo tan imponente sin recursos estatales, pero sobre todo, con tantas leyendas trágicas, paranormales y oscuras que envuelven el Castillo.

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Mitos, leyendas y una visita al misterioso Castillo de Egaña

Tras varios intentos fallidos, logramos llegar a la misteriosa edificación diseñada por Eugenio Díaz Vélez.