Un jurado popular condenó al carnicero que intentó matar a su expareja y la exsuegra en un contexto de violencia de género
Apenas cinco minutos antes de arribar a las 21, los doce ciudadanos confiaron que ya habían arribado a una resolución, no sin antes deliberar entre ellos los alcances de lo que habían escuchado a lo largo de dos extensas como intensas par de jornadas de juicio. Su veredicto fue contundente: para ellos aquel hombre que estaba sentado en el banquillo de los acusados resultó culpable de todo lo que se le imputó. Intento de homicidio –dos hechos-, portación ilegal de arma de fuego, violación de domicilio en un contexto del delito de violencia de género.
Recibí las noticias en tu email
Ahora, el próximo jueves para ser más precisos, será el juez junto al fiscal y el defensor quienes resolverán en la audiencia de cesura la calificación de los hechos ya ventilados y la pena a imponer.
En efecto, la sala de debate del TOC 1 fue epicentro de otra experiencia judicial. Un nuevo juicio por jurados en el que esta vez los vecinos elegidos debieron resolver sobre la culpabilidad o no de un hombre acusado de querer matar a su expareja y su exsuega, en un contexto de violencia de género.
El suceso se ganó oportunamente las planas de los medios a partir de la virulencia del caso y el testimonio en primera persona de las víctimas, Evangelina Ester Martínez y su madre Nancy Corrado, quienes fueron precisamente las que abrieron la primera jornada del debate, no sin antes escuchar los lineamientos de las partes, encarnados en el fiscal Gustavo Morey y el defensor Diego Araujo.
También el imputado resultó un “personaje” conocido, que pasó de ser héroe a villano en un par de meses. Se trató de Néstor Saldubehere (52), carnicero de profesión. Quien fue noticia cuando repelió cuchilla en mano a delincuentes que quisieron asaltarlo en su local Los Peques. Meses más tarde, intentó asesinar a su expareja y quien era su suegra.
El debate y sobre lo cual la docena de ciudadanos que conformaron el jurado popular debió resolver, versó sobre la intencionalidad homicida del señalado, quien como se informó oportunamente, en la noche del 22 de noviembre de 2016, irrumpió sorpresivamente en la casa de Evangelina (Pasaje Vela 2028, barrio Maggiori) con una carabina en mano. Tomó por asalto a la mujer que se resistió y fue defendida por su mamá Nancy, alertada de la imprevista visita por una de las nietas.
Se forcejeó por la escopeta, en medio de trompadas, sillazos y la manipulación de una cuchilla con la que el agresor terminó hiriendo a ambas mujeres. Tras salir de la trifulca y la férrea resistencia de madre e hija, salió de la casa con escopeta en mano y detrás de él Nancy, que como acto instintivo pensó en el riesgo de los otros menores (hija y nietos) que estaban en la casa contigua. Allí Saldubehere no dudó en apuntar con aquella arma y disparar, al menos en tres oportunidades. Uno de los impactos zumbó el oído de la valiente mujer que logró ocultarse detrás de una columna del patio. El resto de los disparos apuntó sobre la casa, donde estaba Evangelina.
Por fortuna ninguno de los proyectiles dio contra la humanidad de las mujeres. Tampoco de aquella hija de Evangelina que escuchó todo desde la habitación y sin darse cuenta había dejado la videollamada de la notebook encendida. Ese audio sería escuchado en la audiencia y conmovió hasta el más insensible.
Hipótesis
Como parte del protocolo a emprender en un juicio por jurados, primeramente el juez Gustavo Agustín Echeverría explicó los alcances y la responsabilidad de la carga pública a la que estaban inmersos los vecinos convocados, seleccionados tras una deliberación en la que fiscal y defensor recusaron a un número importante de otros citados por razones varias.
Una vez trazado sobre las pruebas que iban a ventilarse y a las que iban a tener acceso mediante los expedientes del caso, fue el turno del fiscal para explicarles cual clase didáctica sobre cómo se desarrolla el proceso judicial. Desde la denuncia, las instancias procesales hasta el final de la etapa, en la que serían ellos –el jurado- los que resuelvan si Saldubehere era o no culpable de lo que se lo acusaba.
Para Morey no había dudas sobre sus intenciones homicidas, no sin antes advertir sobre los sucesos previos violentos que hablan a las claras de una relación inmersa en un contexto de violencia de género en la cual no sólo Evangelina estuvo en riesgo de vida sino también su madre, cuando intervino en la pelea. Por eso calificó a los hechos como doble homicidio en grado de tentativa. Además, al imputado se le endilgó la tenencia de arma sin la debida autorización y un hecho previo (un mes antes, prácticamente) en el que agredió a golpes de puño a Evengelina y lo que mereció una denuncia en la Comisaría de la Mujer, la posterior orden de restricción de acercamiento y el botón antipánico para esa mujer que se sabía insegura sobre nuevas agresiones. Sensación que se iba a corroborar aquella noche del 22 de noviembre.
Al turno de la hipótesis defensista, Araujo no discutiría el suceso de agresión previo ni que su pupilo haya ido a la casa incumpliendo las restricciones legales. Anticipó que él se abocaría a desacreditar que Saldubehere tuvo intenciones de matar.
Testigos
A lo largo de dos intensas jornadas, desfilaron una veintena de testigos. Los presenciales del hecho (Nancy, Evengelina y su hija), como los policías y peritos intervinientes tras el suceso, más los familiares y allegados al imputado.
Los primeros testimonios redundaron en reproducir a sus modos y sus formas aquellas horas de terror sufridas, en las que estuvieron al borde de la muerte (ver aparte). Los profesionales aportaron sobre cómo fue el recogimiento de pruebas en el lugar de los hechos. Las vainas de los disparos como así también una valija hallada en la propiedad lindera a la casa, con pertenencias del agresor, incluso una caja con balas del mismo calibre de aquellos proyectiles de la noche de terror.
Sobre los testigos aportados por la defensa, exesposas, hijas y empleadores de Saldulbehere, que referirían al buen concepto que tenían para con él. Que nunca habían vivenciado algún tipo de agresión. Buen esposo, buen padre, que jamás portó armas, muy trabajador y destacado en su rubro (“el Maradona del desposte”, supo definirlo un empleador).
Como suele ocurrir en la estrategia defensista, los allegados al acusado buscaron hacer trastabillar la credibilidad de aquellas mujeres presentadas como víctimas. Principalmente sobre Evangelina, a quien expusieron sobre su actitud una vez Saldubehere detenido y apresado en la unidad penitenciaria, con quien retomó el contacto y la relación amistosa por un tiempo, situación que la fiscalía encuadró dentro del proceso de las situaciones, de las fases que componen la violencia de género.
Pasadas las 17 de ayer, ya no había más testigos por escuchar. Sí el jurado se tenía que disponer para las conclusiones finales, los respectivos alegatos de fiscal y defensor, quienes con sus argumentos supieron captar la atención de quienes en definitiva debían resolver la suerte procesal del acusado, quien se mantuvo por momentos disperso, en otros pasajes indiferente y sí muy atento principalmente a lo que expuso su exmujer. No iba a decir nada de lo visto y oído en el recinto. Simplemente agradeció al jurado y se entregó a lo que ellos dispusieran. Lo que dijo sobre el caso, igualmente estaba plasmado en el expediente, cuando declaró y dio una versión diametralmente opuesta a la denunciada por las víctimas, dichos que merecerían la crítica del fiscal.
Los alegatos y
el sentido común
Con largas pero llevaderas intervenciones, tanto el fiscal Morey como el defensor Araujo, fundaron sus alegatos con objetivos bien definidos. Lo que estaba en juego era convencer más allá de la prueba ventilada, si el acusado tuvo intenciones de matar a su expareja y la madre.
Para el fiscal no quedaron dudas y apeló al sentido común de los jurados para considerar que el objetivo de Saldubehere era ir a asesinar a Evangelina. Así lo había dejado trascender en los intimidantes mensajes de textos exhibidos en los que el señalado refería a un fatal y triste final para todos. También aquella valija hallada en cercanías a la escena violenta hablaba a todas luces de que una vez consumado su objetivo, matar a su exmujer, era irse con sus ropas. Lo que nunca se imaginó en su idea premeditada era la aparición en escena de su exsuegra. Allí, el plan mutó y en medio de la virulencia, ya no solo era asesinar a aquella mujer con quien no estaba más, sino también contra la humanidad de Nancy.
No dejó pasar las mentiras y contradicciones de los dichos como las actitudes del acusado previo, durante y posterior al hecho, y consideró que precisamente aquella habilidad con el cuchillo dejaba en claro que quiso matar porque los puntazos fueron en dirección a la zona de órganos vitales.
Lectura diferente tuvo el defensor Araujo, quien precisamente ante aquella habilidad con la manipulación del cuchillo (un cirujano del desposte) que esgrimía el acusado, tranquilamente las hubiera matado si esa era su intención. En ese mismo sentido referiría sobre los disparos. Si quería dar contra la humanidad de las mujeres Saldubehere se hubiera acercado más y asegurado el “blanco”.
Araujo insistió en que su pupilo no tuvo intención deliberada de matar y argumentó en esa dirección, aunque para los jurados prevaleció la postura del acusador, tal vez no tanto por cómo se fundaron una y otra argumentación, sino por sus propias impresiones de lo visto y oído a lo largo de las dos jornadas. Ellos, de forma soberana, resolvieron condenar. Por amplia mayoría (once votos de doce) consideraron que Saldubehere era culpable de todo lo que se lo acusó.
Las víctimas, en primera persona
Lo vivido por Evangelina Esther Martínez y su madre Nancy Corrado fue narrado en primera persona frente al jurado y a escasos metros del custodiado Saldubehere.
Martínez, como lo había contado horas después del hecho a este Diario, reproduciría ahora en el juicio sobre cómo se fueron sucediendo las acciones que desencadenaron en la locura de aquel martes por la noche de mediados de noviembre de 2016.
“Me separé de él el 21 de octubre y seis días más tarde sufro el episodio que me espera afuera del Jardín, cuando voy a subir me pega dos trompadas y me llevaba no sé a dónde porque a las pocas cuadras me tiré del vehículo y corrí más de una cuadra en contramano. Esto sucedió por calle Roca y su continuación, Martín Fierro”.
Agregó que “el me alcanzó y una señora al escuchar los gritos y el pedido de auxilio me abrió las puertas de su casa para poder refugiarme”. Dicha mujer también prestó declaración en el debate y confirmó aquella terrible escena.
A raíz de este hecho Evangelina hizo la denuncia, pero las amenazas nunca cesaron. “Desde aquel día vivimos una odisea, con amenazas telefónicas tanto para mi familia como personales.
La mujer describió como aquella noche estaba en la cocina de la casa cuando vio como Saldubehere saltaba el paredón y una vez en el patio se dirigió hacia ella, portando una escopeta.
“Estábamos preparando para cenar, y una de mis hijas (la de 14 años) estaba en la pieza. Mi otra hija de 12 años se quedó con mi hermana que tiene la misma edad en el departamento de atrás con mi mamá. Cuando estaba cocinando siento un ruido en el paredón que está paralelo a la puerta de la cocina, pensé que eran las nenas que siempre andan saltando. Cuando me asomo lo veo que venía apuntándome con la carabina”.
A partir de ese instante el máximo objetivo pasó por defenderse y defender que ningún miembro de su familia saliera lastimado. “Me vino apuntando hacia el centro de la cocina y cuando estaba cerca de mi cabeza con el arma, empezamos a forcejear. Yo haciendo fuerza y agarrándole el caño de la carabina para que no disparara. Empecé a gritar, mi hija salió de la habitación a preguntar qué pasaba y le dije que se encerrara y llamara a la policía”.
Contó que minutos antes que sufriera el ataque, estaba hablando por celular con el papá del nene más chico porque al día siguiente era el cumpleaños del nene y estaban organizando la fiesta. “Cuando vi que era él quien había ingresado, dejé el celular en la mesada para que pudiera escuchar lo que pasaba, cosa que hizo, cortó y avisó también a la policía”.
Aseveró que “mi mamá al sentir la discusión se acerca a observar qué pasaba y al verme forcejando con él se metió y recibió tres trompadas”. Siguió recordando que “en un momento tomó el cuchillo y le dio un puntazo a mi mamá que quedó en el piso. Cuando veo que viene hacia mí, le arrojé una silla, me insultó y ahí sí me lastimó con el cuchillo. En ese momento no sentí nada, seguía queriéndole sacar el cuchillo y terminé con cortes en las manos. Fue en ese instante que mi mamá de atrás le pega con otra silla y él sale hacia el patio”.
Aún quedaba algo más a la noche de violencia y locura por parte de Saldubehere y era el accionar con su carabina. Precisó que “disparó y mi madre salió pensando en las nenas que estaban en su departamento. Ahí lo ve que estaba apuntándole y le volvió a disparar. Cuando se vuelve a meter cerramos con traba la puerta de la cocina y yo al mirar para el patio veo que también me estaba apuntando, por lo que me agaché y salió el disparo que pegó en la pared”.
Nancy Corrado haría su relato más luego. Quien en los trazos gruesos resultó coincidente con la escena descripta por su hija, salvo algunas contradicciones propias de aquellos virulentos minutos según su propia experiencia, detalles que tomó el defensor para intentar poner en crisis las versiones.
Sin embargo, la mujer fue clara cuando describió como el agresor portaba la escopeta en una mano y la cuchilla en la otra, con la que le asestó algunos puntazos en el pecho, lesiones que luego fueron dictaminadas como leves aunque estuvieron dirigidas a una zona donde se ubican los órganos vitales.
Las declarantes debieron responder el vehemente interrogatorio del defensor, quien no dejó de marcar las contradicciones de los relatos, principalmente en lo que hacía a la escena violenta como otras aristas que pretendían poner en duda la credibilidad de las mujeres.
Es que Saldubehere en su única declaración apuntó a que la escopeta era portada por la exsuegra. Que él no llevó ningún arma y que su única pretensión fue defenderse de los embates de las mujeres, versión que al decir del fallo del jurado, no fue creíble.
La versión del agresor
Como se indicó, Saldubehere no quiso hablar a lo largo del juicio. La única vez que lo hizo fue en el expediente, cuando dio una versión muy distinta al de las víctimas. Dando cuenta que la escopeta no le pertenecía y que la que la portaba fue su exsuegra cuando advirtió que él estaba con su hija, con quien –dijo- seguía viéndose a escondidas a pesar de la denuncia de golpes.
Cabe consignar que la carabina nunca fue hallada y con eso el acusado armó su coartada. Empero, párrafos de sus dichos quedaron expuestos en fragantes contradicciones y mentiras. Por caso habló de un forcejeo entre los tres y que los disparos fueron al aire, de los cuales uno de ellos hizo estallar los vidrios de la ventana de la casa. En la escena no hubo ningún vidrio roto. También dijo que en esa disputa por el arma se dio en la puerta de la casa y ahí se disparó el arma, cuando los peritos hallaron las vainas a unos dos metros de distancia, precisamente donde Nancy y su hija describieron desde donde disparó Saldubehere.
También dijo desconocer la valija que fue encontrada en el terreno lindero, cuando la misma tenía la poca ropa que quedaba de él (Evangelina había mandado a quemar todas las pertenencias que habían quedado en la casa de su propiedad).
Deslizó que el arma podía ser de la familia de las mujeres, pero eso nunca pudo corroborarse ya que las escopetas secuestradas fueron peritadas y no fueron las utilizadas para aquellos disparos.
Las contradicciones expuestas tal vez no hicieron más que explicar por qué Saldubehere no quiso hablar más y por qué los jurados se inclinaron a creerle a las mujeres e inclinarse por la hipótesis del fiscal, acerca de que tuvo una intención homicida.
El audio esclarecedor
Hubo un aporte que no pasó desapercibido en la investigación y mucho menos en el juicio. Y fue el audio en el que se logró dimensiones (no sin conmoción) aquellos minutos de zozobra vividos por las madre e hija.
Es que la hija de Evangelina, que en esos instantes se encontraba en la habitación, estaba realizando una videollamada con una compañera de escuela, acerca de tareas que tenían que realizar para la clase del día siguiente. En medio de la grabación, escuchó los gritos de su madre primero y de su abuela después. La niña, alertada sobre la violencia desatada al lado, tomó el teléfono para pedir auxilio a la policía, sin advertir que había dejado encendido la videollamada.
El fiscal la hizo reproducir en la sala de debate y generó el efecto deseado. La conmoción de escuchar en vivo aquellos gritos desgarradores de las agresiones y algunas imágenes de la niña cruzándose por la pantalla de la notebook clamando por la policía y llorando desesperada por la suerte de su mamá y abuela.
La prueba resultó lisa y llanamente contundente, como los propios dichos de la menor al tiempo de declarar, quien como su mamá y abuela, fue segura y no tuvo fisuras a la hora de responder sobre lo que había vivido, incluso dejando en claro que aquel buen concepto que otros testigos quisieron imponer sobre el acusado, no era el mismo de ella y sus hermanos, que supieron sufrir algunos ataques de violencia y maltrato, sin llegar a hechos graves.
Este contenido no está abierto a comentarios