Silvina Ocampo, la mujer secreta
28 de julio, aniversario del nacimiento de Silvina Ocampo
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Silvina Ocampo es, sin dudas, una de las máximas figuras del mundo literario argentino. Sexta hija mujer, parte de la aristocracia local y hermana menor de la poderosa Victoria Ocampo, Silvina Ocampo se convirtió en escritora, fue amiga de Borges y se casó con Adolfo Bioy Casares. Podemos interpretar que lo tuvo todo. Su vida se lee entre mitos y misterios que al día de hoy son rumores que van y vienen, y que alimentan todavía más la fantasía sobre esta mujer que fue mucho más un enigma que una respuesta certera.
Quizás, para ser justos, deberíamos empezar diciendo que Silvina Ocampo no tuvo enseguida el “reconocimiento” como escritora que tanto anhelaba. No era fama ni mundo mediático lo que buscaba: ella quería ser leída y apreciada por su talento. Se preguntó, sin más, qué era el éxito. Se contesta a sí misma: el éxito es saber que uno ha conmovido a alguien. Pero la fama literaria llegó de forma tardía. En los testimonios de sus amigos, sus colegas escritores, la gente con la que se escribía, confirman que, si bien sí se la leía, la mayoría de las reseñas sobre sus cuentos, las devoluciones y las opiniones sobre su escritura -incluso por parte de su propia hermana, fundadora de la revista Sur y de la editorial con mismo nombre- no eran para nada favorables al principio. Quizás, por quien era, se le pedía más: un precio a pagar por su posición de privilegio. Quizás -esto parece lo más probable- le tomó tiempo encontrar su propia voz, la que pareciera haber alcanzado en 1959 con “La furia”, una antología de cuentos que reúne sus grandes obsesiones: evocaciones a la niñez, la crueldad y el espanto, las voces de los marginados, entre otras.
Silvina Ocampo fue siempre un gran signo de pregunta incluso para aquellos que la tenían cerca. Y ahí su encanto. Este libro que traigo hoy en el aniversario de nacimiento de Silvina Ocampo, escrito por la periodista y directora de Letras del Fondo Nacional de las Artes, Mariana Enríquez, es una puerta a la vida de esta mujer, que hoy figura entre los grandes escritores de nuestro país. Empezó su búsqueda artística como pintora y no como escritora. Sus amigos afirman que siempre garabateaba servilletas y papeles y que, si te quería, dibujaba tu retrato. Era una artista completa e indescifrable. Se parecía a sus cuentos: original, decía su marido sobre ella. Única. No copiaba nada ni a nadie y seguía sus propias reglas.
Silvina Ocampo pudo ser más libre que sus hermanas, dicen. Siendo su hermana mayor el centro de las expectativas, fue algo así como “el etcétera” de la familia, como ella misma solía decir. Conoció los sinsabores de la vida desde pequeña, cuando murió a su hermana Clara -la única que jugaba con ella- y quedó muy sola, siempre rodeándose de los que en verdad consideraba su familia: el servicio doméstico, las niñeras. De hecho, uno de los “mitos” (uno, entre tantos) que envuelven a las hermanas es que Victoria, al casarse, se habría llevado con ella a Fanni, la niñera de Silvina, a quien la niña consideraba una madre. Dicen que Silvina nunca se lo perdonó. Es probable que Victoria jamás se haya dado cuenta.
Las hermanas Ocampo fueron educadas en casa, con institutrices francesas e inglesas aprendieron francés e inglés, al punto de que a Silvina Ocampo se la cuestionó por su singular -por no decir, incorrecto- uso de la gramática española. Silvina recibió una educación de privilegio y una dote que le permitió ser libre, en términos de Virginia Woolf. Con su padre ya fallecido y una madre anciana, nadie le dijo -ni hubiera podido hacerlo tampoco, ella no lo hubiera permitido- qué hacer. En 1934 se fue a vivir con Adolfo Bioy Casares, diez años más joven que ella. Se casaron recién en 1940, y estuvieron juntos hasta la muerte de Silvina, en 1993. Bioy Casares mantuvo relaciones con otras mujeres, incluso fue padre de Marta de manera extramatrimonial. Silvina adoptó a Marta y la crio. Fue una madre sobreprotectora, dicen. Los que la conocían cuentan que Silvina no era una víctima de los amores de Bioy e insisten en que no hay que ubicarla en ese lugar. Era un trato entre los dos. Hay rumores acerca de los Bioy -así se los llamaba desde el casamiento- que hacen de su vida algo tan atrapante para los lectores: las imponentes mansiones en las que vivían, las cartas de amor que se salvaron, los cuentos y las anécdotas, la fiel amistad con Jorge Luis Borges. Incluso se dijo que ella y Bioy compartían el amor de una de sus sobrinas y que Alejandra Pizarnik estaba enamorada de Ocampo. Nunca lo sabremos -aunque todo sea tan interesante y nos gustaría saber todavía más- pero en realidad no es lo fundamental sobre esta mujer. Porque además de los rumores y los mitos sobre su vida, Silvina Ocampo fue sobre todo una gran escritora, una voz despojada de prejuicios y libre de influencias. Al parecer, escribió como vivió.
Y también, Silvina Ocampo y sus cuentos nos dicen mucho sobre nosotros mismos como lectores y como sujetos de época: según los testimonios que reúne Enríquez en su libro, Borges, Bioy y Silvina eran rechazados por el mundo académico en un momento en que la literatura debía necesariamente mostrar compromiso con la realidad social. Quizás no se entendió, en su momento, el sentido de la metáfora. Quizás, una vez más, se redujo a discusiones llanas lo que debe o no debe ser la literatura. Pero, afortunadamente, hoy en día Silvina Ocampo se lee incluso en la escuela. Y al menos, con esta lectora, se cumplió su deseo de conmover un alma.