Balance 2020
Leer para encontrar un nuevo sentido
Los clásicos nos invitan a mirar en perspectiva
Año desafiante. Terrible en muchísimos sentidos (no hace falta enumerar, procuremos olvidar el contexto por un rato) aunque también de novedades. De descubrimientos. Porque en el pesimismo de la situación general, ver las cosas con los ojos abiertos –la realidad, qué problema- nos hace optimistas. Advertir las cosas como son, y desear que todo mejore. Por lo tanto, pensemos en las cosas lindas que pasaron.
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Este año me dediqué a leer clásicos. También descubrí autores que no conocía, novedades que me gustaron mucho y otras cosas que quizás no tanto. Fue un año de mucha lectura, en ese sentido, muy grato. Haciendo un balance –siempre se hace balance cuando el tiempo acaba, este 2020 no resiste mucho análisis, pero en cuanto a lectura lo podemos intentar- me quedo con los clásicos, esos que había leído hace tiempo y que de pronto, sentí urgencia de retomar. Y comprobé, una vez más, que la relectura es un acto más significativo que la lectura. Con la relectura se vuelve a pasar por esos sitios ya caminados, pero abriendo los ojos y pensando todo otra vez, atendiendo otras cuestiones que en principio pasaron desapercibidas. La relectura potencia el descubrimiento, el encuentro con el autor, la magia se hace más clara cuando tomamos un libro por segunda vez. Y por qué no, por tercera. Y los clásicos son un volver a casa. A nosotros.
Para diciembre propuse en mi taller de cuentos (coordino talleres de lectura, uno de cuentos, uno de teatro, uno de novelas clásicas) el tema TIEMPO para despedir el 2020 –¡por fin! Uno de los cuentos que seleccioné fue “Las nieves del Kilimanjaro” de Ernest Hemingway, que relata lo que un hombre reflexiona sobre la vida tras un accidente que pone en riesgo su salud. ¿Qué pasa por la cabeza cuando entendemos que probablemente nos quede poco tiempo, y que todo puede terminar de un segundo a otro? A través de este cuento, volví a Hemingway, y retomé “Adiós a las armas”, su novela de 1929, el relato seco, casi objetivo de Fred Henry, un soldado americano que se enlista en el ejército italiano para luchar en la Gran Guerra. Henry comienza su “experiencia bélica” con la ilusión ingenua de todos aquellos que creyeron que en una guerra se puede, efectivamente, ganar. Con el paso del tiempo y de las distintas situaciones siempre traumáticas –excepto su historia de amor con Catherine, lo único que lo salva- Henry va comprendiendo qué es la vida, qué significa la guerra y sobre todo, que no existe victoria después de tanta muerte. Se me ocurren varios puntos interesantes para debatir sobre esta novela, pero elijo plantear la situación del protagonista y entenderla también para mí, para la vida, para nosotros.
La primera Guerra Mundial –una de las guerras más cruentas de la historia, si no la más- sucedió como consecuencia de un espíritu de gloria compartido por las potencias europeas, que venían triunfando en su necesidad de modernizar y civilizar durante todo el siglo XIX. Esta mirada evolucionista, este ir hacia adelante, trajo avances científicos importantísimos (como la locomotora, en 1804, la fotografía, en 1826, el termómetro, en 1866) pero también nos dio, por ejemplo, la dinamita en 1866, entre otros inventos que sirvieron para matar y trasformaron el mundo para siempre. Probablemente, si pudiéramos preguntarle a alguien del XIX sobre el futuro de la humanidad nos diría, con ilusión, que no hay límite para lo que el ser humano puede hacer. Nadie podría haber vaticinado las lamentables consecuencias del avance de la ciencia. Para la Historia es más “útil” pensar los hechos como parte de un proceso de larga duración. Esta teoría del historiador francés Fernand Braudel nos invita a mirar lo que sucede a través del tiempo para percibir el verdadero impacto de las cosas. Lo que en el XIX fue avance y progreso, probablemente tenga que ver con lo que vivimos nosotros ahora: contaminación, mala alimentación, enfermedades, catástrofes naturales. Necesitamos ver las cosas en perspectiva y a futuro. Necesitamos poner en jaque nuestra forma de vida y reflexionar sobre cómo queremos vivir. Como Fred, el protagonista de “Adiós a las armas”, que al final se pregunta qué significado tenía lo que estaba haciendo. Necesitamos encontrar una nueva forma de ser.
Y sí, me fui por las ramas, pero está bien, porque eso es lo que sucede cuando leemos un buen libro. Pensamos, analizamos, nos quedamos con un tema en la cabeza, que volvemos a pensar. Los clásicos nos permiten hacer consciente todo eso que en el día a día olvidamos. Porque vivimos demasiado rápido. Porque se nos pasan los días haciendo algo más. Este año “desafiante” leí clásicos, y pensé en cómo quiero vivir.
Entre tanto pesimismo, me ilusión pensar que a través de la lectura podemos encontrar un nuevo sentido.
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