Opinión
Feliz Navidad
La religión tuvo este año su mayor protagonismo, en términos políticos, de los últimos treinta años, con la llegada de Milei y su prédica casi mesiánica de campaña, donde citaba permanentemente a Moisés y Aarón, la opresión de los egipcios, la rebelión de los judíos, las fuerzas del cielo, la búsqueda de la libertad y el hecho de que en nuestro país “hay que cruzar el desierto” de ajuste y ordenamiento del Estado para poder empezar a notar el crecimiento.
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Aun así, es innegable que en los últimos años el cristianismo ha enfrentado un aumento de ataques y críticas que han desatado un amplio debate social y político. El Arzobispo de La Plata, mons. Héctor Aguer, advirtió que la Argentina está padeciendo desde hace algunos años “un proceso continuo de descristianización”. “Los lobbies aquí abarcan tanto grupos culturales como ideológicos que tienen acceso al orden político y que, de una manera clara o un poco más oculta, intentan ir minando aquello que fue el fundamento tradicional de la cultura argentina”, denunció el Arzobispo.
Más allá de los ataques directos a la Iglesia católica como institución, es innegable que hay una campaña que busca erosionar los valores cristianos en defensa del orden natural y los principios básicos sobre los cuales se edificó la civilización, ya que parecen no ser funcionales al mundo económico actual. Se pretende sustituirlos de urgencia por un conjunto de creencias, frágiles en su fundamentación pero con mucho colorido y marketing.
Esta discusión claramente no se da en el terreno religioso, sino en el político, y exclusivamente desde este lugar despierta el interés de aquellos que trabajamos en interpretar los movimientos subterráneos de la opinión pública y las palancas invisibles que accionan la voluntad ciudadana.
Podemos destacar la parodia de la “Última Cena” en los Juegos Olímpicos, con un sketch que presentaba a drag queens, una modelo transgénero, un cantante desnudo maquillado como el dios griego del vino, Dionisio, y un niño, recreando así la emblemática escena bíblica de Jesucristo y sus apóstoles, lo que motivó un pedido de disculpas por parte de la organización.
Más recientemente, otro sketch, esta vez en el canal de streaming “Olga”, parodió el pesebre viviente, interpretando a los personajes bíblicos de ese entonces, como María, José y los Reyes Magos. Mientras tanto, Tomás Kirzner, hijo de Araceli González y Adrián Suar, enfrentó un aluvión de críticas por interpretar al Niño Jesús. Al hacerlo, se vistió con pañales y apareció semidesnudo ante la cámara, lo que provocó el desconcierto de diversas comunidades cristianas.
Este tipo de provocaciones no hace más que despertar el viejo fantasma de la guerra santa y tiene su inmediata correspondencia en sectores altamente politizados que reaccionan de manera fanática, dejando de lado la dialéctica de “izquierda y derecha” o “capitalismo y comunismo”, ingresando en un terreno peligroso donde todo debate cae en el reduccionismo del “bien y el mal”.
A medida que las categorías políticas van perdiendo su capacidad de explicar el mundo actual, el ciudadano observa atónito cómo radicales, peronistas y ultraizquierdistas conviven en una pacífica armonía con el único objetivo de defender sus intereses ante el avance político de un liberalismo pragmático que no duda en ser proteccionista y asistencialista si es necesario. Los discursos políticos lentamente empiezan a arraigarse en figuras más sólidas como la religión, ante la volatilidad de las ideologías y los partidos.
La victoria de Trump legitima un nuevo auge de los nacionalismos y constituye un dique de contención ante el avance del globalismo woke. Esto implicará la necesidad de volver a mirar hacia el interior, a las identidades locales y a la verdadera cultura popular, aquella que fue despreciada y perseguida por el aparato gramsciano estatal de cultura financiada y hegemónica.
Los discursos políticos empezarán a ordenarse en términos de “nosotros” y “ellos”. Ante la pésima imagen de las instituciones, más que nunca prevalecerán liderazgos fuertes que encarnen personalismos que sinteticen la solución a los problemas, más que la visión romántica e idealista de la división y el equilibrio de poderes.
Además de su significado religioso, la Navidad simboliza el nacimiento de un líder indiscutiblemente político en el sentido más puro de la palabra. Un líder que supo poner su mirada en las personas vulnerables y entregar su vida por su gente. Un arquetipo de emergente popular, de contundencia intelectual y profundidad espiritual.
Un líder humano, cercano a las personas, incorruptible, y a quien tanto religiosos, ateos e indiferentes le reconocen el sentido de la ética y la justicia actual, ya que al fin y al cabo de eso se trata: que las ideas y las personas hagan del mundo un lugar mejor. Ojalá en cada una de las ciudades emerjan estos liderazgos políticos, independientemente del partido al que pertenezcan, y podamos decir por fin: Feliz Navidad.