ENFOQUE
Encontrar una sana tensión entre la conciencia individual y la social
La celebración del Día Internacional de las Familias 2023 se propone generar conciencia sobre las tendencias demográficas y su impacto microsocial. A fines del año pasado, la ONU destacó como hito que la población mundial hubiera tocado los ocho mil millones de personas. Sin embargo, desde una mirada de proceso, el ritmo del crecimiento poblacional está mermando de manera progresiva y los alcances de los cambios en la vida de las familias a nivel global están lejos de ser identificados y valorados en su justa dimensión.
Hoy por hoy, las principales preocupaciones a futuro se concentran en tres patrones insertos en las realidades familiares: fecundidad, nupcialidad y mortalidad. Mientras que en numerosos países la fecundidad y la nupcialidad decrecen, la esperanza de vida se expande. Este desequilibrio constituye una megatendencia que dispara las alertas y pone a los estados ante la necesidad de implementar políticas de compensación y contención de los grupos afectados.
Lo cierto es que en naciones de baja fecundidad no pocas mujeres enfrentan obstáculos para el logro de la familia deseada. En particular se indica que están teniendo menos hijos de los que querrían tener y que esto se relaciona con factores tales como los altos costos asociados a la crianza, los retos inherentes al balance trabajo-familia y el desigual reparto de responsabilidades cotidianas, en especial en materia de cuidado de las personas. En los extremos de la vida somos dependientes de los demás y tal circunstancia se profundiza con la evidencia de que vivimos más años. Porque es un dato que la población de mayores está aumentando, tanto en número como en porcentaje del total.
Frente a un horizonte que proyecta un incremento de la demanda de atención y acompañamiento a causa del envejecimiento poblacional, la solidaridad intergeneracional se presenta como una vía obligada a transitar. Aún más en sociedades en las que -paradójicamente- la residencia común disminuye y escasean los hogares en los que conviven más de dos generaciones.
Otro punto saliente del panorama actual es que la nupcialidad se retrae al tiempo que los divorcios, las separaciones y las viviendas unipersonales se multiplican. La huella de esta contingencia en niños, niñas y adolescentes sigue siendo objeto de múltiples estudios, con resultados que incluyen un abanico de derivaciones, como el rezago escolar, los consumos problemáticos y las conductas sexuales de riesgo. En todos los casos, además, las economías familiares receptan el golpe de la fragmentación, con énfasis en los entornos de mayor vulnerabilidad.
Lo anterior viene a consolidar un problema de la época: la experiencia personal de la soledad como aislamiento y el sufrimiento aparejado. Nos descubrimos crecientemente desligados, confrontados con nuestras existencias individuales y sitiados por nuestras humanas limitaciones. Este peso, sin la adición de un sentido, se torna difícil de soportar. Y reconocemos que la unidad fortalecida de las familias, de los ámbitos primarios de pertenencia, es fuente de sentido.
Por eso, volver a ceñir la trama vincular de cara a los desafíos por venir parece ser el camino. Para encontrar una sana tensión entre la conciencia individual y la social, que nos devuelva la certeza de ser parte de una comunidad que abriga y nutre. En este modelo las familias son -y seguirán siendo- plataforma y motor de todo desarrollo posible.
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* Docente e investigadora, directora de estudios del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral.