Oportunamente la doctora Ana María Montenegro, de la Universidad del Centro, expresó a La Vidriera: “La última parte de este libro, denominada “Y la vida sigue”,&nbsp; posibilita descubrir a un sujeto social que además de ser maestro rural, también fue esposo, padre, abuelo, profesor, inspector, periodista, actor, locutor de radio, rotariano y vecino de Tandil. Tal como nos propusimos desde el inicio, esta publicación tuvo la intención de aportar a la reconstrucción histórico-educativa de esta ciudad desde tres pilares: cimentar un recorrido, a modo de homenaje, de un hombre, que, como hijo de su tiempo, supo volverse sobre sí mismo, involucrado en la construcción de una historia y de su memoria; dar voz a este caminante, que tomó la decisión de narrar, evocarse, revisitarse, proyectarse en su presente y futuro”.&nbsp;Volviendo la vista atrás…La Vidriera también se sumó al homenaje de la Universidad Nacional del Centro con esta reseña y entrevista al&nbsp; querido profesor que ya hace un tiempo dejó este mundo.Norberto Eduardo Salgueiro falleció, de forma repentina, el viernes 25 de agosto de 2017. Tenía 73 años y una vida marcada por la docencia. Su amor por la docencia también se trasladó a todas las manifestaciones artísticas. Era columnista de este suplemento y tenía la formación, los conocimientos y la experiencia como para hacer, tanto una crítica literaria como teatral, musical. Amaba las artes y desde su época de maestro rural, siendo muy joven, aprendió que el mundo sin chicos en las aulas, sin jóvenes formándose como docentes, sin arte, sin amor… valía poca cosa.&nbsp;&nbsp;Párrafos imperdibles del encuentro“Estuvimos con Salgueiro el fin de semana que se realizó en el ISER una velada poético musical. En ese marco de belleza que la etapa de oscuridad&nbsp; no pudo quitarle, nos habló de su amor por todo lo que tiene que ver con iseriano.&nbsp; Poco conocíamos de él más que esa faceta artística y el cariño que las personas que lo tienen o tuvieron como profesor expresan. El docente tandilense nos contó un poco de su vida, de cuando, por ejemplo decidió convertirse en maestro.-¿Era común en aquel entonces que los hombres estudiaran magisterio?-No, hubo solamente uno o dos en cada promoción y en la mía sobre el final se fue mi compañero y quedé solo. Pero dos años antes se había recibido una camada que fue única en la Escuela Normal, por lo menos en esa época, la promoción del ´58 donde se recibieron Roberto Dabidós, Daniel Pérez, Di Paola Levin, Horacio Santángelo que llegó a tener un alto cargo en el ministerio de Educación. Creo que fueron&nbsp; 8 ó 9 varones, algo excepcional.-¿Cómo nació su vocación por la docencia?-Llegábamos a tercer año del secundario y había que optar por Magisterio, Comercio o Bachiller. Tuve una formación familiar con un tío, Miguel Calabrese, poeta excelente al que en Tandil no se lo conoció mucho porque se fue muy joven a Mar del Plata y allí hizo toda su carrera de docente y poeta. Pero tenía familiares maestros y él influyó mucho, porque siempre venía para fin de año trayendo sus historias de la escuela, poesías y mi contacto con la literatura comenzó allí. Empecé a darme cuenta de que me iba a gustar mucho enseñar por lo que él contaba.Cuando fue la hora de elegir en la secundaria, fueron dos profesores también los que de algún modo me indicaron el camino: Osvaldo Zarini y Francisco “Paco” Serrano. Con ellos terminé de entender que la docencia era lo que quería para mí. Opté por el magisterio, hice los dos años y recuerdo las prácticas que hacíamos con la señora de Gandola, maestra de cuarto grado, y allí -dando las prácticas - terminé de convencerme. Mis compañeros de entonces eran Marta Cirión, Carmen Carrique, Alicia D’Ambrossio, Marta Cobello, Marta Ferreyra, entre otros.&nbsp;“Veía mucho cine argentino, me llevaba mi abuelo, y casi sobre el final de mi carrera de magisterio fuimos&nbsp; a ver una película de Narciso Ibáñez Menta, que era sobre la vida de Almafuerte. Me quedé fascinado con la película y me compré el libro sobre su vida; tenía 17 años. Le dije a mamá que cuando terminara me iba a ir a trabajar al campo, y mi papá insistía con un dicho que aún continúa teniendo vigencia: ´Más hambre que maestro de escuela´. A mi papá, con su visión de comerciante, le preocupaba y mucho. Le dije que iría a probar. En esa época no había asambleas, uno iba a la oficina –ahora consejo escolar- y se anotaba, dejaba todos sus datos y manifestaba el deseo de trabajar en escuelas rurales. Y me anoté. Un día, llamaron a la farmacia que estaba enfrente de casa, porque cuando uno no tenía teléfono dejaba el más cercano y de ahí avisaban. Era mayo del 61 y papá me comentó que habían llamado para avisar que había una suplencia en la escuela –que se había desdoblado- donde estaba la señora Alicia Sarçabal. ´Me dijeron que es una escuela donde tendrás que quedarte, señaló mi padre, la escuela 55 ubicada en el paraje La Esperanza, cerca del Haras Los Prados en el camino a la estancia Acelain, a casi 80 km´”, recordaba Norberto.-¿Cuál fue su primera impresión?-Me gustó mucho el paisaje. Tiempo después descubrí que Yuyú Guzmán describía la llegada de ella al lugar y era lo mismo que había sentido, la misma emoción y el paisaje precioso con un cerrito y algunas piedras, no un lugar llano. Sabía que la escuela tenía ciertas precariedades, porque ya me lo había comentado la directora, pero mi preocupación era dónde iba a vivir. La directora&nbsp; respondió que en el aula había un sofá que a la noche lo desplegaría y allí dormiría, correría un poco los bancos sobre el piso de tierra y allí me acomodaría. En fin, esas eran las condiciones; me presenté a la familia, que era muy amable, y me dijeron que podía comer con ellos, gente maravillosa a la que todavía sigo viendo.-¿Cómo eran sus alumnos?-Eran hermosos, como todos los chicos del campo. Estaban con mucha expectativa porque habían tenido a un maestro anterior, nada más ni menos que Daniel Pérez. De entrada nos llevamos muy bien. Tenía primero, segundo, tercero y cuarto, todos nenes muy chiquitos a los que había que enseñarles a leer y escribir y yo recién salía de la Escuela Normal. Siempre cuento la anécdota, de todas las cosas que uno salía sabiendo de la institución… pero no sabía ¡ponerle el freno a un caballo! Cuando los chicos me lo pedían no sabía para dónde agarrar y como esa aprendí de ellos cientos de cosas maravillosas.Pasé quince años en las escuelas rurales y después fui a Inspección; no estuve prácticamente en escuelas urbanas pero ya allí me di cuenta de que mis esquemas de maestro normal de clase media no me servían casi nada, debía cambiar un montón de cosas porque no podía ir a imponer. Me di cuenta que tenía que ver primero cuáles eran sus esquemas para ayudar a mejorar si es posible, como enseñar a leer y escribir, cuestiones de convivencia, porque vivían muy aislados y su punto de referencia era Vela.No había almacén o club como en otros lugares donde iría a trabajar más tarde. Allí lo único que había era la escuela y las familias se relacionaban entre sí y luego que empecé a trabajar, ya me empezaron a invitar para que fuera a comer a la casa.Tuve la suerte de estar allí dos años y después en&nbsp; escuelas rurales entre Azul, Rauch y Tandil. Trabajé en las escuelas –que ahora están todas cerradas- Los Angeles&nbsp; 76, El destino 51. Cuando se abrió fui el primer maestro de la Escuela 65 del Paraje el Remanso o el Hornero donde está el club de fútbol, sobre el lado de Rauch. Allí en 1968 se abrió por gestión de los padres y así como me llamaron en otras oportunidades me dijeron “Salgueiro, acá hay que poner esta escuela en marcha”. También había trabajado en Paraje el Carmen,&nbsp; la puse en funcionamiento y estuve allí 7 años.&nbsp;La soledad pedagógica“En esa época teníamos un clisé que nos aplicábamos porque todos teníamos inquietud de seguir estudiando, haciendo cosas, pero existía lo que se llamaba ´la soledad pedagógica´, no te podías mover de ese lugar, era muy difícil poder viajar, hacer otras cosas. Y en lo personal solo me quedaban sábado y domingo para atender mi vida social, con lo cual había cierto aislamiento, soledad, acompañado por esa circunstancia tan particular, por eso no a todos les gustaba esa situación. La llevé bien, porque tengo un carácter que me permitió adaptarme”.&nbsp;-Había empezado a trabajar en 1961-Sí, y en el 68&nbsp; entré a la escuela del Paraje El Hornero , donde conocí a la suplente que me enviaron y que terminó convirtiéndose en mi señora.-¿Cómo fue?-Muy gracioso. Había trabajado con otra docente el año anterior al que ella fuera,&nbsp; y nos habíamos llevado muy bien, valoraba que una chica joven quisiera quedarse, con todo lo que eso significaba porque en ese lugar también era difícil llegar, había tres puentes que había que pasar, uno de ellos precario, peligroso y cuando había mucha agua era de difícil acceso y encima era más cerca de Rauch que de Tandil.&nbsp;Como le decía, encontrar una docente que quisiera estar allí no era fácil y la chica había trabajado muy bien y cuando las clases finalizaron me dijo que si la volvían a llamar vendría. Pero de acuerdo al listado me enviaron otra persona que con el tiempo me dijo que la cara que puse cuando la vi no fue de sorpresa ni de alegría, por el contrario, de total desilusión. Y hoy es mi señora.-¿Hasta cuándo se quedó en esa escuela?-Hasta 1975&nbsp; y allí hice un giro de mi vida personal porque quería venir a estudiar y por lo tanto trabajar en una escuela más cercana.&nbsp;-¿Ya estaba casado?-No, empecé a estudiar y acá hay un punto de inflexión muy importante. Cuando yo estaba en la primera escuelita me fue a visitar una excelente inspectora, María Elena Massa, no era de Tandil pero se había afincado con los iserianos, ya el ISER había empezado a funcionar, aunque no lo había registrado como lugar de estudio.&nbsp; Esta señora me dice: “todo está marchando muy bien pero quiero que vaya y me asesore sobre lo que está faltando”. Para mi realidad, necesitaba más herramientas. Fui a verla al predio de Sans Souci donde estaban las maestras iserianas y me deslumbré en ese lugar.&nbsp;El castillo del ISER-Háblenos de sus sensaciones.-Estaba el castillo intacto. No sabe lo que eran la ornamentación, las mayólicas; me mostraron los baños con su maravillosa grifería, tenía un hogar inmenso puesto de primera, todas las habitaciones y salas con un mobiliario de época. La arboleda era otro punto de maravilla, su parque, los jardines; a la entrada había una casa muy grande donde vivían los directores del Iser, allí vivieron Tomás Platero y su esposa Dalila, psicóloga, porque no eran de acá y no recuerdo si tenían algún cargo, él era profesor. Pero debían tenerlo porque les dieron esa casa donde más tarde se ubicaría el Centro Complementario.&nbsp; Era un ambiente absolutamente señorial. Pertenecía a los Santamarina y en 1949 la expropiaron. En 1956 el gobierno de la revolución que lo había derrocado a Perón les devolvió a los Santamarina el predio de Sans Souci, pero como ellos ya no lo iban a utilizar hicieron una venta simbólica, una especie de donación al Ministerio Provincial de Educación y en 1957 se creó la escuela hogar agraria femenina Eduardo Olivero&nbsp; para mujeres de hogares rurales,&nbsp; que funcionó durante un tiempo dependiente del Ministerio de Asuntos Agrarios.-¿Dónde funcionaba el ISER?-En el castillo, lo demás eran salas de máquinas, caballerizas, dependencias. Las clases se daban abajo y arriba estaban las habitaciones de las iserianas que se quedaban a vivir allí.&nbsp;-¿En qué momento lo cerraron?-En 1976. No estaba ya, pero mis colegas ahora, compañeros de entonces, vivieron ese día. Ya habían empezado la carrera de ciencias naturales que es la troncal de nuestro instituto que va a ser luego el 10. En marzo –el golpe de Estado fue el 24- a los pocos días apareció la policía, no sé si militares también y se bajaron diciéndoles que debían dejar el lugar porque se cerraba el instituto. Dicen que en el primer momento la gente no reaccionó, no entendía nada.De todos modos insistieron en que juntaran sus cosas y les dieron un par de horas para dejar todo. El testimonio de una de las profesoras dice: “Ver cómo se iban los que vivían allí, con su valijita con lo que habían podido juntar, en fila, sin saber dónde ir porque no solo no tenían donde estudiar sino donde vivir, verlos irse por el sendero fue tremendo”. En ese momento estaba como director el profesor Santiago Fazzini, muy querido en Tandil, quien sufrió el mayor golpe.Los echaron a todos y nunca más se volvió a entrar a ese lugar hasta la historia reciente, que es otra historia. Fíjese el nivel de audacia de ese grupo que todavía está dando clase y se agrupó para movilizarse,&nbsp; porque si bien ese predio se cerraba, no se sabía por qué, y era necesario buscar otro lugar donde las chicas pudieran terminar su cursada. Y empezaron a viajar a La Plata en pleno proceso del gobierno militar. Hubo gente de Tandil con cierta influencia que de alguna manera protegió al grupo en su movida, porque si no hubiera sido un desastre.&nbsp;La historia teatral“Me inicié en el teatro de la mano de Marilena Rivero y Atilio Abálsamo. Dos figuras históricas del teatro tandilense. Con Juan Marcos y otros actores hicimos “La Zorra y las uvas” en El Teatrillo (Subsuelo de la Biblioteca Rivadavia). Luego vino mi consagración en el monólogo “Las manos de Eurídice”, que a comienzos de la década del ’60 había difundido en Buenos Aires&nbsp; el actor español Enrique Guitart. Abálsamo tuvo fe en mis condiciones y nos largamos a la aventura. Yo tenía 19 años y debía representar durante una hora y media el drama de un hombre de 45. Fue un éxito. Todavía me encuentro con gente de mi edad que la recuerda. Era una época difícil en Tandil porque había que acostumbrar al público a asistir. No existía la oferta cultural que tiene hoy la ciudad. Trabajábamos mucho porque había varios conjuntos teatrales. Yo siempre pertenecí al Teatrillo. Durante la semana estaba en la escuela rural y el fin de semana lo dedicaba a los ensayos. Cuando en 1968 abrí la Escuela 65 del Remanso se me hizo muy difícil continuar este ritmo y opté por dedicarme totalmente a mi carrera docente. Fue un largo paréntesis que se reabrió en 2000 con mi programa de Radio de la Sierra y con actuaciones en recitales poético musicales, algunos escritos por mí. El recital “Testimonio de un amor”, junto a Andrea Demarco y José María Carotti me produjo la increíble emoción de unir ambos aspectos de mi vida: El ISER de Sans Souci –aquel de entonces- y mi amor por la poesía. Fue una inmensa satisfacción. La misma que siento cuando le pido a un remisero: “lléveme al Instituto de Belgrano y Moreno. Y él responde: ¡ah, sí, al ISER!&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;