Historias
La nariz roja, otra forma de enfrentar la realidad
Leticia Dugros es psicóloga y payasa. Nació en Pringles, pero desde 2020 reside en Tandil y cuenta cómo es vivir con ambas profesiones. Habló de sus estudios, voluntariados, experiencias y cómo llegó a dedicarse a lo humanitario desde el clown.
Por Martina Baliño (*)
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Con un agradable aroma a café recién hecho, Leticia abre las puertas de su hogar para charlar sobre su trayectoria dedicada a la psicología y al trabajo voluntario a través del payaso. A sus 36 años, ha pasado por incontables experiencias que transformaron su vida, como conocer y trabajar junto a Patch Adams, de quien aprendió que involucrarse en el proceso de sanación de las personas es hacer la revolución del amor.
-¿Por qué decidiste estudiar psicología?
-En el último año de la secundaria me llevaron a una escuela de educación especial, a un centro de rehabilitación de adictos y me llamó mucho la atención la vulnerabilidad. En ese momento dije ‘bueno, humanidades es lo mío’.
-¿Que te llevó a querer dedicarte al oficio del payaso hospitalario?
-De nena me disfrazaba mucho, incluso tengo fotos disfrazada de payasa con un traje muy rudimentario que me hacía mi mamá. Mi mamá y mi abuela materna son muy lúdicas, creo que de ellas tomé esto del juego, ellas son payasos sin nariz. Cuando fui a Bahía Blanca a estudiar, conversando con un chico, en 2006, me contó que estudiaba economía y era payamédico. Yo había visto la peli de Patch Adams, pero no sabía que estaba inspirada en una historia real. Cuando me contó, yo le pregunté ‘¿eso qué es?’, me dice ‘somos payasos, vamos a hospitales’, yo le digo ‘¡como la peli!’, súper sorprendida. Recién en 2011 ingresé a Payamédicos.
-¿Qué se necesita para ser payamédico?
-Payamédicos es la ONG más conocida, aunque hay muchísimas. Es una ONG específica, con un estatuto, normas y reglas, solamente hacen clown hospitalario. A veces, dentro de un hospital, te podés cruzar otro tipo de payasos, que además pueden estar en barrios, geriátricos, cárceles, otros contextos más comunitarios. Acá en Tandil, Payamédicos está funcionando y también Clown Humanitario Tandil, que es otro grupo de payasos humanitarios, que vamos a contextos más comunitarios.
-¿Qué te aporta la unión de la psicología y el clown?
-Agradezco la combinación que se dio porque me parece perfecta. No sé si hubiera podido ser mejor payasa sin ser psicóloga o mejor psicóloga sin ser payasa. Hubo pequeños movimientos que se fueron dando para salir de Payamédicos y unirme a una ONG más comunitaria y poder ir a la cárcel, conocerlo a Patch Adams. A mí me abrió mucho la mirada a cómo es el payaso y me habilitó para decir ‘no hace falta tanta cosa’. Una persona con ganas de acompañar amorosamente a alguien, tiempo y disponibilidad, punto. No se necesita más.
Mentores
-¿Crees que tu mamá y tu abuela fueron tus mentoras?
-Muchas cosas que hace mi mamá, como ocurrencias, contestaciones, yo las tomo para lo que es mi personaje. Cuando empecé Payamédicos, iba a pediatría y pediatría oncológica. En 2010 empecé a ir a barrios a dar apoyo escolar, a merenderos, entonces estaba mucho en contacto con los nenes, y si bien como psicóloga nunca trabajé con niños, todo lo que era el voluntariado, sí. Los nenes son ‘materia prima’, de ahí sacás un montón de cosas porque tienen muy conservado todo lo que el payaso usa, como la capacidad de asombro, el juego, esa cosa inocente, entonces se dio esa mezcla.
-¿Aprender del maestro Patch Adams fue una inspiración?
-Sí, es impresionante. Yo lo conocí en una conferencia y le pude dar mi libro, en donde muy pretenciosamente le puse una carta adentro y él me la contestó al mes, por email. Me invitó a sumarme. Él hace viajes por todo el mundo, y en febrero de 2020, justo antes de la pandemia, viajé a Ecuador y estuve con él quince días, conviviendo, yendo a hospitales, a centros psiquiátricos y viendo como él estaba entre la gente. Y aprendí que ha hecho una vida coherente con esto, la revolución del amor, no llenándose de plata sino de personas y muy humilde. Todo el hospital lo estaba esperando y recibiendo: los médicos, las cámaras, los medios. Él llegaba, les daba y besaba las manos a los médicos y les agradecía por cuidar a la gente, era todo muy hermoso.
-¿Tenés anécdotas de esta vivencia?
-En un momento yo estaba sola en una habitación con seis camas, interviniendo. Veo que la gente mira a la puerta y entra él. Yo no hablo inglés, él no habla español, teníamos esa limitación. Y él tiene un pescado de goma, y yo estaba con una pizarra mágica, entonces cuando entró, me miró, los dos entendimos que no íbamos a poder hablar. Yo estaba entre que mi payasa, feliz y como Leti me sentía ‘re cholula’, entendiendo que estaba con Patch Adams en una habitación. Entonces él no sé qué hizo con el pescado de goma y yo le empecé a dibujar un ‘pescado mujer’ en la pizarra, le hice un moño y empezamos a armar con mímica una historia de amor entre su pescado y el mío. Hicimos una intervención re linda y yo no podía creer que estaba interviniendo con él, que lo había visto en tele, fue muy mágico.
-¿Te pasó alguna otra cosa que recuerdes?
-Fuimos a una habitación donde había un hombre mayor que estaba con rigidez facial, tenía la boca abierta, no la podía mover, entonces no podía comer hacía muchos meses, estaba alimentado por sonda. Y estábamos yo, había otra payasa más, dos enfermeras, dos médicos y Patch. Entonces él nos dijo, porque había una enfermera que nos traducía, que nos pusiéramos en media luna alrededor de la cama del paciente y que pusiéramos las manos. Cada uno le iba a dedicar o a decir palabras amables, entonces empezaron los médicos, las enfermeras, todos y el hombre comenzó a llorar, y empezó a mover la carretilla y la enfermera, que es la que lo cuidaba siempre, lloraba porque no lo podía creer. Fue la única vez, desde 2011, que se me llenaron los ojos de lágrimas. Me tuve que ir porque no podía más. Se te erizaba la piel, cada vez que lo cuento me da la misma sensación, era tremendo.
Actividades y experiencias
-¿De qué se trata el taller que coordinás?
-Clown Humanitario surgió cuando me vine para acá, en 2020. El primer año fue la pandemia. Primero me dediqué a hacer un taller que tenía una función de formar payasos para algo más escénico. Y yo extrañaba esto del clown humanitario, así que me lancé a ver si había convocatoria.
A principios de 2022, hice una camada de formación, esos alumnos quedaron como base del grupo y luego fui haciendo más intensivos. Las personas que pasan por los talleres de formación o por los intensivos están invitadas a ser parte del voluntariado, lo cual significa cierto compromiso con las actividades que tenemos hoy.
-¿Cuáles serían esas actividades?
-Carla, la psicóloga del Hogar San José, me abrió las puertas muy amorosamente para que vayamos. Decidimos ir los segundos sábados del mes a visitar de forma fija, lo cual nos permite también tener un seguimiento y planear las intervenciones.
También conocí a quien coordina una casa de abrigo de niños que están en revinculación familiar, que llegan a esa casa por Servicio Local, por contexto de violencia, de consumo de sustancias por parte de los padres, de mucha vulnerabilidad familiar, entonces quedan ahí en tratamiento y alojados hasta que se revinculen con la familia o se corrija un poco la dinámica familiar. Si eso no sucede, entran en período de adopción. Son niños que tienen de 1 hasta 13 años. El equipo de la casa también nos tomó muy en serio, por suerte, y vamos los cuartos sábados del mes a visitarlos.
-¿Cómo te sentís con ello?
-Estoy agradecida de que estas personas con las que hemos dado tomen en serio a los payasos, entendieron que no solamente vamos a jugar, sino que queremos colaborar con lo que el lugar necesite, con lo que cada persona, cada nene necesite, entonces nos van volcando información y nosotros pensamos cómo intervenir, así que eso está como actividad fija en lo que es el taller.
-¿Hacen otras tareas?
-Intervenciones callejeras que vamos planeando en base a lo que tenemos ganas de hacer, siempre con la intención de que haya un mensaje, que rescate ciertos valores que nos parecen necesarios que la gente vea. La intervención callejera más linda fue una en la que diseñamos preguntas muy interesantes y salimos a la calle a frenar a la gente cuando iba al súper o estaba en la automaticidad y tuvimos una respuesta muy linda.
-¿El clown es un modo de vida o desaparece cuando tenés que cumplir tu rol de psicóloga?
-Yo empecé a ser payasa en 2011 y me recibí en 2012. Todo el recorrido que hice, dentro del mundo del payaso, fue entrelazado con el de desarrollar mi rol como psicóloga. Cuando me recibí, descubrí otra orientación más humanista y el recorrido con el voluntariado, me ayudó a pararme delante de situaciones crudas. Cuando llegué al consultorio no me daba tanto miedo recibir el dolor o el sufrimiento de la gente, me sentí cómoda en eso y creo que lo más importante es el vínculo que yo tengo con mis pacientes y después el acompañamiento técnico y teórico o estratégico, que obviamente es muy importante, pero si no está lo primero, yo no lo considero muy eficaz.
En el voluntariado
-Has visitado a personas privadas de su libertad, ¿cómo fueron esas experiencias?
-Por 3 años fui a la cárcel de Bahía a enseñar el taller de clown a chicos que estaban con primeras causas de robo y tenían entre 18 y 24 años. Me acuerdo que en la primera clase, eran 33 chicos, yo me quedé sola, ni me di cuenta de que no había ni un guardia, no había registrado nada, estaba emocionada. Hicimos la clase y a lo último, cuando terminamos, uno de los chicos me preguntó ‘¿vos tuviste miedo de estar con nosotros?’, y yo le digo ‘mirá, la verdad que no, ustedes se trataron súper amables entre ustedes y conmigo’. ‘Sí’ -le dije- ‘me dio cosa entrar a la cárcel’, es muy grande y muy fea lamentablemente. Yo nunca había ido y es un contexto duro, entonces ellos mismos me hacían el chiste de ‘bueno, es la primera vez’.
-¿Qué aprendiste?
-Fui entendiendo que yo tenía que aportarles esa amabilidad y confianza. Una cosa es la identidad y lo que ellos han hecho, por eso están ahí, se está cuestionando su conducta. Pero ninguna persona tiene menos valor que otra, más allá de lo que haga y de que uno puede empatizar. Me acuerdo que el primer tiempo yo me paraba en la puerta decidida a darles un beso, un abrazo y ahí ellos tenían un personaje tumbero, ‘hola señora’ y me pasaban de lejos, con cara de malos. Yo pensaba cuáles podían ser detalles de amabilidad en un penal, porque el contexto es hostil. El guardia los llama por el apellido siempre, yo los iba a llamar por los nombres: Nico, Gonza, Mati y ellos, obviamente, sabían que yo iba como voluntaria, que iba a dar mi tiempo sin que me pagaran y eso era valioso. Aprendí el nombre de los 33 rápidamente, de a poco me empezaron a saludar con la mano, un beso, les llevaba regalos y cosas que no les pueden pasar en las visitas.
-¿Cuáles fueron los resultados del taller?
-Hicieron un trabajo espectacular, empezaron a escribir una obra, porque yo se los propuse y fue simbólica. A mí me sorprendió mucho. Terminé escribiendo un trabajo para el Colegio de Psicólogos. La obra consistía en que ellos eran piratas y atravesaban varias islas: del miedo, enojo, amor, donde estaba yo, me habían invitado a que fuera una pirata mujer que estaba ahí, para pasar a la isla de la libertad. Entonces todo el recorrido que ellos hicieron ahí, fue como decir ‘gracias’, eran dos horas donde se olvidaban que estaban en un penal y había una cuestión de que el pabellón se estaba volviendo más amable, mucho de cuidarse entre ellos, o llegaban chicos nuevos, que no me conocían y era ‘che, los martes hay un taller de clown, vení’.
-El voluntariado, ¿te ha llevado a formar algún vínculo fuerte con pacientes?
-¡Sí, muchísimos! De hecho, el más fuerte me pasó durante Payamédicos. Como estaba en oncología infantil, los tratamientos eran largos. Visité a dos nenes, con mi dupla, la payasa que iba conmigo. A ellos los conocí teniendo 5 y 9 años, los visité por dos años y medio; fallecieron los dos muy seguido, uno en noviembre y el otro en febrero. Si bien yo sabía que eso iba a pasar, porque el pronóstico no era bueno, se acompañó hasta el último momento. Ahí fue que decidí escribir un libro. Cada vez que yo volvía del hospital, escribía en la compu qué había hecho, con quién. Después de que ellos fallecieron, recopilé esos escritos y escribí un librito, en el que me interesaba, más allá de hacer mi duelo, que la gente supiera lo que pasa dentro de las habitaciones de hospital.
-¿Cómo se encara esa situación?
-Cuando uno va a las habitaciones, intentás rescatar los aspectos sanos de los niños y ellos lo hacen más fácil, porque juegan. A veces está la limitación de que están con dolor físico por los tratamientos de quimio, a veces con vómitos o cansados. Había intervenciones donde se apuntaba más a acompañar a los padres o hermanos y había veces que se jugaba con ellos. Y en relación al proceso de ya despedirlos, nos pasó las últimas veces de ver al más grande, con 11 años, abrazando a su mamá, diciéndole ‘bueno, hicieron todo lo que pudieron’. Para nosotras era un estallido en el corazón, en la cabeza. Estábamos ahí en la habitación, teníamos tanto protagonismo como si fuéramos alguien más de la familia y era un honor. Lo pasaron a terapia intensiva para que muriera con el menor dolor posible.
-Es muy difícil.
-El nene más chiquito falleció a principios de febrero cuando los Payamédicos estábamos de vacaciones, yo estaba en el sur. En mi última visita, yo le había dejado un títere que era un hipopótamo, que a él le encantaba, para que lo cuidara todo el verano. Entonces él me lo cuidó, falleció y su hermana me contó que ese peluche se había ido con él en el cajón. Y su mamá, al año de su fallecimiento me llamó, porque está esto de Acción Poética que pinta paredes. Al año le iban a hacer un homenaje en Viedma, y ella quería que yo eligiera la frase.
Ahora también tengo un vínculo muy lindo con uno de los abuelos del hogar San José. Yo soy cariñosa y de encariñarme en lo cotidiano, en la vida. Pero se crean lazos muy profundos porque el payaso te invita a que rápidamente vos seas importante para el otro y el otro para vos.
-¿Hay diferencia entre tratar con adultos mayores y con niños?
-Sí, obviamente hay diferencias, pero uno siempre se puede sorprender. Los adultos me parecen un desafío, que un adulto pueda jugar a mí me desafía más y me gusta, con el niño sabés que va a suceder eso. Al lugar donde estamos yendo, la Casa de Abrigo, se re enganchan, pero tienen un mundo muy cargado de mucha cosa, entonces están muy enojados o repitiendo conductas violentas, desafiantes. Entonces también le estamos poniendo el cuerpo a eso, tratar de tomarnos el compromiso de decir, ‘tal nene o tal otro tiene desconfianza, es desafiante, te va a contestar mal, quedate ahí, ponele el cuerpo, pone amabilidad, paciencia, porque no importa lo que hagas o lo que me hagas, yo voy a volver’. La incondicionalidad, tiene efecto. Es bueno respetar esos procesos y, cada persona, ya sea niño o adulto, tiene su proceso para dejarte entrar.
-¿Dejarías de atender en un consultorio para dedicarte de lleno al voluntariado?
-Sí, es una idea grande. El consultorio me gusta mucho también. Me gustaría tener un centro cultural o una casa de transformación social positiva, que tenga esa quimera donde se den estos talleres, donde haya asistencia a personas vulnerables. Me veo haciendo algo de eso y si ese puede ser mi trabajo prioritario, será eso. Pero ya sea ahí o en el consultorio, es un trabajo de asistencia, y eso me gusta. Pero sí me gustaría tener más tiempo para clownearme y salir a jugar.
(*) Esta nota forma parte de la serie de entrevistas realizadas bajo la tutela de la profesora Carolina Cordi por diferentes alumnos de práctica profesional 1 en la carrera de Comunicación Social Para El Desarrollo Local del ISFD y T 10, cada uno de los cuales eligió un entrevistado.