La despedida a Nito Franco, “el cantor de todos”
Por Néstor Di Paola
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Miguel Antonio Franco (Nito) nos dejó ayer, a los 76 años. Le decíamos “el cantor de todos”, por lo mucho que se le quería.
Cuando joven, incursionó brevemente en el folklore. Retornó unos quince años atrás, pero con el tango. Alguna vez confesó que se lamentaba de no haber regresado mucho antes a los escenarios. Pero en realidad debería decirse que toda su vida fue un canto. Por su sentimiento, su solidaridad, su expresión, su sonrisa, su amistad. Si no cantaba, daba igual, porque lo sentíamos como si estuviera cantando. En una reunión de trabajo, en una cena de amigos, o saboreando un aperitivo de domingo al mediodía.
Nació y se crió en Mar del Plata, pero se afincó en Tandil siendo muy joven. Trabajó durante algunos años en la ex Gas del Estado, cuando estaba ubicada en la calle 25 de Mayo entre Chacabuco y 14 de Julio. Se había graduado como Maestro Mayor de Obras y durante mucho tiempo, hasta su jubilación, se dedicó al rubro de la construcción.
Fue una persona de intensa participación social en los rubros más diversos, al punto de haber jugado oficialmente al golf en sus años de juventud y adultez inclusive. Pero su gran pasión fue la música, el tango en particular. Sin embargo, sentía particular admiración por ese movimiento arrollador que se llama Canto Popular Uruguayo, y desde el comienzo, año 2001 fue un verdadero militante del Club Amigos de Alfredo Zitarrosa. En marzo de ese año concurrió al primer homenaje, como mero espectador. Y enseguida se convirtió en un fervoroso colaborador, cantor y organizador al mismo tiempo.
Como cantante, colaboró con todos, cada vez que las situaciones del momento lo requirieron. Sin embargo, su filosofía recta y su fuerte concepción de lo gremial, lo llevó, en un momento, a abandonar el canto por “amor al arte”. Y empezó a cobrar. Aunque sea poco, pero cobrar al fin. Porque sostenía que si hacía lo contrario, le estaba sacando trabajo a cantantes y músicos que tienen legítimas pretensiones de vivir del arte.
Su vida fue un canto, hasta en el momento de la despedida de este mundo, porque ayer, mientras se realizaba el velatorio en la casa de avenida Avellaneda, un enorme grupo de amigos se autoconvocó para brindarle un aplauso, a las cuatro de la tarde, en el veredón de la casa velatoria. Y el gentío, cumpliendo las normas del momento sanitario actual, se entonó un tango, a coro, a modo de despedida, de saludo, de homenaje. Mientras, su esposa Carmen y el resto de la familia participaban con emoción en el centro de la escena. Fue conmovedor.
Y habría mucho más para decir, obviamente, de un amigo del pago chico que supo hacerse querer y que siempre estuvo presente. Que nos dejó alegrías, lo que no es poco, por cierto. Queda pendiente un homenaje más exhaustivo, con su vida y su obra, que prometemos realizar en otros espacios de este diario. Descanse en paz, querido cantor y gomía.