Literatura
Virginia Woolf: cómo leer la historia secreta
Un relato que transcurre en un solo día de junio (1925).
Por Margarita Durand
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Durante la cuarentena me propuse leer UN CLÁSICO POR MES, armé y coordiné un grupo de lectura y nos desafiamos, mes a mes, con un autor clásico diferente. Qué experiencia, volver a los clásicos, volver a leer con más atención. En junio elegí a Virginia Woolf. Y comprobé, una vez más, lo imprescindible que es todo lo que escribe.
Me sorprendió la repercusión que tuvo Virginia Woolf como autora del mes. Pienso que, evidentemente, Virginia Woolf es un desafío –no es lectura fácil- o genera curiosidad, por ser –posiblemente- la mujer más conocida en mundo de la literatura. Tuvo, junto a su marido, su propia editorial. En la casa de sus padres había una enorme biblioteca que le permitió consumir libros desde chica. Fue educada por institutrices que abrieron el camino a otros idiomas. Sin dudas fue una privilegiada. En cuanto a su vida “privada”, quizás no tuvo la misma suerte. Pero acá hablamos de libros. (¿Se puede separar la obra de su autora? Gran debate, para otra ocasión)
Lo que queremos saber es cómo escribe Virginia Woolf. No es fácil de entender, y mucho menos, de explicar. La primera vez que leí “La señora Dalloway” recuerdo haberme quedado con una sensación de que no la había entendido del todo. Quizás, justamente, la clave es nunca cerrar las preguntas definitivamente. Quizás, la magia de los libros está en negar la certeza y seguirnos preguntando. No obstante, podemos intentar acercarnos a este mundo secreto lo más posible. Esto “saco en limpio” sobre cómo escribe Virginia Woolf.
Cuando se empieza a leer “La señora Dalloway” el lector debe sortear varios obstáculos que tienen que ver con repeticiones, nombres propios que aparecen de la nada, referencias temporales inexactas o confusas. Uno duda si lo que se está narrando es parte del presente o se trata de una anécdota del pasado. Personajes, épocas y sensaciones, todo se “conecta” casi con despojo, azarosamente. Es que Virginia Woolf escribe imitando cómo funciona el pensamiento, eso que sucede dentro mientras hacemos otra cosa.
Toda la novela trascurre en menos de veinticuatro horas –un guiño, seguramente, al “Ulises” de Joyce - en un día de junio en el que Clarissa Dalloway, la señora Dalloway, va a dar una fiesta en su casa. Sale a comprar ella misma las flores y, en este caminar por la calle –los personajes de Woolf se mueven, pasean, hacen cosas- por el mundo exterior, se cruza con tal o cual, recuerda lo que piensa sobre esta persona, advierte algo y esto la lleva a evocar un suceso. En lo cotidiano –lo superficial- se presenta un recuerdo que la lleva a una sensación interna más profunda, que a veces puede racionalizar, pero otras veces se manifiesta a través de un impulso, un acto fallido, que manifiesta el inconsciente, aunque el personaje no quiera. Entonces los lectores sabemos que los personajes se muestran en, al menos, tres niveles: lo que hacen y muestran; lo que piensan –una idea tras otra, muchas veces piensan algo para contradecirse inmediatamente después – y también lo que les urge desde dentro, como una patada al piso, jugar con un amuleto, sentir angustia o TEMOR. Como si, al narrar, Virginia Woolf intentara imitar el aparato psíquico, y eso vuelve la novela algo tan revelador.
Nunca había leído algo así de real, tan honesto ni tan valiente. Cómo la autora profundiza en temas que aun hoy siguen considerados como difíciles: tal el suicidio, la salud mental, las distintas sexualidades. Virginia Woolf habla de todo sin reservas, con el alma en la mano. Y eso que escribió “La señora Dalloway” en 1925, entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, hecho que inevitablemente aporta una sensibilidad especial a la historia y al tono con el que la cuenta. La vida y la muerte son los temas principales, y de estos se desprende cómo vivir, y también, qué significa morir, realmente. Además, a través de toda la novela pensamos en responder(nos) qué es el amor, a través de la historia de Clarissa y Peter Walsh, ese amor de la adolescencia que nunca muere del todo; también forma parte de este trío el marido de Clarissa, Richard Dalloway, quien asimismo ama a su esposa, aunque de otra manera (es que: ¿hay una sola manera de amar? ¿Se puede amar a alguien que uno no logra comprender del todo?) Todos los personajes sienten, como Peter Walsh, quien reflexiona cómo es vivir después de los cincuenta años, en comparación a cómo se actúa en la juventud. El único que no siente es Septimus Warren Smith, un excombatiente que sufre los resabios de la guerra y que presenta enormes dificultades para asimilar la vida después de haber vivido lo que vivió, hasta que su malestar no le permite mirar nada más que lo obvio.
“La señora Dalloway” es como la vida: unos sufren enormes cargas, otros compran flores y van a fiestas. Pero todos sienten, todos experimentan tristezas y alegrías. La novela no está dividida en capítulos porque no existe ese tipo de “separación” en la vida: es el devenir de un pensamiento tras otro, en un día cualquiera. Como dice Vargas Llosa, se trata sobre “los meandros y ritmos escurridizos de la consciencia”. Y deja TODO sobre la mesa. Desde adentro, hacia nosotros mismos.
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