Viajar hacia uno mismo: cómo evitar la sensación de encierro
Son tiempos extraños. Un virus nacido a otro lado del mundo ahora es pandemia, y la situación nos obliga a quedarnos en casa. Podríamos pensar que todo se trata de un sueño insólito, que de pronto despertaremos y la vida seguirá como si nada hubiese ocurrido. A modo película de Ciencia Ficción, de las que vemos por Netflix un sábado a la noche. Exceso de información, chats de WhatsApp que arden, angustia por lo desconocido. Son tiempos extraños. Difíciles.
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Aunque no es la primera vez que sucede. Además de la gripe de 2009 -que muchos de nosotros recordaremos claramente- las pestes y epidemias no son novedad para la historia de la humanidad. En clave literaria, el Decamerón de Boccaccio se concibió después de la epidemia de 1348 y sus cien relatos siguen vigentes todavía, por más de que quizás hasta hoy la idea de peste fuese algo alejado, imposible de pensar.
Lo cierto es que tenemos que quedarnos en casa y evitar circular por las calles. Debemos evitar los espacios de socialización, la aglomeración de gente, el contacto con el otro. Y muchos de nosotros no nos sentimos preparados para la conducta de aislamiento. Entonces: ¿cómo hacemos para “estar encerrados” evitando sentirnos encerrados? ¿Cómo hacemos para encontrar en nuestro hogar el disfrute y el entretenimiento que hasta hace poco encontrábamos fuera? Es un disparador interesante para reflexionar. Lo que parece visibilizarse de a poco, a la distancia, empujado por las circunstancias del afuera es que este momento extraño también puede ser visto como una oportunidad. Ese contacto físico con el otro podía ser sustituido, aunque sea por unos días, por un viaje hacia uno mismo. Ir hacia adentro. Buscar la esencia. Quien sabe: quizás encontremos el disfrute y el entretenimiento justamente allí, dentro, sin movernos de casa.
Para lograr ese viaje, las historias son definitivamente una herramienta. Como en el Decamerón, en el cual siete mujeres y diez hombres huyen de la plaga y se refugian a las afueras de Florencia. Se enfrentan a una situación difícil de llevar. Están solos. Son jóvenes. No saben qué sucede alrededor. Entonces aparece la idea de contar cuentos, uno por día, sobre el amor, sobre la suerte, sobre la vida en general, los padecimientos, los aprendizajes. Cada joven cuenta una historia como si buscara el sentido para seguir, apostando a contar como sinónimo de existir. Es que con las historias no solamente “pasamos el rato” sino que también pensamos en otra realidad, en otro mundo que no es el nuestro, pero que a veces se nos parece. Y ahí, el famoso “encuentro entre las almas” del que hablaba Du Bos. La reflexión sobre el otro y sobre nosotros mismos. Ahí comienza el viaje hacia el interior.
¿Cómo empezamos a leer, si no estamos acostumbrados a hacerlo? Mejor dicho: ¿por dónde empezamos? Una buena idea es descartar (o posponer) los libros larguísimos, los extremadamente difíciles, esos que exigen muchísima atención y detenimiento. Quizás un consejo válido sea empezar por los cuentos, pedir a un amigo lector que nos sugiera su libro favorito o seguir recomendaciones de lectura en las redes sociales. En general, las propuestas de las redes tienen como objetivo difundir libros ágiles, dinámicos y que presenten temáticas actuales. Se busca crear una comunidad lectora, que seamos cada vez más, que los libros invadan el mundo, porque en definitiva (aunque suene exagerado) los libros salvan.
En estos días de encierro, procuremos presentarnos objetivos realizables, concretos, con respecto a la lectura: un cuento por día. Veinte páginas por día. Leamos con nuestros hijos, hablemos sobre lo que leímos. Llenemos la casa de historias. Leer y reflexionar sobre lo que leímos es como estar en mil lugares a la vez, sin movernos de casa. Apostemos a la lectura para evitar la sensación de encierro. Viajemos con los libros hacia nosotros mismos.