De la súplica de rodillas a la resiliencia de una niña abusada por su propio papá
De rodillas suplicó. Pidió por favor no contarle nada al padre de lo que estaba confiando entre lágrimas. Sollozando clamaba no volver más con él…
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Los profesionales judiciales transitaron años en el lodo, escucharon más de una historia con aberrantes detalles abusivos, pero aquel desgarrador relato de una niña desesperada lo tenían latente guardado en la memoria y así, con sensibilidad reproducirían conmovidos aquella escena frente al Tribunal.
Una trabajadora social primero, un perito psicólogo después. La mujer que la tuvo en guarda y la mamá adoptiva más luego, corroborarían todos, según sus vivencias, aquella experiencia de terror que sufrieron -con sus secuelas en la actualidad- dos niñas de 7 y 4 años, la primera de ellas abusadas sexualmente por su papá, la más niña, una triste espectadora directa de aquel horror que ellas misma describían como “las cochinadas que nos hacía papá”.
El hombre acusado, Sergio Contreras (29), siguió impertérrito lo que reseñaban los testigos que desfilaron en la audiencia de debate que busca esclarecer la responsabilidad penal por los espantosos episodios que las niñas dijeron haber padecido entre el 2010 y el 2012, sin solución de continuidad.
La singularidad del juicio, en comparación con otros casos de abusos ventilados en el ámbito judicial, está centrada en la probatoria de los delitos que las niñas denunciaron. Es que cuando se le practicó la cámara gesell a la niña abusada (un año y medio más tarde de lo que habían vomitado ante actores del sistema judicial y allegados) ya el relato no sería el mismo.
Si bien ratificaría haber sido víctima de abusos por su propio padre en reiteradas oportunidades, no se adentraría en mayores precisiones, como dando por cerrado aquel capítulo horroroso, inentendible para su psiquis ni la de lo que la rodean. El tiempo y “la salvación” de estar cobijada en una familia adoptiva le permitieron, no sin esfuerzo, una suerte de resiliencia para soportar lo insoportable. Para sobrevivir al espanto de vejaciones, violencia y abuso.
Por ello, la tarea del ministerio público fiscal, encarnado en el fiscal Luis Piotti, redundaría en reconstruir cual rompecabezas lo que verdaderamente padecieron con los testigos de oídas y así lograr una mayor gravedad punitiva a la hora de exigir condena.
La defensa oficial en manos de Carlos Kolbl, en tanto, con sus armas y atento a la abrumadora imputación que pesa sobre su pupilo, buscaría poner en crisis las conclusiones de los profesionales que intervinieron en los distintos peritajes, como así también instalar en la superficie la vida compleja de ese hombre señalado por sus propias hijas. De sus limitaciones intelectuales y sus años transitados en una unidad penitenciaria a la hora de pretender atenuantes al veredicto por venir.
Primera audiencia
Los conmovedores relatos de los testigos citados, mechados con apreciaciones científicas para diagnosticar a víctimas como victimarios, formaron parte de la primera audiencia, que sólo se vio interrumpida en su denso clima por la irrupción de un joven apostado como público, afín al acusado, que no soportó escuchar las apreciaciones de los peritos y salió enfurecido de la sala, no sin antes propinar una amenaza para con el profesional que estaba declarando.
Aquel irascible y fastidioso muchacho no sería otro que un integrante más de aquella casa de carencias, donde la vulnerabilidad, las conductas disvaliosas, formaban parte de la cotidianeidad familiar, cuyos componentes estaban integrados por una mujer con cuatro menores y ese padre (también hijo de aquella mujer) con sus dos hijas que a la postre desnudaron los abusos.
En ese marco de tensión, el Tribunal integrado por los jueces Guillermo Arecha, Pablo Galli y Gustavo Echevarría, ordenaría a la custodia policial precisamente acompañar al testigo y protegerlo ante una eventual agresión de aquel muchacho nervioso. Escena que finalmente no pasó a mayores.
Declaraciones
Puertas adentro del recinto, entonces, se retomarían aquellas declaraciones que corroboraron en distintas circunstancias lo que las niñas dijeron padecer. Abusos sexuales de todo tipo, reproducidos en la audiencia pero inconvenientes para publicitarlos frente a la opinión pública. Sólo aquel poder de resiliencia (capacidad que tiene una persona para superar circunstancias traumáticas), el innato poder de la supervivencia y, sobre todo, el amor de los que aparecerían luego al socorro, lograrían explicar que esas niñas hoy vivan una vida como otros pares.
Sería el sistema, a través de la escuela a la que concurrían y la Justicia después, quien detectaría el llamado de atención por lo que pasaba con esas niñas. Primero las huellas de algún golpe, después la corroboración in situ del estado de vulnerabilidad donde vivían. Hasta que una vez separadas de aquel entorno corrompido soltarían las más aberrantes historias abusivas.
Una trabajadora social (licenciada Andrea Aballay) sería quien recibiría junto al perito psicólogo Federico Lozano lo que la niña de 7 años y la de 4 después relatarían con el alma desgarrada, con pedido de socorro. Las palabras y el lenguaje gestual harían todo para que los profesionales intervinieran con celeridad para que las víctimas fueran auxiliadas.
El Juzgado de Familia ordenaría retirarlas de aquel perturbador seno familiar y las ubicaría en guarda. Allí una noble mujer acostumbrada a contener a niños con este tipo de problemáticas lograría la confianza necesaria para que las niñas le contaran sus vivencias, las que tomaría nota en un cuaderno que luego dejaría en manos de los judiciales.
Sin más, ya en proceso de adopción, aparecería una pareja con ansias de dar amor, receta infalible para que aquellas niñas lograran alivianar aquel severo trauma que las acompañó en sus escasos pero intensos, traumáticos años de existencia, con una madre que las abandonó y un papá que las violó.
Todas las experiencias de los testigos redundaron en la conmoción de los que le tocó en suerte escuchar y transitar junto a las menores. “De rodillas nos pidió por favor no volver con el papá”. “Ella siempre pidió ayuda, en toda relación que mantenía pedía que se la llevaran de ahí, de la casa de su padre”. “Era una situación de evidente hacinamiento, de extrema vulnerabilidad”, rescató entre otras reseñas la trabajadora social, quien además acotó sobre la intervención del Municipio para desratizar la casa frente a lo que en esa casa se evidenciaba.
“No solo habló con la palabra, sino con gestos, con la postura corporal. Vi sufrimiento… ella habló toda…”, fueron algunas de las reflexiones del psicólogo al recordar su entrevista.
La familia guardadora y la adoptiva después, reproducirían lo propio.
“Se observa la presencia de sentimientos de inferioridad, inhibición, inmadurez emocional, inestabilidad yoica, sensación de tensión, presión de agobio, acompañado de angustia. Los dichos de la menor resultaron sostenidos, coherentes y lógicos, no presentaron indicadores sintomáticos de influenciabilidad, ni tendencias fabulatorias”, rezó el informe psicológico de la perito Andrea Cantú incorporado por lectura al debate.
Testigos de la defensa
Ya en la segunda jornada de debate, los testigos citados formaron parte de la estrategia defensista. Principalmente allegados al imputado, quienes si bien intentaron cambiar la imagen del sentado en el banquillo de los acusados, no lograron despejar dudas o encontrar razones para explicar por qué una niña acusaría a su papá de semejantes aberraciones.
Ensayaron, sí, colocar a la menor como una niña que aparentaba más edad de la que en verdad tenía y que tenía actitudes poco infantiles, más bien provocativas en materia sexual, como así también se encargaron de señalar que la niña se vestía como una grande y que siempre tenía problemas de conducta en la escuela como en la casa. No sin dejar de mencionar que era mendaz, que mentía constantemente.
Por lo visto y oído, poco sustento lograron tener dichos testimonios, en especial cuando también trajeron a la historia aquella mamá que las abandonó, reseñando sobre su vida dedicada a la prostitución, dejando entrever que de aquella “actividad” de la madre la niña internalizó una vida de promiscuidad y perversión.
Más allá del esfuerzo defensista para seguir y encarrilar el comparendo dichos testigos, poco conmovió al fiscal que sólo interrumpió con algunas preguntas puntuales aclaratorias sobre los dubitativos relatos.
Nada más por escuchar quedaba. Sólo era tiempo de los alegatos, en los que las partes ratificarían sus lineamientos primeros y peticionarían sus pretensiones al TOC 1.
El fiscal pidió condena, la defensa absolución
Cerrando la semana, la tercera jornada judicial tuvo la exclusividad el fiscal y el defensor, quienes con sagacidad argumentativa llevaron agua para su molino para sostener sus hipótesis que llevaron al debate en cuestión.
El ministerio público replicaría aquellos argumentos que supieron concebir la requisitoria a juicio, ratificando su convicción de que las niñas dijeron la verdad y que era tiempo de emitir un fallo condenatorio.
No solo se focalizaría en solventar aquella acusación, sino también que dedicó buena parte del alegato a anticiparse a lo que podría ser la estrategia defensista, con aquello de presentar una niña hiper sexualizada y dejando entrever que los abusos podrían ser de otro y no del papá, incluso remontándose a la vida promiscua de aquella mamá abandónica.
Piotti se preguntó y les preguntó a los presentes por qué la niña acusaría a su papá, al que le tenía extremo temor, y no a otro sujeto, como así también indagó el por qué la niña no solo hizo su develamiento en sus tiempos infelices si no también en los días felices, cuando ya fue adoptada y rodeada de contención y amor.
Admitió Piotti la dificultad que presentaba el valerse de testigos de oídas, puesto que si bien la niña habló de abusos en la cámara gesell no lo hizo con el mismo tenor que lo había hecho frente a aquellos que la supieron escuchar una vez judicializadas.
En ese contexto, el fiscal destacó la credibilidad como las coincidencias de aquellos testimonios. Tampoco obvio recurrir al informe sobre la conducta del padre señalado, sobre quien los especialistas aludieron a su desafectividad para con sus hijas, entre otras características propias, comunes, a los sujetos abusadores.
Para el fiscal, entonces, no cabía otra instancia que la condena por el delito de “abuso sexual con acceso carnal agravado por ser cometido por un ascendiente y por la situación de convivencia preexistente en concurso ideal con corrupción de menores agravada”. Solicitando consecuentemente la pena de 17 años de prisión.
Sin pruebas
Cerrando el debate, el defensor oficial Carlos Kolbl se tomaría de una hora y media para intentar echar por tierra las convicciones acusatorias y considerar que no había elementos suficientes para acreditar la responsabilidad de su pupilo.
También bajo un complejo y astuto alegato, el defensor se tomaría el tiempo para descalificar la validez de las pericias practicadas a las niñas. Aquellas que se hicieron previamente en el juzgado de Familia como así también luego las concretadas en el fuero penal.
Si bien reconoció que el abuso quedó probado respecto a las descripciones físicas detalladas en el cuerpo de la menor, insistió en que había quedado instalada la duda respecto al responsable de dichos abusos. Frente a la duda, prevalece el criterio de absolver el sindicado.
También le dedicó varios párrafos y recurriría a bibliografía para exigir la inconstitucionalidad del pretendido delito de corrupción de menores.
Así, cerraría peticionando la absolución de su defendido y, de ser sentenciado, que se tomen en cuenta diversos atenuantes que ameritaban la pena mínima de la escala penal. La semana entrante será el turno de los jueces y su veredicto.
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