“Condenar a una cultura rural no es de historiadores”, advirtió un investigador en defensa de “Tata Dios”
Se cumplió casi un siglo y medio de los hechos ocurridos en la zona de De la Canal y no dejan de salir a la luz revelaciones. Un investigador acérrimo sobre lo que ocurrió en el verano de 1872 dilucida la inocencia de Gerónimo Solané y pone en cuestionamiento los relatos divulgados sistemáticamente. Guido Rapallini comparte novedades y documentos inéditos, que deja leer entre líneas.
Así como en el calendario escolar rige la Semana de Mayo, en la memoria colectiva tandilense (y más allá también) parece haberse instalado la Semana de Tata Dios. Del 1 hasta el 5 de enero de cada año se recuerda lo vivenciado en la aldea serrana al despuntar el fatídico año de 1872.
Recibí las noticias en tu email
En aquellos días se desencadenaron unos sucesos que marcarían a fuego las ricas páginas de la historia local. Estos acontecimientos tuvieron como protagonista a este famoso y renombrado curandero llamado Gerónimo Solané, quien vino a Tandil proveniente del Azul a mediados de noviembre de 1871 y que era popularmente conocido en la zona como “Médico Dios”, “San Gerónimo” o simplemente “Tata Dios”, según consta en los documentos.
No es poca cosa la desfachatez de esta humilde efeméride local que hoy, a 149 años de aquellos memorables sucesos, se podemos afirmar sin rubor que aún queda mucho por investigar y profundizar. Están aquellos que pregonan el discurso del “ya está todo dicho”, pero muy a pesar de ellos, siguen apareciendo puntas nuevas de una madeja que aún no se ha terminado de desenredar.
“Es una tarea que requiere de mucha paciencia y perseverancia para seguir repensando y formulando nuevas preguntas a una historia por demás trillada”, dijo el historiador Guido Rapallini, quien sin dudarlo compartió sus años de estudio y análisis sobre el tema.
A su parecer, es sin dudas el camino silencioso y de trabajo constante el que permite que cada tanto asome algún que otro indicio, que renueve el entusiasta envión para no abandonar la empresa investigativa a mitad de camino “cuando el trabajo se va tornando espeso y confuso”.
Un paseo por la historia
En un breve repaso, recordó que Solané a mediados de noviembre del 71 llegó desde Azul, donde estaba preso porque los noveles médicos de la escuadra y del compás lo acusaban de “ejercicio ilegal de la medicina” a pesar de la ancestral práctica curanderil en la campaña bonaerense. Se instaló inmediatamente en un puesto de la estancia “La Argentina” de Ramón Rufo Gómez para atender a su esposa Rufina Pérez, quien sufría de fuertes jaquecas.
“Tata Dios montó allí su cuasi-hospital, donde tenía su caballo bayo, y a donde lo asistían en su tarea de sanador de cientos de personas (criollos y extranjeros) que acampaban en carretas en los alrededores del puesto su secretario, el vasco Benito Lizaso”, apuntó, enfatizando que no aceptaba pagos por las curaciones, sólo tributos a la virgencita de Luján.
A los veinte días de instalado, el entonces juez de paz Juan Adolfo Figueroa alertaba al propietario de la estancia que mandara a desalojar a la muchedumbre, por temor a la viruela y a la peste amarilla que había azotado Buenos Aires recientemente.
“Promediando el mes de diciembre llegó el turno de las reuniones de algunos paisanos en el rancho de Felipe Escudero, capataz del poderoso empresario Ramón Santamarina”, enunció y completó con que allí mismo se organizó lo que “supuestamente sería la limpieza de gringos y masones” que tendría lugar el 1 de enero de 1872.
Finalmente, el 31 de diciembre del 71 a la tardecita, se llevó a cabo la reunión definitiva en el rancho de Jacinto Pérez, “al otro lado de lo de Peñalverde”, según consta en las fojas del sumario.
“Alrededor de 50 paisanos concurrieron y algunos declararon que Jacinto, conocido como San Francisco, era un subalterno de Tata Dios, pero no existe evidencia alguna de ello. Lo cierto es que Jacinto repartió lanzas y cintas punzó para los sombreros de aquellos hombres que se aprestaban a emprender un supuesto ‘malón blanco’ contra el extranjero, aunque lejísimos estuvieron de ello porque el objetivo final era cometer una masacre puntual en el Almacén de Ramos Generales ubicado en el actual pueblo de De La Canal”, propició el experto en el tema.
Con los cimientos en la inocencia
Luego de recordar cronológicamente los sucesos, día a día desde aquel principio de 1872, Rapallini hizo hincapié en la importancia de mantener un pensamiento crítico sobre los hechos “sin que se nublen los ojos”, ya que lejos de lo que muchos creen aseveró que “no está todo dicho”.
“Antes que nada, urge decir que Gerónimo G. de Solané es inocente. No participó de los asesinatos ni tampoco hay evidencias serias que puedan colocarlo siquiera en el vil lugar de sospechoso”, afirmó. “Eso es un dato de la realidad”, añadió.
En segundo lugar, relató que en 1872 y en todos esos años previos a la sanción del Código Penal, en 1887, sólo la prueba material concreta servía como factor determinante de culpabilidad. Declaraciones basadas en citas como “me dijo”, “le dijiste” y “me dijeron” no se contaban como una pista posible para la investigación.
En consonancia, reveló que en ningún fragmento del juicio se prueba la responsabilidad de Solané con respecto a las matanzas. “¿O acaso es culpable hasta que se demuestre lo contrario?”, cuestionó y determinó así que las declaraciones sumariales que tomó la policía, y después el juez, dan cuenta sólo de supuestos y rumores, sin prueba alguna ni sentencia que haya recaído sobre Tata Dios.
Con contundencia, señaló que no existe una sola foja que diga que don Gerónimo Solané se haya mostrado como obstáculo en la “búsqueda de justicia”. De hecho, aseguró: “Al Médico Dios lo mataron sin dejarlo hablar”.
Asimismo, consideró que hay un dato “digno” de destacar y tiene que ver con Juan Chapar, hermano de la víctima del mismo nombre y apellido, quien a fines de febrero de 1872 se presentó para declarar diciendo que nada hacía pensar que Tata Dios fuera el “jefe del movimiento” y que nadie se dejaba fanatizar hasta el punto de actuar con semejante alevosía.
“Entonces, eso que repiten algunos investigadores locales desde hace años de que hasta que no aparezca un documento no se puede decir si Tata Dios fue culpable o inocente, deja en evidencia la ignorancia (u oscura intención) de varios sobre cómo era el funcionamiento de la justicia rioplatense a mitad del siglo XIX”, reflexionó.
El historiador contó que a varios meses de aquel violento verano de 1872, el 13 de septiembre de ese año, temprano a la mañana, se reunió en la plaza gran parte de la población que era “casi en su totalidad extranjera”, para observar los fusilamientos de los criollos implicados en las matanzas, los vecinos Cruz Gutiérrez y Esteban Lasarte.
“Esos ojos observadores y fusiladores siguieron abiertos y fulminantes con las memorias de Juan Fugl, para finalmente quedar entronizados y eternizados en la versión oficial de la investigación pro-santamariniana”, consideró, advirtiendo que quisieron dejar los ojos expuestos obligatoriamente de la ciudadanía ante imágenes violentas durante largos períodos de tiempo.
“¿A quién querían salvar con todo este trabajito de ingeniería? ¿Quizás a alguna figura rutilante ‘a la que le debemos mucho los tandilenses’ por sus gestos filantrópicos?”, cuestionó retóricamente y manifestó que hubo intereses que se han tratado de defender desde la historia local.
Las novedades y reivindicaciones póstumas
La información y los recovecos que se generan en torno a ella comprenden un entramado interminable y, por ende, difícil de resumir. A pesar de haber pasado casi un siglo y medio de aquellos sucesos convertidos en historia, en los últimos años se ha arribado a nuevas conclusiones y otras pruebas.
Una de ellas tuvo asidero en el arreglo de antemano que hacían siempre los presos acerca de lo que iban a declarar, luego de cotejar otros juicios. “Esto ayuda a desenmarañar lo del milenarismo, mesianismo y fanatismo religioso”, dijo.
“Uno, si lee con detenimiento los dos cuerpos del sumario labrado por el juez del crimen, visualiza que los presos unificaron discursos para culpar a Tata Dios y generar un discurso supuestamente mesiánico, milenarista, y ahí está la trampa en la que parecen haber caído varios análisis”, anticipó.
Por otro lado, advirtió sobre el significado de una cuchara que apareció sobre el cajón de Solané. Javier Actis era uno de los que trabajó en el traslado del cementerio, y según supo su bisnieto, quien pasó el dato al historiador, lo primero que hicieron ni bien comenzó la operación de traslación fue desenterrar a Tata Dios que estaba vertical y cabeza abajo.
“Le sacaron la cabeza y fue clavada en una de las puntas de lanzas de la forja que componían la entrada, donde estuvo hasta ser lo último que quedó. Al hacer esta operación, Actis encontró en su cajón una cuchara de hierro de un tamaño un poco mayor del habitual, por ello resultó muy útil para cargar la yerba en el mate hasta sus 98 años, la abuela no dejaba de recordar que era la cuchara de Tata Dios que había heredado”, compartió.
“¿Masones, indios, se cayó?”, indagó Rapallini. El espíritu inquieto y ávido de conocimientos que ayude a conocer más sobre esa parte de la historia llevó al investigador a hurgar más sobre ese elemento y encontró que la masonería utiliza el simbolismo de la cuchara en distintos términos, como “llegar a soluciones que son aceptadas por todos, conforme al interés común”.
Otra de las noticias nuevas con respecto a Tata Dios es la conformación de un Frente Cultural en Tandil que lleva el nombre de Gerónimo Solané y sostiene como bandera la reivindicación de su inocencia. Del mismo participan artistas plásticos, periodistas, investigadores, entre ellos Javier López Actis que es bisnieto de quien encontró la incógnita de la cuchara, y otros ciudadanos.
“En definitiva, fue una víctima más”
Pequeñas reflexiones del historiador que lo llevan a creer en su inocencia señalan que en un momento del juicio apareció el hermano de Juan Chapar (el dueño del almacén de ramos generales epicentro de las matanzas) a declarar diciendo que Tata Dios no tenía nada que ver con los crímenes. “Después, llamativamente renunció a esa declaración”, contó, preguntándose: “¿Lo amenazaron?”
En cuanto al juicio, indicó que el juez del crimen, Tomás Isla llegó a Tandil el 17 de enero y hasta el 7 de febrero tomó declaraciones, ya al día siguiente volvió a Buenos Aires. El sumario constó de 436 fojas, con un fallo que tuvo tres condenados a muerte, de los cuales uno murió en prisión y los otros dos fueron fusilados ante una plaza llena de extranjeros. El 20 de abril el fiscal formuló acusación y el 29 de julio se confirmaron las sentencias, después de que fueron apeladas en tercera instancia.
“Mi teoría es que puede que haya sido un ajuste de cuenta entre los mismos extranjeros. Acá vendieron un relato de criollos versus extranjeros, pero en realidad lo que había era internas entre masones a escala regional, que incluía a Azul, de donde venía Tata Dios”, razonó. De hecho, puso en conocimiento que el Juez de Paz en ese entonces también era acusado por los vecinos de ese pueblo por el tráfico ilegal de cueros, y todo un circuito mercantil que incluía indios, criollos, pulperos, extranjeros, estancieros.
“Acá se nos vendió el cuento de mesianismo, xenofobia, fanatismo religioso y milenarismo”, concluyó.
La prehistoria del poncho y un documento inédito
En el Museo del Fuerte Independencia quedó en guarda un poncho pampa que perteneció a Gerónimo Solané y en un documento que Rapallini encontró en la casa de los Gómez Figueroa se revela cómo lo consiguió el hombre que terminó donándolo al Museo “en custodia”.
“Amigo Juan Adolfo, sabiendo que es coleccionista de cosas antiguas y criollas. He sabido que una Sra. Sampaul (hija del primer confitero de nuestro Tandil tiene en su poder un poncho pampa del (…) Tata Dios y quiere venderlo. Lo pongo en conocimiento por si le interesa”, reza lo legible del texto.
Según precisó el historiador, la que vendía el poncho era hija de Francisco Sampaul, uno de los fundadores del radicalismo en Tandil, “que se alzó en armas en 1893 para derrocar al gobernador Julio Costa. Era masón, afiliado a la Logia Luz del Sud 39. Llegó a ocupar un lugar de poder en el Municipio como consejero. Hijo de José María Sampaul y de Feliciana Goicoechea, ambos españoles”.
A su vez, quien lo adquirió, Juan Adolfo Figueroa (1896-1947) fue Comisionado Municipal en 1946 y quien recibió a Perón en Tandil. Por una enfermedad debió dejar el cargo y murió en Buenos Aires al año siguiente.
“El otro Juan Adolfo Figueroa, el que fue juez de Paz de Tandil durante los crímenes de 1872 (es hora de mencionarlos así y no los crímenes de Tata Dios) nació en Buenos Aires en 1831 y murió en la misma ciudad en 1879”, aclaró.