Una ingrata despedida
Lionel Messi tomó la decisión más difícil de su vida deportiva: comunicó su deseo de irse del Barcelona y, más allá de la derivación judicial que tiene su determinación, queda claro que habrá un antes y un después en el club catalán, simplemente porque se va el mejor jugador de la historia de un club acostumbrado a contar con los mejores.
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Messi es el más grande jugador de un club que se fundó a fines del siglo XIX y por el que pasaron nada menos que Diego Maradona, Johan Cruyff, Ronaldinho, Ronaldo, Romario, Neymar, Figo, Iniesta, Xavi y Guardiola, entre otros.
Leo quiere irse de un club y de una ciudad que lo alberga y lo ama desde los 13 años (el mes próximo se cumplirán 20 años de su llegada). Los motivos para su alejamiento son varios pero la conclusión una sola: es una despedida triste, ingrata, inmerecida.
No solo porque es el jugador más ganador de la historia de la entidad catalana con 34 títulos, el máximo goleador con 634 tantos y el segundo en número de partidos (737), solo superado por Xavi (767), sino porque fue la estrella del mejor equipo en los 131 años de historia del club: el Barsa de Pep Guardiola, quizás el mejor de la historia del fútbol.
Un Barcelona que en cuatro años se alzó con 14 títulos, entre ellos las Champions 2009 y 2011, y los Mundiales de Clubes 2009 y 2011, y que además fue la base del seleccionado español que ganó el Mundial de Sudáfrica 2010 y las Eurocopas 2008 y 2012.
Messi fue el toque excelso, el plus de un equipo que deslumbró al mundo y que marcó una época en el Barsa, un equipo que abrevó en las fuentes del ciclo que inauguró Cruyff, primero como jugador y luego como entrenador, y que siguieron Johan Neeskens, Patrick Kluivert, Frank y Ronald De Boer, Edgar Davis y el mismo Ronald Koeman, el entrenador que parece ser el punto final de su romance con Catalunya, al menos como futbolista.
De la escuela holandesa a la escuela de La Masía, un proyecto superador que tuvo su principal gestor en Messi, acompañado de sus amigos Gerard Piqué y Cesc Fábregas.
Una generación, la del ’87, que hizo síntesis brillante con la de Carles Puyol, Xavi Hernández y Andrés Iniesta, para cristalizar en un equipo muy difícil de igualar. Un equipo que a nivel clubes fue similar a lo de Brasil del ’70 a nivel selecciones.
Messi, en el tramo final de su carrera, recoge el guante de ser el mejor en otras ligas, como hizo Cristiano Ronaldo cuando se fue del Manchester United al Real Madrid y luego de la “Casa Blanca” a la Juventus.
La incertidumbre del proyecto deportivo tras el bochornoso 2-8 sufrido ante el Bayern Munich hace poco más de 10 días, el anunciado final de sus amigos Luis Suárez y Arturo Vidal y, sobre todo, su mala relación con la directiva que preside Josep Bartomeu concluyeron en su determinación de marcharse de su segunda casa.
Messi eligió irse de un lugar en el que vivió los momentos más felices de sus 33 años, al punto que sus tres hijos son catalanes, aunque “tienen raíces argentinas” como él se encargó de resaltar hace poco.
Llegó el día que ningún “culé” imaginó: el de la despedida. Porque al margen de lo que depare la batalla legal entre su postura de irse y la negativa del club, algo en el interior de Messi se quebró y ya no importa su cláusula de rescisión o su contrato que lo hace el jugador mejor pago del mundo. Hasta una salida anticipada de Bartomeu de la conducción del club no parece ser garantía de un cambio en su determinación.
El mejor jugador del mundo en el siglo XXI, el más grande de la historia del Barsa, eligió el camino de la despedida y el hacer realidad lo tan remanido y cierto de que existen momentos únicos, como lo son el del antes y el después.
Como pasó con otro argentino, Alfredo Di Stefano en el rival de siempre, el Real Madrid. Habrá un antes y despúes de Messi en el Barcelona. Una pena que sea este adiós triste, ingrato, inmerecido.