TRAS QATAR 2022
Más plumas tandilenses y el rey del fútbol mundial
Echegaray, Balduzzi y Schang escriben sobre Messi y lo que genera.
En la continuidad de la propuesta de este Diario a autores locales para que se expresen en referencia a Lionel Messi, en estas páginas disfrutamos los textos de Matilde Balduzzi, Goyo Schang y Raúl Echegaray.
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El pibe de la gambeta
(por Goyo Schang)
En esta noche de corazones palpitando, en la espera de su llegada, la tinta está intentando, buscando, las palabras más certeras. Caído del cielo un rayo nos cuenta la historia de la mejor gambeta que hayamos conocido. Dice que un pequeño en el potrero ya era gigante, los tres palos era su meta, pedía la redonda, que en la red terminaba. Una y otra vez lo hacía con la mayor sencillez conocida. Nada como ver su gambeta. Era pequeño de edad y de porte, hasta que un día, un gran pájaro al viejo continente se lo lleva. Se hizo muchacho y deslumbraba. Vitoreaban su nombre en voz alta, cruzando los océanos llegó su fama. Fiel a su estilo, de humildad y perseverancia, en el Barcelona escribió gran parte de su historia. Como cerco infalible, su familia y luego llegó el amor a su vida. Un pilar indiscutible, su esposa, que le regaló tres pequeños varones. Ya el pibe de la gambeta se hizo hombre y medio planeta lo glorificaba. Aunque nunca olvidaba su lugar de pertenencia, Argentina era su nido de vida, su camiseta bien con orgullo lucía. De temperamento reservado, pero un gladiador en el verde césped. Lo comparaban con otros y lo negaba, todos los trofeos del mundo se ganaba, menos el de su patria querida. Una y otra vez lo intentaba, pero el destino le decía que todavía no era la hora. Le decían que era un Dios, pero él replicaba que solo Dios le dio este Don. Nunca perdió la postura de un grande adentro y fuera de la cancha. Ama jugar un partido a la pelota. Es amigo de sus amigos, incondicional al momento de dar una mano. Quizás no se sepa, pero ha donado a instituciones que necesitan aportes para su funcionamiento. Y así va corriendo la vida, hasta que un día, con un grupo de batalladores, grupo técnico y jugadores, hacen que de nuevo la historia se escriba. Con la azul y blanca, la Copa América llega, en el estadio Maracaná, y la esperanza por más se agiganta. El gran capitán lo percibe, lo siente en sus entrañas. Sus compañeros lo idolatran, lo escuchan, se sienten protegidos por el hombre de la gambeta. El mundo ya aclama su nombre. Y él, con su familia da ejemplo de vida, de conducta, poniendo sus dos grandes condiciones como persona, humildad y perseverancia, hace que sea querido hasta el lugar más recóndito del planeta. Ya lo conocen por su gambeta y su pase mágico, justo donde tiene que estar, con un ángulo perfecto, y las redes de los arcos tiemblan. Es un tenor cantando sus goles. Y una tarde en un país lejano con su azul y blanca, levantó la Copa del Mundo. El gran capitán cumplió con su meta. Un país entero lo espera, lo venera, hasta el cansancio. Dicen que se llama Lionel Andrés Messi Cuccitini.
Simplemente Lío Messi
(por Raúl Echegaray)
En la más remota antigüedad, según la mitología griega, hubo un tiempo en que los dioses bajaban del Olimpo para entremezclarse con los hombres y convivían con ellos, compartiendo pasiones, defectos y virtudes. A esto se suma que se ha escrito que el hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios.
Bueno, al margen de las creencias de todos en cada lugar del mundo, sostengo humildemente que lo antedicho prefigura dos verdades, al menos simbólicamente, porque como siempre se dijo: “Hay que creer o reventar”, puesto que nosotros tuvimos al menos dos que bajaron del Olimpo y se entremezclaron con los humanos para la grandeza de nuestro fútbol y para la alegría de todo un pueblo que una vez más puso a prueba su temple, su fe y su entusiasmo, haciéndole el aguante a nuestra selección en el Mundial de Qatar, ante el asombro del mundo que no lograba entender tanta alegría, tanta capacidad de aguante, tanto sufrimiento y tanta pasión futbolera por la celeste y blanca.
Inevitablemente el primer párrafo es para el Diego que nos trajo la copa en México ‘86, sumando la segunda estrella en el escudo de la camiseta a la primera que ya habían logrado los muchachos del ‘78 con Kempes a la cabeza. El espíritu, el alma y el corazón del Diego estuvieron presentes, latentes en la voz hecha canción de millones de argentinos y del plantel mismo en este inolvidable diciembre de 2022, a lo largo y a lo ancho del torneo.
El segundo en bajar del Olimpo para entremezclarse con la raza humana fue un chiquilín pero chiquito de veras que nació en Rosario y que después de jugar en Newell’s se lo llevaron al Barcelona, luego de algunas vicisitudes al fin superadas, vinculadas con una hormona insidiosa que afectaba su crecimiento y ante cierta reticencia de algunos dirigentes para sumarlo a las inferiores. Pese a todo, les devolvió la “gentileza” con goles, gambetas, piques, avivadas de potrero y otras lindezas ante lo cual desesperadamente se vieron en la opción de ficharlo para que no se les escapara esa pequeña joya que optó por jugar un partido vistiendo la casaca de nuestra selección para decirle a los españoles y al mundo entero: “Tengan en cuenta que soy argentino”.
Su paso histórico por el Barcelona y su esquiva y dolorosa historia en los mundiales anteriores, Copas América incluidas, ya son materia conocida por el mundo entero. Él también, al igual que el más ignoto de los argentinos había nacido para sufrir en aras de conseguir algo que configurara su sueño mayor. No obstante, en ese largo interín se convirtió en el mejor jugador del mundo, querido, admirado y a veces injustamente criticado, por los que hoy algunos le están pidiendo disculpas junto a Scaloni y cía.
Pero vayamos a la médula del asunto, vayamos al hueso. La maldición se rompió; la mochila largó todo el peso que llevaba cuando se terminó la sequía y ganamos la Copa América a los brasucas en el propio Maracaná con el inolvidable gol de otro sufrido crack, el Fideo Di María. Luego la paliza a los tanos en esa Copa Intercontinental, la impecable clasificación al Mundial, y finalmente, bueno, lo que más anhelaba, la distinción por la cual dejó la vida junto a un plantel y un cuerpo técnico de primera: la obtención de la copa de Campeones del Mundo, con fútbol, sufrimiento y coraje frente a los que ya traían el título, los franchutes de Mbappé. Las Tres Marías se sumaron al escudo de nuestra selección.
Y al fin Leo o Lío, que le hiciste un lío bárbaro a los rivales de turno, levantaste la copa soñada en tus manos junto a tus compañeros y a cuarenta y siete millones de argentinos, a los que no nos cabe la alegría y el sano orgullo en el pecho. Proclamado el mejor jugador del mundial, amado y querido por todos los que sufríamos por vos… Ya está: Y de ahora en más que se iluminen todos los potreros de Argentina, desde La Quiaca hasta Ushuaia; que en cada purrete que viste la celeste y blanca, nuevita o descolorida, haya un sueño en ciernes detrás de una pelota, calzando botines, zapatillas o alpargatas; que aprendamos que detrás de un proyecto serio y a largo plazo se tiene mayor chance de ganar; que no perdamos la magia de una gambeta, un caño, un sombrerito, un gol de chilena o de dormirla bajo la suela para pensar un segundo y dársela al que corresponde. Que la sigamos bajando con el pecho y dejarla dormida junto a la zurda o la derecha; que piquemos al vacío porque detrás del vacío, contraviniendo las leyes de la física, puede estar seguramente el gol.
Que Dios te bendiga por tanto bien que hiciste y nos hiciste, y que en la tierra del fútbol, al amparo del Diego, de tu genio y de tantos otros que también habitan ese Olimpo futbolero, sigan naciendo y creciendo en esta tierra fértil, miles de pibes que puedan realizarse a través del fútbol o del oficio o la profesión de sus sueños porque es justo y bueno que así suceda.
El día después
(por Matilde Balduzzi)
A quienes no sabemos nada de fútbol, a quienes miramos los partidos cada cuatro años y solo si la selección argentina llega a las instancias finales, todo lo que se genera en torno a este acontecimiento no nos deja, sin embargo, indiferentes. La alegría por el triunfo se contagia, se comparte, y una participa, en mayor o menor medida, de los festejos. Pero al mismo tiempo, ese acontecimiento, para quienes nos formamos en Ciencias Sociales, resulta muy interesante por todo lo que se pone en juego, y no solo en la cancha. Miles, millones de personas en las calles, cantando, bailando, con la ilusión de ver a los campeones o, simplemente, con las ganas de ser parte de la fiesta. Y la fiesta, ya lo decía Serrat, hace olvidar, aunque sea por una noche, “que cada uno es cada cual”.
Ahora que la fiesta terminó, ahora que el sol nos dice que llegó el final, que dioses, semidioses, héroes y mortales volvemos, cada uno a su lugar -los primeros al Olimpo, los segundos a intermediar entre los vivos y los muertos, los terceros a descansar luego de la hazaña, y nosotros y nosotras, hombres y mujeres comunes, a las tareas más o menos rutinarias y cotidianas-, hago una pausa y reflexiono.
En estos últimos días, antes y durante el mundial, y por supuesto en los festejos en las calles y las plazas, he visto muchos chicos con la camiseta de la selección, la que lleva en la espalda el apellido del ídolo. Quieren ser como él, como Messi, me digo. Pienso en esto y me pregunto cuáles serán los rasgos que incluye ese modelo que él representa y al que aspiran parecerse, esa imagen con la que construyen un proyecto de sí mismos en el futuro, la imagen que funciona como modelo y que es valorada por la sociedad y por el grupo social de pertenencia. En primer lugar, habilidad, rapidez, destreza, ese tipo de inteligencia que suele llamarse “corporal-cinestésica” que le permite un deslizamiento por la cancha sorteando rivales, detectando sus debilidades y posiciones, y captando de inmediato la presencia de ese compañero que a unos metros de distancia también corre para recibir la pelota. Sí, obviamente, es eso, me digo. Pero no es solo eso. Es, además, creo, lo que él muestra cuando no está en la cancha, eso que podría resumirse en la frase: una actitud ante la vida. En qué consiste esa actitud, me pregunto. Sin duda, en la fortaleza para afrontar los obstáculos, en la perseverancia y la capacidad de sobreponerse a la adversidad. Recuerdo, en este momento, sus problemas de crecimiento y la lucha de él y su familia para obtener la medicación que revirtiera esos problemas. Pero hay todavía algo más, pienso. Una actitud de sencillez, de humildad ante los halagos: “no se la cree”, dirían en el barrio, a pesar de que tiene todo para “creérsela”, no se marea con el éxito. Habría que agregar la ternura. Esa ternura expresada sin inhibiciones ante sus seres queridos, que nos hace pensar en otra construcción posible de masculinidades, en que las emociones e incluso el llanto, sean también “cosa de hombres”. Y además, la solidaridad. Recuerdo, entre otros gestos a destacar, su colaboración con la organización Abuelas de Plaza de Mayo en la búsqueda de los nietos aun no recuperados. Y, finalmente, pienso, tratando de enumerar esas características del líder que operan como posibles rasgos identificatorios para tantos chicos, chicas y adolescentes, la decisión de no dejarse avasallar, de no someterse ante quienes detentan un poder que ejercen de manera arbitraria, de reaccionar ante las actitudes discriminatorias y agresivas de los otros y hacerlo, no devolviendo las agresiones sino con un gesto simbólico que quedará grabado en la memoria de todos y que es, además, un gesto de reivindicación de un compañero agraviado.
Todo eso, visto en un igual, un pibe que salió del barrio, que se ha tatuado los brazos como ellos, que usa el mismo corte de pelo que ellos y habla su misma lengua. Un igual a quien la vida le dio revancha, le dio un lugar. El lugar que la sociedad, si fuese justa, si no fuese excluyente, tendría asegurado para cada uno, para cada una. No ese lugar, claro, reservado a unos pocos, pero sí un lugar. El lugar al que todos y todas tienen derecho.
Eso será, tal vez -espero, deseo-, lo que perdure de este mes vertiginoso. Esa huella en las subjetividades. Eso que no puede faltar a ningún sujeto, la esperanza puesta en una imagen de un “Yo” futuro que representa aquello que se espera advenir.
Lo demás, ya lo sabemos. Cuando la fiesta termine, volverá el rico a su riqueza, el pobre a su pobreza y el señor cura a sus misas.