El futbolista que supo revolucionar su puesto
(Por Adrián Taccone, de NA). Legendario. Majestuoso. Inconmensurable. Leyenda viviente. Mil adjetivos poblaron la carrera del “gran” Amadeo Carrizo, fallecido ayer a los 93 años, pero que dejara en el recuerdo su forma de jugar, revolucionaria para una época y que inspiró la creación del “Día del arquero”.
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El “Gran” Amadeo, quien con su casi 1,90 metros de altura parecía inexpugnable en el arco de 7,24 por 2,45 de longitud, marcó varias generaciones de hinchas, desde la recordada “Máquina” hasta ser uno de los protagonistas del “Desastre de Suecia” con la Selección argentina en el Mundial 1958.
Nacido en Rufino, mismo lugar de donde llegó a River Bernabé Ferreyra, otro gran goleador “millonario”, Carrizo revolucionó el puesto con sus riesgos para salir jugando afuera del área con los pies en un momento -década del 50/60- en el que el arquero solo podía estar bajo los tres palos.
Luego de él llegaron otros arqueros que casi por decantación o referencia trataron de ser iguales a él, como Hugo “El Loco” Gatti (compartió plantel en River), Germán “El Mono” Burgos (jugó en River en los 90), entre otros.
Fue el arquero histórico de la recordada “Máquina” de River, equipo que los más longevos recuerdan y marcan como uno de los referentes del fútbol argentino y que tenía la temible delantera compuesta por Carlos Muñoz, José Manuel Moreno, Adolfo Pedernera, Angel Labruna y Félix Loustau.
La casaca de River fue la única que vistió en sus veinte años de trayectoria en el fútbol argentino, y tuvo el récord de valla invicta durante medio siglo, hasta que lo superó Franco Armani.
“El que siempre me tuvo a mal traer era (José Francisco) Sanfilippo, era como, ahora, enfrentar a (Lionel) Messi, porque era rápido mentalmente”, dijo alguna vez Carrizo cuando se le consultó cual fue el delantero más peligroso que enfrentó.
Incluso, entre los consejos que siempre solía dar, era a la hora de patear penales: “yo siempre decía que pateen arriba, porque el arquero no llega”.
“El día del penal de Delem y Roma (1962), que Paulo Valentim me hizo un gol de penal. Le dije que si había un penal, Roma se adelantaba. Le dije, frenate y decile al referí que se adelantaba. Pero después con el chucho (miedo) que tenía, pateó igual”, recordó Carrizo.
Imagen imborrable
De generación en generación, y tal vez en algunas imágenes que las redes sociales pueden traer desde la historia, la presencia de Amadeo -así, sin apellido- las “hazañas” de este arquero que vivió la gloria y la reprobación en River y la Selección argentina, casi por partes iguales, por ocupar ese puesto a veces tan ingrato.
Es que con River consiguió muchos títulos, pero cuando se retiró en 1968, el “Millonario” llevaba once años sin ser campeón, racha que se cortó en 1975 de la mano de Angel Labruna.
Si bien con la Selección argentina alzó el título en la Copa de las Naciones de 1964 -jugó tres partidos y no recibió goles- Carrizo estuvo en la valla el día del “Desastre de Suecia”, como se conoció a la goleada que le propinó Checoslovaquia a la albiceleste en el Mundial de 1958.
Luego del Mundial, y durante varios años, Carrizo era reprobado en las diferentes canchas a las que iba, por lo ocurrido con la Selección.
Una vida en River
A los 17 años, el recordado Carlos Peucelle lo vio y le dijo “Pibe, quédese” y Carrizo comenzó su idilio con River en la cuarta división, y debutó en Primera División el 6 de mayo de 1945 a los 18, ante Independiente, en Avellaneda, y con un triunfo por 2 a 1.
Pero en 1948 fue que se hizo con el puesto titular de la valla “millonaria”, y desde ahí lo apodaron “Tarzán” (por su porte), pero también se lo conoció solamente como “Amadeo”.
Sin embargo, su gran aporte al fútbol -fue considerado como uno de los diez mejores arqueros del mundo y el mejor de Sudamérica del siglo XX- fue la manera de jugar, de salir del área y desde sus manos y pies, arrancar un contraataque.
Además, otro hecho que lo caracterizó fue el usar guantes, cuando los arqueros no lo hacían, y su característica gorra y buzo color celeste, que dejaron un recuerdo imborrable entre quienes lo vieron lucirse por las canchas del fútbol argentino. (NA)