Un vuelo a Caracas, miseria sin escalas
Caminar por Buenos Aires o por casi cualquier lugar de Argentina se ha transformado en los últimos 15 días en un espectáculo aterrador. Retenes policiales, ambulancias a velocidades elevadas, patrulleros obligando a la población con altoparlantes a permanecer en sus hogares, comercios cerrados y grandes filas de personas en los pocos negocios abiertos, relacionados con la provisión de alimentos.
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El miedo al contagio de una enfermedad, que hasta ahora, no ha causado más muertes que la gripe común, y que tampoco se asemeja a verdaderas catástrofes como la gripe española de 1918, han sido la excusa perfecta, para que quienes ejercen el poder, vean acrecentada su popularidad y con ella, la necesidad de convertirse en los salvadores de la humanidad.
El individuo y la búsqueda de su propio bienestar y felicidad han sido suplantados por normas de carácter colectivo dictadas por quienes creen que saben más sobre cómo debemos cuidarnos frente a las adversidades y específicamente frente a una pandemia.
El reemplazo de la premisa de que cada persona sabe mejor que es lo que necesita para vivir y mantener su salud fue reemplazado por una lógica colectiva de unos iluminados que dictan normas y excepciones de acuerdo a criterios tan subjetivos como la información con la que cuentan para tomar decisiones.
En este contexto, no deberíamos sorprendernos, si estos iluminados, desde un ministerio, un juzgado, un patrullero o un helicóptero, eligen el control de precios, la violación de la libertad y la manipulación de la información como medio de satisfacer sus propias ambiciones y aspiraciones mesiánicas para erigirse por encima del individuo, señalando con un dedo acusador cual es el bien y el mal que sus súbditos, hijos o esclavos deben someterse.
El bombardeo de datos, donde minuto a minuto se informa sobre contagiados, muertos y muy pocas veces de recuperados, sobre la base de ningún criterio estadístico consistente, determina un set de información voluble que justifica el avasallamiento de las libertades por parte de las autoridades. No falta mucho para que nuestros dirigentes mesiánicos prohíban las manifestaciones de afecto hacia nuestros hijos, padres, amigos y quién sea, solo con el pretexto de que nuestros amos saben mejor que es bueno para nosotros, los individuos.
Dentro de este drama, el gobierno ha manifestado la obligatoriedad de continuar con las medidas de aislamiento, subestimando nuestra capacidad de poder cuidarnos, profundizando de esta manera, una crisis que sin dudas será la peor que hemos vivido en toda nuestra historia.
A diferencia de otros países, Argentina carece de mercados de capitales. Las conductas irresponsables del gobierno saliente se suman a la miopía del gobierno actual de creerse una potencia con ahorros fiscales para estimular el gigante gasto público que ahoga a la economía argentina desde hace mucho tiempo.
La pandemia, a nivel mundial, determinará un ciclo recesivo en la economía mundial en tanto que, en Argentina, la crisis global, sumada al parate de la actividad económica, exacerbada por la cuarentena, determinará una caída de producto per cápita tres o cuatro veces superior a lo que se verá en el mundo.
En ese contexto, la pobreza, la indigencia y el desempleo se elevarán y lo harán a niveles pocas veces visto en nuestra historia económica.
El espasmo mesiánico de nuestro gobierno determinará un aluvión de medidas sobre la demanda que no harán más que agravar la situación.
Nuestros gobernantes seguirán ahogando al sector privado con impuestos cada vez más altos.
El desequilibrio fiscal, se elevará a valores similares a los de la década del 70 y la emisión monetaria seguirá descontrolándose llevando la tasa de inflación a los tres dígitos.
El remedio, finalmente nos llevará a Venezuela, si no es que ya no estamos en ella. Mientras tanto un grupo de fanáticos seguirá creyendo que seguimos ganando.
Las opiniones expresadas son personales y no necesariamente representan la posición de la UCEMA
El autor es Economista, Profesor Universitario
@CalixtoLiber