Lunghi, el imbatible en las urnas, festejó el comienzo del final de ciclo
Sobraban los motivos, rezaba el eslogan de campaña. Y sobraron los votos, dirá la contundente realidad en las urnas. Sin sobresaltos y con una diferencia notable como lo viene siendo cada elección que le tocó afrontar, el pediatra que dejó de pie la Clínica Chacabuco para transformarse desde el 2003 en el intendente de un Municipio exitoso reconocido por propios y extraños, volvió a la costumbre de festejar en el Comité de calle Mitre. En esa casa radical donde correteaba con sus hermanos llevado por su padre, otrora intendente, se subía por décima quinta vez el estrado para dirigirse a la fervorosa militancia y agradecer por el renovado respaldo en las urnas.
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Una vez más, el radical que logró sortear la suerte dispar electoral de su partido más allá de las fronteras, acá en el pago lo tuvieron nuevamente como protagonista excluyente, con el aditamento que Juntos por el Cambio ganó en todos los frentes, sin distinción, factiblemente empujado por la fortaleza de ese liderazgo paternalista que cumplirá el sueño –uno más- de arribar al bicentenario de la ciudad por la cual vive y encuentra el motor de su existencia, incluso relegando a sus afectos.
Sobraban los motivos para festejar, incluso a sabiendas que se está frente a lo que representa el principio del fin. Por eso la campaña primero, la celebración después estuvo signada por un halo de romanticismo, con la esforzada épica que siempre el lunghismo se encargó de imponerle a cada contienda atravesada.
Se trata, en definitiva de consagrar el comienzo del final de un ciclo que no tuvo precedentes ni los tendrá, a partir de una ley que imposibilita cualquier nuevo intento reeleccionista. Tal vez allí responda el discurso elegido por el propio Lunghi, quien se encargó de agradecer al electorado primero, pero de sus principales colaboradores después, con nombres propios, uno por uno, con más o menos ahínco, como postulándolos a lo que será el condimento inédito desde el 10 de diciembre para las huestes radicales más allá de la gobernabilidad: la pelea por la sucesión.
Era las 9.45 cuando su más fiel colaborador Juan Pablo Frolik anunciaba lo inevitable. El claro triunfo obtenido. Diez minutos más tarde, Lunghi saldría del hotel de enfrente y mezclado entre los militantes emprendería el alocado festejo. En medio de su discurso, el propio concejal con habilitación para renovar también le entregaría la bufanda blanca que lo acompañó en las 15 batallas. Ya está, la cábala no resulta más necesaria. Es el último mandato de su líder. Empieza a transitarse cuatro años con sus interrogantes políticos a cuestas. Lunghi lo sabe. Hace rato que logró el bronce. Es historia, presente y cuatro años futuros.