Una pelea entre vecinos que terminó con una víctima inocente sufriendo una lesión con consecuencias de por vida
Finalmente y tras rechazar acordar un juicio abreviado, comenzó a ventilarse en el TOC 1 el expediente que derivó de un enfrentamiento vecinal que terminó con un niño gravemente herido, perdiendo un ojo al recibir un disparo de una escopeta. El pedido del padre reclamando un castigo ejemplar. El testimonio de los vecinos enfrentados y la versión de los acusados que pidieron perdón.
“Vamos a juicio porque si no esto va a quedar impune y le va a dar permiso a todos los otros pibes, va a impulsar a otras personas que tienen pensamientos erróneos, a sacar un arma y pegarle un tiro a cualquiera, si total no van en cana. Entonces la idea es que si alguien pega un tiro, vaya preso; que demuestre la Justicia que si andan con un arma en la calle y pueden herir a cualquier persona, van presos”, había señalado Raúl Giménez a este Diario al dar cuenta de su rechazo al intento de juicio abreviado que se intentó imponer entre fiscalía y defensa, en torno al violento suceso que terminó con su hijo gravemente herido, con la pérdida de un ojo al recibir un perdigón del disparo de una escopeta de virulentos vecinos.
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Y un día llegó esa instancia que ese papá quería. Más precisamente durante la semana que pasó inició el debate oral y público propiciado por el Tribunal Criminal Oral 1, quien resolverá la suerte procesal de los dos hermanos acusados de la agresión, escopeta en mano y tiros, en lo que resultó una pelea entre vecinos que suelen acordar sus problemas a sus modos y sus formas, sin código penal en mano, pero que esta vez derivó en un daño irreparable en un niño inocente, que nada tenía que ver con sus diferencias.
De hecho, “Lalito”, como lo conocían en la barriada al niño Raúl Giménez, solía convivir con ambas familias en las tardes de esparcimiento. Iba de una casa a la otra y departía entrenamientos entre pares y más grandes también, esos mismos grandes que un día por diferencias que pactaron no develar demasiado en la sala de debate, terminaron a los insultos primero, golpes y piedrazos después. Hasta que escopeta en mano dispararon, sin medir (o tal vez sí, quedará a criterio del debate de las partes) las severas consecuencias que semejante reacción tendría.
El juicio
Las audiencias de martes y jueves se departieron entre los testimonios de los protagonistas excluyentes de la disputa vecinal y los actores involuntarios, como el papá de Lalo, Raúl Giménez, quien relató cómo se enteró del suceso que cambió para siempre sus vidas y, sobre todo la de su hijo, por quien describió los padecimientos tras la herida en su ojo, conviviendo con esa perdigonada no sólo en la retina, sino también en los pensamientos, temores y pesadillas. “Sueña con que un arma le está apuntando”. “Escucha un ruido y lo lleva a aquel ruido del disparo”. Fueron algunas de las referencias citadas en pos de graficar las consecuencias de aquel balazo recibido por haberse asomado inocentemente desde esa ventana de la tapera que aun hoy sigue sin vidrio, tapada con lo que hay a mano.
“Les pedimos perdón a la familia”. “Sólo disparamos al aire para defender a nuestra familia de los piedrazos y las agresiones”, serían las frases soltadas por los hermanos acusados cuando quisieron exponer su versión de los hechos.
Antes de escuchar a uno y cada uno de los citados para la ocasión, incluso los profesionales intervinientes en el expediente como el perito psicólogo y la oftalmóloga que atendieron a la víctima tras el hecho, las partes trazaron sus lineamientos acusatorios como defensistas, no sin antes mencionar que a este entuerto vecinal se había arribado con la posibilidad de un juicio abreviado con la respectiva pena consensuada, pero que la familia del niño no quiso aceptar.
La defensa encarnada por el doctor Julio Vélez aludió al instituto, señalando que prácticamente estaba acordado en pos de arribar a una solución alternativa a la que estaban ahora protagonizando, instancia que procuraba pacificar y evitar mayor conflictividad de la que detonó aquella mañana fatídica. Empero, fue el fiscal Gustavo Morey el encargado de responder el planteo, subrayando el interés supremo de la víctima por saldar su necesidad de justicia frente a lo que ocurrió y que, evidentemente, el acuerdo previo arribado no conformaba.
Así las cosas, empezó a desandarse el debate desde la foja cero, ventilándose paso a paso lo ocurrido aquella mañana de sábado como corolario de un conflicto previo que las partes, a regañadientes, finalmente iban a soltar.
Más allá de los pormenores de la historia conflictiva vecinal, no hay mayor discusión sobre los autores de los disparos contra el menor. Sólo resta conocer qué calificación penal merece para la acusación como la defensa y, a partir de allí, sus pretensiones de pena, postulados que se conocerán mañana con sus respectivos alegatos. Más luego, serán los jueces del TOC 1, Agustín Echeverría, Pablo Galli y Guillermo Arecha, los que resuelvan cómo cierra este capítulo judicial.
Declara el padre y los vecinos
Con un tono no tan furioso que supo imprimir en declaraciones periodísticas frente a sus críticas para con la investigación, Raúl Giménez se limitó a detallar desde el instante de la noticia de lo que había ocurrido con su hijo en el barrio y cómo le llegó la información de quiénes habían sido los autores de los disparos que dieron contra el rostro de su progenitor.
A partir de allí fue indagado sobre las consecuencias de las heridas sufridas por su hijo, acerca del año y medio de sufrimiento que lleva el menor con el tratamiento y los dolores, además del cambio de hábitos a partir de la grave lesión, como también las secuelas psicológicas que forman parte de los resabios de una agresión que no lo tenía como destino, pero que la locura de esos vecinos lo perturbó para siempre.
Tras el sentido relato del padre, llegó el tiempo de escuchar a los vecinos que formaron parte de aquella virulenta agresión a tiros. Los Morales u Oscares, según se reconocen y se conocen en la barriada, quienes estaban en sus humildes viviendas de Quintana al 2000 como una mañana más, pero sabedores del alerta de su padre sobre lo ocurrido el día anterior. “Ahora se viene la venganza”. Palabras más, palabras menos, había alertado el mayor de los Morales sobre la discusión y agresión a insultos golpes de puño, puntapiés y piedras que habían tenido contra los Martínez el viernes, por razones que la razón del común de los mortales no entendería, pero que ellos bien saben cobijar. Acerca de incumplimientos de la palabra empeñada, falta de un supuesto pago por labores compartidas, y demás presunciones que tampoco alguno de los protagonistas quiso exponer demasiado.
Sí resultaron precisos a la hora de responder sobre el desarrollo de la agresión, cuando escucharon los disparos primero y luego observaron como Luis Miguel era el autor de esas detonaciones escopeta en mano, incluso cuando le fueron a recriminar para que cesara con semejante acto ya que “había chicos en las casas” y el agresor se bajó los pantalones y mostró sus partes íntimas para dar cuenta de su presunta hombría.
Coincidieron todos en que el primer disparo fue de Luis Miguel, pero luego fue el hermano Carlos el encargado de la segunda perdigonada, precisamente la que se dirigió a la pequeña ventana de la tapera donde se guareció el niño Giménez y desde donde su curiosidad le hizo asomar la cabeza.
Frente a los dichos de los testigos, el fiscal Morey entendió que era momento de peticionar la ampliación de la imputación hasta ahí llevada a juicio, considerando que debía también acusarse ahora a Luis Miguel Martínez el delito de “exhibiciones obscenas” como la figura de “instigador”, ya que los testimonios aludieron a que él le decía “¡Dale, dale!¡Tirale!” a su hermano. El planteo fue rechazado por la defensa y tampoco tuvo eco en el Tribunal, que dio por extemporánea la solicitud.
Tiempo de los peritos
También en la primera audiencia hubo tiempo de escuchar al perito psicólogo que atendió al menor, como así también la oftalmóloga que siguió el cuadro de salud con la grave herida padecida en el ojo.
El psicólogo habló del estrés postraumático sufrido por el niño y dio cuenta de la afectación psicológica. El padecimiento que lleva consigo la víctima cuando escucha un ruido fuerte que lo hace extrapolarse a aquel disparo en su rostro.
Las audiencias finalmente se cerrarían con la palabra de los hermanos acusados, que quisieron dar su versión de los hechos. Aceptando ser los autores de los disparos y buscando explicar las razones de su violento accionar (ver aparte).
Después ya no quedaba margen para escuchar más testigos, restaba el tiempo del fiscal Morey, la doctora Fernanda Menéndez en representación del particular damnificado y el defensor Vélez, quienes mañana expondrán sus alegatos.
“Salimos a defender a nuestra familia”
Aceptando preguntas de las partes, Luis Miguel Martínez primero, Carlos después, contaron al Tribunal y todo aquel que quisiera oír los motivos que generaron que salieran de sus casas portando una escopeta, se trasladaran a unos metros hasta las casas de los Morales y dispararan, sin más.
El más verborrágico resultó Luis Miguel, quien explicó que las diferencias con los vecinos venía de tiempo atrás por causas poco claras aunque se intentó argumentar que eran asuntos laborales (supieron trabajar juntos en la venta de bolsas de papa), para luego detallar que el día anterior su padre circulaba en camioneta y fue interceptado por los Morales, quienes le propinaron una furibunda agresión en plena calle. Entre golpes de puño y patadas, a la vista incluso de su nieta –hija de Luis Miguel- que había salido a hacer un mandado y justo se cruzó con Lalito (Giménez), quien la sacó de la escena y la llevó a su casa para que no sufriera lo que estaban haciendo con su abuelo. Justamente Lalito sería el que recibiría el disparo a la mañana siguiente.
Por eso Luis Miguel y también Carlos después dijeron que Lalito no tenía nada que ver. Que incluso era amigo de sus hijos. Que fue “un accidente” porque ellos dispararon al aire y no querían herir a nadie, solo “asustar” a los que habían agredido a su papá primero y luego a ellos también con insultos y piedrazos.
“Me tiraban piedras a casa, donde estaba toda mi familia. Me insultaban y me invitaban a pelear. Yo salí con la escopeta y disparé al aire”, reseñó el acusado quien insistió en el temor que tuvieron los suyos y que nadie se acercó a contenerlos, sobre todo a su pequeña hija, como sí luego lo hicieron con Lalito.
Luis Miguel también se quiso mostrar arrepentido por lo sufrido por el niño, pidiendo perdón a la familia. “Fue un accidente. Una desgracia. No queríamos agredir a ningún chico”, se justificó. Incluso adujo que en varias oportunidades intentó acercarse a los Giménez para pedirles perdón por lo ocurrido pero que nunca fueron recibidos. Expresiones que fueron negadas con gestos de parte de los padres de la víctima que siguieron atentos las alternativas del debate y los testimonios.
Sobre la tenencia de la escopeta, dijo que era un arma vieja que pertenecía a su padre y que la usaba para cazar cuando chicos.
Los dichos del imputado merecieron algún cruce con el fiscal Morey, quien al sentir que se lo estaba recriminando por no haber escuchado su versión y lo que habían padecido ellos antes de los disparos le recordó que nunca habían declarado en la instrucción sobre semejantes sucesos.
Carlos Martínez, en tanto, a su turno asumiría también su autoría del segundo disparo y reiterando que la intención fue tirar al aire. “Queríamos que dejaran de agredirnos”, insistió, a la vez de mostrarse arrepentido. “Pido mil perdones a la familia, me arrepiento de corazón”, cerró.