Enfoque
La grieta de los recuerdos
Describir a la hermana Alicia es tarea difícil. Tal vez, la dificultad más grande radica en que la exdirectora del secundario de Sagrada Familia construía un vínculo particular con cada una de las alumnas, las conocía a todas, las estudiaba, sabía todo acerca de sus vidas. En retrospectiva, generó su propia grieta, y están aquellas que hoy la recuerdan con cariño y las egresadas que aseguran que la padecieron.
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“Sor Alice”, como la llamábamos en los pasillos, era recta, hacía respetar la palabra y las reglas dentro y fuera del colegio. En primer año, nos daba clases de matemáticas y tomaba lección oral todos los días. Aún recuerdo que después de resolver un teorema en el pizarrón, me preguntaba si había estudiado. Si la respuesta era negativa, en lugar de un 10, la nota en el cuaderno rezaba “debes estudiar siempre”.
Además, en los años superiores nos daba catequesis. Nos sentábamos sobre almohadones en su salita especial, y ella nos hablaba con crudeza de los pecados de un modo que ya entonces, hace 30 años, resultaba polémico.
Obsesiva del orden y la limpieza, la veíamos con sus desplazamientos enérgicos por los pasillos. Se detenía abruptamente para levantar, uno por uno, los papeles de golosinas que quedaban tirados después de los recreos. Todo permanecía impoluto a pesar del alto tránsito que sufrían los pisos graníticos, especiales para patinar sobre las rodillas cuando tocaba llevar el equipo de gimnasia.
Solía decirnos que la imagen exterior reflejaba el interior, el alma. Entonces, supervisaba que cumpliéramos con el uniforme a rajatabla y que estuviéramos peinadas. Más de una vez, requisó los ruedos de las polleras cortas de los jumpers y nos indicó que aún quedaba tela para alargarlas. Tampoco resultaba extraño verla, aguja e hilo en mano, cosiendo el dobladillo suelto de alguna falda.
Más allá de las reglas -que estaban hechas para cumplirse y ella se encargaba de que así fuera-, era una mujer de diálogo, que nos escuchaba y nos desafiaba en el arte de la argumentación. El mano a mano con la hermana Alicia siempre nos dejaba algún aprendizaje o nos invitaba a la reflexión.
En ese colegio pulcro y organizado, muchas mujeres construyeron su futuro con la hermana Alicia como uno de sus adultos referentes. En ese camino, ella intentaba mantener a raya la rebeldía juvenil que brotaba en las travesuras que buscaban inquietarla y vencer sus dotes de detective. Por esos años, por caso, una brigada especial hacía desaparecer los borradores de las aulas, bien identificados con el año y división. También, las manijas de metal que permitían abrir las ventanas. Y Alicia ponía todo su empeño en descubrir a las autoras de esos operativos que la desvelaban…
En simultáneo, monitoreaba el comportamiento de sus alumnas fuera del establecimiento, más aún cuando lucían el uniforme que identificaba a Sagrada Familia. También renegaba con los promotores de las agencias de viajes de egresados que interceptaban a sus chicas en el portón de madera de calle Paz, y de los novios que se atrevían a irlas a buscar a las 12.45, cuando sonaba el timbre de salida. Con más de uno, tuvo conversaciones que terminaron en advertencias.
Es más, entre las anécdotas más recordadas figuran los casos de algunos “camicaces” que lograron filtrarse por la puerta de vidrio para fisgonear por los pasillos del secundario hasta que la hermana Alicia los atrapara y tras un sermón, los devolviera a la calle. Es que su imagen iba más allá de la institución, supo convertirse en un personaje de la ciudad.
En cinco años, la conocimos y la respetamos, con sus modos particulares, sus convicciones, su risa franca y ese par de ojos azules que tenía el poder de atravesar el grueso cristal de sus anteojos. Sus manos largas y su clásica postura estilizada, muchas veces con los pies en punta, completaban su imagen de mujer fuerte y decidida.
En paralelo, era muy divertida. Por caso, para celebrar el Día del Estudiante se disfrazaba para formar parte del sketch que las profesoras nos dedicaban. Aún me parece verla entrar al gimnasio, con peluca y pantalones, con una música que decía “Alice, pata, pata… Alice, flor de pata”, levantando los pies y riéndose de sí misma.
Tal vez por todo eso y mucho más, mientras ella estuvo al frente del colegio era una tradición que las egresadas asistiéramos al colegio antes de la fiesta, con nuestros vestidos largos, para tomarnos la última foto grupal junto a la hermana Alicia. Esa era la despedida formal a las alumnas, aunque en algún rincón del pensamiento cada una de nosotras conserve alguna de esas historias tan particulares que la tuvieron como protagonista.
Secretaria de Redacción de El Eco de Tandil. Licenciada en Comunicación Social orientación Periodismo (UNLP)